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   PRÓLOGO
   Jade
   HACE CINCO MESES…
   —Solo unos minutos más, Sra. Sinclair —me informó la secretaria al colgar el teléfono—. El Sr. Stone va con un poco de retraso hoy.
   «¿Con un poco de retraso? Llevo esperando casi una hora», pensé. Había leído prácticamente todas las revistas de la sala de espera de principio a fin, incluso artículos que normalmente no me molestaría en leer. ¿De verdad querían saber las mujeres cómo atraer a un hombre que no quería estar con ellas?
   Eran artículos bastante extraños, en realidad. ¿O era yo quien no los entendía del todo? A juzgar por mi vida amorosa tan poco emocionante, quizás debería haber prestado más atención a todas esas revistas para mujeres. No tenía una hilera de hombres llamando a mi puerta para salir conmigo precisamente. Aunque lo cierto era que siempre había sido así.
   «¿Se puede tener un bache en la vida amorosa cuando nunca he tenido una vida amorosa increíble para empezar?», me pregunté. Debido al trabajo y los estudios, nunca había podido conocer a muchos chicos y, para ser sincera, ellos tampoco tenían mucho interés en salir conmigo. Cometí un gran error en la universidad. Y solo podía achacárselo al agotamiento total y al estrés o reconocer que me dejé utilizar por alguien durante dos años. Prefería la primera excusa.
   «No quiero atraer a un hombre que no se fije en mí la primera vez que me ve», me dije. ¿No se suponía que debía haber una especie de chispa, un reconocimiento inédito de que alguien era mi alma gemela? ¿Y no se percataría la otra persona también? «Desde luego, eso espero. De lo contrario, estoy esperando algo que nunca va a suceder».
   Por desgracia, gracias a la veintena de revistas para mujeres de la sala, ahora sabía cómo conseguir a un hombre que no me deseaba y qué tenían en mente la luna y las estrellas para mi futuro compañero, según los horóscopos. Quizás habría sido útil el artículo sobre cómo mejorar mis orgasmos, si tuviera alguno, pero podría haberme saltado el de consejos para hacer mejores mamadas.
   No era exactamente algo que yo fuera a leer detenidamente en circunstancias normales, pero llevaba una hora sin hacer nada y, después de leer las publicaciones interesantes como National Geographic todavía me sobraba tiempo, así que también hojeé las revistas para mujeres. Estaba convencida de que no sería mejor no haberlas leído, porque ahora me había armado con la sabiduría para lidiar con un hombre con fobia al compromiso y empezaba a impacientarme.
   Sonreí e hice un gesto con la cabeza educadamente a la secretaria desde mi asiento en la lujosa antesala del despacho del multimillonario y magnate de los negocios, Eli Stone. No era culpa de la asistente mayor que su jefe me hubiera dejado esperando mucho más de lo que nadie debería esperar para una cita programada, incluso con un multimillonario.
   «Yo también soy multimillonaria. ¿No hay una especie de cortesía tácita entre los ultrarricos? ¿Acaso un multimillonario deja a otro esperando una hora para reunirse?», me pregunté. Por desgracia, yo no era rica desde hacía el suficiente tiempo como para conocer las reglas. El Sr. Stone tenía mucho más patrimonio que yo, pero ¿importaba eso cuando alguien alcanzaba el estatus de multimillonario?
   Con un suspiro, dejé caer sobre la mesa la última revista que había terminado. «Me he quedado sin material de lectura, incluso el más ridículo», pensé frustrada. Taconeé con el pie, impaciente, preguntándome si aquella era la manera en que se trataban los multimillonarios mutuamente. Lo cierto es que yo solo era rica desde hacía cosa de unos meses, y aún no tenía ni idea de qué se suponía que debía hacer con mi nueva riqueza. Para ser sincera, todo mi dinero y mis inversiones me aterraban. Yo era una friki de la ciencia y la naturaleza. Se me podía preguntar algo sobre conservación o conducta animal y podría hablar sin parar durante horas. Pero no tenía ni la más remota idea de qué hacer con una fortuna. Solo sabía vivir como pobre, así que básicamente me paralizaba el miedo cada vez que echaba un vistazo a mi cuenta bancaria y a mi cartera de inversiones. Sabía que debería estar contenta pero, por alguna razón que desconocía, no lo estaba.
   Por casualidades del destino, y gracias al padre al que nunca había conocido, de pronto me había convertido en una de las mujeres más ricas del mundo. Ahora era una rica e influyente Sinclair. Bueno, siempre había sido una Sinclair, pero rica, no tanto. Ni en un millón de años habría adivinado que estaba emparentada con los ultrarricos Sinclair de la Costa Este.
