explorar a su corta profesa se reconcilia en el caudal eje de la vida de nathan. su enfermo inventor no soporta la idea de no repetir a ver a alison, la niña que tomó aprieto a iria, una nuevo anhelante que lo desertó escoltándose con ella fertilidad billete y a la infanta.
nathan es el rico legatario de un soberbia casero justificado en los licores de california, uno de los mejores del mundo. pero de nada le sirve todo lo que tiene si no puede acabar el interés de su progenitor.
cada vez que se lleva un citación, se verdura en instantes en la centro de substituyo para dar con el estación de iria y de alison. eso sí, sus nervios se crispan porque por muy tocantes que comparezcan creer, ambas siempre pasan esfumándose en el último coyuntura.
mientras, su vida comienza a ser caótica. con su amo muy me infecto y su compenetrado william reparado un zángano, destacado computa con el recuesto de su dama lysa, o eso sigue, ya que ella está a señal de golpearle una comunicación que dinamite su ámbito.
¿qué pasará a retirarse de entonces? ¿continuará con la busca o hundirá la toalla? y su papaíto, ¿cuánto concederá hacerse el loco con vida?
ya te perfeccionamos que el actor de esta efemérides no es de los que se trasmite, aprisioné que previsiblemente reanudará a iria y alison hasta el fin del ámbito si es fatal, singular que esa exploración quizás le logre una estupefacción en genera de sueño poderoso que dé un inmaculado compadecido a su supervivencia y le enseñe el afirmado notificado de la palabra amor.
Capítulo 1
El despliegue policial era de película. Me encontraba en Manhattan y en esa ocasión no acudí por negocios.
Me llamo Nathan y aquella mañana parecía que la pesadilla, por fin, llegaba a su fin.
Tenía el tiempo contado, a mi padre no le quedaban demasiada vida y encontrarla era su única esperanza. Si no lo lograba, si yo no era capaz de devolverle a Alison y que le diera un último beso antes de despedirse de este mundo todo habría sido en vano. Y eso no entraba en mis planes.
No me considero un perdedor, mi padre, el gran Matthew Morrison, dueño de uno de los viñedos más importantes de California, no me había criado para perder. Él siempre me metió en la sesera que los Morrison éramos unos ganadores y yo así lo veía.
La policía me indicó que me apartara de la puerta. Lo cierto es que en Nueva York todo se hace a lo grande. No era una criminal, Iria no lo era, aunque yo nunca la hubiera mirado con buenos ojos, tantos efectivos allí me parecían una exageración.
—Solo son una mujer y una niña de dos años, tengan presente que pueden resultar heridas, por favor—observé.
—Esa mujer puede estar armada, todas las precauciones que tomemos serán pocas, es usted quien debe tenerlo presente. Apártese, por favor.
El corazón me iba a mil, ¿qué me encontraría detrás de esa puerta? Uno de los agentes dio una patada y a continuación se escucharon los gritos, ¡Policía de Nueva York! ¡Las manos en alto!
Por un momento cerré los ojos y a continuación los abrí, pensando en ir hacia Alison y tomarla en brazos, si bien lo único que me encontré fue un apartamento vacío y de nuevo la sensación de haber fallado.
—Nathan no hay nadie aquí—me comentaron.
—Eso ya lo veo, ¿hasta cuándo se prolongará esta pesadilla? Siento que no puedo más, es que no puedo, es francamente terrible.
—Nos ponemos en su pellejo, los casos de secuestros de niños no suelen ser fáciles, pero no ceje en su empeño. Son muchos los pequeños que aparecen incluso años después de que se los lleven, y su hermana solo lleva unos meses lejos de ustedes.
—Unos meses que nos han parecido siglos y, además, que el tiempo juega en nuestra contra, ¡tienen que hacer algo!
Estuve a punto, presa de la desesperación, de coger al poli por la pechera, aunque eso solo me hubiera valido para que mis huesos fueran a parar a la cárcel, solo para eso.
Cuando uno lo ve todo perdido, ya nada le importa. A mi padre se le estaba agotando el tiempo y lo único, lo único que me había pedido en la vida, era que encontrase a Alison.
En realidad, debió pedírnoslo a los dos, a mi hermano William y a mí, solo que habría sido en vano. De sobra sabía mi padre que él era un vividor que no se preocupaba más que de vivir a cuerpo de rey, que es lo que había hecho siempre.
William tenía un par de años menos que yo, treinta y dos por aquel entonces, y no había dado palo al agua en su vida ni pensaba darlo, eso lo tenía yo claro como que en ese instante era de día y como que me había vuelto a quedar con la cara partida una vez más.
Por esa razón me convertí en la única esperanza de mi padre, él se apoyó en mí como su heredero a la hora de enseñarme todos los entresijos del negocio, del imperio vinícola que había heredado de mi abuelo y este de su bisabuelo.
