La escuela del Bien y del Mal Vol. 5: La bola de cristal del tiempo de Soman Chainani
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La escuela del Bien y del Mal 5: La bola de cristal del tiempo de Soman Chainani pdf
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LA ESCUELA DEL BIEN Y DEL MAL pronto será una película importante de Netflix, protagonizada por la ganadora del Premio de la Academia Charlize Theron, Kerry Washington, Laurence Fishburne, Michelle Yeoh, Sofia Wylie, Sophie Anne Caruso, Jamie Flatters, Earl Cave, Kit Young y más . !
En esta quinta entrega de la serie de fantasía The School for Good and Evil de Soman Chainani, superventas del New York Times , el pasado volverá para atormentar el presente.
Un falso rey se ha apoderado del trono de Camelot, sentenciando a muerte a Tedros, el verdadero rey. Mientras que Agatha escapa por poco del mismo destino, Sophie cae en la trampa del rey Rhian. Con su boda con Rhian acercándose, se ve obligada a jugar un juego peligroso mientras la vida de sus amigos está en juego.
Mientras tanto, los oscuros planes del rey Rhian para Camelot van tomando forma. Ahora, los estudiantes de la Escuela del Bien y del Mal deben encontrar una manera de restaurar a Tedros al trono antes de que se reescriban sus historias y el futuro de Endless Woods. . . Siempre.
¡No te pierdas la emocionante conclusión de la amada serie, La Escuela del Bien y del Mal #6: Un Rey Verdadero !
Para Uma y Kaveen.
en el bosque primigenio
una escuela del bien y del mal
dos torres cual cabezas gemelas
una, la de las almas puras
la otra, la de las almas malvadas
si intentas escapar, nunca lo lograrás
la única manera de salir es
a través de un cuento de hadas.
1 AGATHA La dama y la serpiente
Si el nuevo rey de Camelot intenta asesinar a tu amor verdadero, secuestrar a tu mejor amiga y cazarte como a un perro… será mejor que tengas un plan.
Pero Agatha no tenía ninguno.
No tenía aliados.
No tenía dónde esconderse.
Así que corrió.
Corrió tan lejos de Camelot como pudo, sin rumbo o destino a través del Bosque Infinito mientras su vestido negro se enganchaba en las ortigas y las ramas y el sol salía y se ponía… Corrió mientras el bolso que contenía la bola de cristal de una de las Decanas se balanceaba y le golpeaba las costillas… Corrió mientras los carteles de SE BUSCA con su rostro empezaban a aparecer en los árboles, una advertencia de que las noticias viajaban más rápido de lo que corrían sus piernas y de que ya no había ningún lugar seguro para ella.
El segundo día, tenía ampollas en los pies; los músculos le palpitaban, alimentados solo por bayas, manzanas y setas que había recogido por el camino. Parecía estar andando en círculos: la orilla humeante de Mahadeva, las fronteras de Gillikin, luego otra vez Mahadeva bajo el amanecer pálido. No podía pensar en un plan o en un refugio. No podía pensar en absoluto sobre el presente. Todos sus pensamientos estaban en el pasado: Tedros encadenado… Sentenciado a morir… Sus amigos prisioneros… Merlín inconsciente mientras se lo llevaban… Un villano malvado llevando la corona de Tedros…
Luchó contra el ataque de una neblina rosada, buscando el camino. ¿Acaso Gillikin no era el reino de la niebla rosada? ¿No se lo había enseñado Yuba, el gnomo, en la escuela? Pero había salido de Gillikin hace horas. ¿Cómo era posible que estuviera allí de nuevo? Necesitaba prestar atención… Necesitaba pensar en avanzar en vez de en retroceder… Pero en aquel momento solo veía nubes de niebla rosada adoptando la forma de una serpiente… De aquel chico enmascarado cubierto de escamas que había estado segura de que había muerto… Pero al que acababa de ver con vida…
Cuando logró abandonar sus pensamientos, la neblina ya había desaparecido y era de noche. Sin saber muy bien cómo, había terminado en el Bosque de Estínfalos, sin que hubiera ni rastro de un sendero. Llegó una tormenta cargada de relámpagos que brillaban entre los árboles. Agatha se ocultó bajo una seta venenosa gigante.
¿A dónde podía ir? ¿Quién podría ayudarla cuando todas las personas en las que confiaba estaban encerradas en un calabozo? Siempre había dependido de su propia intuición, su habilidad para crear un plan espontáneo. Pero ¿cómo podía pensar en un plan cuando ni siquiera sabía a quién se estaba enfrentando?
