EL CORAZÓN DEL BOSS 1 de Dakota Wilson y Delaila Adams pdf
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★Extracto★
―¿Signorina?
―Sí… Sí, estoy bien. Escusami, estaba un poco distraída, escusami ―dije, sacudiendo ligeramente la cabeza. Pero ¿qué me pasaba? Las comisuras de sus labios se levantaron en una sonrisa que me pareció demasiado sensual para ser amistosa.
―Me di cuenta ―dijo, ahora mirándome con algo que estaba segura que era interés.
―Pero… bueno, tengo que ir… ―dije, señalando hacia el baño de mujeres. Él se dio la vuelta sin decir nada más y pude ir a refugiarme en el baño. Estaba absolutamente segura de que él había podido ver el rubor en toda mi cara.
Obligándome a olvidar el incidente, hice lo que pretendía. Llamé a Amaia y le conté todo; le dije que, si estaba contenta con los resultados, me gustaría irme a casa. Me preguntó por George, el nuevo inversor, y protestó porque no quería quedarme con él, pero yo ya había decidido irme, así que no dijo nada más.
Pensé en volver a la mesa y esperar media hora para luego retirarme, tratando de no parecer descortés. Cuando me senté a la mesa, un camarero se acercó con una copa de champán para mí.
―Perdone, pero creo que se ha equivocado, yo no he pedido champán.
―Esto se lo envía el señor de aquella mesa ―dijo señalando discretamente la mesa en cuestión. Cuando levanté la vista, resultó ser el hombre con el que me había tropezado. Me miraba y levantaba un vaso de whisky para hacerme entender que era él.
―Me ha pedido que le diga que se disculpa por el incidente de hace un rato.
Mis mejillas se encendieron cuando acepté el vaso y le agradecí al camarero, el pobre sólo hacía su trabajo. Tomé el champán; era exquisito, seguramente el más caro del lugar.
Mientras esperaba el lapso de tiempo que me había estipulado, no podía evitar mirar al hombre de reojo, y cada vez que lo hacía, él me estaba mirando a mí. La verdad es que pensé que me había estado mirando todo el tiempo.
Tenía una presencia demasiado imponente, su rostro y, probablemente, su cuerpo, parecían haber sido esculpidos por algún dios italiano. Su nacionalidad era evidente por el acento y la forma en la que me había llamado «signorina». Pero, a pesar de parecer haber sido esculpido por los dioses, denotaba una sensualidad diabólica.
El tiempo se me hizo eterno. Me sentía asfixiada, entre mis piernas mi coño ardía y se mojaba, mi corazón latía rápidamente y todo eso sucedía por la mirada de aquel hombre. Sólo habían pasado quince minutos, pero no podía esperar más, necesitaba ir a refugiarme a mi casa.
Me disculpé con los inversores y, a pesar de las protestas, especialmente las de George, les dije que tenía que irme porque a la mañana siguiente tenía una reunión muy importante y necesitaba descansar.
Me levanté y caminé demasiado rápido para considerarse normal, me fui sin mirar atrás, hacia la dirección en la que estaba la mesa del hombre.
Arturo, el chófer de Amaia, llegaría en quince minutos. Había acordado con él la hora a la que me recogería. Sin embargo, necesitaba irme ya, así que decidí tomar el primer taxi disponible que encontrara, aunque eso muchas veces era un reto en la ciudad.
―Signorina. ―La voz que me había hecho temblar sonó detrás de mí. Tragué con fuerza y me giré. Allí estaba él, tan imposiblemente perfecto, fumaba un cigarrillo con dos hombres más detrás de él de aspecto italiano también, y debería añadir que de aspecto algo turbio.
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