Enfermera Levin de Eva Gonzay

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Después de una separación hiriente, la enfermera María Levin se prometió a sí misma que se iba a citarse soltera durante el remanente de su efectividad.

Ángela Malaver, es una auxiliar de enfermería desmotivada de cuarenta y tres años que decide convenir un puesto en prisas para advertir si un altibajo de garbos es lo que necesita. El desconcierto de emergencias las situará a entreambas en el mismo box mientras tanto la enfermera juntura una herida, tiempo en el que Ángela Malaver descubrirá que ha resuelto con el altibajo de puesto y María Levin, a seso de desentenderse los cuarenta, dejará de desmenuzar que estar sola es lo que más le conviene.


Capítulo 1
Cuando la enfermera María Levin sale del box cuatro y ve la sala de urgencias prácticamente vacía no se lo puede creer. Acaba de poner una vía con medicación intravenosa a una paciente con migraña por orden de la doctora Maza y se acaba de dar cuenta de que ahora no tiene que hacer nada.
Bajo su responsabilidad, solo tiene a la chica del box cuatro y le sorprende. Llevan varias semanas terribles donde la sala de urgencias es un ir y venir de pacientes con todo tipo de dolencias. Los descansos de más de diez minutos son algo que rara vez puede permitirse y los turnos extra algo que forma parte de su rutina. Lo cierto es que está agotada.
—Voy un rato a la sala de descanso —anuncia a su compañero Aurelio, un enfermero a punto de cumplir los sesenta al que le gusta pasar sus ratos libres jugando al solitario—. Llámame si hay cualquier cosa.
—Tranquila, no creo que se muera nadie porque descanses un rato —responde sin mirarla.
A María no le gustan los comentarios con referencia a la muerte dentro del hospital, bastante desgracia ven a diario como para atraerla, pero no le dice nada porque su compañero es un poco hosco y no tiene ganas de enfadarse.
Cuando entra en la sala de descanso encuentra allí a la jefa de enfermería, Laura Esteban, a su compañero Miguel Alonso y a la neuróloga de urgencias, Silvia Maza. Al que menos conoce es a Miguel, que apenas lleva unos meses en el equipo, pero tanto Silvia como Laura son dos cuarentonas como ella que está a punto de cumplirlos y trabajan en urgencias desde hace diez años.
Después de prepararse un café en una máquina de cápsulas, se dirige hacia la mesa y al pasar por detrás de Silvia para ocupar la única silla libre, no puede evitar fijarse en que la doctora está pasando imágenes de chicas con su móvil en alguna aplicación de citas.
—¿Quién va a ser la afortunada de hoy? —le pregunta divertida sin poder aguantarse.
Silvia alza esa mirada coqueta que derrumba las barreras de cualquiera en ambos géneros, aunque ella solo tiene interés por el femenino y las que más le gustan a ella son las de las que afirman que jamás se acostarían con una mujer, en cuanto alguna dice eso, automáticamente se convierte en el objetivo de caza de la doctora. Y la doctora tiene muy buena puntería.
—Solo estoy mirando, la verdad es que ligar por aquí no tiene ninguna gracia, todas sabemos a lo que vamos —dice dejando el móvil sobre la mesa.
—¿Hay alguna mujer en el hospital a la que no te hayas tirado? —pregunta la jefa de enfermeras entrando en la conversación.
Su compañero Miguel las mira notando como le arden las mejillas y decide que es mejor no quedarse en la misma habitación que esas tres mujeres si no quiere que su imaginación se desate y su entrepierna le juegue una mala pasada.
—Aunque no te lo creas todavía me quedan muchas —fanfarronea Silvia divertida.
María y Laura intercambian una mirada de complicidad entre ellas y se ríen, no son más que dos números más en la larga lista de conquistas de la doctora.
—¿Nunca te planteas buscar a alguien para tener algo serio? —le pregunta María.
No es hasta que no ha terminado la frase cuando se da cuenta de que quizá no solo se lo está preguntando a su compañera, sino que es una pregunta para sí misma. Cuando rompió su relación con Inés hace más de tres años se prometió a sí misma que se iba a quedar soltera el resto de su vida. Lo había pasado tan mal junto a ella en el último año, que le daba una pereza inaguantable la sola idea de pensar en compartir su espacio y su tiempo con alguien.
Se pasó más de un año sola sin estar con nadie en absoluto, tenía tal hartazgo y a su vez necesidad de tener su propio espacio, que lo disfrutó todo lo que pudo. Pasado ese tiempo y animada por las dos mujeres que ahora están sentadas con ella, se animó a comenzar a salir un poco y a tener alguna cita.
María siempre es muy clara con todas sus citas desde el principio, si buscan a alguien para algo serio, ella no es la mujer que necesitan, solo está disponible para citas cortas, encuentros esporádicos donde pasar un buen rato y después cada una a su casa, sin embargo, últimamente se siente inquieta. Cuando llega a casa nota que las paredes se le caen encima y que su piso es demasiado grande. Sabe que lo que le pasa es que se siente sola, que esa necesidad de espacio que tuvo después de lo de Inés está llegando a su fin y que lo que ahora le apetece ya no son esas citas rápidas y los polvos de una noche. Echa de menos poder compartir su día a día con alguien, llegar a su casa cansada y sentarse en el sofá junto a una mujer con la que poder hablar de cualquier cosa sin necesidad de tener encendida la televisión todo el rato para no sentirse tan sola.
María quiere poder ir al cine y coger de la mano a la persona que tiene al lado, quiere ir a la playa y comerse una paella mirando a los ojos de su pareja, quiere hacer un viaje, quiere pasear por las tardes, que alguien se presente por sorpresa a recogerla en el trabajo alguna tarde de las que sale agotada para llevarla a cenar. Quiere sentir que alguien la quiere y se preocupa por ella, aunque le cueste admitirlo.


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