Vi a la Serpiente, muerto.
Pero luego no estaba muerto…
Y Rhian todavía estaba en el escenario…
Así que Rhian no puede ser la Serpiente.
La Serpiente es otra persona.
Estaban confabulados.
El León y la Serpiente.
Pensó en Sophie, quien había aceptado feliz el anillo de Rhian, pensando que contraería matrimonio con el caballero de Tedros. Sophie, quien creía haber hallado el amor, el amor verdadero que veía el Bien en su interior, solo para terminar siendo la rehén de un villano mucho más malvado que ella.
Al menos Rhian no lastimaría a Sophie. Todavía no. La necesitaba.
Aunque Agatha no supiera para qué.
Pero Rhian lastimaría a Tedros.
Tedros, quien había oído a Agatha decirle a Sophie la noche anterior que pensaba que era un fracaso como rey. Tedros, quien ahora dudaba de si su propia princesa creía en él. Tedros, quien había perdido su corona, su reino, su pueblo, y quien estaba en manos de su enemigo, a quien ayer había abrazado como a un hermano. Un enemigo que ahora afirmaba que era su hermano.
Agatha notó que el estómago le daba un vuelco. Necesitaba abrazar a Tedros y decirle que lo quería. Que nunca más dudaría de él. Que daría su vida por la suya si pudiera.
Te salvaré, pensó Agatha desesperada. Aunque no tenga un plan y a nadie de mi lado.
Hasta entonces, Tedros tendría que resistir, sin importar lo que Rhian y sus hombres le hicieran. Tedros tendría que encontrar la manera de continuar vivo.
Si no estaba muerto ya.
De pronto, Agatha echó a correr de nuevo, cegada por los rayos mientras atravesaba la última parte del Bosque de Estínfalos y luego pasaba por las playas aterradoras de Akgul con ceniza en vez de arena. La bola de cristal de Dovey le pesaba mucho y le golpeaba el mismo moratón en su costado, una y otra vez. Necesitaba descansar… Llevaba días sin dormir… pero su mente daba vueltas como una rueca rota…
Rhian sacó a Excalibur de la piedra.
Por eso es rey.
Agatha corrió más rápido.
Pero ¿cómo?
La Dama del Lago le dijo a Sophie que la Serpiente era el rey.
Pero Excalibur pensó que Rhian era el rey.
Y Arturo le dijo a Tedros que Tedros era el rey.
Algo está mal.
Algo está mágicamente mal.
Agatha contuvo el aliento, perdida en el laberinto de sus pensamientos. Necesitaba ayuda. Necesitaba respuestas.
La calidez húmeda se convirtió en un viento fuerte y luego en nieve cuando el bosque se abrió ante la extensión de la tundra. En medio de su frenesí insomne, Agatha se preguntó si había corrido durante meses y estaciones…
Pero entonces vio la sombra de un castillo a lo lejos, cuyas torres atravesaban las nubes bajas.
¿Camelot?
Después de todo aquello, en vez de encontrar a alguien que la ayudara, ¿había regresado junto al peligro? ¿Acaso había perdido todo ese tiempo?
Con lágrimas en los ojos, retrocedió y se giró para correr otra vez…
Pero no pudo dar ni un paso más.
Sus piernas cedieron y Agatha se desplomó sobre la nieve suave, con el vestido negro extendido a su alrededor como las alas de un murciélago. El sueño la golpeó con la fuerza y la rapidez de un martillo.
Soñó con una torre inclinada que subía hasta las nubes, construida con miles de jaulas doradas. Atrapado en cada jaula, había un amigo o un ser querido —Merlín, Ginebra, Lancelot, la profesora Dovey, Hester, Anadil, Dot, Kiko, Hort, su madre, Stefan, el profesor Sader, lady Lesso y más— , y todas hacían equilibrio apiladas, con las jaulas de Sophie y Tedros en la cima, listas para caer al vacío primero. Mientras la torre se balanceaba y se tambaleaba, Agatha se lanzó contra ella para evitar la caída, su cuerpo flaco y desgarbado era lo único que evitaba que sus amigos cayeran a la muerte. Pero justo cuando logró sujetar la columna flotante, una sombra apareció sobre la jaula más alta.
Mitad león. Mitad serpiente.
Una por una, la criatura tiró las jaulas de la torre.
Agatha despertó agitada, empapada de sudor a pesar de la nieve. Alzó la cabeza y vio que la tormenta había cesado; ahora el castillo que tenía delante era visible bajo el sol matutino.
