365 días… y uno más de Brianne Miller

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365 días y uno más de Brianne Miller pdf

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Skye nunca había salido de las tierras de los Brodie. -Como única hija del laird, había sido cuidada con sumo celo. Pero en unos días sería la boda de su prima, y su padre no tendría más remedio que dejarla acudir. Estaba emocionada, por fin se volvería a encontrar con el hombre que había hecho latir su corazón en una única visita a su casa, y tenía la esperanza de conseguir en estos días que el guerrero se fijara en ella.
Cameron estaba demasiado ocupado con sus obligaciones como laird de los MacLeod como para acudir a la boda de la única hija de los Murray, pero el laird había sido un gran amigo de su padre y tenía el deber de hacerlo. Lo que nunca imaginó es que en dicho evento encontraría diversión añadida.


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  1. Capítulo 1
    Skye Brodie había acudido a las tierras altas de escocia para acudir a la boda de su prima Catherine Murray. Era la primera vez que la mujer de veinte años salía de las Lowlands, pues el laird Brodie era demasiado protector con su única hija, la viva imagen de su esposa fallecida. La madre de Skye había muerto al dar a luz a su hermano Connor hacía ya diez años, y aunque su padre había vuelto a casarse y Mary era una segunda madre para ella y sus hermanos, la echaba terriblemente de menos.
    Su padre era un hombre cariñoso, pero la cuidaba tal vez en exceso. Al ser su única hija se había encargado de tenerla entre algodones, pero su recelo había aumentado conforme Skye iba creciendo, y ahora que era una joven en edad casadera la vigilaba con ojo de halcón. Ese era el principal motivo por el que la joven no había podido salir nunca de las tierras de los Brodie, y también el motivo por el que su padre se negaba a llevarla con ellos a las tierras altas, donde se celebraría el enlace. Su prima Catherine se casaría en un par de días con Malcolm Ferguson, el hermano menor del laird Ferguson.
    —No puedes estar hablando en serio… —protestó Mary cruzándose de brazos ante la negativa de su esposo a llevar a su hija al enlace.
    —Hablo totalmente en serio, Skye se quedará en casa, donde debe estar.
    —¡Es la boda de su prima más querida!
    —La has visto, Mary, es demasiado dulce y hermosa y no quiero que los Ferguson pongan sus ojos en ella.
    —Es hora de que le busques un esposo adecuado y es una ocasión perfecta para ello. ¡Tiene ya veinte años, por amor de Dios!
    —Aún es demasiado joven.
    —A su edad yo ya estaba casada. Y su madre también.
    —Yo no me estoy oponiendo a que lo haga —protestó su padre—. Tiene muchos Brodie entre los que elegir.
    —A ella no le gusta ningún Brodie, de ser así llevaría años casada.
    —Tiene que casarse con alguien de su clan.
    —Eso es una tontería y lo sabes. Debes darle la oportunidad de que conozca a otros hombres que le puedan interesar o va a terminar quedándose para vestir santos.
    —Así cuidaría de nosotros cuando envejezcamos.
    —No puedes estar hablando en serio…
    —No voy a permitir que se aleje de mí —protestó el laird cruzándose de brazos—. Si se casa con un Brodie podré tenerla cerca, pero si se enamora de alguien de otro clan tal vez no volvamos a verla nunca.
    —¡Por Dios santo, Graham! ¿Quieres hacer a tu hija infeliz?
    —¡Por supuesto que no!
    —Pues es lo que conseguirás si sigues empeñado en casarla con alguien del clan para mantenerla a tu lado.
    —He dicho que no acudirá a la boda y es mi última palabra.
    —Muy bien, pues yo no pienso dormir contigo hasta que dejes de ser tan cabeza dura y entres en razón.