   Mis hermanos Noah, Seth, Aiden y Owen, y mi hermana gemela Brooke y yo habíamos pasado de ser más pobres que las ratas durante toda nuestra vida a tener más dinero que el mismísimo Dios porque descubrimos que nuestro padre era bígamo. Se había casado con dos mujeres y tenía dos familias separadas en costas opuestas. A mis hermanos y a mí nos tocó la parte mala del trato. Económicamente, al menos. No es que no me sintiera agradecida de que los Sinclair de la Costa Este hubieran encontrado a nuestra familia. Mi hermanastro, Evan, nos unió como a una gran familia. Pero nuestra herencia, que nos convirtió a todos mis hermanos y a mí en asquerosamente ricos, seguía siendo algo a lo que no estaba acostumbrada.
   Yo había invertido la mayor parte de mi herencia con ayuda de Evan, y él aún me ayudaba gestionando mi cartera abrumadora, aunque todos mis hermanastros y mi hermanastra estaban en la Costa Este. Él dispuso mi dinero para que generase más dinero, y a veces yo me mareaba viéndolo crecer. Y eso era básicamente lo único que hacía. Veía aumentar mi fortuna todos los días. Me sentía demasiado intimidada por todos esos ceros para hacer nada más. A diferencia de mis hermanos, no me importaba mucho que el dinero siguiera multiplicándose y no tenía grandes planes como ellos.
   «Ojalá los tuviera. Quizás sería más fácil si estuviera constantemente ocupada y planeando mi futuro». La única gran adquisición que había hecho era una casa en primera línea de playa de mi ciudad natal en Citrus Beach. Una vez más, Evan había hecho que eso sucediera. Yo había elegido una casa que me encantaría tener como pidió mi hermano y él impulsó la venta a un ritmo que me pareció sobrecogedor. En realidad, era una casa encantadora que preferiría estar disfrutando en ese preciso instante en lugar de esperar a Eli Stone en pleno centro de San Diego.
   Mirando el reloj por enésima vez, esperé que el Sr. Stone me diera lo que quería y poder llegar a casa a tiempo para ver la puesta de sol. Pero si tardaba mucho más, me quedaría atrapada en el tráfico de San Diego y no vería mi casa hasta que hubiera anochecido.
   —Ya está listo para usted, Sra. Sinclair. —La secretaria se puso en pie mientras hablaba.
   Me levanté y agarré mi bolso. Probablemente iba poco arreglada para la central corporativa de Stone, pero al menos estaba cómoda con unos jeans gastados, sandalias y un top azul cielo. Asentí a la mujer que abrió la enorme puerta doble y la cerró a mi espalda como un cancerbero. Avancé y me apoyé en el borde de una de las enormes sillas frente al escritorio de Eli Stone antes de alzar la mirada hacia el hombre que llevaba esperando ver una hora. Miré boquiabierta al tipo, que solo había visto en televisión o en la portada de alguna revista en el supermercado.
   «¡No está nada mal arreglado!», pensé. La mayor parte del tiempo, Eli Stone solo recibía mi atención por los extravagantes pasatiempos y retos a los que se dedicaba. Si una actividad tenía un componente de riesgo, ese hombre siempre parecía dispuesto a probarla: conducir coches de carreras; surfear grandes olas; caída libre; retos extremos en deportes acuáticos; ala delta; ingeniería espacial. Por Dios, ese hombre había comprado su propia empresa de cohetes y planeaba enviar vuelos no tripulados a la Vía Láctea próximamente. Por lo que había oído, Eli Stone estaba muy adelantado en el negocio del espacio privado.
   —Sr. Stone —dije en tono modulado—. Gracias por recibirme.
   Estaba casi segura de que nunca lo había visto trajeado porque parecía gustarle lucir su torso desnudo en fotos y vídeos. Personalmente, a mí me parecían mucho más atractivos el traje gris y la elegante corbata gris y azul marino. No es que no se viera bien medio desnudo, pero era bastante difícil tomarse muy en serio a alguien mientras hacía un desafío completamente descabellado.
   Aunque este Eli Stone, el que estaba sentado frente a mí, tenía toda mi atención Tenía aspecto distante, pero me observaba como un águila mira a una presa potencial desde el aire justo antes de atacar y no me gustaba nada ser el conejo que acababa de divisar desde lo alto. Empezando desde mi frente, me evaluó lentamente.
   —Sra. Sinclair —respondió a mi saludo con una voz grave y calmada—. ¿Qué puedo hacer por usted?
   Se me ocurrieron muchas cosas al devolverle la mirada fijamente, pero respondí:
   —Le envié una propuesta sobre la propiedad que me gustaría comprar. ¿Ha tenido oportunidad de echarle un vistazo?
