I Have a Secret, Baby de Amelia Gates

I Have a Secret, Baby de Amelia Gates

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Una aventura de una noche, un bebé secreto y un jefe que no tiene ni idea de que su nueva empleada trae consigo recuerdos explosivos y un enorme secreto.

Como fotógrafa, Jenna sabe cómo representar al cuerpo humano. Sin embargo, cuando se trata de Colby, esa habilidad fue demasiado lejos. Unas cuantas fotos furtivas, una copa de más y una noche sudorosa con el playboy del siglo. Colby Simmons.

Rico, poderoso, guapo y director general de una empresa con su nombre en la fachada. Aun así no era algo que le importara, de todos modos nunca iba a ser más de una noche. ¿Y a quién le importa el estatus de nadie cuando sólo se trata de una aventura?

Excepto que a la mañana siguiente Jenna deseaba que él llamara….
Una esperanza que nunca se hizo realidad.

Todo lo contrario a las dos líneas que se materializaron en su prueba de embarazo unas semanas después….

Ahora, tres años más tarde, Jenna se encuentra en la otra punta del país, en la ciudad de Nueva York, sin querer nada más que aportar estabilidad a la vida de su pequeña hija. Qué mejor manera de hacerlo que con un puesto fijo en una de las principales empresas de marketing de los Estados Unidos.

Al menos ese era el plan, hasta que llegó el momento de encontrarse cara a cara con el director general en su primer día, no pudiendo evitar fijarse en nada más que en sus penetrantes ojos azules. Los mismos ojos azules que saludan a Jenna cada mañana desde la cuna de su hija….

¿Será Jenna capaz de mantener su secreto? ¿o el encanto de Colby hará que toda la estabilidad que tanto le ha costado construir se derrumbe como un castillo de naipes sobre su cabeza


Capítulo Uno
Jenna
En aquel entonces
La noche comienza a llegar a su final. Todo el mundo, incluido el rapero al que se me ha encargado fotografiar, se encuentran un poco pasados de copas. Sé que no queda mucho tiempo, así que me ocupo de captar todos los ángulos del artista que puedo antes de que se consuma por el alcohol. Él y sus amigos se lo beben como si fuera agua mineral.
Pasar mi tiempo en fiestas, codeándome con músicos y actores para ganarme la vida, puede sonar glamuroso para algunas personas. Joder, incluso a mí me lo parecía antes de empezar a hacerlo, pero la verdad es que, a menudo, es mucho menos emocionante de lo que alguien podría pensar. Resulta que los famosos son sólo personas, algunos son agradables y otros definitivamente no, algunos me tratan con respeto y otros definitivamente no.
Independientemente de la actitud de los famosos, me encanta mi trabajo. No por las celebridades en sí, sino porque hay una cierta magia en poder observar las cosas desde fuera. Hay cierto arte en ser capaz de capturar una sensación o una mirada que transmite más de lo que podrían decir mil palabras. Mi parte favorita de cualquier proyecto es revisar las tomas al final del día (o a menudo de la noche) y descubrir las pocas que me dicen algo. Es un subidón como ningún otro; mejor que un helado, mejor que encontrar esa camisa perfecta en la tienda vintage, incluso mejor que el sexo. Aunque bueno, tampoco es que haya tenido buen sexo últimamente.
Las luces del club han pasado de ser rojas a azules, haciendo que la sala sea aún más oscura. Cambio el balance de blancos y la exposición antes de hacer unas cuantas fotos de prueba para comprobar mis ajustes. Aunque sólo sea para hacer algunas pruebas, me gusta mantener las cosas interesantes. Veo de reojo a un hombre que se encuentra al otro lado de la sala VIP y me detengo.
¡Santo cielo, parece Batman!
Con un pelo que parece ser de un rubio oscuro ante la poca luz que le rodea y unos rasgos cincelados, podría ser un Brad Pitt más joven y más alto. De forma impulsiva, le hago una foto; luego, hago zoom y hago otra. Decido hacerlo porque pienso que las sombras que juegan en su cara darán a la foto una energía que destacará sobre la fiesta que se celebra a su alrededor. No tiene nada que ver con el hecho de que sea el hombre más guapo de la sala, o que yo haya visto, ya sabes, nunca.
Sólo cuando aparto la cámara de mi cara veo que él me está mirando fijamente. Agradezco la oscuridad de la discoteca porque estoy segura de que me estoy sonrojando. Levanto la cámara en señal de explicación, para que no piense que soy una chica rarita que le está vigilando. Entonces, como no se me dan nada bien las interacciones que no tengan que ver con el trabajo, me doy la vuelta y empiezo a caminar en dirección contraria. Tengo que volver a centrarme en lo que he venido a hacer aquí de todos modos. Lo que me pagan por hacer aquí.
Me fijo en el prometedor rapero Native. Ha lanzado un par de éxitos y ya se le considera la voz de una generación. No soy una experta en música, pero me gustan sus temas y me gusta fotografiarlo. El chico todavía tiene algo de esa inocencia que se hace más rara de encontrar a medida que estas estrellas envejecen. Tengo la esperanza de que no la pierda nunca. Hago unas cuantas fotos más justo empiezo a notar que Native empieza a balbucear un poco con sus palabras. Está siendo acosado por las groupies como si no estuvieran en medio de un club nocturno repleto de gente.
Dios, ¿desde cuándo me he vuelto tan mojigata?
«Entonces, ¿te gusta mirar?»
Casi pego un salto al oír esa voz que procede de detrás de mí, tan cerca que puedo sentir su aliento contra mi pelo.
Me doy la vuelta tan rápido que casi cometo el pecado capital: casi se me cae la cámara.
«¿Qué cojones?»
Me encuentro con el rubio sexy de antes que lleva una camisa de Henley. Se ve tan guapo de cerca como de lejos; incluso mejor. Había subestimado su altura, debe medir más de dos metros. Mis botas añaden un par de centímetros a mi metro setenta y aún así tengo que inclinar la cabeza para mirarlo a los ojos. Hay algo con la altura de un hombre como él que activa una parte primitiva de mi cerebro, que ignora a la mujer independiente que tanto me ha costado ser, la parte que quiere ser protegida, que la hagan sentir segura.
