AMISTAD, DESEO y OTROS AÑADIDOS de Eva M. Florensa Chanqués pdf
AMISTAD, DESEO y OTROS AÑADIDOS de Eva M. Florensa Chanqués pdf descargar gratis leer online
¡¿Quién me mandaría a mí meterme en semejante berenjenal?!
Mi nombre es Ava y, de momento, no voy a desvelarte nada más de quién soy, eso significaría tener que hacerlo también con el resto de mi panda.
«¿Y quién te lo impide? Como hermana mayor, te reto a que lo hagas».
«Estoy con Marjori. A mí no me importa que me presentes al personal, igual así pillo cacho».
«¡Por Dios, Maica! ¡Con el pedazo de moreno que te da de comer, y tú pensando en catar de otro bufé!»
«Le dijo el cazo a la sartén… Vamos, Yoli, no la recrimines».
«Cris, ni te esfuerces. Las dos son tal para cual. Y ahora el tema es otro.
Yo voto por una presentación en toda regla».
¿En serio, Montse? No sé si sabes que esto solo es una sinopsis. La chicha suele ir dentro del libro. O sea que… ¡calladitas estáis más monas!
Pues nada, ellas son mis loquitas y una parte de la razón que me trae aquí. Al resto de los implicados me gustaría que los conocieras sin prisas. Solo te adelantaré una mijita para ir abriendo boca: BUENORROS A LA VISTA.
¿Que de qué va esto?
Te cuento:
Lo que en un principio debería de haber sido una historia más de ficción contemporánea se tornó en algo discordante, caótico, divertido, romántico, erótico y dramático.
Con estas chicas… ¡todo es posible!
Atrévete con una lectura coral diferente de AMISTAD, DESEO Y… OTROS AÑADIDOS.
PRÓLOGO
¡¿En serio me estás leyendo?! ¡Pues ni te imaginas la ilusión que me hace!, porque eso significa que por fin me he atrevido a lanzarme al mundo literario. Sí, sí, muy liberal y muy echá pa´lante, como diría mi gaditana querida, pero a la hora de la verdad soy una rajada. Con eso, lo único que pretendo señalar es que llevo años haciendo mis pinitos en el mundo de la escritura y, al final, se queda en el cajón. Bueno, supongo que hasta el día de hoy nunca había encontrado la idea adecuada con la que dar el paso. Mira que lo tenía a huevo, pues con semejante panda de amigas podría escribir una serie entera si me lo propusiera. Pensándolo bien, igual lo hago.
Vamos por partes. Mi nombre es Ava Forcadell Castelló y desde hace un potosí que vivo en la Ciudad Condal. Vine buscando perfeccionar el oficio familiar y aquí me quedé. Lo mío con Barcelona fue amor a primera vista. Esas Ramblas, el Barrio Gótico, el Born… Todo en ella es puro encanto, más si provienes de un pueblecito tan pequeño como es el mío, que con eso no quiero decir que mi lugar de origen no tenga su gracia, porque la tiene. Es acogedor, con buena gente y muuuy tranquilo. Quizás, demasiado para mi cuerpo serrano, que viene a ser un poco torbellino. Tal cual dice la pequeña de los Flores, yo necesito «Marcha, marcha…». Lo entiendes, ¿verdad?
Bien, ya sabes quién soy y a qué me dedico. ¡Ostras! ¡Qué lo último no lo he dicho! Si es queee… A veces soy un pelín desastre. Quiero ir tan deprisa en revelarte los hechos de esta pequeña trama, que me despisto. Veamos si me relajo y te aclaro, así de pasada y sin enrollarme demasiado, lo que nos lleva al principio de esta aventura.
Soy pastelera de oficio y escritora sin beneficio. Te explico:
Papá y mamá, dos personas nobles y algo chapaillos a la antigua, eran los dueños de la única panadería del pueblo, herencia que pasó de una generación a otra. Los benditos pusieron toda su ilusión y esperanza en mi hermana y en mí para continuar con la tradición que comenzó con mis tatarabuelos. Claro que la cosa se les torció un poquito más de lo que ellos esperaban. Marjori se casó demasiado joven y abandonó el hogar para dedicarse a hacer feliz a su queridísimo marido, mientras le duró.
«¡Dios! Qué asco le tenía al pobre».
Según la lógica de mis padres, a alguien le tenía que tocar la responsabilidad de continuar con el legado de la familia y… ¡Bingo! El premio gordo me tocó a mí, y sin comprar el décimo. Au revoir a mis ganas de estudiar periodismo y escribir Best Sellers. Era otra época. Protestar estaba de más, había que apechugar, por mucho que tuvieras tus propias aspiraciones. Y eso hice durante un periodo de tiempo, hasta que me planté. Puse todas mis artes persuasorias y los convencí de lo bueno que podría ser ampliar mis conocimientos. Esa fue la excusa que me trajo aquí. Y aquí me quedé.
En fin, ya he dicho que tampoco hace falta entrar en demasiados detalles. El tema es que después de dar muchos tumbos, a mi manera conseguí ser feliz, que es lo que importa. Hoy por hoy, soy la responsable de la pastelería donde trabajo. Dista de lo que tenía en mente, pero, sin duda, es un buen curro. Está dentro de las instalaciones de un importante centro comercial de la zona, con lo cual hay tanto jaleo que es imposible aburrirse. Por el momento, replantearme cambiar algo en mi ajetreada vida queda descartado. Me acostumbré. Me divierte. Tengo a mis chicas cerca y con ese sueldo pago las facturas. ¿Qué más puedo pedir?