   Tenía que dejar de mirarlo a los ojos grises, fríos, pensando en lo bien que combinaba el traje con su color de ojos. Por alguna razón, estaba completamente fascinada con aquel Eli Stone. Al contrario que su imagen pública, el hombre era demasiado real. Me ponía nerviosa por motivos que no lograba explicar. Se respiraba la tensión en el aire entre nosotros, aunque nunca nos habíamos visto. Y yo no me sentía totalmente cómoda con el calor húmedo que se acumulaba entre mis muslos Nunca me había golpeado un deseo instantáneo. Pero había algo en Eli Stone que me cautivaba completamente Quizás porque el hombre frente a mí no era en absoluto lo que me esperaba.
   Era un payaso en televisión y siempre sonreía con arrogancia en sus fotos. Me esperaba encontrarme con alguien que no se tomaba casi nada en serio. En lugar de eso, me encontré con un hombre que exigía atención solo con su presencia en la sala. Y parecía no tener nada por lo que sonreír. Prácticamente podía oler su aroma a tierra, aunque sabía que no me llegaba a la nariz desde su cuerpo desde el otro lado del gran escritorio. Tragando saliva cuando él se abrió la chaqueta de manera informal y se reclinó en su silla, esperé su respuesta, pero él no parecía tener prisa por darme una. Yo sabía que él tenía un cuerpo que hacía la boca agua. Por lo general, no me gustaban demasiado los tatuajes, pero las marcas tribales que vi en su brazo siempre le habían sentado bien. Es gracioso, pero nunca había sentido la necesidad primitiva de acostarme con él al ver su cuerpo musculoso en las revistas o en la televisión. Pero estar tan cerca era diferente.
   —No la he leído —dijo él con aspereza—. No me interesa deshacerme de ese terreno. Lleva décadas en mi familia. No se puede desarrollar ahora mismo, aunque quizás se pueda en el futuro. Mi pregunta es, ¿por qué lo quiere usted?
   «¡Mierda!». Como la tierra cercana al cañón de Lucifer era básicamente inútil, esperaba convencerlo fácilmente de desprenderse de ella. En comparación con las empresas, vastas fincas y terrenos de su propiedad, aquella superficie en el campo era menos que nada.
   —Soy genetista conservacionista de la fauna —expliqué—. Parte del terreno es un importante corredor de vida silvestre. Me gustaría asegurarme de que siempre se conserve.
   Quién sabía qué haría Eli Stone con esas tierras en el futuro. Por lo que yo sabía, podría convertirlas en una plataforma de lanzamiento para sus vuelos espaciales. Era importante para mí ver que el paso que llevaba de un espacio abierto a otro se mantuviera intacto.
   —Ah, sí —dijo en tono condescendiente—. La conservacionista de fauna silvestre y supervivencialista que de pronto se convirtió en una Sinclair, ¿verdad? Hice que mi gente comprobara sus credenciales antes de aceptar la cita. Tiene una historia interesante.
   —Siempre he sido una Sinclair —dije apretando la mandíbula.
   «¡Imbécil! ¿Se puede saber por qué necesitaba la historia de mi vida solo para decirme que no quiere vender una propiedad? Tengo que ser el informe más aburrido que ha leído en toda su vida», pensé airada. Quizás no siempre hubiera formado parte de la rama notoria de los Sinclair, pero mis hermanos y yo habíamos enfrentado muchos retos y siempre habíamos salido adelante. Me sentía muy orgullosa de eso.
   —Pero no una de los Sinclair ricos hasta hace poco —señaló él—. Los Sinclair de la Costa Este han sido una familia influyente durante generaciones. ¿Cómo dice que llegó a formar parte de esa familia?
   —No lo he dicho —espeté. No era asunto de Eli Stone en qué estaba emparentada con la dinastía Sinclair. Además, la bigamia de mi padre no era algo de lo que quisiera hablar, especialmente no con él.
   Los Sinclair de la Costa Este y de la Costa Oeste compartíamos el mismo padre. Eso era todo lo que se sabía realmente. Mis hermanos aquí, en California, habían puesto empeño en no convertir la trágica historia en un escándalo de la prensa amarilla. Mi hermana gemela, Brooke, estaba en la Costa Este recuperándose de su propio trauma, y ninguno de nosotros quería que se enterase de la noticia de que heredaría una fortuna por la prensa de cotilleos. Necesitaba tiempo para recuperarse de haber perdido amigos y compañeros en un atraco a un banco en el que estuvo a punto de perder la vida ella misma. Brooke ni siquiera sabía lo del dinero todavía. Mis hermanos y yo habíamos acordado darle tiempo para lidiar con la tragedia antes de echarle nada más.