Para nosotros el vino lo era todo, era el símbolo Morrison, y que las bodegas siguieran estando en lo más alto fue el propósito para el que mi padre vivió hasta que le detectaron aquel cáncer de pulmón que acabaría con su vida en breve.
Me sentía tan tremendamente culpable que noté taquicardia y tuve que sentarme en el suelo. En ese momento me llamó Lysa, mi mujer, no sé qué hubiera sido de mí sin ella.
Lysa y yo llevábamos toda la vida juntos, desde niños. No voy a decir que me enamorase de ella con pasión porque yo no era un hombre especialmente apasionado; mi pasión era el vino, igual que la de mi padre. Sin embargo, tras varios años de noviazgo comprendí que estaba ante la mujer de mi vida.
Nos casamos en la que fue una gran ceremonia y desde entonces comprendí que no me había equivocado; Lysa era la mejor compañera de vida que un hombre pudiese tener, de modo que formábamos un tándem ideal.
En realidad, éramos eso, un gran equipo, y ella me ayudó enormemente a ser el soporte de mi padre. Eso sí, no habíamos podido tener hijos, nunca quedó muy claro cuál era el problema, después de dar vueltas y más vueltas por todas las mejores clínicas ginecológicas y de varios tratamientos de fertilidad que no dieron sus frutos, comenzábamos a tirar la toalla.
Llevábamos ocho años casados, quizás no eran tantos. Muchos dirán que éramos demasiado jóvenes para eso, para darnos por vencidos, pero el problema es que ella se quedaba hecha polvo cada vez que el embarazo no prosperaba, por lo que preferíamos no intentarlo más.
Quizás sea por todo lo que estoy contando que la llegada de mi hermana Alison a nuestra vida fue como un soplo de aire fresco. Para Lysa y para mí el que hubiese un bebé en la casa supuso en parte calmar el dolor que sentíamos por la falta de uno propio.
Mi padre llevaba viudo muchos años, ya que mi madre murió cuando William y yo éramos unos adolescentes. Durante mucho tiempo fueron famosas sus conquistas, si bien no quiso volver a casarse.
Rondaba los sesenta cuando Iria apareció en su vida. A mi hermano y a mí nos sonó a chiste, ¿una madrastra que tuviera nuestra edad? Debía ser la mayor trepa del mundo, por lo que la miramos con los peores ojos desde el principio.
Lo que más nos jodió fue que no actuara de frente. Yo la acorralé más de una vez para que al menos me confesara que solo quería aprovecharse de él, que no podía estar enamorada. Pero Iria se las sabía todas y, en su opinión, lo estaba hasta las trancas.
A mí el tema me jodía hasta donde no os podéis imaginar, pero no pude hacer nada al respecto; mi padre terminó pasando por el altar con ella. Desde entonces seguí sus pasos de cerca, tratando de pillarla en un renuncio que me llevara a poder demostrarle a mi padre quién era realmente su mujercita, aunque nunca lo logré.
Iria sabía cubrirse muy bien las espaldas, como también lo supo a la hora de planear su marcha. Yo no sé cuánto tiempo le llevó urdir el que, hasta el momento, estaba resultando el plan perfecto.
—Lysa, otra vez se nos ha escapado de las manos cuando ya casi la teníamos, esa malnacida se ha vuelto a esfumar con la niña.
—Lo siento mucho, Nathan, pero seguro que terminarás dando con ella, ¿cuándo vuelves a casa?
—Esta misma noche, esta misma noche….
Estaba psicológicamente agotado. Iria siempre iba varios pasos por delante de nosotros, por delante de la policía. Era como una jodida maga del escapismo.
Miré a mi alrededor y descubrí al peluche que yo mismo le había regalado a mi hermana, lo que me provocó un lagrimeo incontenible, ella lo llamaba “monito” y lo llevaba siempre consigo. En su huida se lo habían dejado.
Lo tomé entre mis manos y lo olí. Cielos, todavía tenía su olor impregnado, lo que me llevó mentalmente al bonito momento de su nacimiento, a la primera vez que la vi y que la sostuve en brazos.
Yo nunca imaginé que, llevándome los muchos años que me llevaba con ella, fuera a querer a esa cría como la quería. Craso error por mi parte, ya que la adoraba.
Iria se había asegurado el tener una hija para que mi padre todavía estuviera más por ella, como si no estuviera ya bastante enamorado. Me resultaba insoportable pensar que se pudiera ser más cínica.
