Bahía de Manatee. Comienzos de Amy Rafferty pdf
no realizas resguardar un foco del molestia para siempre, annie.
de la ejecutora total 1 en ventas de amazon, amy rafferty.
la convite para aprender en el influyente ballet de la Ópera de parís altera para siempre la vida de la mozo annie williams, de dieciocho años.
recién investida en el plantel y dispuesta a poner atrás una familiaridad sin novio, annie está mejunje para explicar sus soberbia y apoderarse el cosmos de la contienda.
roger davies, afable, presumido y con un espíritu de oro -todo lo que una chica de su lapso intervendría perderse en un novio- en la vida ha logrado convencerla.
el impar y verdadero amor de annie es y estará siempre el ballet.
o eso es lo que ella cree…
cuando tom howard, una celebridad limitado y palabrera estrella del hockey, violenta en su vida como un meteoro, se sospecha encantada con todo lo que le endereza.
se enamora de ella y le confía su foco el día que la ve sobrenadar por la aprensa de su penetro de giro.
pero annie no nota que el ensueño de su vida está a intensidad de esfumarse en un estallar y encajar de precauciones.
mientras el sufrimiento de sus quimeras desmenuzados y su centro arrancado la ahogan en sacramentadas hasta ahogarla, annie determine que ninguna vez podrá rebosar de inmaculado a la suelo.
bienvenido a la serie refugio manatee, una esperada lanza en la que las playas regadas por el sol, los descansos, el esmero y el enjundia de aceptar en él crean vínculos y recuerdos para toda la vida…
esta es la precuela de la serie de romance playero de la buscadora de tesoros.
HACE TREINTA Y SIETE AÑOS
Annie Williams no podía creer que la hubieran invitado a estudiar en el prestigioso Ballet de la Ópera de París después de graduarse en el instituto. Llevaba toda la mañana flotando en el aire, desde que se enteró era lo único en lo que podía pensar. Su mejor amiga, Dianne Bellamy, iba a estudiar Biología Marina en la Universidad de Florida. El novio que Annie tenía desde hacía cinco años, Roger Davies, iría a Harvard, en Boston. Pero hacía semanas que se habían enterado de que los habían aceptado. Annie había tenido que esperar y llevaba meses caminando con pies de plomo, preguntándose si su audición habría sido lo suficientemente buena. ¿Podría haberlo hecho mejor? ¿La referencia que había escrito su profesor de ballet habría sido lo suficientemente buena?
Se lanzaba al correo cuando llegaba, antes de que sus padres pudieran acceder a él, y luego llegaba aquella horrible sensación de decepción, al comprobar que la carta que esperaba no estaba. ¡Había sido una tortura! Annie había estado a punto de rendirse y cambiar a su plan B: el que tenía por si la escuela de danza no funcionaba. Sus padres le habían dicho que había otras escuelas de danza allí mismo, en Estados Unidos, o incluso más cerca de casa, en Florida, pero no eran la escuela del Ballet de la Ópera de París. Aquella mañana, durante el desayuno, sus padres le habían dicho que necesitaban discutir algo importante con ella. Annie había sentido el temor de que estuvieran a punto de decirle que se iban a divorciar o, peor aún, que el cáncer de mama de su madre había vuelto a aparecer. Se había sentado con miedo, esperando en el mostrador del desayuno a que sus padres bajaran, y entonces su madre había puesto la carta ante sus ojos.
El corazón de Annie dio un vuelco mientras miraba el sobre, aterrada por lo que pudiera decir la carta. Finalmente, su madre la había tomado y abierto para leerla. Mientras su madre leía, Annie agarró inconscientemente la mano de su padre, con fuerza, mientras esperaba lo que su madre fuera a decir. Su madre no era muy buena jugadora de póker, porque tenía unos ojos que lo revelaban todo, así que en el momento que bajó la carta, Annie supo que lo había conseguido.
-¡Estoy dentro! – exclamó Annie, sin dirigirse a nadie en particular, y comenzó a dar vueltas, sin importarle quién la viera o qué pensara de ella.
No pudo evitar la gran sonrisa que se extendió por sus suaves labios rosados, iluminando sus ojos violetas mientras corría por los pasillos de la escuela para llegar a su clase. Contempló el pasillo, con una sensación de irrealidad al pensar que se trataba de sus últimas semanas de clase. Pronto se graduarían para lanzarse al mundo por caminos separados, dando inicio al siguiente viaje de la vida hacia la edad adulta. Aunque la mayoría de la gente perdía el contacto después de la escuela secundaria, Annie estaba segura de que eso nunca les sucedería a Dianne, a Roger y a ella. ¿Por qué tendría que suceder? Los tres habían crecido juntos, desde que nacieron. Sus padres eran grandes amigos desde el colegio. También habían salido de Bahía Manatee, en Florida, para ir a diferentes universidades. Su padre había sido jugador profesional de hockey, pero al final, todos habían regresado a casa, reuniéndose de nuevo en Bahía Manatee.
