Él es mi obsesión de Sarah Saint Rose

Él es mi obsesión de Sarah Saint Rose

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¿cómo no obsesionarse con el director?

Debería de ser una pregunta del millón, porque a alguien que es tu superior, casi de guisa instintiva, lo vemos con más deseo… ¿de fiabilidad en absoluto habéis novelado con vuestro líder? ¿con vuestro profesor de unión o con el de numéricas? ¿con ese guapo galeno que te atiende y que no conoces de nada? No sé qué se nos pasa por la mente, aunque al excepto yo debería cobrar una jerarquía de “cómo no obsesionarme con el jefe”. Porque sí, hay caciques y jefes… Y luego está el dueño Davies, tan guapo, con esos fanales que me derriten, ese sentido del desabrimiento tan único, esos ventrales, esos brazos músculados, ese tupé revuelto y enmarañado que, pero se esté tornando gris sigue dándole un donaire atractivo y jovial, esas arruguitas que se le marcan en la comisura de los hocicos cuando le sucedido poco chunguero que me ha pasado…, saber que está prohibido. Que no debería, que no está a mi ámbito. Todos queremos quebrar las ordenanzas, saltarnos los finales.

Todos queremos cometer una ceguera. Y mi ebriedad es él… Jack Davies.


ÉL ES MI OBSESIÓN
SARAH SAINT ROSE
Mi madre siempre dice que la universidad ya no es lo que era antes.
En su época, ella no levantaba los codos del escritorio y se pasaba las horas no lectivas estudiando, sin un solo minuto para su disfrute. Quizás por eso se sorprenda de que celebremos fiestas los fines de semana, de que tengamos tiempo para ir al cine o de que el mismo profesorado sea quien organice salidas al exterior.
Esta es la semana de los emprendedores y vamos a visitar pequeñas empresas que empezaron desde la nada, desde lo más pequeño, y que terminaron volviéndose gigantes del mundo empresarial. Entramos en el edificio de la sede principal; Swicht Time nació con un reloj infantil que marcaba las horas en las que los niños tenían que cumplir sus funciones y cuáles eran estas. Es decir, a las 2 del mediodía el reloj señalaba un plato de espaguetis y los niños sabían que estaban cerca o en la hora de comer. Ese reloj infantil terminó desarrollándose para las personas discapacitadas, de manera que los autistas y otro dipo de personas con enfermedades similares eran capaces de ganar cierta autonomía. El guía de la empresa nos explica que, a día de hoy, se dedican a todo tipo de gadgets, sin excepción. Son una de las empresas pioneras en relojes y en aplicaciones para discapacitas, además de unos cracs del diseño informático.
Y sí, aquí es donde he pedido hacer las practicas.
Luca me abraza con la espalda, atrayéndome hacia él mientras el guía continúa hablando. Luca es mi novio, y aunque solamente llevamos un par de meses saliendo, puedo decir que es la relación más estable y sana que he tenido hasta ahora. Nada de celos, ni de tonterías. Luca es genial, y me encanta… Solemos andar siempre con Susi y con Justin, nuestros mejores amigos, que están justo frente a nosotros escuchando el pech.
—¿Te apetece si nos escaqueamos a tomar un café?
—No —respondo con rotundidad—. Es aquí donde voy a hacer las prácticas… Me gustaría prestar un poco de atención.
—Venga ya, Niki —me dice con una sonrisa—. Ya sabes todo lo que están contando de memoria, no me la cuentes.
Yo sonrío.
Claro que lo sé, por supuesto. Me preocupé muchísimo en investigar a fondo cada empresa y de escoger aquella que más creía que me iba a aportar. Así que, en resumidas cuentas, tengo la sensación de estar en el mejor sitio.
Pero que Susi y Justin se alejan hacia la zona de cafetería y Luca, que ya se ha cansado de la charla, me da un fugaz beso en la mejilla antes de tomar la misma dirección que ellos. Yo me quedo un rato más hasta que, finalmente, solo somos tres o cuatro los alumnos que estamos asistiendo a la charla. El guía nos dice que podemos tomarnos un descanso —en realidad, creo que le da miedo quedarse hablando solo— y yo me alejo en dirección al ascensor para subir a la cafetería y juntarme con mi novio y mis amigos.