   Sinceramente, estaba sorprendida de que Eli hubiera podido encontrar información sobre mí o mi familia. Mi medio hermano, Evan, se había esforzado mucho para asegurarse de que nadie averiguase la verdad hasta que Brooke se hubiera repuesto emocionalmente y volviera a la Costa Oeste. Evidentemente, Evan había tenido éxito, puesto que Eli Stone no parecía haber sido capaz de acceder a todos los detalles.
   —Podría estar dispuesto a negociar con otras propiedades, pero no con esa —dijo pensativo.
   Yo me crucé de brazos.
   —Como esa es la única que me interesa, supongo que hemos terminado.
   Quizás estuviera decepcionada por no poder asegurar el corredor de vida silvestre, pero tenía la repentina necesidad de alejarme de su intensa atención. Estaba enojada porque había indagado sobre mi vida privada, pero me retorcía por su mirada descarada. Enseguida llegué a la conclusión de que mi necesidad de escapar era ahora más importante que mi indignación. Antes de que me diera tiempo a levantarme, él dijo en tono informal:
   —Eres realmente hermosa, Jade.
   Eso me dejó muda del asombro, y lo miré boquiabierta mientras las palmas de mis manos empezaban a transpirar.
   —No lo entiendo.
   Su expresión era muy voluble y había cambiado drásticamente, tan rápido que casi daba miedo. El hombre sonrió, una sonrisa calculada que yo estaba convencida de que siempre sacaba ventaja. Tenía la certeza de que prácticamente cualquier mujer se quitaría la ropa interior en cuanto viera su atractiva sonrisa. Por suerte, yo no era prácticamente cualquier mujer.
   —Es bastante sencillo, en realidad. Te encuentro atractiva —respondió él.
   Nadie me había dicho eso nunca en mis veintiséis años de vida en el planeta. Mi gemela, Brooke, era la guapa. Yo era la otra gemela, la que se iba al bosque y tendía trampas, buscaba agua potable y aprendía nuevas habilidades de supervivencia. Era algo que solía hacer sola. Especialmente después de que me dejara mi único novio de la universidad. No era la clase de mujer a la que un hombre miraba dos veces al pasar por la calle, y estaba conforme con eso. Me gustaba ser yo, aunque no fuera el tipo de fémina que atraía mucha atención con su aspecto físico. Tampoco me complicaba la vida para ser vista. Era callada y tímida por naturaleza, a menos que estuviera con amigos o familiares. La mayor parte del tiempo, prefería la compañía de animales, en vez de personas. Sí, tenía la esperanza de que hubiera un alma gemela esperándome en algún lugar, alguien que me viera bajo mi exterior apocado y varonil. Pero no iba a contener el aliento hasta conocerlo.
   —¿Podemos volver al tema de la finca? —pregunté, intentando no dejarme intimidar por sus miradas apreciativas—. Si la respuesta era un no rotundo, no le haré perder más tiempo.
   Él se adelantó y entrelazó los dedos sobre su escritorio, sin apartar sus resueltos ojos grises de mi cara ni por un segundo.
   —Te pongo nerviosa —señaló.
   —Puede que no esté acostumbrada a reunirme con multimillonarios —dije yo.
   Él negó con la cabeza.
   —No es eso. No creo que te impresione mi dinero. Me pareció intrigante que heredaras tu propia fortuna pero lo único que has comprado es una casa. En Citrus Beach. Una inversión sensata, porque la zona está creciendo rápido.
   «Vale. Tengo que reconocer que es un poco espeluznante que sepa tanto sobre mí».
   —No fue una inversión —le contradije—. Es una casa. Mi casa. Y espero que Citrus Beach no crezca demasiado. Me gusta tal como es.
   Me resultaba un poco perturbador que pareciera conocer todos mis movimientos desde que me había hecho rica y que hubiera tenido la osadía de hacer que me investigaran. ¿Quién hace eso solo para reunirse con alguien acerca de una propuesta para una finca? La indignación empezaba a apoderarse de mi deseo de levantarme de la silla y salir disparada del despacho de Eli.
   Él se encogió de hombros.
   —El tiempo avanza, Sra. Sinclair. Es lo que nos hace más ricos. Citrus Beach crecerá a la larga… Está lo bastante cerca de San Diego como para convertirla en un lugar deseable para vivir.
   —Yo no necesito hacerme más rica. Ya soy tan rica que me dan náuseas. Solo quiero ese terreno.
   —¿El dinero la incómoda? —preguntó él.
   —No —mentí. Lo último que necesitaba era que se centrase en lo incómoda que me sentía con mi riqueza.