A los seis meses de mi entrada, ampliaron el local, habilitando una pequeña zona de este que se trasformó en La Cafetería. Elegante, con estilo y superacogedora. Gracias a eso conocí a Maica, Yoli, Cris y Montse. Unas locuelas encantadoras que trabajan en distintas secciones del centro y que cambiaron mi existencia desde el minuto cero. Siendo de lo más diferentes, nos adoramos y adoramos nuestro lema: «Ser felices más allá de nuestras imperfecciones».
Te pongo en antecedentes y así las vas conociendo antes de que ellas mismas se presenten.

Maica. Sección de contabilidad. Vale puntualizar que al finalizar el contrato nos dejó, pero eso lo verás más adelante. Gaditana y soltera por convicción. Según proclama y en términos culinarios para disimular un poquito, le gusta demasiado «catar» lo que le ofrece la carta. ¡Cómo para escoger un menú y estar comiendo lo mismo día tras día! Administrativa Informática, inteligente, culta, elegante y, dicho por ella, de pensamiento rápido. Cuando tú quieres ir, Maica ya ha regresado. No obstante, eso que puede parecer una ventaja para una mujer de nuestra época, a la pobre, de poco le sirve. Tener todas esas cualidades en un cuerpo de escándalo está infravalorado. Sobre todo, si te mueves por el universo donde la gran mayoría se rige por hombres déspotas, autoritarios y que se creen con derecho a lo que les venga en gana.

Yoli. Sección de lencería. Madre soltera y sin pretensiones de ponerle remedio. Su hijo Martí, un adolescente en plena ebullición y, aun así, un encanto de criatura si tenemos en cuenta que a los dieciséis todo se magnifica y lo llevan a su terreno. Nuestra amiga es de padres separados y, viendo la mala convivencia que había entre ellos, al cumplir los dieciocho decidió que ya tenía suficiente de malos rollos. En un impulso inconsciente, cogió una mochila con cuatro trapos, los ahorros de su pequeña hucha, sus ansias por desaparecer y se fue a ver mundo. Ilusa… ¿¡Quién iba a decirle!? Primera y única parada: Italia. Allí conoció al padre de su hijo, un
Tano al que le gusta practicar a tooodas horas su ideología de vida: «No te folles mañana, lo que te puedas follar hoy». Pues bien, cuando se pudo dar cuenta de lo que implicaba esa filosofía, no tuvo más remedio que armarse de fuerzas y volver a España con su retoño a cuestas. Por suerte, se estableció en un piso, gracias a la generosidad de su padre, con tan solo una única condición: que lo compartiera con su hermano.

Cristina. Sección de lencería. Compañera de Yoli. Gallega y separada. Se podría decir que apenas estuvo casada, ya que su matrimonio duró dos telediarios, lo justo, hasta enterarse de que su amado esposo se la pegaba con todo bicho viviente. Y si te digo «todo» es «todo». Tal cual lo lees. Según parece, igual le gusta la almeja que el chorizo. ¡Si al menos no lo hubiera visto con sus propios ojos! Imagina lo que es llegar a casa por sorpresa y encontrarte a tu marido tapando el agujero de la vecina y al marido de la vecina tapando el agujero de tu marido a la misma vez y en la misma cama donde copulas cada noche con él. ¡¡Superimpactante!! Quedó tan traumatizada que hoy en día repele cualquier roce afectivo que provenga del género masculino. Por supuesto, eso no significa que los deseche en su mayoría. ¡Que una no es de piedra! Ahora bien, te puedo asegurar que siempre va con pies de plomo.

Montse. Sección de bisutería. Viuda, madre y abuela. A ver, que eso no te confunda, ¿¡Eh!?, porque solo tiene cuarenta… Dejémoslo en
taitantos años. Lo que ocurre es que todo lo hizo prematuramente. ¡Dios! Qué manía tenían antes en casarse jovencitas, luego pasaba lo que pasaba y, por desgracia, a ella le pasó. La suya fue una unión por amor en toda regla, lástima que esa regla solo la respetara ella. Pues aquí la moza en cuestión tuvo una convivencia de mierda. Perdón por la expresión. Me enerva la sangre pensar en lo que le tocó vivir para sacar la casa adelante. Eso sí, enamorada hasta las trancas. ¿Que no había sexo o si lo había, era del malo? ¡Nada que objetar! El amor podía con ello. ¡Vamos! Que me iba yo a conformar con un hombre que la mitad de las veces me deja a dos velas. ¡Ni de coña! Sin orgasmos…
Na’ de na’.

Y, por último, nos queda mi queridísima Marjori. Marj para los amigos. Sección de caballeros. Ella se unió al grupo hace unos cuatro años, más o menos a los doce meses de quedarse enlutada del desgraciado de mi querido cuñado. San Pedro lo haya cobijado allá arriba, cerrado la puerta y tirado la llave lo más lejos posible. Después de meditarlo mucho, se vino a vivir conmigo. En el pueblo ya nada la ataba. Mis padres, al fin, comprendieron que debíamos buscar nuestra propia felicidad. Traspasaron el negocio que, con tanto esfuerzo y sacrificio, levantaron nuestros ancestros y se dedicaron a disfrutar lo que no pudieron en su juventud. ¡Menudo cambio el suyo! Eso debería hacer mi hermana. La pobre aún sigue un poquito desubicada. Suerte que Montse, pasito a pasito, la va espabilando.