Frente a él, dos puertas de hierro se abrían y cerraban contra las rocas; era la entrada a aquella fortaleza blanca erigida sobre un lago tranquilo y gris.
El corazón de Agatha se detuvo.
No era Camelot.
Era Avalon.
Algo en su interior la había llevado hasta allí.
Hasta la única persona que podía darle respuestas.
Algo en su interior había tenido en mente un plan en todo momento.
—¿Hola? —dijo Agatha delante de las aguas imperturbables.
No ocurrió nada.
—¿Dama del Lago? —intentó de nuevo.
Ni siquiera una ondulación en el agua.
El pecho le latía con nerviosismo. Tiempo atrás, la Dama del Lago había sido la mayor aliada del Bien. Era por eso que el alma de Agatha la había llevado hasta aquel sitio. Para conseguir ayuda.
Pero Chaddick también había acudido a la Dama del Lago en busca de ayuda.
Y había terminado muerto.
Agatha alzó la vista hacia la escalera en zigzag que ascendía hasta el círculo de torres blancas. La última vez que había estado en aquella orilla había sido con Sophie, buscando el cuerpo de Chaddick. Todavía quedaba un rastro de sangre oscura que manchaba la nieve donde habían encontrado al caballero de Tedros asesinado, dejándoles un mensaje provocador de la Serpiente.
Agatha nunca había visto el rostro de la Serpiente. Pero la Dama del Lago lo había visto cuando lo había besado.
Un beso que había quitado los poderes de la Dama y había traicionado al rey Tedros.
Un beso que había ayudado a la Serpiente a colocar un traidor en el trono de Tedros.
Porque eso era Rhian. Un traidor asqueroso que fingía ser el caballero de Tedros cuando siempre había estado confabulado con la Serpiente.
Agatha miró de nuevo el agua. La Dama del Lago había protegido a la Serpiente. Y no solo lo había protegido: se había enamorado de él y había perdido sus poderes por ello. Había desperdiciado una vida de servicio. Una sensación enfermiza recorrió la columna de Agatha. La Dama del Lago debería haber sido inmune a los encantos del Mal. Pero, en cambio, ya no podían confiar en ella.
Agatha tragó con dificultad.
No debería estar aquí, pensó.
Sin embargo… no podía acudir a nadie más. Tenía que correr el riesgo.
—¡Soy yo! ¡Agatha! —exclamó—. La amiga de Merlín. ¡Necesita tu ayuda!
Su voz resonó en la orilla.
Luego, el lago tembló.
Agatha inclinó el torso hacia adelante. No vio nada más que su propio reflejo en la superficie plateada.
Pero entonces, su rostro en el agua empezó a cambiar.
Poco a poco, el reflejo de Agatha mutó al de una vieja bruja arrugada, con mechones de pelo blanco pegados a su cabeza calva y piel manchada colgando de sus mejillas. La bruja yacía sumergida en el lago como un troll bajo un puente, fulminando a Agatha con la mirada. El agua transportaba su voz, baja y distorsionada.
—Hicimos un trato. Respondí la pregunta de Merlín —siseó la Dama del Lago—. Le permití que me preguntara una cosa, una sola, a cambio de que no regresara nunca más. Así que ahora intenta incumplir nuestro trato enviándote? Vete. No eres bienvenida aquí.
—¡No me ha enviado él! —protestó Agatha—. ¡Merlín está prisionero! Hay un nuevo rey de Camelot llamado Rhian. Ha encerrado a Tedros, Merlín, la profesora Dovey y a todos nuestros amigos en el calabozo. ¡Y Merlín está herido! ¡Morirá si no lo salvo! ¡Y Tedros también! El hijo de Arturo. El rey verdadero.
La expresión de la Dama carecía de alarma, horror o siquiera pena.