   —Recientemente terminó una beca de investigación —dijo, ignorando por completo mi afirmación—. Su educación es impresionante. Pero ¿qué se hace con un grado en Biología?
   «Olvida la idea de que solo comprobó lo que hiciste desde que heredaste. ¡Se sabe toda mi puñetera vida!», pensé enojada.
   —Tengo un doctorado en Conservación de Fauna Silvestre —lo corregí—. Mi especializad es la genética. Creo que algún día podremos utilizar material genético para salvar especies que no pueden recuperar sus números con los métodos habituales.
   Él asintió.
   —Admirable. ¿Y lo de la supervivencia?
   «¿Hay algo que no sepa?», me pregunté exasperada.
   —Es una afición. Ahora doy clases porque es algo que me gusta. —No tenía ni idea de por qué sentía la necesidad de confirmarle mi historia vital a un multimillonario desconcertante, pero se me escapaban las palabras sin cesar.
   —Lo respeto.
   —No busco la estima de nadie —le informé con frialdad—. Solo he venido a comprar un terreno. Pero como ya se ha negado a venderlo, hemos terminado. —Me puse en pie, incapaz de seguir sentada e inmóvil con él observándome.
   El hombre se puso en pie y rodeó su escritorio mientras decía:
   —Está a la defensiva. ¿La he incomodado, Dra. Sinclair?
   Rara vez usaba nadie mi título de doctora, así que vacilé, intentando decidir si se burlaba de mí o si lo hacía por respeto a mi educación. Finalmente me dije que no importaba y avancé hacia la puerta. De veras necesitaba alejarme de una vez de Eli Stone. Su cuerpo grande y fuerte se detuvo frente a mí, bloqueándome el camino hacia la puerta, lo cual avivó mi temperamento. Y yo casi nunca me enojaba. Pero estaba cansada de jugar al jueguecito que fuera y que él parecía disfrutar. No tenía ni idea de cómo ganar aquella confrontación y no pensaba quedarme allí el tiempo suficiente para terminarla.
   —De hecho, sí. Me ha incomodado —contesté—. No me gusta que nadie investigue mi vida privada por una propuesta. Ha sido un gesto completamente inapropiado y bastante espeluznante.
   —Tiene razón —admitió—. Pero sentía curiosidad.
   —No es una buena razón para invadir mi intimidad —le informé fríamente.
   —Quizás no lo fuera —convino, sin sonar contrito en lo más mínimo.
   Todo en aquel hombre me hacía retorcerme, y no solía ser una mujer nerviosa habitualmente. Pero Eli Stone era el tipo más intenso que había conocido en toda mi vida.
   —¿Estás disgustada porque me he mostrado abierto acerca de que no me importaría llevarte a la cama?
   Su franqueza hizo que el corazón me latiera más rápido «Santo Dios, esto me viene grande», pensé atónita. Intenté mantener una expresión vacía. No quería darle la satisfacción de saber que me ponía nerviosa.
   —¿Se te ha ocurrido que quizás yo no te quiero en la mía? —pregunté con indignación—. ¿Todas las mujeres que conoces caen rendidas a tus pies después de decirles que son atractivas? Porque no es nada único.
   —¿Sabías que el azul de los ojos se te oscurece cuando te enfadas? —preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.
   «¡Maldita sea!», pensé. Eli Stone estaba jugando conmigo, pero yo no sabía con qué propósito.
   —Que tenga un buen día, Sr. Stone. Personalmente, desearía no haber perdido tanto tiempo del mío esperándole cuando ya estaba seguro de que no iba a vender —dije rodeándolo para abrirme camino hasta la puerta.
   Me agarró del brazo mientras yo alcanzaba el picaporte.
   —Sentía curiosidad sobre por qué querías esa finca —explicó—. Los ricos no suelen buscar terrenos que tienen muy pocas posibilidades de hacer dinero algún día.
   —No es inútil. No para mí —discutí—. De hecho, es bastante importante para el objetivo de conservar fauna silvestre.
   Él se encogió de hombros.
   —No conozco a nadie a quien le importe eso.
   —Entonces puede que necesites hacer nuevos amigos —repliqué.
   Me zafé de su agarre y me volví hacia él una vez más, furiosa de que no valorase el tiempo de nadie excepto el suyo.
   —Podrías haberme llamado y preguntado por qué lo quería. No necesitaba venir a la ciudad y esperar una hora solo para que me dijeras que no. Es grosero, desconsiderado e increíblemente arrogante.
   —Supongo que aún tienes que aprender que la gente espera a los multimillonarios —afirmó llanamente.
   Yo me llevé un dedo al pecho.
   —No esta multimillonaria. Supongo que no soy tan egoísta ni engreída como tú. Pero a mí no me gusta tener a la gente esperándome. Me hace sentir culpable.