Ya ves, a lo tonto ya conoces a la mitad del reparto. Quizás estaría bien que te presentara a la otra mitad, ¿no? ¡Sí!, así te pones en ambiente. Vale decir antes de que continúe, que lo nuestro ha sido mera suerte o pura casualidad. ¡A ver si te vas a pensar que como soy yo quien te lo describe, lo he hecho a mi libre albedrío!, porque vas a ver qué pedazo de tíos los que nos acechan. Bueno, a lo mejor sí que me he dejado llevar un pelín.
¡Al loro! Voy a intentar ser breve, no sea que se me cortocircuite el ordenador con las babas.

Comenzaré por Nico. Un morenito de metro noventa, complexión fuerte, cabeza rapada, perilla impoluta, ojos marrones y, lo más importante, soltero. ¡Mi madre! Ya empiezo a salivar.
«Céntrate, Ava, o no pasas del prólogo».
Nico es el nuevo jefe de Maica y por el que todas suspiramos. Adivina, Todas, no. ¿Te puedes creer que nuestra amiga nos haya llegado a decir que hay veces que le cae hasta mal? Yo diría que aquí habrá tema del bueno.
Recapitulemos:
Nico necesitaba una informática, administrativa, asistente y mensajera. ¡Joer! Termino más rápido si lo resumo en una «chica multiusos». Y ahí estaba ella, recomendada por su amigo Liam, al que se la recomendó su hermano Colin, en el pasado, follamigo de Maica. ¿Coincidencia? Puede, no te digo que no. Y ya que he nombrado a los irlandeses, me quedo con ellos. ¡Ah!, tranquila, que no es tan complicado como parece. En cuanto los conozcas un poco más, enseguida te pondrás in situ.

Como acabo de puntualizar, los hermanos son de Irlanda, pero me consta que llevan viviendo en España, por lo menos, un par de décadas. Liam es el mayor. Rubio, piel blanca, ojos claros, alto y musculoso. Vaya, sin nada que desperdiciar. Según cuentan, conoció a Nico en el rodaje de una película… Te aclaro: Liam es localizador de cine, creo que es algo así como el que se encarga de buscar los exteriores donde filmar las escenas. Y Nico es el dueño de la empresa de seguridad que contrató la productora. Desde entonces se hicieron íntimos amigos. Otro dato trascendental: divorciado.

Colin. El yogurín de los dos hermanos. Un seductor de mucho cuidado. Fotógrafo de catálogo y, en ocasiones, un bohemio. Conoció a nuestra Maica un verano que estuvo trabajando en su tierra. Se hicieron amigos,
chingaron hasta la saciedad y unos añitos más tarde se reencontraron aquí, retomando la complicidad perdida. Esta vez sin nada de sexo. El chico se ha convertido en una exalma libre en busca de su alma gemela, valga la redundancia. Supongo que el ir de cama en cama es agotador. Según le explicó Pol a su hermana Yoli, Colin vino a Barcelona con intención de quedarse. ¡Ups! Fíjate, apareció otro miembro de la comunidad masculina.

Pol. Aparte de ser íntimo de Colin, es el hermano de nuestra Yoli y un
mojabragas sin vergüenza. Lo jodido es que lo sabe y siempre intenta sacar partido de ello. Alto, atlético y con mirada penetrante. Lo dicho, en cuanto pone sus preciosos iris en tu cuerpo, se te cae al suelo el tanga, las bragas y hasta la mismísima faja. Pol conoció al irlandés
buenorro en una sesión de fotos. Espera que viene lo mejor, porque resulta que aquí el consanguíneo de nuestra amiga es representante de ropa interior femenina. Claaaro, no podía ser otra cosa. Así le va al tío, que con su planta y su labia tiene el
ranking de ventas por las nubes.

Luego tenemos a Lluís. Un abogado separado, que en ocasiones se acopla al grupo por petición de su clienta preferida: Montse. Pese a que no es mi tipo, tengo que reconocer que el hombre está de mojar pan. Nosotras, como buenas amigas que somos, no paramos de chinchar a la mamá de la panda con que se deje arrastrar por la pasión y se lo cepille sin más miramientos. Se ve a la legua que el señor es un caballero en toda la extensión de la palabra y no va a dar el paso, sospecho que por eso de mezclar la olla con la… Seguro que te conoces el dicho.

Y, por último, me queda Francesc, la mosca cojonera. ¿Que por qué digo eso de él? Verás, Franc, como lo llama la mayoría de sus amigos, es el que lleva el mantenimiento del centro comercial en el que está ubicada la pastelería donde trabajo. A decir verdad, el tío no está nada, peeero que nada mal. Al verle aparecer con el mono de faena medio abierto, dejándome intuir lo que no terminaba de asomársele… ¡Uff, qué calor me entró! Con lo mal que tenía yo el horno y la urgencia por meter el bollito en él. La cosa se complicó un poco y acabamos encima de los sacos de harina. A partir de ahí, ha sido un continuo acoso. Bueno, acoso… acoso, tampoco. La cuestión es que él se empeña en seguir donde lo dejamos y yo no estoy por la labor. Repetir no es lo mío. Si sacas la bandeja, imposible volver a meterla o corres el peligro de que se te queme la masa. No sé si lo captas.