«¿Puedo invitarte a una copa?» pregunta sin preámbulos ni dudas. Tengo la sensación de que no está acostumbrado a que le digan que no. He conocido a hombres como él en el pasado. De hecho, hay uno en particular que desearía poder borrar de mi memoria. Pensar en ese hombre me hace enderezar mi columna vertebral y superar el impulso de atracción que siento al tener a este hombre tan cerca de mí.
«No bebo cuando trabajo.» Mantengo la voz plana y hago un gesto hacia la cámara por si acaso no la había visto. Entre el tamaño de ésta y la bolsa que llevo con todos mis objetivos habría que estar ciego o ser estúpido para no darse cuenta de por qué estoy aquí. Sin embargo, aquí el ‘Ocean’s Eleven’ no parece ser ninguna de esas dos cosas.
«Lo supuse, cuando me hiciste una foto, que era parte de tu trabajo,» responde con suavidad. Su profundo tono de voz hace cosas peligrosas en el espacio que hay entre mis muslos.
‘Peligro, peligro’ retumba mi alarma interna. No debería excitarme tanto por la voz de un tipo cualquiera. Es cierto que hace tiempo que mis orgasmos son autoinducidos, pero aun así eso no es excusa.
Sus ojos recorren mi figura, empezando por mis botines y subiendo por mis piernas desnudas hasta el dobladillo de mi demasiado corto vestido dorado de tirantes. Si llevara mi armadura normal de vaqueros y camiseta, me sentiría menos expuesta. Fue el editor de la revista quien insistió en que me ‘mimetizara’ con el ambiente de la fiesta para que el rapero se sintiera lo suficientemente cómodo como para que pudiera hacerle fotos naturales. La revista me proporcionó este estúpido atuendo, aunque Henley – así he decidido llamarlo– no parece pensar que sea tan estúpido. De hecho, por la forma en que me mira me parece que está pensando en algo muy diferente; algo que hace que mis partes femeninas se contraigan un poco.
Es hora de cambiar de tema.
«¿Has venido con Native?» Enarco una ceja, no encaja exactamente con el resto del grupo de la sala, a pesar de su atuendo a la moda y su personalidad segura. No me da la impresión de que sea uno de sus músicos y la verdad es que no me suena de nada. Eso no significa que no pueda ser una celebridad, pero parte de mi trabajo consiste en estar al tanto de todo ese mundo y la suya no es una cara que pudiera a olvidar fácilmente. Desde un punto de vista artístico, por supuesto.
«Me ha invitado su discográfica,» explica con ligereza. Asiento con la cabeza, tiene sentido. Me pega totalmente estando en el bando de los trajes del negocio. Apuesto a que le queda muy bien uno puesto. «¿Y tú?»
«Estoy haciendo unas fotos para un próximo documental.» Es una respuesta algo vaga, pero que no viola el acuerdo de confidencialidad que tuve que firmar como parte del trabajo. Además, no es que me suela dedicar a cotorrear sobre los pormenores de a lo que me dedico.
«¿Me las enseñarías?» me pregunta. Está lo suficientemente cerca como para que sienta el calor que irradia de su cuerpo y pueda percibir el profundo aroma boscoso de su perfume. Me dan ganas de inclinarme hacia él un poco más. «Las fotos que me hiciste,» aclara cuando le lanzo una mirada de interrogación. Debe notar mi vacilación. «¿No necesitas que te dé el uso de mis derechos de imagen o algo así si quieres usarlas, de todos modos?»
Maldición, debería haberme imaginado que no sería un tonto. Desafortunadamente, eso es un golpe en su contra cuando se trata de meterse en mis pantalones. Hermoso e inteligente es el tipo de combinación que me hace desear cosas que no puedo tener.
«Era sólo una prueba, para probar los ajustes de la cámara» le digo. «No te preocupes, no voy a publicarlas, pensaba borrarlas.»
«¿Así que no sólo no me has hecho las fotos intencionadamente, sino que ni siquiera valen la pena conservarlas?» Se lleva la mano al pecho como si le doliera. «Vaya, qué manera de hacerle daño a mi corazoncito.»
Me niego a permitir que mis labios se levanten en una sonrisa como amenazan con hacer, estoy segura de que eso sólo le subiría el ego. Maldita sea, es encantador además de sexy.
«Estoy segura de que sobrevivirás,» respondo secamente mientras paso a través de las fotos de mi cámara. No es que lo necesite, pero es más fácil mirar a otro sitio que no sea a él, a su cara ridículamente guapa y sus ojos penetrantes. «Aquí.» Le hago un gesto para que se acerque y pueda ver sus fotos. De ninguna manera voy a darle mi cámara, por muy atractivo que sea este tipo.
Lo que no preveo es lo cerca que tiene que estar para poder mirar por encima de mi hombro la pantalla digital. Su pecho roza mi espalda y tengo que resistirme a inclinarme hacia él. Es tan alto que tiene que agachar la cabeza para poder mirar la pantalla, acercando un lado de su cara a mi pelo. Si girara la cabeza, nuestros labios estarían perfectamente alineados. Me obligo a seguir mirando hacia delante, con todo el cuerpo agarrotado por la tensión de mantenerme tan rígida. No recuerdo la última vez que tuve una reacción tan visceral ante un hombre. Quizá nunca la haya tenido realmente.
«Tienes mucho talento,” dice tras una pequeña pausa. Parece sincero, pero, como siempre, me cuesta creerlo.
«Eres fácil de fotografiar. No es precisamente difícil hacerte ver bien con la cámara,» admito con más honestidad de la que probablemente debería ofrecer.
«¿Es eso un cumplido? Ten cuidado, preciosa, o empezaré a pensar que podría gustarte después de todo.» Su voz juguetona ataca directamente a mis labios que sonríen tímidamente. «Sobre todo si sigues sonriendo así,» añade. Giro la cabeza lo suficiente como para ver que sus ojos están puestos en mí y no en la cámara.
Nunca he entendido cuando la gente –bueno, los libros románticos– hablan de perderse en los ojos de alguien. Ahora creo que puedo hacerme una idea de lo que siempre quieren decir.
«Bueno, ¿me enseñarías más?» me pregunta, la forma en que lo dice me hace pensar que ha hecho esta pregunta más de una vez mientras yo le miraba estúpidamente.