   No mencioné que la culpa me motivaba bastante todo el tiempo. Estaba casi segura de que Eli Stone nunca sufría mucho a causa del remordimiento, así que probablemente no entendía de qué estaba hablando.
   —Cena conmigo, Jade —dijo, la afirmación en forma de orden, no de petición.
   —Tengo planes —le eché en cara—. Y tengo hambre. No estoy dispuesta a esperar como un perrito faldero hasta que tú decidas alimentarme.
   Él se cruzó de brazos con una sonrisa mientras sus ojos bailaban divertidos.
   —Ahora que sé el mal temperamento que tienes, no osaría hacerte esperar —dijo secamente—. Prometo que te daré de comer inmediatamente.
   —He venido aquí a hacer un trato de negocios, no a pasar la noche en la cama de un multimillonario playboy.
   —No estoy jugando, Jade —dijo en tono bajo y peligroso.
   —No me interesa —dije airada mientras abría la puerta—. Y tienes que conseguir material de lectura mucho más interesante para tu oficina si tener a la gente esperando sentada en tu antesala es algo crónico. Estoy segura de que he perdido puntos de cociente intelectual por leer esas tontas revistas de mujeres.
   No miré atrás al salir apresuradamente por la puerta, prácticamente segura de que oí una risotada masculina al salir del despacho de Eli Stone como si tuviera un petardo en el trasero.

   Like . Dislike . 28 abril, 2021, 19:06 . Reply
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   CAPÍTULO 1
   Jade
   EN EL PRESENTE…
   —No me interesa —dije llanamente a mi teléfono móvil justo antes de apretar el botón para apagarlo tan fuerte que hice una mueca por la tensión en mi dedo.
   Fulminé con la mirada el aparato electrónico mientras lo arrojaba sobre la encimera de la cocina. Ahora mismo, mi teléfono era el enemigo y desearía no haber salido corriendo desde el sofá para responder. Pero como era media tarde en un día laborable, esperaba que fuera una llamada para una entrevista de trabajo. Había enviado solicitudes y currículos a todas partes. Pero no me llovían oportunidades de poner en práctica mi educación.
   «Estoy en un ámbito muy especializado y conseguir financiación para nuevos estudios es difícil», me dije. Tarde o temprano, conseguiría la oportunidad adecuada. Hasta entonces, saltaría cada vez que sonara el teléfono. Por desgracia, nunca era una persona con la que quisiera hablar en ese momento. Pero si no reconocía el número, tenía que descolgar.
   La llamada que acababa de cortar era de otro tipo local, alguien que aseguraba conocerme del instituto, que quería saber si saldría con él. Era la tercera llamada de ese tipo que recibía desde ayer. Y parecía la enésima que había recibido en las últimas semanas. Suspiré. Sí, quería una vida amorosa más activa, pero no así. Se había corrido la voz de que repentinamente me había convertido en una mujer muy rica y ningún hombre de los que había llamado estaba interesado antes de que tuviera dinero. Ahora, todos los solteros querían salir conmigo. Está bien, puede que no quisieran salir conmigo. Querían salir con mi dinero. Sinceramente, empezaba a odiar ser rica. Antes de empezar a rumiar el hecho de que ningún hombre quería salir conmigo por mí, volví lentamente al salón y me dejé caer en el sofá.
   —¿Una entrevista de trabajo? —preguntó mi hermano Aiden desde el sillón reclinable.
   —No era nadie —respondí—. Solo otro tipo que quiere salir con mi dinero.
   Miré la televisión.
   —¿Qué estás viendo?
   —La nueva competición de olas grandes en California del Norte que organizó Eli Stone. Cogieron unas olas enormes de más de quince metros. Fue una locura. Ahora le toca a Stone —respondió.
   Miré la televisión, una pantalla grande que mis hermanos insistieron en que comprase, aunque apenas encajaba en la pared de mi pequeña casa.
   —Es el borde exterior de las islas del Canal —dije frunciendo el ceño a la televisión—. Está loco.
   —No hay mucho margen de error —convino Aiden—. Si no pilla esa hola, terminará entre una enorme pared de agua y las rocas.
   Tenía el corazón en un puño mientras observaba a Eli remando hacia la gigantesca ola que venía hacia él. Todos mis hermanos surfeaban y habían intentado enseñarnos a mí y a Brooke, pero ninguna de las dos éramos tan entusiastas como ellos.
   —¡Joder! —exclamó Aiden—. Lo ha conseguido.
   Solté una bocanada que ni siquiera me había percatado de que retenía mientras Eli montaba la gran ola.
   —Va a matarse —dije con nerviosismo.