—¿Es que no me oyes? ¡Tienes que ayudarlos! —suplicó Agatha—. Juraste proteger al rey…
—Y lo protegí —replicó la Dama—. Te lo dije cuando viniste la última vez. El chico de la máscara verde tenía la sangre de Arturo en las venas. Y no solo la sangre del hijo de Arturo. La sangre del hijo mayor de Arturo. La olí cuando tenía mis poderes. Conozco la sangre del Rey Verdadero. —Hizo una pausa. Su rostro se ensombreció—. Ese chico también tenía poderes. Poderes fuertes. Percibió mi secreto: que me sentía sola aquí, protegiendo el reino, protegiendo al Bien, en esta tumba fría y acuosa… sola… Siempre sola. Sabía que entregaría mi magia por amor si alguien me diera la oportunidad. Y él me la ofreció. La oportunidad que Arturo nunca me dio. A cambio de un solo beso, el chico prometió librarme de esta vida… Podría ir a Camelot con él. Podría tener amor. Podría tener a alguien que fuera mío, al igual que tú… —Apartó la vista de Agatha y se encorvó todavía más—. No sabía que renunciar a mis poderes implicaría esto. Que me convertiría en una anciana, que estaría más sola que nunca. No sabía que su promesa no significaba nada. —Cerró los ojos—. Pero, claro, está en su derecho. Es el rey. Y yo sirvo al rey.
—¡Excepto que el rey no es el chico al que besaste! ¡Rhian es el rey! ¡El chico al que llaman el León, no es el chico que vino a verte! —insistió Agatha—. El chico al que besaste era la Serpiente. Te besó para arrebatarte tu magia y privar al Bien de tu poder. Te besó para ayudar al León a convertirse en rey. ¿Es que no lo ves? ¡Te engañó! Y ahora necesito saber quién es esa Serpiente. Porque si pudo engañarte a ti, ¡también podría haber engañado a Excalibur! Y si logró engañar a Excalibur, eso explicaría cómo un villano malvado terminó en el trono de Tedros.
La Dama del Lago se acercó hacia Agatha, con su rostro maltrecho debajo de la superficie.
—Nadie me engañó. El chico al que besé tenía la sangre de Arturo. El chico al que besé era el rey. Así que si le di un beso a «la Serpiente», como tú le llamas, entonces la Serpiente es quien sacó en buena ley a Excalibur de la piedra y quien ahora ocupa el trono.
—Pero ¡la Serpiente no sacó a Excalibur! ¡Eso es lo que intento decirte! —exclamó Agatha—. ¡Rhian lo hizo! ¡Y yo vi a la Serpiente allí! Están confabulados para engañar a los habitantes del Bosque. Así es como lograron engañarte a ti y a la espada.
La Dama atravesó el agua.
—Olí su sangre. Olí a un rey. —Su voz sonaba como un trueno—. Y aunque pudieran «engañarme», como afirmas con tanto descaro, es imposible que hayan podido engañar a Excalibur. Nadie puede ser más listo que el arma más poderosa del Bien. Quien haya sacado a Excalibur de la piedra es el heredero de sangre de Arturo. Fue el mismo chico que protegí. Él es el rey verdadero… No ese que Merlín y tú defendéis.
La Dama empezó a hundirse en el agua.
—No te vayas —dijo Agatha con un grito ahogado—. No puedes permitir que mueran.
La Dama del Lago hizo una pausa, su cráneo brillaba bajo el agua como una perla. Esta vez, cuando alzó la vista, el hielo en sus ojos se había derretido. Lo único que Agatha vio fue tristeza.
—El problema en el que Merlín y tus amigos se hayan metido es cosa suya. Sus destinos ahora están en manos del Cuentista —dijo la Dama con suavidad—. Enterré a ese chico, Chaddick, tal y como me pediste. Ayudé a Merlín tal y como él quería. Ya no tengo nada. Así que por favor… solo vete. No puedo ayudarte.
—Sí que puedes —suplicó Agatha—. Eres la única que ha visto el rostro de la Serpiente. Eres la única que sabe quién es. Si me muestras el aspecto que tiene la Serpiente, podré averiguar de dónde vienen él y Rhian. ¡Podré demostrar a todos que son unos mentirosos! Podré demostrar que Tedros es quien debería ocupar el trono…
—Lo hecho, hecho está —respondió la Dama del Lago—. Mi lealtad es para con el rey.
Siguió sumergiéndose…
—¿El verdadero rey lastimaría a Merlín? —gritó Agatha—. ¿El heredero de Arturo rompería la promesa que te hizo y te dejaría así? Has dicho que Excalibur no comete errores, pero tú creaste Excalibur y tú cometiste un error. Y lo sabes. ¡Mírate! Por favor. Escúchame. La Verdad se ha convertido en Mentira y la Mentira en la Verdad. El Bien y el Mal se han vuelto lo mismo. Un León y una Serpiente se han confabulado para robar la corona. Ya ni siquiera tu espada sabe distinguir a un rey. En algún lugar de tu interior, sabes que digo la Verdad. La Verdad real. Solo te pido que me muestres el rostro de la Serpiente. Dime qué aspecto tiene el chico al que besaste. Responde mi pregunta y no regresaré nunca más. Hagamos el mismo trato que hiciste con Merlín. Y te lo juro: cumpliré este trato.