Vaaale, voy a ser honesta. Después de esa reparación, vinieron otras. Quise comprobar si todo estaba en perfecto estado y… horneé unas cuantas veces más, hasta que me quedó claro que mi Franc es todo un experto en la materia. He aquí el porqué de su insistencia. ¡Alto ahí! ¿He dicho «mi Franc»?
¡¡Bórralo!!
Sí, bórralo, ya que de mío no tiene nada, y céntrate en lo que a continuación te cuentan mis chicas. Antes de que yo profundice en sus historias, es necesario que conozcas de primera mano parte de su pasado.
CAPÍTULO 1
CONOCIENDO A MARJORI
En primera persona
¡Oh, oh! ¡Que no entre! ¡Que no entre! ¡Que no entre! ¡Jopeta!
—Buenas tardes, preciosa.
—Si tú lo dices. Pues eso. ¿Qué se te ofrece hoy, Liam? Te advierto que de seguir viniendo día sí, día también, tendrás que modificar el tamaño de tu armario. —Sé que estoy siendo un poco borde. No puedo evitarlo.
—¿Un mal día?
—No sé qué es lo que te hace pensar eso —ironizo, levantando una ceja.
—Mensaje captado. —El muy liante alza las manos, pidiéndome tregua con el gesto. Tengo que reconocer que el chico le pone empeño. Empieza a asustarme. Me niego a ceder con él. Con él, y con quien sea—. ¿Nos tomamos un café y vemos si con eso endulzamos la jornada? —insiste, por décima vez, en lo que llevamos de semana.
—¡¿Un café a esta hora?! ¿Es qué pretendes que me pase toda la noche en vela? Además, a mi jornada todavía le quedan veinte minutos —advierto mirando mi reloj de muñeca.
—Lo sé —comenta con descaro.
¡Ay, Diosito! ¿Qué está haciendo? Acota la distancia entre nosotros y eso pone mis nervios a flor de piel.
—Mira, Liam. Si has venido a comprar otra camisa, con mucho gusto te atenderé. De no ser así, te ruego que salgas por donde has entrado. Esta repetitiva conversación ya ralla la tontería. —Juro que esto último quería decírmelo a mí misma.
—Eso digo yo. ¿Por qué no te dejas de tonterías y aceptas tomarte algo conmigo? —Otro pasito más—. ¿Es que me tienes miedo?
—¡¿Miedo?! ¡¿Yo?! ¡Anda ya!
«¡Mucho!», grita mi subconsciente.
Doy media vuelta a mi cuerpo e intento desmarcar la cercanía que acaba de imponer el causante de que mis pulsaciones se hayan disparado. Solo tengo que llegar hasta el mostrador y cobijarme detrás de él, pero el muy canalla, antes de que pueda escabullirme, agarra mi mano, fría como el hielo, consecuencia de lo mucho que me altera este hombre. Sin esfuerzo, tira de ella y me impulsa hacia él, provocando que no tenga más opción que apoyar mis manos en su torso. Con una velocidad apabullante, quedo atrapada entre sus brazos. ¡Madre mía, qué bien huele!
—Vamos, Marjori, así tenga que comprarte todos los trajes de la tienda, sabes que no dejaré de insistir hasta que aceptes mi invitación. —Levanta mi mentón, rozándome con sus dedos, y me doy cuenta de lo mucho que esa sutil caricia me afecta. Me quema. Me descoloca—. Mírame, Marj —susurra y yo obedezco, obnubilada por ese bisbiseo que hace que me pierda en el verde de esa mirada que, poco a poco, va oscureciéndose—. Si no me temes a mí, ¿a qué le temes?
Por un momento, me olvido de dónde estoy, de lo que llevo a mis espaldas. Cierro los ojos y, en un impulso involuntario, inspiro sin poder evitar que él se percate de lo que su aroma me aturde. Expulso el aire con lentitud y este rebota en su aliento, que se siente a escasos milímetros de mi boca. El pulso se me acelera, las piernas empiezan a temblarme. Estoy demasiado pegada a él, lo que hace que pueda apreciar en todo su esplendor lo que emana de sus pantalones, haciendo que un sofoco tiña mis mejillas de un rojo lujurioso. Me siento al borde del colapso. Juro por Dios que no me importaría perderme en él.
—¡¿Chicos?! Oye, si quieres llamo a un taxi. ¡¿Liam?!
La voz chillona de Colin me devuelve a la tierra, sin embargo, parece que a su hermano le importa un pimiento, porque no permite que me suelte de su agarre. No, sin antes advertirme:
—Hoy te salvas, pequeña. Mañana te aseguro que no lo harás —musita cerca de mi oído. Me da un casto beso en la frente y me despoja del calor de su cuerpo. Gira sobre sus pies y se encara con el que ha osado sacarnos del trance en el que nos sumergimos—. Anda, inoportuno. Vámonos a casa.
—Marj —se despide Colin, con un movimiento de cabeza y la guasa tatuada en la cara.