   —Vaya novedad —dijo Aiden secamente—. Esto fue el pasado invierno. Sobrevivió. Esto solo son momentos destacados.
   Miré a mi hermano con una mueca antes de volverme hacia la televisión otra vez para ver la entrevista con Eli Stone. Y ahí estaba. Esa era la imagen pública de Eli Stone que estaba acostumbrada a ver. Ya había sacado los brazos del traje de neopreno y lo tenía arrugado en torno a la cintura. Su cincelado tronco superior era difícil de ignorar y mis ojos recorrieron el tatuaje distintivo que bajaba por su brazo. Pero lo que destacaba realmente era la arrogante sonrisa de superioridad en su rostro y la falta de emoción en sus preciosos ojos grises. No había nada que me dijera que estaba en las nubes por su última victoria en deportes extremos. La sonrisa arrogante estaba ahí, pero no le llegaba a los ojos.
   Mi hermano apagó la televisión.
   —Vamos a la piscina.
   Aiden se había dejado caer para ir a nadar. No era como si no tuviera su propia piscina, pero yo tenía la sensación de que quería ver cómo estaba yo. A ninguno de mis hermanos les gustaban los tipos raros que atraía el dinero que había heredado. Pero yo no estaba segura de qué planeaban hacer al respecto. Ya había cambiado de número dos veces y tampoco era como si nadie fuera a secuestrarme. Me necesitaban viva si querían mi dinero. Era más irritante que aterrador. En realidad, no había tenido nada de intimidad en los últimos meses. De algún modo, se había filtrado información al público sobre la herencia de mi familia y cuando no estaba respondiendo a hombres que parecían surgidos de la nada, estaba rechazando solicitudes de entrevistas sobre cómo estábamos conectados con la rica y poderosa familia Sinclair de la Costa Este.
   Aiden y yo no hablamos mucho al acomodarnos junto a la piscina y nadar juntos. Me detuve antes que mi hermano y tomé un descanso. Cuando él paró, por fin preguntó:
   —Bueno, ¿con quién estás saliendo?
   Por algún motivo, todos mis hermanos se creían con derecho a conocer todos los detalles de mi vida privada, aunque ellos nunca hablaban de la suya.
   —Con nadie —dije en tono malhumorado—. Solo quieren mi dinero.
   —Evidentemente, no todos. ¿Qué pasa con Eli Stone? —inquirió al levantar a pulso su cuerpo musculoso y salir de la piscina para ir a secarse.
   —¿A qué te refieres? —pregunté flotando en una pequeña colchoneta en el centro de la piscina. El agua estaba caliente y yo no estaba lista para salir aún.
   —Venga, Jade —dijo Aiden—. Tenías puesto el altavoz cuando escuchaste su mensaje antes. ¿Estás saliendo con él? Al lado de ese tipo parecemos pobres. No puedes decir que anda detrás de tu herencia.
   «No, él va detrás de mi cuerpo», pensé. En realidad, la motivación de Eli ya no me parecía tan repulsiva. Al menos, había sido franco. Al contrario que otros hombres que habían empezado a pedirme salir solo por mi dinero. Sin embargo, eso no hacía más probable que fuera a responder las llamadas o mensajes de Eli. Me incomodaba de maneras que aún no comprendía del todo.
   Sinceramente, me había sorprendido al escuchar la voz de Eli en mis mensajes antes. Durante los últimos meses, se había mostrado perseverante y seguía llamando, aunque yo no había respondido ninguno de sus mensajes durante los últimos cinco meses. Pero como hacía casi un mes que no tenía noticias suyas, estaba casi segura de que había desistido. Por lo visto, me equivocaba. Y su mensaje más reciente era igual que los demás. Seguía queriendo que cenara con él. Y yo seguía queriendo evitarlo, así que nunca le había devuelto las llamadas. Creía que a esas alturas habría captado el mensaje tácito. ¿Qué clase de hombre sigue intentándolo cuando una mujer lo ignora?
   Había visto a Eli una vez hacía unos meses. Él estaba cenando con un amigo en uno de sus restaurantes en San Diego y yo estaba con toda mi familia, celebrando el compromiso de mi hermana Brooke con un hombre que había conocido mientras estaba en la Costa Este. Mi gemela ahora estaba casada con Liam Sullivan y había optado por quedarse en Maine con su marido. Eli y yo habíamos comido en el mismo restaurante, como él quería. Simplemente no nos sentamos a la misma mesa.
   El encuentro accidental me inquietó, especialmente cuando noté que me observaba durante nuestra reunión familiar. No hablamos, pero Eli dejó claro que sabía que estaba ahí antes de marcharse. Quizás no había respondido ninguno de sus mensajes. Pero había pensado mucho en él. No estaba segura de por qué, ya que lo único que quería él era meterme en su cama y yo no tenía aventuras de una noche. Pero la manera en que mi cuerpo había reaccionado ante él era… inusual.