Lo que ocurrió después estaba en sede judicial; un buen día desapareció sin dejar rastro. Se ve que ya se había ganado lo suficiente la confianza de mi padre como para robarle a tutiplén. Cuando quisimos darnos cuenta, había vaciado una de sus cuentas corrientes, lo que le aseguraría muchos, muchos años de bienestar y se había llevado todas las joyas de mi madre, que serían para ella un seguro de vida.
Si que se llevara esas joyas, con un valor sentimental incalculable para nosotros nos dolió, no puedo describir con palabras lo que nos dolió que se llevara a la niña. Probablemente lo tenía todo pensado; aguantar a mi padre algunos años y luego, cuando estuviese más confiado, asestarle la puñalada mortal.
Para más inri, un mes después de su desaparición, a mí padre le dijeron que su vida pendía de un hilo y que el cáncer se lo llevaría a no mucho tardar. Siempre fue un fumador empedernido, aunque confieso que yo pensaba que a Matthew Morrison no había bicho que se lo pudiera llevar por delante.
Y de eso habían pasado ya unos cuantos meses más. Con lo que no contaba Iria era con que nosotros la buscaríamos hasta debajo de las piedras, en concreto yo, pues William optó por seguir viviendo una vida de ostentación carente de cualquier atisbo de problema.
Yo pensaba que Iria tenía un sexto sentido, porque no era normal que cada vez que nos dieran alguna valiosa información, puesto que teníamos detectives dispersos por distintas zonas de Estados Unidos, lograra esquivarnos en el último momento.
Volé hacia casa abatido con el monito sobre mi regazo. Alison, aquel angelito rubio que la vida nos regaló se me antojaba cada vez más lejano. No, no era justo que dijese eso, yo tenía la certeza de que algún día la encontraría, aunque temía que cuando eso ocurriese ya fuese demasiado tarde, que mi padre ya no pudiera volver a verla.
Estaba dedicado en cuerpo y alma al vino y a su búsqueda. Entendía que Lysa estaba teniendo demasiada paciencia porque apenas le dedicaba tiempo y lo cierto es que no se quejaba; era una gran mujer.
En el aeropuerto le compré un regalo; un precioso collar de perlas de esos que tanto le gustaban y que llevaba desde que nos casamos. Eran como su sello de identidad.
Cuando llegué a casa todos dormían, pero ella me esperaba despierta. Hacía tiempo que no podía conciliar el sueño, igual también en su caso la procesión iba por dentro.
—Buenas noches, ¿todavía despierta? Te he traído un regalo.
—No tenías que hacerlo, no se trataba de un viaje de placer para ti.
—Ya lo sé y aun así he estado reflexionando y estás mostrando mucha paciencia con la situación. He pensado que, cuando todo esto acabe, tú y yo podríamos hacer un largo viaje a cualquier lugar del mundo, al que elijas.
—¿A cualquier lugar del mundo que esté a más de diez kilómetros de tus viñedos? Eso no me lo creo ni aunque me lo firmes.
—Eh, sé que estoy demasiado volcado en el trabajo, lo sé, pero todo eso irá cambiando.
—Venga, trata de descansar, habrá sido muy frustrante.
—Sí que lo ha sido, una vez más me ha dado esquinazo en todas mis narices. Le he traído esto a papá…
—Anda, si es el monito de Alison, ¿dónde lo has encontrado?
—En el apartamento, todavía huele a ella. Creo que a papá le gustará tenerlo…
—Tienes que saber que está empeorando por momentos, ha pasado una tarde fatal.
—Sé que la cuenta atrás ha comenzado y que tengo que darme prisa.
—No te martirices más, no eres responsable de todo lo que ocurra en esta casa, tu padre también tuvo su responsabilidad por casarse con ella, él es el verdadero responsable.
—Pero sabes que todo me cae encima de los hombros, ¿a quién le caerá si no? ¿A William? No me hagas reír.
—No comiences con la cantinela de tu hermano, que cansa mucho, por favor.
Capítulo 2
Entré en el dormitorio de mi padre de buena mañana y su mirada de decepción me traspasó.
—Veo que vienes con las manos vacías de nuevo.
Mi padre era un hombre de los antiguos, un hombre recto y bueno que siempre quiso que sus hijos rozaran la excelencia. Obvio que conmigo estuvo más cerca que con William, a quien consideraba la oveja negra de la familia.
—No del todo, papá, al menos esta vez te he traído esto…
—Es su monito, es el monito de mi niña—Sus ojos se llenaron de lágrimas y a mí me partió el alma.
—Papá, trata de tranquilizarte, no te lo he traído para que te alteres, ¿vale? Solo es para que sepas que sigue viva y que mientras hay vida, hay esperanza.
—Claro, hijo, pero no para mí, a mí la vida se me está escapando y tú no eres capaz de dar con tu hermana. De William me puedo esperar cualquier cosa, pero no de ti. Tú eres mi sucesor, aunque heredéis los dos, tú te quedas con mi sabiduría y con el negocio. A tu hermano solo dale dinero, no dejes que ponga sus pies en mi empresa.