    —No estás hablando en serio…
    —Ponme a prueba y verás…
    Mary cumplió su promesa y no durmió esa noche en su habitación, y tampoco lo hizo durante toda la semana siguiente. Durmió todo ese tiempo en el dormitorio de su hija, y después de ocho días durmiendo en soledad el laird las informó de que partirían en dos días hacia Kilkerran, las tierras de los Ferguson… Skye incluida. La joven estaba inmensamente feliz, hacía demasiado tiempo que no veía a su prima y estaba deseando volver a verla, eso sin contar que sería la primera vez que saldría de las tierras de su clan. Pero también estaba feliz por otro motivo mucho más personal. Skye se había enamorado de James Murray, el hombre de confianza de su tío Vincent, cuando le acompañó en su última visita al hogar Brodie. El hombre de cabello caoba y ojos de color avellana había pasado toda la cena conversando con ella y Skye había quedado totalmente prendada de él. Lástima que tuvieron que marcharse al día siguiente. Pero desde ese día ella no había podido dejar de pensar en él y tenía la esperanza que en los días que durase la celebración de la boda el joven guerrero se interesara en ella.
    En ese momento se encontraba en la habitación que compartía con su prima hasta el día del enlace, terminando de arreglarse para bajar a cenar. Cuidó su aspecto especialmente porque sabía que indudablemente se encontraría con James en la cena, y quería estar hermosa para él.
    —Skye, tesoro, date prisa —la llamó Mary desde la puerta—. Todos nos están esperando para la cena.
    —¡Ya voy, madre! —exclamó apresurándose a ponerse sus zapatillas.
    Salió de la habitación y enlazó su brazo con el de su madre para llegar juntas a las puertas del gran salón, donde sus hermanos y sus padre las esperaban junto con sus dos hombres de confianza. Las mesas del comedor estaban repletas de comida y bebida, y el barullo llegaba a ser ensordecedor. Se acercaron a la mesa principal a saludar a sus parientes y ocuparon su lugar en una mesa a la derecha, entre los hombres Murray y sus hombres. Skye no vio a James por ninguna parte. Supuso que estaría cumpliendo alguna orden de su tío y decidió buscarlo al día siguiente. La boda se celebraría en dos días más, después de una serie de competiciones que se llevarían a cabo durante todo el día siguiente.
    —¿Vais a competir en las pruebas? —preguntó su padre a sus dos hermanos mayores.
    —Por supuesto —respondió Duncan, el mayor de todos—. Quiero ver cómo los hombres del tío Vincent muerden el polvo.
    —La última vez que competiste contra ellos te tragaste tus palabras —rio Patrick, el segundo hermano.
    —Esta vez me he entrenado a conciencia.
    —¿Y tú participarás? —preguntó Skye a Patrick.
    —No lo creo. Creo que hay actividades mucho más… placenteras que hacer.
    —Patrick… Espero que esas actividades no tengan nada que ver con andar bajo las faldas de alguna mujer… —advirtió su padre.
    —No soy yo quien las busca a ellas, padre… Son ellas quienes se acercan a mí —respondió Patrick con un encogimiento de hombros.
    —No seas irresponsable. No quiero tener dentro de unos meses a una Ferguson embarazada llamando a mi puerta.
    —Yo también quiero competir, papá —le interrumpió el pequeño Connor.
    —Tú eres aún muy pequeño, cariño —replicó Mary acariciándole la cabeza con una sonrisa.
    —¿Y cuándo podré competir?
    —Cuando seas casi tan alto como yo, pequeño —respondió su padre sonriendo también.
    —¡Pero para eso aún falta mucho!
    —Seguro que hay juegos para los niños de tu edad, Con —le tranquilizó Patrick—. Le preguntaremos mañana al primo Gideon, ¿te parece?