Repaso la imagen que el espejo del ascensor me devuelve. La coleta se me ha ido aflojando a lo largo del día, pero sigo teniendo un buen aspecto. Como esta es la empresa que he escogido para mis prácticas, hoy me he preocupado de vestirme medianamente decente y creo que, incluso, doy el pego. No estoy tan mal. Llevo unos pantalones de pata de gallo y una blusita blanca. Con ese look casi puedo parecer una empleada de la empresa, la verdad. No desentono en absoluto.
Las puertas se abren y yo, que aun me estoy mirando en el espejo, salgo de aquí distraída. Tan distraída que… Derribo por el camino a alguien que lleva un café encima, y tanto él como yo terminamos en el suelo con la camisa —y la blusa— repleta de manchas. Arde, además. Así que no puedo evitar liberar un gritito de angustia.
—¿Estás bien? —pregunto, angustiada, mientras levanto la mirada hacia él.
Tiene el gesto serio, de pocos amigos y me responde con un gruñido que no soy capaz de descifrar. Vuelvo a agachar la mirada para darme cuenta de que la peor parte —por suerte— me la he llevado yo. Él tiene un par de manchas de café en la camisa, pero mi blusa… Bueno, creo que no tiene salvación.
El hombre, que calculo que tendrá unos treinta muchos, se levanta con lentitud y se frota las manos.
—¿No puedes tener un poco más de cuidado y mirar por donde vas? —me dice con voz ronca.
Vuelvo a mirarle. Moreno, pelo casi grisáceo, ojos azules, pequeños, achinados. Mandíbula tensa, barba de pocos días bien recortada. Es guapo, elegante, atractivo. Sí, muy atractivo. Pero, sobre todo, es imponente.
—Sígueme —ordena y vuelve a meterse dentro del ascensor.
Yo titubeo unos instantes. Lo más probable es que mis amigos y Luca se estén preguntando dónde me he metido, pero… La verdad es que no sé qué decir y en mitad de esa confusión, termino obedeciendo la orden y metiéndome dentro del ascensor.
Las puertas se abren en la última planta y él abandona el ascensor sin siquiera mirarme. Le sigo, claro. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
—Señor… —murmura una mujer que está en una pequeña recepción—. ¡Dios! ¿Qué le ha sucedido con la…? —comienza, pero después se queda mirándome y termina dejando la frase en el aire.
—Tráeme la camisa de repuesto y coge otra del personal para la chica.
—Sí, claro —responde ella—. ¿Qué talla?
Él, que parece un jefazo, se da la vuelta y se queda mirándome con expectación.
No sé qué espera que diga.
—¿Qué talla usas? —me pregunta directamente.
—¿Yo? —repito, sobresaltada—. Una S. La pequeña.
—Ahora mismo se lo traigo, señor —responde la secretaria abandonando su escritorio.
Me fijo en ella y me doy cuenta de que más que una secretaria, parece una modelo de pasarela. Va vestida con una falda de tubo que deja a la vista buena parte de sus kilométricas piernas. Delgada, con un cuerpo definido y sin un gramo de celulitis a la vista. Es morena de ojos castaños y guapísima, con unos pómulos marcados y unos labios gruesos que seguramente hayan pasado por las manos de un cirujano.
—¿Dónde estás trabajando? ¿En qué apartamento?
Me pregunta mientras abre las puertas de un despacho.  Pasa dentro y yo le sigo, pero no soy capaz de pronunciar una sola palabra porque las vistas me dejan alucinada. En el centro de la estancia hay un escritorio negro, elegantísimo, custodiado una silla de cuero que no parece nada barata. Y al fondo una gigantesca cristalera que deja ver todos los edificios y rascacielos de la zona. Cojo aire porque siento que me estoy ahogando…
—¿Eres Jack Davies?
Él frunce el ceño y me escruta con la mirada.
—¿Quién eres tú y en qué departamento trabajas?
Creo que estoy hiperventilando. No me puedo creer que esté en el despacho de la ultima planta, en el despacho de Jack Davies, el fundador y propietario de todo lo que hoy he pisado. Multimillonario, empresario, ingenioso, emprendedor… Creo que me sé buena parte de su vida, desde sus comienzos diseñando un reloj en sus ratos libres de la universidad a cuando dejó la carrera y decidió emprender la búsqueda de alguien que financiase su proyecto.