¡Uff! ¿Qué carajito ha sido eso? ¿Por qué he flaqueado? ¡No! No puedo permitírmelo. Por mucho que me perturbe y me atraiga, no debo. Y ahí, en medio de la elegante tienda que regento, anclada en el mismo lugar en que Liam me ha dejado, me sanciono, llevándome al recuerdo de un pasado que intento olvidar…
—¡Maldita seas, mujer! ¿Se puede saber de dónde coño vienes a estas horas?
—No te alteres, Pepe. Estaba en la panadería de mis padres, ayudando a mi hermana.
—¡Tu prioridad no es facilitarle la faena a esa idiota! —Mientras grita, abre la puerta del frigorífico y coge una cerveza del fondo de un estante—. ¿Es que no te entra en esa bonita cabeza tuya que tu única obligación es conmigo? ¡Mira cómo tienes la casa! —amonesta—. ¿Y la comida? ¿Acaso pretendes que me la haga yo? —berrea y, entretanto, abre el botellín, que sostiene en una de sus manos. Le da un trago largo, dejándolo casi por la mitad de su contenido y lo abandona encima de la mesa con un sonoro golpe. Enfoca su gélida mirada con la mía y se aproxima en un par de zancadas a donde yo me he quedado inmóvil. Me agarra con fuerza de los brazos, me zarandea, me descoloca y acerca un poco más su rostro al mío. El hedor a alcohol me hace cerrar los ojos, por no mostrarle en ellos el asco que me supone su aliento—. ¡Responde!
—Por favor, Pepe. Suéltame, me estás haciendo daño. —Forcejeo, intentando escapar de sus manos.
—¿Que te suelte? Llevo más de diez horas trabajando, igual que un puto cabrón, y cuando regreso, mi querida mujercita ni tan siquiera ha sido capaz de hacerme la cena…
—Mamá me preparó un recipiente con las lentejas que tanto te gustan. —interrumpo, con la esperanza de que se calme.
—¿Sabes? Se me ha quitado el hambre. No sirves ni para calentar mi panza. Vamos a ver si al menos consigues calentar mi…
—Vaya, Marj. Veo que has estado ocupada —ironiza Ava, al cerrar la puerta de golpe, sacándome de mi ensimismamiento—. Son y diez y… ¿Aún por recoger? No puedo creerme que hoy haya cerrado yo antes que tú. ¡Espabila, chica! ¡Oh, espera! Seguro que lo que te tiene paralizada es eso que hay ahí liado entre tus pies.
—¡¿Qué?! —curioseo, y dirijo la vista a donde mi hermana señala.
—¡¡Las bragas!! —exclama, desternillándose—. Supongo que se te cayeron con la visita de Liam —continúa carcajeándose en toda mi cara. Yo achino los ojos, lo mismo que ese emoticono que saca humo por los laterales de la boca, simulando enfado. Aunque, para ser honesta y por mucho que me empeñe, sé que es imposible encresparme con ella. Siempre hemos estado muy unidas, pese a los lapsos que la vida nos ha regalado—. Anda… No te enojes conmigo. No lo puedo evitar. Me acabo de cruzar con los irlandeses por la escalera y he deducido que tu galán ha venido a hacerte una visita.
—De verdad, últimamente estás de lo más pesadita, ¿no? ¿Cuántas veces tengo que repetirte que Liam no es mi nada? —le espeto algo molesta, al tiempo que me dirijo tras el mostrador. Abro el cajón donde guardo las llaves, las cojo y se las lanzo—. ¡Toma! Haz algo de provecho.
Ella, sin ningún esfuerzo, las caza al vuelo, va hacia la puerta y la cierra, dejándonos aisladas del mundo. Me temo que ahora tocará sermón.
—Yo, pesada. Tú, terca. ¡Vaya par! Vamos a ver, reina de piernas cerradas, ¿por qué cojones te niegas a lo que es obvio? Ese bombón está por tus huesos. Harías bien en follártelo.
—¡Ava, por Dios! Deja de ser tan ordinaria.
—¡Oh, perdón!, Sor Marjori. ¡¡Anda ya!! ¡Qué estuviste casada más de quince años con tu Pepe! No veía yo a tu difunto por la labor de hacer el amor. A ese malnacido seguro que le gustaba duro y fuerte.
—¡¡Se acabó!! No voy a consentirte más que continúes inmiscuyéndote en mi vida sexual.
—Pero ¡¿qué vida ni qué leches?! Si los únicos penes que han pasado por tus manos, desde hace cuatro años, son los que vendemos en las reuniones de Tupersex ¡y ni siquiera te atreves a sacarlos de la caja! No vaya a ser que te dé gustirrinín y se te altere la pepitilla. —La última parrafada me la recita cantando en forma de mofa. ¡Qué graciosilla!
—No todas somos tan promiscuas ni tan cabezas huecas…
—¿Perdooona? ¿Me estás llamando cabeza hueca a mííí? Que me tome a la ligera lo que pasa por ahí abajo —señala su entrepierna—, no significa que no me tome en serio lo que me pasa por aquí arriba. —Se da unos toquecitos en la sien.
—Pues deja de insistir, ¿vale? Bastante tengo con aguantarlo a él casi a diario. No me interesa tener ninguna cita, ni con Liam ni con nadie, por mucho que me ponga.
—¡Ja! ¡Te pillé! Acabas de reconocer que Liam te pone. ¿Entonces?
—Entonces, ¡nada! Estoy bien tal y como estoy. No necesito a ningún hombre.