«Claro.» Contesto mientras me encojo de hombros como si no me importara. Es mentira. Me sigue emocionando que la gente quiera ver mi trabajo. No importa que sea la manera en la que me he ganado la vida durante los últimos cinco años o que incluso haya fotografiado para algunas de las publicaciones más prestigiosas del país. Todavía hay algo que me emociona cuando alguien se interesa por lo que hago, me ayuda a callar esa voz maliciosa en mi cabeza que me dice constantemente que no soy suficiente, que todo esto es temporal, que cualquier día van a descubrir que soy un frayde. Esa voz puede irse a la mierda.
«El gran single de Native se llama Colorblind, así que quería jugar con algo que la gente no se espere,» explico, «cambiando un poco las cosas para que los colores que veas no sean a los que estás acostumbrado.»
Hace un ruido en el fondo de su garganta y no puedo decir si es aprobación o indiferencia.
«No te preocupes, ya dejo de aburrirte,» bromeo después de pasar unas cuantas fotos. No ha comentado nada y me doy cuenta de que probablemente sólo me lo pedía por cortesía o, lo que es peor, porque pensaba que era una forma fácil de meterse en mis pantalones. Me alejo de él, necesitando poner algo de distancia entre nosotros.
«No creo que haya nada aburrido en ti.» Suena tan seguro; mi cabeza se levanta para mirarlo y no hay ningún tipo de engaño en su expresión. «Y no te estaba tomando el pelo; tienes un talento increíble, pero no creo que necesites que te lo diga para saberlo.»
Me pongo un poco más recta, esperando que no vea el rubor de placer que han provocado sus palabras. Tiene razón, no necesito su palmadita en la cabeza.
«Es a lo que me dedico,» respondo simplemente.
«Pero no es sólo eso, ¿verdad? Debes amarlo para poner tanto arte en ello.» Señala a la cámara que ahora cuelga a mi lado.
Tiene razón y, de hecho, es un buen recordatorio. Me encanta mi trabajo y es en eso en lo que debería centrarme ahora mismo, en lugar de coquetear con encantadores ofensivamente guapos.
«Debería volver al trabajo,» le digo, esperando dar la sensación de seguridad en mí misma en vez de dudosa.
«¿A qué hora terminas? Te esperaré, tengo la sensación de que eres alguien a quien vale la pena esperar, Cinco-Cero.»
El interés que muestran sus ojos es inconfundible y no es que mi cuerpo no esté de acuerdo con acercarse a él y descubrir si sabe tan bien como huele. Puede que no tenga relaciones serias, pero eso no significa que no me guste el sexo y algo en este chico me dice que sería muy, muy bueno en ello. Sin embargo, también hay una parte de mí que reconoce algo peligroso en la atracción instantánea y feroz que ha surgido entre nosotros. Siempre me propongo sólo invitar a mi cama a hombres de los que no pueda acordarme a largo plazo. Además, no tengo tiempo para ningún tipo de compromiso real; paso la mayor parte de mis días en la carretera, sin quedarme en ningún sitio lo suficiente como para siquiera alquilar un apartamento.
«¿Cinco-Cero?» Pregunto tras una pequeña pausa.
El ‘Míster Buenorro que te cagas’ me dedica una sonrisa de oreja a oreja la cual produce extraños efectos en mi interior. «Bueno, no me has dicho tu nombre, pero hay una bandera hawaiana en tu bolso, así que… Hawái Cinco-Cero.»
Miro la pegatina de mi bolso, impresionada por su capacidad de observación.
«Qué adorable.»
«Lo intento,» sonríe. Maldita sea, hasta su sonrisa es sexy. «¿Qué me dices de esa copa ahora?»
«¿Qué?» Frunzo el ceño al ver su cara de satisfacción.
«Parece que tu trabajo ha terminado por esta noche.»
Mis ojos siguen los suyos hasta donde Native está vomitando en un cubo de hielo. Vaya, si que ha escalado rápidamente.
Suspirando profundamente, empiezo a recoger mi equipo.
«¿Te vas?»
«Esa es mi señal.» Muevo la barbilla hacia el rapero, que parece estar muy perjudicado. Me quedaré el tiempo suficiente para asegurarme de que su equipo de seguridad lo tiene controlado y luego volveré a mi habitación a revisar las fotos que he sacado esta noche.
«Podrías dejar que te invitara a esa copa ahora, Cinco-Cero,» se apoya en la columna de detrás de él con un aspecto muy sexy y no puedo evitar pensar en lamerle ese hoyuelo de la barbilla.
No Jenna, no habrá absolutamente ninguna lamida esta noche.
«Mi madre siempre me dijo que no hablara con extraños.» ¿Quién es ahora la que coquetea? Yo no, su Señoría.
«Si me dices tu nombre, ya no seremos unos extraños,» señala.
«Pero entonces ya no será tan divertido, Henley» ¿Estoy haciendo pucheros? ¿En serio? No me reconozco ahora mismo.
Ladea la cabeza antes de darse cuenta y luego baja la mirada a la camisa negra Henley que lleva puesta, que se extiende deliciosamente sobre su amplio pecho.
«Qué adorable,» dice, sonriendo.
«Lo intento,» sonrío. Y, sin más, me dirige hacia la barra. Al menos no intenta hacer el papel de macho alfa de pedir por mí. Sólo levanta una ceja cuando pido un Dirty Martini con aceitunas extra.
Me encojo de hombros. «Es una bebida y un aperitivo al mismo tiempo,» explico.
«Eso es–“
«¿Inteligente?» Suministro terminando su frase.
«Extraño», termina.
«Se me hizo tarde y no tuve tiempo de cenar,» explico. «Así que esto es una especie de hacer varias cosas a la vez.»
Sonrío al camarero en señal de agradecimiento mientras doy un sorbo al cóctel de ginebra antes de morder la primera aceituna del palillo. Cuando Henley se queda en silencio, me vuelvo hacia él, a punto de preguntar a dónde ha ido a parar su actitud juguetona, pero su mirada me roba la capacidad de hablar. Sus ojos están centrados en mi boca e, instintivamente, me mojo los labios. No se me escapa la forma en que sus pupilas se dilatan ante mi movimiento. Apenas resisto el impulso de hacer un pequeño baile de felicidad al ver que le afecto tanto a este hombre como él a mí.
«¿Qué pasa, Henley? ¿Te ha comido la lengua el gato?» Canalizo un poco de la femme fatale que todas llevamos dentro.