Sí, dios mío. ¡Es Jack Davies! Ahora caigo… No le he visto en demasiadas fotografías porque odia la prensa, pero sí…, sí que es él. Tiene que ser él.
—¿Me puedes responder, por favor?
—No trabajo aquí —murmuro, sintiendo cómo las pulsaciones de mi corazón se me aceleran al instante.
“Vale, tranquila, Niki”, me intento calmar, “solamente es un hombre. Una persona. Relájate”.
—¿Y qué haces en mi empresa si no trabajas aquí? ¿Qué estabas haciendo en mi ascensor?
Mi empresa. Mi ascensor. Evidentemente, se está esforzando por dejar clara la categoría a la que pertenece —una que está muy lejos de mi alcance—. Si esperaba que me cogieran para hacer las prácticas aquí…, bueno, creo que lo llevo claro. Lo mejor que puedo hacer es retirarme antes de seguir liándola y buscar otra empresa de las que tenía fichada. En realidad, y menos mal, creo que mandé la solicitud a tres diferentes. Esta, por descontado, la voy a retirar.
—Estoy en una visita con mi universidad —respondo con rapidez justo en el momento en el que él, Jack Davies, se empieza a desabrochar la camisa.
Se la quita y deja al descubierto unos pectorales y unos abdominales perfectos, marcados, firmes. Yo siento que estoy hiperventilando y que me encuentro fatal. ¿Cómo puede ser tan atractivo? Es cierto que no había visto demasiadas fotos de él, pero lo esperaba muy diferente. Lo esperaba más mayor, más…, ¡uf! ¡Dios! ¿Cómo puede ser tan atractivo?
—Imagino que estáis decidiendo dónde hacer las prácticas, ¿no?
Asiento con la cabeza cuando la puerta se abre. La secretaria entra, deja las dos camisas sobre la mesa y se vuelve a marchar.
—Sí, así es.
—¿Y has decidido hacerlas aquí?
—No —respondo a bocajarro, sin pensar.
Y ni siquiera yo entiendo por qué narices he sido tan sincera. Tengo un problema, y es que cuando me pongo nerviosa no tengo filtros. Y ahora mismo estoy taquicárdica, así que lo mejor que puedo hacer es salir corriendo de aquí cuanto antes.
—¿No te convence mi empresa?
—No —suelto de nuevo—. Lo siento.
Él se ríe y asiente.
—No pasa nada —responde con una sonrisa risueña, amigable, simpática. Su gesto ya no tiene nada que ver con la mueca huraña de hace unos segundos—.  En realidad, agradezco tu sinceridad. De vez en cuando también tengo que llevarme alguna contestación…
Yo me quedo inmóvil, en silencio, mientras él comienza a abrocharse lentamente la camiseta. Trago saliva.
—Vístete —me dice, señalando la camisa que hay sobre la mesa—. Y te la puedes quedar.
¿Espera que me quite la blusa delante de él? Siento que mi corazón está a punto de estallarme en el pecho. Me siento nerviosa, muy nerviosa, y no paro de hiperventilar. Me desabrocho la blusa mientras me debato conmigo misma y siento que la vergüenza me invade. No quiero cambiarme delante de él…, pero su mirada penetrante clavándose en mí resulta intimidante y me bloquea. Es como si tuviera un super poder para paralizarme, para controlar mi mente.
Sí, lo sé. Soy una dramática. Adoro el drama. Creo que, en otra vida, fui actriz.
Tengo la sensación de que, entre nosotros, flota una extraña tensión. Una honda que electricidad que puedo percibir. Me desabrocho los dos botones de la blusa y me la saco por la cabeza. Estoy en sujetador, justo delante de Jack Davies. Si hoy, al despertar, me hubieran dicho que esta escena iba a tener lugar… Bueno, simplemente no me lo hubiera creído. No es que sea una chica pudorosa, pero…, tampoco soy de las que se quitan la camisa a la primera de cambio y, cuando me toca ir a la piscina, suelo taparme un poco con la toalla mientras me pongo el bañador. No, no me hubiera creído que esto iba a pasar. Y mientras me abrocho, botón a botón, la camisa, tampoco consigo creérmelo. Seguro que estoy soñando y que en cualquier instante me voy a levantar, sobresaltada, entendiendo que esto forma parte de una pesadilla.


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