    La conversación en la mesa quedó relegada al olvido para Skye cuando irrumpió en el salón un grupo de highlanders enormes, con tartanes de cuadros amarillos y negros. Todos ellos eran bastante más altos que la mayoría y también mucho más corpulentos que el resto. Había uno de ellos en particular, muy probablemente su líder por el aura de poder que emanaba, que llamó la atención de Skye. Era realmente apuesto, con el cabello del color del trigo largo a la altura de los hombros, recogido a medias por una sencilla cinta negra, y los ojos más azules que la muchacha había visto nunca. El gigante se acercó a la mesa de los novios y saludó al prometido de Catherine con una enorme sonrisa que iluminó toda su cara, y Skye apoyó la barbilla en la mano para seguir disfrutando de la vista, pero se sobresaltó cuando la mirada del gigante se posó directamente en ella.
    —¿Quiénes son? —susurró a Patrick, que estaba sentado a su lado.
    —Oh… son el laird MacLeod y sus hombres —respondió su hermano siguiendo su mirada—. Si ellos participan en las pruebas Duncan está perdido.
    —Parecen muy… grandes.
    —Dicen las leyendas que provienen del hijo de un laird con la princesa de las hadas. De ahí su gran tamaño.
    —Solo son leyendas, Patrick —protestó Mary—. Deja de meterle ideas absurdas a tu hermana en la cabeza.
    —Leyendas o no, no puedes negar que parecen gigantes —bufó Patrick.
    —No son gigantes, tú eres un enano —se burló John, uno de los hombres de su padre.
    —¿Quieres terminar mañana sin dientes? —preguntó Patrick.
    —¿Vas a ser tú quien me deje sin ellos?
    —Dejadlo ya, chicos —protestó su padre—. Terminad vuestra cena.
    Skye volvió a centrar su atención en los MacLeod. Después de charlar un rato con Malcolm se dirigieron a ocupar el único lugar libre que quedaba en el salón, justo en la mesa junto a la que ocupaban Skye y su familia. El laird MacLeod volvió a mirarla cuando se sentaba justo a su espalda y le guiñó un ojo, sorprendiéndola. Skye dio un respingo y se giró inmediatamente hacia su propia gente, pero pudo escuchar perfectamente la risa ronca del escocés.
    Skye estaba demasiado cansada del largo viaje hasta Kilkerran y tras terminar la cena se retiró a descansar. Pudo sentir la mirada del MacLeod clavada en su espalda mientras caminaba a través del gran comedor, haciendo que un escalofrío la recorriera. Se puso el camisón y se metió entre las mantas esperando la llegada de Catherine, con quien no había podido hablar desde que llegaron a las tierras de los Ferguson. Habían pasado un par de horas cuando su prima entró en la habitación con cuidado de no despertarla. Skye se lanzó a sus brazos riendo, y cuando su prima se colocó el camisón ambas se lanzaron sobre la cama con un suspiro.
    —Estoy agotada —reconoció Catherine—. No tenía ni idea de que casarse llevara tanto trabajo.
    —Dijimos que nos casaríamos a la vez, traidora —bromeó Skye—. Has roto tu promesa.
    —Si tuviera que esperar que tu padre te dejara hacerlo terminaría volviéndome una anciana. Creí incluso que no te iba a permitir asistir a mi boda.
    —Y no iba a hacerlo, madre le convenció de que lo hiciera. Le amenazó con no volver a su cama hasta que entrara en razón. Papá no lo soportó más de una semana.
    —Bien por la tía Mary. Menos mal que al menos ella es tu aliada, de no ser así no sé qué sería de ti.
    —Le dijo a papá que ya tengo edad de encontrar un hombre que me guste con el que casarme, y él puso el grito en el cielo.
    —Pero tiene razón, tienes ya veinte años. ¿Ya tienes a alguien en mente?
    —Tal vez lo tenga —respondió ella sonriendo.
    —¡Oh! ¿Te gusta alguien y no me lo has contado?
    —No nos hemos visto en todo un año —rio Skye—. ¿Cómo querías que te lo contara?
    —¿En una carta, tal vez? Solo me hablabas de nimiedades en ellas —protestó Catherine cruzándose de brazos.
    —No se me ocurrió, lo siento.
    —Vamos… dime quién es.
    —No voy a decirte nada. Te conozco y sé que mañana toda la casa sabrá de quién se trata… incluido él.