Me mira y me sorprende de nuevo lo guapo que es; una mandíbula así no debería ir acompañada de unos ojos tan azules que me hacen pensar en el océano de mi hogar. Es un crimen en toda regla.
Da un paso hacia mí, dejándome atrapada entre la barra y su cuerpo. No me hace sentir amenazada; lo único que me preocupa es que mis bragas ardan espontáneamente. La dureza de sus vaqueros se alinea perfectamente con el lugar exacto donde la deseo y me muerdo el labio inferior para reprimir un pequeño gemido. Apenas me ha tocado y ya estoy lista para explotar como un cohete.
«Había planeado ser paciente; invitarte a esa copa, quizá a una más, encandilarte, mostrarte lo bien que estaríamos juntos. Había planeado hacer que me rogaras que te llevara a mi hotel y te follara tan fuerte que me siguieras sintiendo dentro durante días.»
El tono grave de su voz mezclado con lo caliente de sus palabras me ha empapado la ropa interior. Dios, este tipo va a por todas.
«¿Y ahora?» Pregunto; sin aliento, intimidada ante sus ojos.
«Ahora no quiero esperar,» gruñe. «Y no quiero que bebas con el estómago vacío. Quiero que estés completamente presente cuando te haga gritar mi nombre.» Su palma se acerca a un lado de mi cara y me apoyo en ella, dejando que su pulgar recorra mi pómulo.
Su proteccionismo, su arrogancia, ambas cosas deberían desanimar a alguien que ha pasado toda su vida adulta siendo ferozmente independiente. Siempre me he asegurado de no pedirle nada a nadie. Sin embargo, tienen el efecto contrario sobre mí, su confianza en sí mismo le diferencia de todos los demás chicos con los que he estado; sabe lo que quiere y va a por ello. No hay mucho más atractivo que eso; excepto quizá un tipo que quiere asegurarse de que no estás cegada por el alcohol cuando das tu consentimiento. ¿O es sólo mi propia mala experiencia hablando? Aun así, es difícil recordar por qué tenía alguna reticencia sobre Henley.
Agacha la cabeza y creo que va a besarme, pero pasa por alto mi boca y su barba incipiente me araña suavemente la mejilla mientras su boca besa una línea hasta mi oreja.
«Ven a mi hotel. Tengo un coche esperando fuera, podemos estar allí en quince minutos.»
Su voz es un estruendo en mi oído que al instante siento entre mis muslos.
Debatiré la sabiduría de mis próximas palabras en otro momento. Ahora, me interesan las acciones, ya las racionalizaré en otro momento.
«Tengo una idea mejor.» Jadeo como si acabara de surfear una ola de dos metros. «Mi habitación está justo enfrente, podemos estar allí en cinco.»
«Perfecto,» gruñe. Me muerde suavemente el lóbulo de la oreja y luego me besa por la mandíbula hasta que su boca cubre la mía.
No es un beso dubitativo, no hay petición, no pide permiso; Henley lo exige y yo estoy feliz de complacerlo. Me abro para él y nuestras lenguas se enredan. Me sujeta la cara entre sus manos –un movimiento que me encanta– y me inclina la cabeza para permitir que el beso sea aún más profundo. Mis manos se dirigen hacia sus hombros, en parte porque sus talentosos labios me están mareando y necesito algo de estabilidad, pero también porque estoy desesperada por tocarlo. Sus músculos se endurecen bajo mis manos y las arrastro hasta su pecho, sintiendo su corazón latir con fuerza contra mi palma.
«¡Pediros una copa o iros a una habitación!”
El grito del aguafiestas tiene el mismo efecto que un cubo de agua fría y me pongo completamente rígida. Me alegro de que las luces sean sutiles, pues mi cara arde por la forma en que acabamos de besarnos contra la barra a la vista de todo el club.
Henley se aleja lentamente, como si no quisiera hacerlo, pero sólo lo suficiente para mirar al tipo que está detrás de él. El aguafiestas levanta las manos y da un paso atrás en el símbolo universal de ‘lo siento colega”. Puedo sentir la tensión que irradia Henley y le pellizco el hombro para llamar su atención. Se gira para mirarme en lugar de mirar al otro hombre como si estuviera a un segundo de darle un puñetazo. Meterse en una pelea de bar es lo último en mi lista de cosas divertidas que hacer esta noche.
«Oye, vámonos a por esa habitación.» Le sonrío y veo cómo se despeja la tormenta en sus ojos azules. Me estudia y asiente con la cabeza.
Su mano agarra la mía mientras que la otra toma mi bolsa de la cámara del suelo y empieza a guiarme a través de la multitud de gente.
«Puedo llevarlo yo, ¿sabes?» Tengo que gritarle para que me escuche por encima del pulso de la música.
Me mira por encima del hombro y sonríe. «Lo sé, pero esta noche no tienes que hacerlo.»
Llegamos hasta el pasillo que lleva hasta la salida antes de que me apoye contra la pared y su boca vuelva a estar sobre la mía. Agradezco de nuevo la oscuridad del club mientras me enrollo con Henley en medio del local. Esto no es propio de mí, no me suelo dejar llevar. Siempre me propongo no estar nunca con tipos que puedan hacerme perder la cabeza de esta manera, pero Henley es diferente. Aunque nos acabamos de conocer, me siento segura de dejarme llevar por él. Probablemente sea una reacción tonta; después de todo, ni siquiera sé su verdadero nombre.
Cuando dejamos de devorarnos el uno al otro lo suficiente como para tomar aire, el mío se me atasca en mi garganta ante el puro deseo que veo en sus ojos. Reflejan el deseo que él debe de ver en los míos.
«No busco nada serio,» suelto de repente, la torpeza es mi lengua materna.
Parece sorprendido pero se recupera rápidamente. «Perfecto, porque yo tampoco.»
«Sólo una noche entonces.»
«Una noche,» confirma.
Ignoro la decepción que siento ante sus palabras. Con cualquier otro hombre me sentiría aliviada de que fuera así de sencillo, casi transaccional; pero hay algo en Henley, en la forma en que me hace sentir, que me hace preguntarme cuál sería mi respuesta si me pidiera algo más que una noche.
«Tenemos que salir de aquí, rápido,» Su aliento susurra contra mi cuello mientras besa y mordisquea la sensible piel de esa zona, encontrando las terminaciones nerviosas que envían una señal directa a mi clítoris. «Porque si sigues mirándome así me va a importar una mierda dónde estemos, te voy a follar aquí mismo contra esta pared.»