—Pues, quizás, el día que lo necesites, tengas que hacer uso de un escarpelo. ¡Madre mía, Marj! No me entra en la cabeza cómo es posible tener la cueva del oso invernando durante tanto tiempo.
—Y yo no sé por qué me ha tocado una hermana tan cargante.
—Lo que te digo es por tu bien. Estás desperdiciando un tiempo maravilloso. Los años pasan y lo que no has vivido, ya no lo recuperarás en la vida. ¿Es que no perdiste suficiente con el imbécil de Pepe?
—Déjalo, ¿quieres? Te aseguro que soy más feliz que nunca. En el caso de que no fuera así, le hubiera puesto remedio, créeme. Al mudarme aquí, me juré que nada ni nadie lograría amargarme la existencia. Te lo repito y grábatelo a fuego: soy feliz.
—¿Me lo prometes?
—Palabrita de niño Jesús.
Ava se abalanza sobre mí y las dos nos fundimos en un abrazo cálido y mullidito. Un abrazo de esos que nos enseñó mamá cuando éramos chicas. De los que te dicen que todo está bien, porque estás en casa. El móvil le empieza a sonar y, sin remedio, nos separamos. Al ver el nombre que se refleja en la pantalla, una curva maliciosa se dibuja en sus labios.
—Dime, Franc. No. Sigo en el centro, en la boutique de mi hermana. ¿Por? ¡¿Ahora?! ¿No puedes volver mañana? De acuerdo, dame cinco minutos. —Cuelga el aparato y, negando con la cabeza, se lo guarda en el bolso—. Lo siento, Marj. Francesc me trae el recambio del carro fermentador. Le insistí en que lo necesitaba con urgencia y el muy incauto fue en persona a buscarlo a Madrid. Me da un no sé qué dejarlo esperando.
—Luego dices de mí. Ese pobre chico hace lo que no está en los escritos con tal de conquistarte y tú solo lo utilizas en tu propio beneficio.
—Es lo que hay, hermanita. Recuerda: yo soy la promiscua. Si le interesa lo que le ofrezco, bien. Si no, dos piedras.
—Anda, vete. Yo apago luces y me voy dando un paseo.
—¿Seguro? Puedes esperarme aquí, no creo que tarde mucho.
—Ya, eso mismo dijiste la última vez y casi me dan las uvas. Venga, lárgate ya.
—Nos vemos en casa. Te quiero.
—Y yo a ti, petarda.
Doy un repaso por la tienda y me cercioro de que todo está en perfectas condiciones. Conecto la alarma y me marcho.
El centro comercial empieza a verse a media luz. La cuadrilla de limpieza justo emprende su turno, reponedores, algún que otro escaparatista… Sin el deambular de los clientes da un poco de yuyu pasearte por las plantas.
Llego al último peldaño de la escalera y por la gran cristalera de la entrada, aprecio una figura que estoy comenzando a conocerme de memoria. Me detengo y pienso en qué hacer para poder esquivarlo. La verdad es que es guapísimo. Elegante, amable, caballeroso y, ahora mismo, me parece de lo más sexi. Liam está apoyado, con las piernas cruzadas, en el que creo distinguir que es su coche. Tiene el móvil entre las manos y teclea absorto, con la mirada puesta en él. Un sofoco similar al que he sentido cuando me tenía entre sus brazos de nuevo empieza a calentar mi cuerpo. Muerdo mi labio inferior ante la duda que me mortifica y eso provoca un leve pellizco en una parte olvidada de mi anatomía, sorprendiéndome por la sensación tan agradable y, a la vez, tan inesperada. Necesito una señal que me lance a sus brazos, o que me haga huir veloz y sin mirar atrás. Sé que no soy honesta con mi hermana. Eso supondría relatarle muchas vicisitudes que ella ni se imagina. Cosas que, con el tiempo, casi cicatrizaron.
Ahí está. La señal. Una de las puertas laterales que dan al callejón por donde entra y sale el personal en sus horas de descanso se abre. No necesito más. Corro hacia ella y me voy sin ser vista.
CAPÍTULO 2
CONOCIENDO A CRISTINA
En primera persona
Cada vez que Pol viene a mostrarnos una nueva colección de lencería, mi cuerpo se estremece, se me eriza todo el bello y un pellizco me comprime el estómago. Es el efecto Rivau. Mi yo interior sonríe al recordar la voz de Yoli cuando, con guasa, me suelta esas mismas palabras. Como si ella no fuera su hermana. Sus comentarios mordaces me llevan de cabeza, cosa que, lejos de molestarme, me encanta. La conexión que tengo con Yolanda va más allá de la amistad, desde el minuto cero en que entré a trabajar con ella. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que faena en este centro comercial, ese día me tocó la lotería.
Es curiosa la evolución que, poco a poco, ha ido teniendo mi vida. Nada queda ya de esa chica sumisa y callada que todo el mundo se creía con derecho a manipular y vapulear. Por fin le puse agallas y me revelé. Dejé de ser obediente y dócil. Me negué a ser por más tiempo la que acataba sin rechistar. Me obligué a querer a una única persona por encima de cualquiera: a mí.