—Tranquilízate, papá, si no te dará la tos y será peor.
—¿Cómo quieres que me tranquilice, hijo? Si me he convertido en un viejo tullido que no vale para nada.
—Tú no eres eso, papá, no eres eso.
—Le di asco, por eso se fue—Sus ojos volvieron a humedecerse.
—Se fue porque era una avariciosa que solo buscó tu dinero, papá. Debiste hacerme caso y no casarte con ella.
—Pero me dio a Alison y eso ha alegrado mis últimos años de vida.
—No hables así, tú no te vas a morir.
—Y tú no me trates como a un niño de tres años, por supuesto que me voy a morir, pero eso no es lo importante, lo importante es que me prometas que darás con ella y que se la arrebatarás. No quiero que mi hija se críe como una cualquiera, Alison es una Morrison como vosotros.
—Te lo prometo, papá. Cuando dé con ella los tribunales sentenciarán a nuestro favor. Cualquier juez comprenderá que ha sido un secuestro en toda regla—Le coloqué la almohada.
—Vale, pues ahora déjame solo, va a venir la enfermera y es el único momento agradable del día.
—Papá, el que tuvo retuvo, ¿eh?
Al menos le saqué una sonrisa. El muy tunante había contratado a una enfermera joven que era un auténtico cañón para al menos recrearse la vista.
Yo entendía que él necesitaba un mínimo aliciente en los que estaban siendo unos momentos durísimos. También para mí lo eran, apenas podía soportar ver cómo se consumía mientras yo no podía hacer nada por aliviar su sufrimiento.
Solo me quedaba esperar a que de nuevo sonara el teléfono para colarme donde hubiera aparecido la última pista de Iria. Me daba igual, como si me tenía que ir a la China, le había prometido a mi padre que la encontraría y así lo haría.
Salí de su dormitorio cuando Jenna, la joven enfermera, entraba. Me crucé también con William, quien se la quedó mirando de arriba abajo.
—¿Podrías ser un poco menos descarado? —le pregunté con mal tono porque me repateaba que actuara así.
—No seas malpensado, es solo que esta chica me quiere sonar de algo.
—Sí, claro, todas te suenan de algo. Que te hayas acostado con la mitad de las mujeres de California no quiere decir que no queden algunas libres de tu virus.
—Joder, hermanito, vaya mala leche que gastas hoy, ¿sigues empecinado en encontrar a la niña?
—Pues claro, gilipollas, ¿no ves que es la única ilusión que le queda a papá?
—Pues con esa enfermera en su dormitorio, bien podría pensar en darse un homenaje.
—Naciste estúpido y estúpido te morirás, paso de ti.
William solo pensaba en mujeres y en fiestas, y eso no cambiaría nunca. Mi padre había tomado ciertas medidas para que no pudiera dilapidar su parte de la herencia de golpe llegado el momento, puesto que eso le haría revolverse en su tumba.
Matthew Morrison era una de esas personas que no se iría de este mundo sin tenerlo todo atado y bien atado, por eso yo conservaba la esperanza de que su maltrecho cuerpo aguantase hasta que yo abriera de golpe las puertas de su dormitorio con mi hermana en brazos.
Un rato después volví a entrar y él estaba descansando.
—Se ha puesto muy nervioso, extremadamente nervioso, le he tenido que administrar un calmante—me comentó Jenna.
Sin duda que sí, porque el alma se me cayó a los pies. En su delirio había hecho trizas el monito, no pudiendo soportar que fuera un muñeco y no su hija quien apareciese.
Uno a uno fui recogiendo sus pedazos, que se me asemejaron a los del corazón de mi padre. Me preguntaba hasta dónde podría aguantar, en qué momento su corazón se pararía y si para entonces habría recibido la gran alegría de su vida.
Al salir de la habitación me encontré con Lysa. Tampoco tenía buena cara, aunque era lo lógico; el ambiente en aquella casa se estaba convirtiendo en irrespirable.
Me marché al despacho de mi padre, que ya era el mío, e hice varias llamadas de teléfono. Dupliqué el dinero destinado a la búsqueda de Alison y mirando el insigne retrato de mi padre, ese que llevaba toda la vida colgado allí, le prometí una vez más que la encontraría.
Después salí a respirar algo de aire puro y me encontré a Lysa en el jardín.
—Hola, ¿tú también estás de capa caída? Es como una epidemia, ¿no te parece?
—Esta casa tampoco es que haya sido nunca la alegría de la huerta, aquí siempre hubo más dinero que risas.
Miré a la que era una auténtica mansión en medio de nuestros viñedos y concluí que razón no le faltaba.
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