Mis caderas presionan contra las suyas por reflejo, mi cuerpo responde antes de que mi mente consiga procesarlo.
«O tal vez te gustaría.» Sonríe contra mis labios mientras me da un dulce beso.
Nunca pensé que me gustara el exhibicionismo, ni siquiera la idea de hacerlo; pero resulta que todas mis decisiones racionales desaparecen con este hombre, lo que significa que tiene razón, tenemos que salir de aquí, pronto, porque no confío en no arrastrarlo a la esquina oscura más cercana y hacer lo que quiera con él. Malditos sean los teléfonos con cámara, a quién se le ocurriría.
“Vamos anda, no todos tenemos un ego tan grande como el tuyo.» Me río mientras le agarro la mano para suavizar el escozor de mi palabras. Sin embargo, cuando sonríe, no se refleja en sus ojos. Inmediatamente me siento mal; está claro que he dicho algo que le ha tocado una fibra sensible. ¿Por qué a veces no puedo mantener la boca cerrada? No siempre es apropiado convertir cada cosa en una broma. Oigo la voz de mi madre en mi cabeza y, por mucho que la quiera, no es que quiera pensar en ella ahora mismo en esta situación.
No tengo la oportunidad de disculparme o de meter más la pata; es una decisión al cincuenta por ciento, porque ¿quién diablos sabe lo que les pasa a mis habilidades comunicativas cuando estoy cerca de este hombre? Henley tira de mí hacia la salida, llevando la bolsa de la cámara por mí como si no pesara una tonelada.
«Déjame llevarlo yo.» Voy a quitárselo, pero él cierra su mano alrededor de la mía.
«No estás acostumbrada a que la gente haga cosas por ti, ¿verdad, Cinco-Cero?» Me pregunta una vez que salimos a la intempestiva y cálida tarde de septiembre. Mi respiración entrecortada no tiene nada que ver con lo bien que se ve con las sombras que juegan en su cara, más bien tiene que ver con cómo ha dado en el clavo sin conocerme realmente en absoluto.
«La gente siempre se las ingenia para decepcionarme.” Me encojo de hombros, esperando parecer más despreocupada que dolida.
Sus pies se detienen y no me pierdo la mirada de reojo que me dirige. La ignoro porque es un melón que no tengo intención de abrir ahora mismo, menos con un hombre que me atrae enormemente. Además, sólo voy a pasar una noche con él. Acelero el paso hasta que soy yo la que le empuja a cruzar la calle y casi le arrastra por el vestíbulo del hotel hasta el ascensor. Me acerca a él y le beso como si mi vida dependiera de ello. Henley me rodea la cintura con el brazo y me acerca, devorando mi boca con tanta avidez como yo la suya. Mis manos recorren su pecho y estoy a dos segundos de desnudarlo allí mismo. Entonces, me distrae una risita procedente de un lado. Giro la cabeza y veo a una pareja de avanzada edad que se ha metido en el ascensor después de nosotros, pero hemos estado demasiado ocupados besándonos como para darnos cuenta.
«Buenas noches.» La mujer de pelo gris no se molesta en ocultar su diversión. Yo, mientras tanto, soy una mezcla de vergüenza y frustración. Intento devolverles la sonrisa, pero no me extrañaría que pareciera más bien una mueca de estar estreñida. Estoy segura de que mi cara está tan roja como la elegante camisa que lleva.
Me muevo para poner algo de distancia entre Henley y yo, pero él no afloja su agarre alrededor de mi cintura. Cuando le miro a través de mis pestañas, se muerde la mejilla como si intentara evitar reírse. Le piso el pie en represalia y suelta un gruñido bajo.
«Al diez, por favor,» murmura el hombre mayor, tardo un segundo en darme cuenta de que estamos bloqueando los botones del ascensor.
«Por supuesto, claro.» Me abalanzo hacia delante todo lo que me permite el férreo agarre de Henley y apuño el número, seguido del correspondiente a mi piso.
Todos nos quedamos en un incómodo silencio, excepto Henley, que parece completamente relajado y en casa, como si le pillaran besuqueándose en los ascensores todo el tiempo. Teniendo en cuenta su gran poder de atracción, probablemente lo haga. La idea es vagamente deprimente.
Cuando llegamos a la séptima planta se abren las puertas y la pareja nos desea buenas noches. Esta vez sonrío con más sinceridad y tengo que aguatarme la risa cuando la mujer mayor dirige su mirada al impresionante ejemplar que está a mi lado y me hace un disimulado pulgar hacia arriba. Es bueno saber que Henley atrae a mujeres de todas las edades. Él, sin embargo, es completamente ajeno al intercambio, su mano va de mi cintura a mi mano, llevándome al pasillo. Podría acostumbrarme a esto, a que me tomara de la mano mientras caminamos, pero no hay tiempo para ‘acostumbrarse’ a nada. Esto es sólo una cosa de una vez, no voy a romper mis propias reglas.
Apenas damos unos pasos sin que uno de los dos atraiga al otro para darle un cálido beso apasionado. Me aprisiona contra la pared y sus manos se dirigen a mi pelo mientras sus labios recorren la línea de mi cuello, mordiendo suavemente un punto por encima de mi clavícula del que no me había dado cuenta antes que fuese tan sensible. Tal vez sea que todas las sensaciones con él son más intensas que antes. Mi mano se desliza por sus abdominales duros como el acero y le acaricio a través de los vaqueros, sonriendo cuando gime de deseo.
«¿Cuál es tu habitación?» gruñe contra mi piel, tan impaciente como yo.
«723.» Contesto más bien en un jadeo, pero estoy demasiado excitada para que me importe lo desesperada que pueda sonar. Mientras hablo, saco la llave de la solapa de la bolsa de la cámara y le empujo hacia la puerta.
Sus manos se dirigen a mi cintura cuando nos encontramos por fin a las puertas de la tierra prometida. Las manos me tiemblan tanto de necesidad que me lleva dos intentos meter la maldita llave en la ranura. En cuanto cierro la puerta detrás de nosotros, me apoya contra ella, con su pierna entre mis muslos y mi vestido subiendo casi hasta mis caderas. Su boca es posesiva con la mía, sin ningún atisbo de inquietud, y su atrevimiento hace que me funda en sus brazos. Mis manos rozan sus hombros, amasando el fuerte músculo bajo su camisa.