He de reconocer que al llegar de Galicia parecía un polluelo asustado. Acababa de romper con un matrimonio que, después de pasar por diez largos años de noviazgo, era la crónica de una muerte anunciada sin siquiera yo saberlo. Conocía a Fernando de toda la vida. Crecimos juntos. Estudiamos juntos. Salíamos de marcha juntos. Una cosa llevó a la otra. Un roce, un beso, una caricia con intenciones y la entrega a una pasión desbocada que la mayoría de las veces terminaba con demasiada prisa.
Yo le quería con locura y estoy convencida de que él, a su manera, también lo hizo. Sin embargo, algo fallaba en nuestra relación. Algo se me escapaba de las manos y no alcanzaba a comprender qué. ¿Llegamos a ser felices? Sí, aunque vacíos por dentro. Al menos, yo. Era una sensación que no me dejaba avanzar. Se podría decir que me acomodé. Él solía decir: «todo está bien, nena». Y yo le creía. ¿Qué necesidad tenía de replicarle?, ¿para qué? No me faltaba de nada. Bueno, quizás, solo un pequeñísimo detalle sin importancia: sentir.
Me acostumbré a que Fernando tomara la iniciativa en todo y a que decidiera por mí cosas tan básicas como qué ponerme cada día. Hasta ahí llegué a ser de patética. El único tema en el que yo no claudiqué y que, por supuesto, nos llevaba a una discusión tras otra, fue el trabajo.
Planté los estudios después del instituto. Mi tía, la que siempre vi como a una madre, porque la mía murió al parirme, se acababa de quedar viuda. Ella sola no podía llevar el negocio, así que no hizo falta ni que me lo planteara. Me enfundé con el equipo completo y me dediqué a sacar vísceras y escamas de pescado. Al casarnos, él insistió en que con su sueldo podía mantenernos a los dos. No le entraba en la cabeza que a mí me pudiera gustar lo que hacía. Llegó a decirme que en su entorno no se veía muy bien que yo fuera una simple pescadera, mejor me quedaba en casita y me dedicaba a ella en cuerpo y alma.
Al final, no le quedó más remedio que dejar de insistir.
—¡Vamos, Cristina! ¿Qué me dices? —reclama Pol, con esa sonrisa arrebatadora.
«¡Concéntrate!», me regaño, al darme cuenta de que me he evadido con pensamientos que deberían estar enterrados.
O espabilo o este adonis me llevará al huerto.
—Si quieres incrementar las ventas, deberías saber de primera mano la sensación que da envolverte en estas finas capas de tela.
—Más que fina, yo más bien diría escasa —rectifico, observando la preciosa y minúscula prenda que Pol me muestra.
—Sí, eso no te lo discuto. Aunque no me negarás que es espectacular. Esta colección es sublime. Y este encaje lleva tu nombre escrito en él. Insisto. Deberías probártelo.
—¡Menudo morro tienes! ¿A todas las dependientas que visitas les pides lo mismo?
—¡Por supuesto que no! ¿Por quién me tomas? Solo a las que son tan especiales y bonitas como tú.
—¡Ya! Pues lo siento —afirmo, intentando parecer convincente, a pesar de que mis mejillas se han ruborizado—, tus ojos no me verán con tan poca ropa. No es mi estilo.
—¿Estás segura…?
—¡Pol Rivau Olivé! —Salvada por la campana; bueno, más bien, por la hermana que acaba de entrar marcando maneras—. ¡¿Quieres hacer el favor de no intentar desnudar a mi amiga?!
—Hola, hermanita. —Pol acoge a Yolanda entre sus brazos y le da un sonoro beso en la mejilla ¡Aiiix! Qué bien debe de sentar eso—. No te confundas, yo no intento desnudarla. Al contrario, quiero vestirla de encajes y sedas, que es muy diferente.
—¡Cómo no! Y después arrancárselo con los dientes, ¿verdad?
—Todo se podría probar…
—¡Eo! Estoy aquí, ¿sabéis? —reclamo, gesticulando con las manos.
—Perdón, Cris. Es que a este muchachote se le debe marcar de cerca, tiende a cogerse libertades sin pedir permiso, y eso no está nada bien.
—Vaya, menudo concepto tienes de mí, hermanita —protesta el aludido, con cierto retintín.
—Que llevemos la misma sangre no quiere decir que no tenga ojos en la cara ni cordura en el cerebro. Una cosa es lo que hagas con las demás y otra bien distinta lo que pretendes hacer con Cristina.
—¿Y qué es lo que pretendo hacer según tú?
—¿Llevártela a la cama?
—No necesariamente, me sirve cualquier rincón o superficie.
—¡Eres un capullo engreído! Si no fueras su familia —protesto, señalando a Yoli—, ya te hubiera mandado a tomar viento.
—¿Y por qué, en vez de eso, no vamos a tomarnos un piscolabis? Seguro que no estás comiendo nada bien. Te veo en los huesos.
—¡Serás cretino! ¡¿Qué te importará a ti cómo esté o deje de estar?! Pero, mira, sí, te haré caso. Me voy a desayunar SOLA. Termina de enseñarle a tu hermana el catálogo. Yo ya he visto y oído suficiente por hoy.
Hace ademán de abrir la boca y por el rabillo del ojo veo a mi amiga clavarle una mirada asesina. Pol se abstiene de decir nada más y yo salgo de la tienda, rumbo a la pastelería que dirige nuestra amiga.
—Hola, Cristina. ¿Qué te pongo?
—¿Qué tal, María? Un café y un trocito de esa tarta de manzana tan espectacular que hace tu jefa. Por cierto, esto está hasta los topes. ¿Dónde está, Ava?