    —Dame al menos una pista…
    —Es… alguien cercano.
    —Un Brodie, entonces.
    —¡Dios, no! No hay ninguno que logre despertar mi interés.
    —¡Vamos, Skye! Dímelo…
    —Te lo diré como regalo de bodas.
    —¿Qué regalo de bodas es ese? —rio su prima— Solo intentas distraerme para no decirme de quién se trata.
    —¿Y lo he conseguido?
    —En absoluto. Antes de que termine el día de competiciones lograré sonsacarte de quién estás enamorada.
    —Yo no he dicho que lo esté. Solo… me gusta alguien.
    —Como sea.
    —¿Estás nerviosa por la boda? —preguntó Skye cambiando deliberadamente de tema.
    —Un poco —reconoció Catherine—. No conozco a Malcolm lo suficiente como para saber la clase de esposo que será.
    —Entonces, ¿por qué vas a casarte con él?
    —Porque me gusta. Es apuesto, divertido, leal… y besa de maravilla.
    —¡Cathy!
    —¿Qué? —rio— ¿Quieres que te diga que porque sería una buena alianza para el clan? Bueno, lo sería, pero ese es el motivo de mi padre para aceptar el matrimonio, no el mío.
    —¿En serio te ha besado?
    —Claro que sí. Más de una vez —susurró.
    —De verdad, tú…
    —Soy yo quien tendrá que compartir todas las noches su cama. ¿No es mejor que el hombre en cuestión sea agradable a la vista y bese bien?
    —Por supuesto, pero…
    —Cuando tu hombre misterioso te bese me entenderás.
    —¿Quién dice que no lo ha hecho ya?
    —¿En los labios? ¿Y con lengua?
    La cara de espanto de su prima fue la respuesta que necesitaba. Sonrió.
    —Lo suponía —continuó.
    —Tú estás prometida con Malcolm y yo…
    —No lo estaba cuando me besó por primera vez —la interrumpió Catherine mirándose detenidamente las uñas.
    —¿Y cómo fue?
    —Agradable… Me hizo sentir mariposas revoloteando en el estómago.
    —Tal vez estabas indispuesta.
    —¡Claro que no! —rio Catherine.
    —¿Cuándo le conociste? —intentó cambiar de tema.
    —En los juegos de verano de las Highlands.
    —De eso solo hace tres meses —se sorprendió Skye.
    —Digamos que Malcolm no puede esperar demasiado para tenerme por esposa. Después de unos días viéndonos a escondidas habló con papá.
    —Dime que no estás esperando un bebé…
    —¿Cómo se te ocurre? —rio Cathy— Sigo siendo virgen.
    —Por un momento temí que el tío Vincent terminara muriendo de un ataque al corazón.
    —Los hombres de las tierras altas son mucho más apasionados en todo lo que hacen, incluido el matrimonio. Cuando quieren algo no suelen esperar para tenerlo.
    —Ni que fueras un trofeo…
    —En cierta forma lo soy —bromeó Cathy—. Le costó mucho esfuerzo conseguir tener una cita conmigo.
    —Mentirosa… Seguro que te derretiste cuando se acercó a ti por primera vez…
    —Un poco sí —reconoció su prima—. En cuanto me guiñó un ojo mi estómago dio un vuelco y logró despertar mi interés.
    Skye recordó al laird MacLeod. Alto, fuerte e increíblemente guapo, realmente logró sobresaltarla cuando le guiñó. Habría sido una muy buena opción para ella… si no estuviera locamente enamorada de James Murray.
    —No he visto a James en la cena —preguntó de repente.
    —Estará aquí para los juegos. Hemos tenido algunos problemas en nuestras tierras y se ha quedado solucionándolos, pero llegará al amanecer. ¿Por qué lo preguntas?
    —Curiosidad —mintió—. Me ha resultado extraño que no acompañase a tu padre.
    —Vino con nosotros hace dos días, pero tuvo que volver.