Se le debe haber caído la bolsa de la cámara en algún momento, pero no me preocupa el estado de mi equipo. Toda mi atención se centra en la sensualidad del hombre que tengo delante y en la forma en que me besa, como si me deseara más que al aire que respira.
«Estás jodidamente impresionante con este vestido,» susurra contra mis labios, moviendo sus manos hacia el corto dobladillo. «Pero deseo verte entera.»
Se detiene por un momento y me doy cuenta de que está comprobando que estoy cómoda con lo que está haciendo y sube otros diez puntos en mis estimaciones.
Levanto los brazos por encima de la cabeza, dándole permiso. «Quítamelo.»
Sus ojos azules se oscurecen hasta convertirse en casi azul marino cuando obedece mis órdenes, tirando mi vestido a un lado, dejándome sólo en sujetador y mis braguitas. Normalmente soy más bien una chica de sujetador deportivo y boxers, pero la profunda respiración de Henley hace que me alegre de haber decidido vestirme como una mujer adulta esta noche para ir en conjunto con el vestido.
«Eres tan hermosa, Cinco-Cero.» Mira mi cuerpo de arriba abajo como si fuera una diosa a la que hay que adorar. Es una sensación totalmente embriagadora y no se parece a nada que haya sentido antes. Sus dedos se dirigen hacia el encaje negro de mi sujetador y tocan mis pechos –vergonzosamente pequeños– aunque no parece importarle, a juzgar por el grave gruñido que emite desde su garganta.
Antes de que pueda bromear sobre mi pecho plano, sus labios vuelven a estar sobre los míos, besándome hasta el más profundo olvido y me aferro a él con fuerza. Me desabrocha el sujetador como todo un profesional. Mientras acaricia con su pulgar sobre mis pezones creo que podría correrme sólo con esa sensación. Me besa por el cuello y sigue bajando, lamiendo y chupando mis pezones demasiado sensibles.
No me canso de él, necesito cada vez más y más y mis manos encuentran el camino hacia su pelo. «Estoy muy excitada ahora mismo,» admito, retorciéndome contra él.
Cuando levanta la cabeza, no parece sorprendido. Diablos, estoy casi montando su pierna entre mis muslos. Probablemente puede sentir lo mojada que estoy a través de sus pantalones.
«¿Quieres correrte, cariño? ¿Es eso lo que necesitas?» Su voz rebosa de lujuria y si antes pensaba que Henley era letal, oírle hablar sucio es suficiente para ponerme al límite.
«Por favor.» Ni siquiera me avergüenza suplicar. Lo único en lo que puedo pensar ahora es en encontrar algo de alivio para la tensión que siento entre mis piernas.
Sin apartar sus ojos de los míos, su mano baja para acariciarme por encima de mis bragas.
Gime como si le doliera, apoyando su frente en la mía. «Joder nena, que caliente estás.»
Alguien emite un gemido – oh, sí, he sido yo– cuando se mete dentro de mi ropa interior, sus dedos callosos estimulando mis partes más suaves. Me acaricia muy suavemente y yo me retuerzo contra su mano, necesitando más fricción.
«¿Te gusta, Cinco-Cero?» susurra, bajando la cabeza para meter mi pecho en su boca con la suficiente intensidad como para enviarme una sacudida de calor.
«Más,» suplico.
Me sonríe como un lobo antes de darme exactamente lo que quiero. Sus hábiles dedos trabajan entre mis húmedos pliegues, su pulgar rodea mi clítoris mientras introduce uno de sus dedos dentro de mí y gimo, aún con más fuerza que antes.
«Estás tan mojada nena, tan jodidamente deseosa.» Su voz está llena de asombro mientras me toca como si fuera un violín y él el presidente de la maldita Filarmónica.
Cuando introduce otro dedo, estimulándome y estirando mi interior, el placer puro me recorre en espiral. Me dejo llevar, gritando mientras mi clímax me atraviesa, dejándome temblando de placer. No estoy segura de que mis piernas puedan mantener mi peso en este momento, pero Henley está ahí, sosteniéndome con su cuerpo. Me apoyo en él, disfrutando de las réplicas de mi orgasmo mientras me toma entre sus brazos. Dios, qué bien sienta que te abracen.
«Creo que ver cómo te corres es lo mejor que he visto nunca,» respira, con la voz ronca.
«Encantada de complacerte.» Le sonrío tímidamente, antes de parpadear al darme cuenta de que soy la única aquí que está casi desnuda.
«Llevas demasiada ropa,» le informo. Estoy en desventaja, ya que él ha conseguido desnudarme como Dios me trajo al mundo.
Mis manos están ansiosas por despojarle de esa camisa y él acepta mi sugerencia no tan sutil de levantársela por encima de la cabeza. Cae en algún lugar del rastro de ropa que dejamos atrás. Ya he pasado a sus pantalones, he desabrochado la cintura de sus vaqueros y he metido la mano en el interior para poder estimularle a través de los calzoncillos. Suelta un gemido cuando por fin me introduzco en su ropa interior, acariciando la sedosa dureza que encuentro allí. Le bombeo la base de su erección, pero siento que no es suficiente, aunque la forma en que sus ojos se cierran al tocarlo me hace sentir increíblemente sexy.
«Quiero desnudarte entero,» murmuro, empujando hacia abajo sus vaqueros y calzoncillos por las caderas hasta llegar a sus piernas. Me arrodillo para quitárselos y me encuentro cara a cara con una impresionante erección.
Nunca me ha gustado hacerle sexo oral a un hombre. Anteriormente lo he hecho porque es parte del sexo y me gusta dar al igual que me lo han dado a mí, pero es la primera vez que la idea de chupársela a un tío me excita hasta el punto de tener que apretar mis muslos. Levanto la vista y lo veo mirándome desde arriba, con unos ojos muy intensos llenos de deseo. Me observa mientras aprieto su pene, retorciéndose ligeramente mientras subo y bajo la mano por su dura longitud.
«Joder, qué bien se siente,» inspira. Sonrío al ver cómo sus caderas se mueven hacia delante, como si tuvieran voluntad propia.