El corazón de Annie siempre se entristecía un poco al pensar en la siguiente etapa de su vida. Se iba a mudar al otro lado del mundo, a París, para estudiar y, con suerte, convertirse en primera bailarina, lo que la llevaría a bailar en muchos escenarios diferentes del mundo. Annie echaría de menos la bahía, la posada de sus padres y el Santuario de Manatíes en el que había trabajado desde que tenía uso de razón. Todo ello constituía una pieza muy importante en su vida. Pero tenía que recordar que no era más que una parte de ella. Todavía le quedaban otras muchas porciones que llenar. Annie rechazó sus demenciales pensamientos. Hoy se trataba de celebrar que ella también había entrado en el lugar que había elegido para estudiar después del instituto, y no podía esperar a contárselo a sus amigos.
Annie estaba tan sumida en sus pensamientos mientras se apresuraba a llegar a clase, que no vio a Olivia Ingle y tropezó con ella, casi tirándola al suelo en su precipitación. Olivia había sido su mayor enemiga desde el primer curso. También era la abeja reina de la popularidad y la chica mala de la escuela, y no se había alegrado en absoluto cuando Roger eligió a Annie en lugar de a ella la escuela secundaria, hacía ya cinco años.
– ¡Cuidado! – Olivia se burló de Annie – No querrás tener ningún hueso roto antes de ir a Juilliard o donde sea que esperes entrar.
La tropa de admiradoras de Olivia se rio, mofándose de Annie.
– Ha sido un accidente, Olivia – Annie nunca se había dejado dominar por los matones.
Y menos aquel día. Se agachó para recoger uno de los libros que había caído al suelo, pero, al enderezarse, Olivia se lo volvió a quitar de las manos con rencor.
– Mira por dónde vas, bailarina – espetó Olivia con maldad, antes de marcharse, comentando con sus seguidores que Tom Howard se había lesionado y que volvía a casa para recuperarse.
Annie sacudió la cabeza y suspiró. Conocía a Tom Howard. Su padre solía entrenarlo antes de que fuera seleccionado para un gran equipo de hockey y se convirtiera en una estrella del deporte de la noche a la mañana, como la que él mismo había sido. El día que Tom fue seleccionado, el padre de Annie compartió su orgullo con su madre y con ella.
– ¡Qué bien! – murmuró Annie, mientras se inclinaba para recoger su libro, chocando de nuevo con alguien que se había agachado para ayudarla – ¡Ay!
Annie se agarró la cabeza, se puso en pie de un salto, y estuvo a punto de caer de bruces al sentirse mareada por levantarse demasiado rápido.
– Tranquila, chica – se rio una conocida voz masculina, y su mano la estabilizó agarrando su hombro – Siento mucho haber estado a punto de noquearte con mi gran cabeza.
Annie miró los ojos verdes de nada menos que la celebridad local, Tom Howard.
– Está bien – aseguró Annie rápidamente, sin dejar de sostener su cabeza – No hay daños.
– Salvo, tal vez, una leve conmoción cerebral – continuó Tom, mirando fijamente la mano con la que se sostenía la cabeza – ¿Puedo echar un vistazo para asegurarme de que no estás sangrando y de que no te ha empezado a salir un bulto en la cabeza? Ya sabes, como el coyote de los dibujos animados.
– El Coyote – Annie no sabía por qué había dicho eso y sintió que sus mejillas se calentaban.
– ¡Eso es! – Tom sonrió
– Creo que no tengo ni siquiera un pequeño bulto – le aseguró Annie – Pero sí necesito que me devuelvas mi libro – Miró fijamente el libro que Tom apretaba contra su pecho – Si no me doy prisa, llegaré tarde a clase.
– ¡Oh, claro! – exclamó Tom, mirando el libro que tenía en sus manos – Lo siento. Aquí tienes, y una vez más, lo siento mucho.
Annie le dedicó una pequeña sonrisa antes de recuperar su libro y salir corriendo hacia la clase. Se sentía un poco desanimada. Debido a sus encuentros con Olivia y Tom, no había tenido tiempo de compartir las buenas noticias con sus amigos, ya que llegó a la puerta de clase con el tiempo justo.
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