    Cathy se metió bajo las mantas y se cubrió hasta el cuello. Skye imitó a su prima y bostezó con fuerza.
    —Deberíamos dormir —dijo Cathy repitiendo el bostezo de su prima—. Es demasiado tarde y mañana tenemos que levantarnos temprano.
    —Tienes razón —suspiró ella—. Estoy agotada después del largo viaje. Buenas noches, Cathy.
    —Buenas noches, Skye.
    Al otro lado de los muros del castillo, Cameron MacLeod estaba tumbado junto al fuego pensando en la muchacha de cabellos de fuego que había visto en el salón hacía unas horas. En cuanto entró al gran salón sus ojos se detuvieron en ella, y no pudo evitar mirarla hasta que se marchó seguida de la que supuso sería su madre. ¿De quién se trataba? No la había visto nunca en la casa de los Murray. Tal vez era familiar de los Ferguson, o alguna pariente de los Murray de las Lowlands.
    —¿Estás dormido? —preguntó Ramsey, su mano derecha.
    —Aún no.
    —No entiendo por qué no te quedas en el castillo como el resto de invitados —protestó Owen—. ¿No estarías más cómodo en una mullida cama?
    —Ya te lo he dicho, mi sitio está con mis hombres —respondió el laird—. Si vosotros dormís en una tienda, yo también.
    —Entonces ve a dormir a la maldita tienda y no te quedes ahí tumbado a la intemperie —dijo Sean.
    —¿Me estás dando órdenes? —preguntó Cameron divertido.
    —Nos preocupamos por tu comodidad, malagradecido —bufó Ian.
    Sus hombres y él eran amigos desde hacía mucho tiempo, desde que todos comenzaron a entrenar para convertirse en guerreros. Habían sufrido castigos bajo la lluvia, heridas accidentales (y no tan accidentales a veces) y músculos doloridos juntos, así que eran como hermanos. Los únicos que faltaban eran su hermano Alasdair y el Kenneth Mackenzie, que había tenido que volver a sus tierras para cumplir con su deber como laird cuando su padre se retiró. Solo por ese motivo les consentía sus insolencias. Por eso y porque podría confiarles su vida a todos ellos con los ojos cerrados.
    —¿En qué tanto piensas? —preguntó Ramsey.
    —¿Te has fijado en la muchacha pelirroja de la mesa de al lado?
    —Había varias pelirrojas en el salón.
    —La que estaba sentada con los hombres de Murray.
    —¿Qué pasa con ella?
    —¿Sabes quién es?
    —No la había visto nunca. ¿Por qué?
    —Simple curiosidad. Me pareció que se sentía algo fuera de lugar.
    —Seguramente sea familiar de Malcolm o una chica de las Lowlands. ¿Quieres que lo investigue por ti?
    —Olvídalo, no es importante.
    —Es increíblemente hermosa —dijo Owen mirando de reojo a su laird.
    Cameron se tensó, pero no le iba a dar el gusto a sus hombres de notarlo.
    —No me he fijado mucho en ella —dijo sin apartar la mirada del cielo estrellado.
    —¿Y por qué has preguntado por ella entonces? —preguntó Sean.
    —Ya os lo he dicho… me pareció que se sentía fuera de lugar, eso es todo.
    —Tal vez me acerque mañana a ella —dijo Ian—. Es una mujer muy hermosa.
    —No, no lo harás —le interrumpió su laird.
    —¿Por qué demonios no?
    —Porque los MacLeod no nos acercamos a mujeres inocentes y esa indudablemente lo es.
    —Necesito una esposa, tú mismo lo dijiste hace unas semanas.
    —He dicho que no te acercarás a ella, Ian. Hemos venido a la boda del hermano de Ferguson y a competir en los juegos, no a meter la cabeza entre las faldas de las mujeres.
    —Quien te escuche creerá que estás interesado en ella, Cam —dijo Sean—. Por supuesto no te lo reprocharía, la joven es realmente hermosa.
    —Ya os lo he dicho mil veces, aún no estoy interesado en ninguna mujer.