—Salió un momento. Los de la planta de arriba pidieron desayunos. Supongo que está al caer. Al menos, eso espero. —Va recitando mientras se cuela detrás de la barra.
La verdad es que se ve apurada. Si no fuera por la bronca que me echaría mi amiga, me ponía un mandil y la ayudaba. Lo que me extraña es que se haya atrevido a dejarla sola con lo torpe que es.
Me sirve lo que le he pedido y se va sin decir ni mu. Encima, la pobrecilla es un poco parca de palabras. Tampoco es que yo necesite de conversación hoy, no sé por qué, pero no dejo de darle vueltas a mis orígenes, a mi vida anterior, a lo que me llevó a marcharme sin mirar atrás… Al día que se me cayó la venda de los ojos…
—Vete a casa, cariño. No puedes estar aquí con el mal cuerpo que tienes.
—¿Estás segura de que os las apañaréis sin mí? Solo son las once, la hora fuerte está por llegar.
—Cris, cielo, no te tienes en pie. Si es que no sé ni por qué has venido. Anda sube a por tus cosas y llama a ese maridito tuyo, que vaya junto a ti y te mime un poco.
—Gracias, tía. Sabes que te quiero, ¿verdad?
—Claro que lo sé, tontina. Anda y no pierdas más tiempo.
Llego a casa y la cabeza me hierve. Toda yo tiemblo de frío. Seguro que tengo fiebre. Voy al baño que tenemos en esta planta en busca de un paracetamol y el termómetro del botiquín. Arrastro los zapatos hasta la cocina y me sirvo un vaso de agua con el que poder tragar la pastilla, y me lo bebo. Al sentir caer el líquido por mi garganta, recuerdo que apenas he desayunado. Si no le doy algo a mi estómago, acabaré vomitando, así que abro el frigorífico y saco un yogur. Es lo único que creo que puedo tolerar. Me siento en una de las dos sillas que tenemos alrededor de la pequeña mesa que nos cobija en las cenas —momento del día en que coincido con Fernando— e intento llevarme una cucharada a la boca, la cual se queda a medio camino.
Unos gritos de mujer me desatinan. De golpe, mi malestar pasa a un segundo plano. Como puedo, me levanto y busco el móvil en mi bolso, por si tuviese que llamar a la policía. Subo las escaleras, con el corazón desbocado y temiéndome cualquier cosa. Más o menos en mitad del recorrido, vuelvo a oír algo parecido a lo anterior, aunque un poco más suave. Reconozco la voz de la persona que comparte mi mundo y eso hace que me quede anclada en el suelo. Tengo un mal presentimiento. No sé cómo afrontarlo. Me armo de valor y continúo hasta llegar al sitio de donde procede lo que ya identifico como gemidos: mi habitación. Esa que se supone sagrada para nosotros y que ahora mismo siento mancillada. Abro la puerta y me quedo atónita ante la escena que contemplo.
Candela, vecina y, hasta ese momento, amiga, se encuentra desnuda en «mi cama» y a merced de «mi marido». Nunca hubiera imaginado que esos roces que a veces se promulgaban, incluso en mi presencia, fueran algo más que un gesto inocente. Pero lo que en realidad me descoloca es ver cómo José, el marido de Candela, se ensarta en el interior de Fernando y el placer que este transmite en su rostro.
Sin saber de dónde saco mi decisión, pues tengo el alma rota en mil pedazos por la traición y el desasosiego que siento, activo la cámara del teléfono y empiezo a hacerles fotos. Están tan «metidos» en sus cosas, que no notan mi presencia. Guardo la prueba del delito en la parte trasera de mi pantalón y me acerco sigilosa a la cómoda, donde observo que sus ropas descansan. La agarro, igual que si fuera un fardo, voy hacia la ventana, la abro, ya sin que me importe el ruido que esta forme al hacerlo y, antes de que sean capaces de rebelarse, lo lanzo todo a la calle. Ni siquiera me inmuto al ser descubierta y ver la sorpresa en sus caras. Si lo analizo fríamente, lo asombroso, es la manera en que yo he reaccionado.
Lo que vino a continuación no me merece la pena recordarlo. El pasado, pasado es y…
—¡Cris! ¡Cristina! —Ava me zarandea un poco por el hombro e, ipso facto, vuelvo a estar sentada en la cafetería—. ¿Dónde puñetas te habías ido? Porque tu cuerpo estaba en la silla —le da un golpecito—, pero tu mente…
—Déjalo. No quieras saberlo.
—Ahora que lo pienso. ¿Qué haces tú por aquí a esta hora? —Me encanta con qué sutileza ha desviado el tema. Ava puede llegar a ser muy bruta, pero si se trata de empatizar con las causas perdidas, es única—. Espera, creo que sé el motivo. ¿Pol?
—¡Bingo! Qué bien me conoces. Sí, Pol vino a hacernos la visita del mes con los nuevos catálogos y con los nuevos propósitos de llevarme a la cama.
—Nena, ¿y por qué no te das un capricho? —deja caer mi amiga, como si tal cosa.
—¿Con él? ¡Ni de coña!
—¡¿Por qué?! —repite con ímpetu.
—Es el hermano de Yoli.
—¿Y?
—Por favor, Ava. Si después la cosa no sale bien, ¿qué?

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