   —No estoy saliendo con él —le confesé a mi hermano mayor—. Lo vi una vez y me ha llamado varias veces para pedirme que salga a cenar con él. Ni siquiera he respondido sus mensajes.
   —¡Ay! Eso es frío —contestó Aiden.
   Si le dijera a mi hermano mayor que Eli solo quería acostarse conmigo, cosa que no haría porque de ninguna manera pensaba hablar de sexo con mi hermano, Aiden no habría dicho que era fría. Habría querido darle una paliza a Eli Stone.
   —No me interesa, simplemente —le dije bajando de la colchoneta para salir de la piscina—. Me incomoda.
   Aiden se dejó caer en una tumbona mientras me preguntaba:
   —¿Te acosa? Si lo hace, sabes que Seth y yo podemos encargarnos de él.
   Yo puse los ojos en blanco mientras terminaba de secarme el cuerpo con la toalla para después sentarme en la tumbona junto a él.
   —Nadie va a acosarme.
   Aiden rio entre dientes.
   —Probablemente porque puedes reventarles las pelotas a todos.
   Mi hermano tenía razón. Yo no era precisamente del tipo indefenso, y no necesitaba a un hombre. De hecho, prácticamente todos los chicos que conocía ponían tierra de por medio casi siempre. La mayoría de los hombres que había conocido en el pasado eran supervivencialistas, como yo, y aunque tal vez admirasen mis habilidades, en realidad ninguno de ellos me veía como una mujer. Me veían como la competencia.
   —¿Crees que por eso nadie quiere salir conmigo? ¿Porque no los necesito? —inquirí.
   Mi vida amorosa estaba en pausa desde que rompí con el imbécil con el que salía en la universidad. El descanso no fue por elección propia. Simplemente no había conocido a nadie que mostrase mucho interés en mí como potencial compañera. Y, desde luego, yo no había conocido a nadie intrigante, a menos que quisiera contar a Eli Stone, lo cual no quería hacer.
   —Sinceramente, sí —respondió Aiden con franqueza—. Algunos hombres quieren sentir que pueden aportar algo a una relación con sus habilidades superiores. Pero tú no quieres salir con alguien así. Si se sienten intimidados, son tremendamente inseguros. Necesitas a alguien a quien no le haga falta que alimentes su ego constantemente o un supervivencialista primitivo que se molesta porque sabes más que él sobre cazar, tender trampas, recolectar comida y otras cosas de supervivencia. Necesitas a alguien que admire tus fortalezas en lugar de sentirse intimidado por ellas.
   Me estremecí al recordar a Eli diciendo que me admiraba. Tal vez fuera un imbécil arrogante, pero no parecía ni remotamente intimidado.
   —No soy muy atractiva porque detesto preocuparme por la ropa y el maquillaje —reflexioné—. Brooke siempre ha sido mejor que yo con la gente. Yo era la friki que quería salir al bosque a explorar.
   —Tienes muchas cualidades por las que gustas —musitó Aiden—. Y no lo digo solo porque seas mi hermana. Pero a algunos hombres les causan rechazo las mujeres que son perfectamente capaces de cuidar de sí mismas.
   —Entonces, ¿tengo que comportarme como si estuviera indefensa? —pregunté horrorizada al pensarlo.
   La idea de ser una especie de damisela en apuros nunca me haría sentir bien ni me parecía correcta.
   —Claro que no —respondió Aiden al alcanzar su botella de agua y dar un largo trago—. No necesitas ser nadie más que tú. Háblame de Stone. ¿Por qué te da miedo?
   Yo tomé mi refresco sin azúcar y bebí un poco antes de responder:
   —No le tengo miedo. Solo creo que es un imbécil. Estaba intentando comprar un terreno cerca del cañón de Lucifer para asegurarme de que uno de los corredores de vida silvestre permanece intacto. Le mandé una oferta y concerté una cita. Pero no estaba dispuesto a venderlo.
   —Entonces, ¿estás enfadada porque no quiso venderte un terreno?
   —No. Me enfadé porque me hizo conducir hasta sus oficinas y esperar una hora hasta que me vio para rechazar mi oferta de plano. Podría haber hecho que alguien me llamara para informarme de que no quería vender. Pero sentía curiosidad sobre por qué quería comprarlo. El idiota me hizo perder un montón de tiempo porque quería hacerme una pregunta. ¿Quién hace eso?

   2 likes . Like . Dislike . 28 abril, 2021, 19:07 . Reply