    Pero mentía… mentía descaradamente, porque la joven pelirroja había captado su interés desde que sus miradas se cruzaron en el gran salón hacía tan solo unas horas. Le intrigaba el aura inocente de la muchacha, y que Dios se apiadara de su alma, pero quería corromper esa inocencia. Nunca se había sentido así por ninguna mujer. Ni siquiera Maisie, la viuda MacLeod que calentaba asiduamente su cama, le había hecho desear corromperla de la misma manera que la mujer pelirroja. Enfadado consigo mismo por pensar tonterías se levantó de un salto y se dirigió a la tienda para que sus hombres le dejaran en paz. Se tumbó en el camastro más alejado de la puerta, se cubrió con el plaid hasta las cejas e intentó dormir, pero aún no podía olvidar la mirada sorprendida de la joven cuando posó sus ojos en ella y esos labios carnosos que se moría por probar.

  2. Capítulo 2
    A la mañana siguiente Skye acompañó a su prima Catherine en la mesa del desayuno. Muchos de los hombres que acudieron a la cena habían salido temprano a entrenarse para los juegos, así que el salón estaba prácticamente desierto cuando las dos jóvenes bajaron a desayunar. Mary y Rebecca, la madre de Catherine y hermana de la fallecida madre de Skye, estaban charlando animadamente mientras el pequeño Connor jugueteaba entre las mesas con su primo Gideon, dos años menor que él, y varios grupos de mujeres Ferguson ocupaban algunas mesas en el salón.
    —¿Dónde se han ido todos, mamá? —preguntó Catherine sentándose en su lugar.
    —Están entrenando —bufó su tía Mary—. Parece que en vez de participar en unos juegos están preparándose para la guerra.
    —Cuando terminéis de desayunar iremos a buscar un buen sitio en el lugar de los juegos —explicó Rebecca mirando a Skye con una sonrisa—. Me han dicho que cierta jovencita debe encontrar un hombre con el que casarse.
    —Ya lo ha encontrado, mamá —respondió Cathy llevándose un trozo de pan a la boca.
    —¡Cathy! —protestó Skye.
    —¿Qué? Tú misma me lo dijiste anoche, ¿recuerdas?
    —¿Y por qué yo no sabía nada? —preguntó Mary dolida.
    —Porque no es verdad, madre —se disculpó Skye—. Cathy solo está hablando tonterías.
    Su prima se encogió de hombros con una sonrisa y siguió comiendo. Poco después el corazón de la joven dio un vuelco al ver entrar en el comedor a James Murray con signos evidentes de fatiga, seguido de cuatro hombres más.
    —Mi señora… —saludó a su tía.
    —¿Acabáis de llegar, Jamie? —preguntó ella.
    —Lo hemos hecho hace una hora, señora, pero quería dar mi reporte antes de subir a asearme un poco y descansar.
    —Comed algo antes, debéis estar hambrientos.
    —A eso hemos venido —respondió él con una sonrisa.
    James se giró para encontrar una mesa donde sentarse, pero le dedicó una dulce sonrisa a Skye antes de marcharse. La joven suspiró, pero se concentró de nuevo en su desayuno para evitar que las mujeres que la acompañaban se dieran cuenta de su interés en el comandante de su tío, en especial su prima, que era demasiado perspicaz para su bien.
    Un par de horas más tarde las cuatro damas se encontraban en la zona donde iban a celebrarse los juegos. Había mucha gente allí, pero aún había muchos claros en la hierba donde poder acomodarse para disfrutar de las pruebas. Su tía extendió un precioso mantel de cuadros sobre la hierba a pocos metros de donde se encontraba la esposa del laird Ferguson y las jóvenes se apresuraron a sentarse con ella y con Mary. Las pruebas eran de lo más variopintas, desde lanzamiento de objetos pesados hasta lucha libre, todo ello amenizado por la música de las gaitas y los bailes escoceses. Skye disfrutó mucho de la fiesta, probó comidas deliciosas y conoció a muchas chicas de su edad, pero lo que más feliz la hacía era que James al fin había reparado en ella. Habían hablado bastante durante la hora de la comida e incluso el joven se había atrevido a dedicarle una de sus victorias, y Skye pensaba que con suerte el muchacho terminaría interesándose en ella y pidiendo su mano en matrimonio.