Antes de que tenga la oportunidad de comenzar a lamerlo desde la base hasta la punta y chupar el líquido excitante que empieza a asomar en su punta, Henley me levanta.
«Para la próxima,» me ordena, respirando profundamente. «Cuando me corra, quiero estar dentro de ti, Cinco-Cero.»
Mi coño se aprieta de necesidad ante sus palabras. Creo que nunca había deseado tanto a alguien.
«Fóllame, por favor.» Ni siquiera me avergüenza lo necesitada que sueno, sobre todo cuando veo cómo sus ojos azules se vuelven completamente oscuros, ensombrecidos por la misma lujuria que siento.
No tengo que decírselo dos veces. Con un suave movimiento, nos gira hacia la cama y me tumba de espaldas. Me quito las bragas empapadas, deseosa de él como nunca lo había estado antes. Le miro y mis ojos devoran su increíble cuerpo. Tiene una musculatura esbelta, unos hombros anchos que se estrechan hasta la cintura, con unos apretados abdominales que terminan en un ángulo perfecto, apuntando al gran premio entre sus piernas.
«Si sigues mirándome así, no voy a durar nada, Cinco-Cero,» me advierte. Su mano se dirige a su pene, acariciándolo mientras me mira y casi me corro de nuevo con la visión. Nunca he visto nada tan excitante en toda mi vida.
Saca un preservativo de algún sitio, presumiblemente del bolsillo de sus pantalones. Agradezco que sea capaz de pensar con claridad por los dos en este momento y se encargue de la tan importante protección.
«Ven aquí.» Le hago señas para que se acerque a la cama. Se arrastra sobre mí lentamente, siendo la fantasía de toda mujer hecha realidad.
Se apoya en una mano, mirándome y, por un momento, mi timidez se apodera de mí.
«¿Qué?» Intento girar hacia un lado para ocultarme un poco de él, pero se desplaza para mantenerme justo donde estoy.
«Eres increíble, Cinco-Cero,» susurra.
Esto es sólo una noche, me recuerdo a mí misma. Hay una razón por la que no me involucro con los hombres; muchas, muchas razones. ¿Pero por qué este tiene que decir todas las cosas que me encantan?
«No tienes que decirme esas cosas, lo sabes,» me burlo. «A estas alturas ya me tienes ganada.»
Es una broma, pero no hay ningún atisbo de sonrisa en su cara mientras me mira. «Podemos parar cuando tú quieras, preciosa.»
Si no hubiera estado ya abrumada por la necesidad de este hombre, esas palabras, dichas con tanta sinceridad, habrían bastado para ponerme al límite. Después de haber experimentado a alguien que no entiende la palabra ‘no, un hombre que me da las riendas de todo control es un paraíso de excitación.
Sacudo la cabeza. “No quiero que pares.» Lo atraigo sobre mí, su pecho contra el mío mientras lo beso, mostrándole con mis manos y mi lengua lo mucho que lo deseo.
Su punta roza mi abertura y yo abro más las piernas para invitarle a entrar. Se desliza dentro de mí, estirándome, dándome tiempo para acomodarme a su tamaño, sin que sus ojos abandonen los míos. Los dos suspiramos cuando se mete hasta el fondo, pero aún no es suficiente y quiero más. Le rodeo la cintura con las piernas y le meto aún más adentro, él suelta un gemino intenso cuando toca fondo dentro de mí.
«Joder, qué bien te sientes,» gruñe contra mis labios mientras me besa profundamente, haciendo que mi corazón se acelere.
Se retira casi por completo y vuelve a penetrar en mí, levantando más mi pierna y haciéndome gritar cuando alcanza un nuevo ángulo que hace que mis ojos se pongan en blanco de placer.
«Joder, más.» Me he adentrado en un territorio de monosílabos, comunicándome más con mi cuerpo que con mis palabras.
Los dos nos volvemos un poco salvajes, empotrándonos el uno contra el otro, encontrando un ritmo cada vez más rápido. Una de sus manos se extiende por mi culo, levantándome y apretándome más hacia el mientras él me enviste más dentro de mí, con más fuerza y haciendo que me recorran espirales de éxtasis. Con la otra mano me toca el clítoris, dibujando círculos, mientras me aferro a él arañando su espalda.
«Estoy cerca,» gimo contra su boca.
«Llega, nena,» gruñe, la tensión de sus músculos me dice que no está muy lejos de mí.
Nos corremos el uno contra el otro hasta el final, con sus caderas golpeando las mías mientras me llena una y otra vez. Mis músculos internos se aprietan alrededor de su miembro mientras grito, como si me rompiera en un millón de pedazos y no estoy segura de querer que me vuelvan a juntar. Me sigue hasta el límite, gruñendo y liberándose mientras se queda quieto dentro de mí, con la cabeza echada hacia atrás y todo el cuerpo rígido por la fuerza de su orgasmo. Es tan guapo que no debería ser legal.
Se inclina contra mí, cuidando de sostener su propio peso para no aplastarme. Incluso ese pequeño gesto de delicadeza me hace sonreír. Sólo una noche, repito mi mantra en mi mente. Es lo último que pienso antes de que mis párpados se cierren y me quede dormida, envuelta en este hombre que me hace cuestionar todo lo que creía querer.
La luz ya se filtra a través de las cortinas que habíamos corrido apresuradamente anoche. Teníamos otras prioridades. La idea me hace sonreír, incluso mientras entierro mi cabeza más profundamente en la almohada. Alargo la mano para tocar al hombre que me ha proporcionado más orgasmos de los que he tenido en los últimos tiempos. Me despertó en mitad de la noche para poseerme de nuevo. Aunque estoy deliciosamente dolorida, lo deseo de nuevo; pero su lado de la cama está vacío y las sábanas frías. De repente, estoy completamente despierta. Quizá esté en el baño, pienso, sé que no fui la única que sintió una conexión, algo que no había encontrado en ninguna otra aventura de una noche antes. Quizás fue todo sólo por mi parte, tal vez para él siguió siendo solo cosa de una noche. Sin embargo, la forma en que me miró, la forma en que me tocó me hizo sentir que había algo más allá entre nosotros.
A menos que haya malinterpretado las señales, a menos que realmente no sea tan buena para juzgar a las personas como había pensado. Si alguien que conocía de casi toda mi vida podía engañarme, entonces ¿por qué creo que podría ver más allá en alguien que acabo de conocer?