La Dama del Lago miró a Agatha a los ojos. En las profundidades del agua, la ninfa extendió su atuendo silencioso y harapiento como una medusa muerta. Luego, se sumergió en sus profundidades y desapareció.
—No —susurró Agatha.
Cayó de rodillas en la nieve y se cubrió el rostro con las manos. No tenía hechicero, Decanas, príncipe o amigos en los que confiar. No tenía a dónde ir. A quién acudir. Y ahora, la última esperanza del Bien la había abandonado.
Pensó en su príncipe encadenado… Pensó en Rhian sujetando a Sophie, su esposa y prisionera… Pensó en la Serpiente, sonriéndole con malicia en el castillo, como si aquello solo fuera el principio…
Un borboteo surgió del lago.
Agatha miró entre sus dedos y vio un pergamino enrollado flotando hacia ella.
Con el corazón acelerado, Agatha tomó el pergamino y lo abrió.
La Dama le había dado una respuesta.
—Pero… Pero es imposible… —espetó, mirando el lago.
El silencio solo fue más profundo.
Agatha parpadeó y observó de nuevo el pergamino húmedo: el retrato de un chico hermoso en tinta negra.
Un chico al que Agatha conocía.
Sacudió la cabeza de lado a lado, atónita.
Porque Agatha le había pedido a la Dama del Lago que dibujara el rostro de la Serpiente. La Serpiente que había besado a la Dama y la había abandonado para que se pudriera. La Serpiente que había matado a los amigos de Agatha y que se había escondido tras una máscara. La Serpiente que había unido fuerzas con Rhian y lo había convertido en rey.
Solo que la Dama del Lago no había dibujado el rostro de la Serpiente.
Había dibujado el de Rhian.
2 EL AQUELARRE Melena de león
Hester, Anadil y Dot estaban sentadas atónitas en una celda apestosa, rodeadas de otros compañeros de misión: Beatriz, Reena, Hort, Willam, Bogden, Nicola y Kiko. Hacía unos minutos, habían estado en el balcón del castillo en una celebración que involucraba a todo el Bosque. Junto a Tedros y a Agatha, habían presentado el cadáver de la Serpiente ante el pueblo y habían declarado la victoria de Camelot sobre un enemigo despiadado.
Y ahora estaban en la prisión de Camelot, condenadas como si fueran enemigas.
Hester esperó a que alguien dijera algo… a que alguien tomara la iniciativa…
Pero en general era Agatha quien lo hacía. Y Agatha no estaba allí.
A través del muro de la celda, oía el sonido amortiguado de la ceremonia que continuaba, convertida en la coronación del rey Rhian.
—A partir de hoy, seréis libres de un rey que os cerró las puertas cuando lo necesitabais —declaró Rhian—. Un rey que actuó como un cobarde mientras una Serpiente arrasaba sus reinos. Un rey que fracasó en la prueba de su padre. A partir de hoy, tendréis a un rey de verdad. El heredero legítimo del rey Arturo. Puede que estemos divididos entre el Bien y el Mal, pero somos un solo Bosque. El rey falso será castigado. Los pueblos olvidados no volverán a caer en el olvido. Ahora, ¡el León os escuchará!
—¡LEÓN! ¡LEÓN! ¡LEÓN! —cantaban.
Hester notó que su demonio tatuado echaba vapor rojo en su cuello. A su lado, Anadil y Dot tiraban de los vestidos pasteles que les habían obligado a ponerse para la ceremonia, junto a sus rizos remilgados y prolijos. Nicola se arrancó una tira del vestido para vendar de nuevo una herida que Hort se había hecho en el hombro durante la batalla contra la Serpiente, mientras que Hort daba patadas en vano a la puerta de la celda. Beatrix y Reena intentaban encender el brillo de sus dedos sin éxito y las tres ratas negras de Anadil continuaban asomando las cabezas de su bolsillo, esperando órdenes, antes de que Anadil volviera a meterlas dentro. En un rincón, el pelirrojo Willam y el escuálido Bogden analizaban nerviosos las cartas del tarot; Hester oyó que susurraban: «regalos malos»… «se lo advertí»… «debería haberme escuchado».
Nadie habló durante un buen rato.
—Podría ser peor —dijo al fin Hester.