    Las risas y los vítores al otro lado del terreno de juego llamaron su atención. El laird MacLeod estaba rodeado por sus hombres, que le animaban a participar en la contienda. Todos ellos se habían deshecho de la camisa y sus enormes pechos tostados por el sol estaban cubiertos solo en parte por la tela del tartán. Skye no pudo evitar reparar en una gran cicatriz que cruzaba el pectoral derecho del laird, aparentemente reciente por el color blanquecino de la piel. Pero ni siquiera ese defecto en su piel le restaba atractivo. Destacaba entre los muchos guerreros que esperaban su turno para luchar debido a su altura, pero también a su atractivo.
    —Dios mío, es impresionante —susurró.
    Catherine siguió la mirada de su prima y reparó en los hombres MacLeod, a los que conocía desde que era niña, pues su padre y el difunto laird MacLeod eran buenos amigos. Ella también creía que eran impresionantes, pero demasiado salvajes para su gusto.
    —¿A quién de ellos te refieres? —preguntó sin apartar la mirada de los gigantes escoceses.
    —Al laird MacLeod —susurró sin desviar la mirada.
    —Es enorme y muy apuesto. ¿Estás interesada en él?
    —No, no lo estoy. Es muy apuesto, es cierto, pero no es mi tipo.
    —Dices eso porque estás encaprichada con James —dijo su prima con humor—. A todas las mujeres les gusta el laird MacLeod, incluida yo.
    —¿Cómo lo has…
    —He visto cómo le mirabas en el desayuno —respondió su prima—. Mamá y tía Mary no se han dado cuenta, pero yo te conozco demasiado bien.
    —No estoy encaprichada con James —protestó—. Estoy enamorada de él y quiero que se interese en mí y me pida matrimonio.
    —Solo le has visto unas cuantas veces, Skye. ¿Cómo vas a estar enamorada de él? No le conoces lo suficiente.
    —Tal vez no, pero sé que es el hombre de mis sueños —suspiró Skye—. Y parece interesado en mí.
    —Ya he visto que te ha dedicado su victoria. Quizás tengas razón, pero ten cuidado. Tiene fama de rompecorazones.
    En ese momento vio por el rabillo del ojo a James hablando con una muchacha de cabello castaño junto a un árbol apartado. Ella estaba apoyada contra el tronco del árbol y él dedicaba una sonrisa mientras acariciaba un mechón de su cabello. ¿Quién sería esa mujer que te atrevía a coquetear con su futuro marido?
    —¿Quién es ella, tía Rebecca? —preguntó en un susurro.
    Su tía miró hacia donde señalaba su sobrina y sonrió.
    —Oh, ella… Es Elisabeth Kincaid, la prometida de Jamie —explicó la mujer.
    —¿Cuándo se ha prometido Jamie, mamá? —preguntó Cathy sorprendida.
    —Hace unas semanas. Se casarán en la próxima primavera en nuestras tierras.
    Prometida… James tenía una prometida e iba a casarse en primavera. Pero ella realmente creyó…
    —Lo siento mucho, Skye —susurró su prima apretando su mano con cariño—. No tenía ni idea.
    —Creí que estaba interesado en mí.
    —Él es un sinvergüenza y te hizo creerlo, no es culpa tuya.
    —¿Por qué ha sido tan amable conmigo si ya está comprometido? ¿Por qué me ha dedicado su victoria en vez de dedicársela a su novia? No lo entiendo, Cathy…
    —Pienso pedirle explicaciones en cuanto me lo eche a la cara. Ese sinvergüenza va a arrepentirse de haber jugado contigo, lo prometo.