Sacudo la cabeza, negándome a seguir ese camino, especialmente antes de tomarme un café. Estiro las piernas por encima de la cama y mis ojos se fijan en algo blanco que revolotea en el suelo con el movimiento. Una vez descifrado el garabato del otro lado de mi tarjeta de visita, sonrío como una idiota.
Una noche no es suficiente. Cógemelo cuando te llame. Besos.
La espiral de pensamientos intrusivos que me habían invadido se vuelen inmediatamente cosa del pasado. Me abrazo al pecho con el mensaje como una niña de trece años que acaba de recibir su primera tarjeta de San Valentín del chico que le gusta. Siendo la típica cínica que suelo serr, si estuviera viendo cómo se desarrolla esta escena en una película, llamaría patética a la protagonista. Sin embargo, no me siento patética, siento algo que no he sentido en mucho tiempo: esperanza.
Me meto en el baño para asearme y lavarme el maquillaje de la noche anterior, sonriendo a mi propio reflejo como si fuera una loca. No se ha ido sin más, no me equivocaba al pensar que lo de anoche significaba algo más que un desahogo, lamará, sé que lo hará y no me cabe duda de que responderé cuando lo haga. Puede que le dijera que sólo iba a ser una noche, puede que así fuera como empezó todo, pero ahora quiero otra con él, quiero más.
Colby
Llevaba poco tiempo en la cafetería cuando la batería de mi teléfono se agotó por completo. Al camarero no le había hecho mucha gracia cuando le dije si podía prestarme su cargador, pero el billete de cien que le di por las molestias parecieron amansarle un poco. No tengo ni idea de cómo le gusta tomar el café, así que me limité a pedir la bebida más popular de este local –un café latte con caramelo o algo así– pero es una de las cosas que pienso averiguar sobre ella cuando vuelva a su habitación con el desayuno. Tenía la intención de hacerme un poco el interesante y esperar un par de días antes de llamarla, pero sólo llevo media hora fuera de su cama y ya estoy desesperado por volver a hablar con ella.
Giro la tarjeta de visita entre mis dedos.
J.M. Photography.
Cinco-Cero es sin duda la mujer más increíble que he conocido y ni siquiera sé su verdadero nombre. En cuanto se enciende la pantalla de mi móvil, abro la sección de contactos para empezar a introducir su número, pero me interrumpen un bombardeo de llamadas y mensajes perdidos. Llegan más rápido de lo que puedo procesar y entonces mi móvil suena en mi mano. La cara de Vanessa aparece en la pantalla.
«¿Colby? ¿Dónde coño estás?»
Parece agitada. Siempre ha sido un poco nerviosa, pero hay un pánico en su voz que no estoy acostumbrado a escuchar. Vanessa es fría, calmada, tranquila, siempre. Ha sido la voz de la razón desde que la conozco, que es básicamente toda mi vida.
«Estoy en la costa oeste, Ness. Estaba en la fiesta de la discográfica para la que trabajamos el año pasado, intentando hacer más contactos.» O teniendo sexo alucinante. Ya sabes… o lo uno o lo otro. «¿Todo bien?»
«Llevamos horas intentando localizarte.» Su voz se entrecorta al otro lado de la línea.
«¿Estás llorando?» ¿Les ha pasado algo a los niños? «Ness, ¿qué pasa? Me estás asustando.»
La oigo respirar con fuerza al otro lado de la línea.
«Tienes que montarte en un avión a casa ahora mismo. Ha pasado algo.»
Capítulo Dos
Jenna
Tres años después
Después de un fin de semana desempaquetando cajas mientras intentaba entretener a una niña de dos años, lo único que me apetece ahora es darme un baño de espuma y relajarme con una copa de vino. Sin embargo, no hay forma de evitar la llamada semanal de los domingos con mis padres. Siempre hemos conseguido sacar un hueco para hablar, fuera el país que fuera en el que estuviéramos, sin importar lo que ocurriera. Hoy no es diferente y – aunque siento cómo mis ojos parecen cerrarse por sí solos– estoy agradecida por este poco de estabilidad que puedo darle a mi pequeña. Dios sabe que no ha tenido la suficiente en su corta vida.
No es que no me haya leído todos los libros sobre bebés que me recomendó mi mejor amiga Natalie, sé lo importante que es una rutina para un niño pequeño, pero no es que haya tenido muchas opciones. Con el padre de Alamea fuera de nuestras vidas desde el primer día, fui madre soltera antes de que pudiera asimilar el simple hecho de que iba a ser madre.
Es difícil no preguntarme a mí misma qué fue lo malo que vio en mí, qué fue lo que le había hecho salir corriendo por la puerta cuando apenas había amanecido, para no volver jamás. Es una pregunta que dudo que algún día obtenga respuesta, no es que vaya a poder volver a verlo para preguntárselo. Había pasado noches con hombres antes, pero esas interacciones nunca me hicieron sentir que me habían utilizado; no hasta que llegó él. Joder, ni siquiera sabía su nombre real; sólo lo conocía como ‘Henley’. Eso debería haber sido señal de alarma suficiente.
El alegre chillido de mi hija me saca de mi pequeña fiesta de autocompasión y vuelvo a sintonizar con la conversación, bastante unilateral.
«¿Cuándo voy a poder volver a abrazar a mi nieta, Jenna Palila?» Me sobresalto ante el doble golpe de mi madre llamándome la atención por el tiempo que ha pasado desde nuestra última visita y porque me llame por mi segundo nombre. Por lo visto, no importa la edad que tengas, ni siquiera si tienes una hija propia; tu madre siempre puede hacerte sentir como una niña pequeña.
Doy un suspiro profundo. Aunque habíamos estado allí durante unos días el mes pasado, había sido una visita corta, incluso para mis estándares. El hecho de que esos días hubieran coincidido exactamente con las fechas en que mi hermano estaría fuera de la isla por negocios fue pura casualidad.
«Pronto, mamá,» le aseguro.
«¡Pronto y una mierda!» La voz de mi padre suena fuerte de fondo y –no por primera vez– me maravilla cómo ha conseguido mantener su marcado acento irlandés a pesar de haber pasado más de treinta años fuera de la madre patria.
«¡Mierda! ¡Mierdaa! ¡Mierdaaaa!» La niña de dos años que está en mi regazo repite alegremente, aplaudiendo al compás.


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