    —No vas a decirle nada —suspiró Skye—. No merece la pena que pierdas tu tiempo con eso, ahora lo que tienes que hacer es disfrutar de la fiesta. Es tu boda, ¿recuerdas?
    —Pero Skye…
    —Es mi culpa haberme hecho falsas ilusiones. He sido una tonta por creer que estaba interesado en mí y no haberte preguntado primero respecto a él. Si lo hubiera hecho habría conocido su fama de mujeriego y habría tenido cuidado.
    —¡Pero él te ha ilusionado con artimañas ruines!
    —Solo ha sido cortés conmigo, seguramente porque soy la sobrina de su laird. Nunca me ha dicho que esté interesado en mí, he sacado conjeturas yo sola.
    —Seguro que pronto encuentras a un hombre que te haga olvidar a ese patán —la animó su prima acariciándole la mano—. Olvídate de él y disfrutemos de los juegos de mi boda, ¿de acuerdo?
    Skye asintió y se limpió las lágrimas con una sonrisa. Era la boda de su prima y no podía aguarle la fiesta con sus tonterías. Si James había sido un canalla por ilusionarla solo había sido culpa suya. Volvió a centrar su atención en los juegos, y observó cómo los MacLeod vencían a cada hombre que intentara luchar contra ellos… incluido su hermano Duncan, que terminó mordiendo el polvo como todos los demás. Pero su mente no dejaba de viajar una y otra vez a la imagen de James hablando de forma tan íntima con su prometida. De pronto el gentío le pareció sofocante, necesitaba escapar de allí. Se disculpó con su madre y su tía y volvió a la casa, que estaba completamente vacía a excepción del servicio. Paseó por los pasillos hasta encontrar un invernadero cubierto en el que crecían diferentes tipos de rosas y se dejó caer en una silla con un quejido.
    —Eres tan estúpida… —se reprochó— Solo porque fuera amable contigo te hiciste ilusiones y ahora mírate.
    Cameron MacLeod había seguido a la joven cuando salió a correr hacia la casa. había notado el cambio de su semblante de un momento a otro y parecía estar a punto de llorar, pero sorprendentemente en vez de hacerlo se estaba regañando a sí misma. Se apoyó en el marco de la puerta con los brazos y las piernas cruzadas y la observó en silencio un buen rato, mientras seguía con sus regaños.
    —No se te ocurra llorar, Skye Brodie —continuó diciendo la joven—. James no merece ni una sola de tus lágrimas. Todo esto es culpa de papá, si no me hubiera protegido tanto yo no sería tan ingenua y él no me habría engañado…
    —¿Te encuentras bien, muchacha? —la interrumpió al ver que las lágrimas empezaban a caer al fin por sus mejillas.
    La voz grave del laird sobresaltó a la joven, que no había reparado hasta entonces en su presencia. Cameron vio divertido cómo se enjugaba las lágrimas con la manga de su vestido en un inútil intento de conservar su dignidad.
    —Lo siento —se disculpó—, no pretendía asustarte.
    —Solo me ha sorprendido, no esperaba tener compañía. ¿Por qué no está en los juegos?
    —Mis hombres son quienes compiten, no yo.
    —He visto que han ganado todas las contiendas. Le felicito por ello. Incluso mi hermano ha mordido el polvo a mano de uno de sus hombres.
    —Lo siento.
    —Oh… no lo sienta. Le vendrá bien una buena dosis de humildad. Es demasiado brabucón para su propio bien.
    El gran escocés se sentó a su lado en el borde de uno de los parterres de flores, centrando su atención en algún punto del prado que se veía a través de los cristales del invernadero.
    —¿Por qué no estás tú en los juegos? —preguntó— Deberías estar divirtiéndote y no encerrada aquí sola.
    —Estaba empezando a abrumarme estar rodeada de tanta gente. No estoy acostumbrada al gentío.
    —Una mujer hermosa no debería estar aquí sola llorando por un imbécil que no lo merece.

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