—¿Cómo podría ser peor? —chilló Hort—. El chico que creíamos que era nuestro salvador y nuevo mejor amigo ha resultado ser la escoria más malvada del planeta.
—Deberíamos haberlo sabido. Todos los chicos que quieren a Sophie suelen ser horribles —susurró Kiko.
—No suelo defender a Sophie, pero esto no ha sido culpa de ella —dijo Dot, sin lograr convertir la cinta de su pelo en chocolate—. Rhian la ha engañado al igual que nos ha engañado a todos.
—¿Quién dice que la ha engañado? —comentó Reena—. Quizás ella ha estado al corriente del plan durante todo este tiempo. Tal vez por eso aceptó su anillo.
—¿Para robarle a Agatha su lugar como reina? Ni siquiera Sophie es tan Mala —respondió Anadil.
—Nos hemos quedado quietos en vez de dar pelea —dijo Nicola, abatida—. Deberíamos haber hecho algo…
—¡Todo ha ocurrido demasiado rápido! —exclamó Hort—. En un segundo, los guardias han dejado de exhibir el cadáver de la Serpiente, han capturado a Tedros y han golpeado a Merlín en la cabeza.
—¿Alguien ha visto a dónde se los han llevado? —preguntó Dot.
—¿O a Ginebra? —dijo Reena.
—¿Y Agatha? —preguntó Bogden—. La última vez que la he visto, estaba corriendo entre la multitud…
—¡Quizás ha escapado! —sugirió Kiko.
—O quizá la multitud la haya matado a golpes —dijo Anadil.
—Mejor que se haya arriesgado antes de quedar atrapada aquí dentro —dijo Willam—. He vivido en Camelot la mayor parte de mi vida. Estas mazmorras son inmunes a los hechizos mágicos. Nadie jamás ha podido escapar de aquí.
—No nos quedan amigos que puedan sacarnos de aquí —replicó Hort.
—Y dado que ya no somos útiles para Rhian, es probable que nos corte la cabeza antes de la cena —protestó Beatrix y miró a Hester—. Así que dime, bruja sabia, ¿cómo podría ser peor?
—Tedros podría estar en nuestra celda —respondió Hester—. Eso sería peor.
Anadil y Dot se rieron.
—Hester —dijo una voz.
Se giraron y vieron a la profesora Clarissa Dovey asomando la cabeza entre los barrotes de la celda contigua, con el rostro pálido y sudoroso.
—Tedros y Merlín podrían estar muertos. El legítimo rey de Camelot y el mejor hechicero del Bien —chilló la Decana del Bien—. Y en vez de pensar en un plan para ayudarlos, ¿estás bromeando?
—Esa es la diferencia entre el Bien y el Mal. El Mal sabe ver el lado positivo —murmuró Anadil.
—No quiero ser grosera, profesora, pero ¿no deberías ser tú quien pensara un plan? —dijo Dot—. Eres una Decana y nosotros técnicamente todavía somos estudiantes.
—No se ha comportado como una Decana —protestó Hester—. Ha estado en esa celda durante los últimos diez minutos y no ha dicho ni una palabra.
—Porque estaba intentando pensar en… —empezó a decir Dovey, pero Hester la interrumpió.
—Sé que las hadas madrinas estáis acostumbradas a resolver los problemas con polvo de hadas y varitas mágicas, pero la magia no nos salvará en esta ocasión. —Hester notaba que su demonio estaba más caliente mientras volcaba su frustración en la Decana—. Después de enseñar en la escuela donde el Bien siempre gana, quizás estás en negación y no aceptas que el Mal haya ganado. El Mal que ha fingido ser el Bien, lo cual en mi opinión es hacer trampa. Pero ha ganado. Y si no despiertas y enfrentas el hecho de que estamos luchando contra alguien que no sigue las reglas, entonces nada de lo que «pienses» servirá jamás para vencerlo.
—Especialmente sin tu bola de cristal mágica rota —añadió Anadil.
—O sin tu varita rota —observó Dot.
—¿Tienes siquiera tu Mapa de Misiones? —le preguntó Hort a Dovey.
—Probablemente también esté roto —resopló Anadil.
—¡Cómo os atrevéis a hablarle así! —bramó Beatrix—. La profesora Dovey ha dedicado su vida a sus estudiantes. Para empezar, es por eso que está en una celda. Sabéis muy bien que ha estado enferma, muy enferma, y que Merlín le ordenó quedarse en la escuela cuando la Serpiente atacó Camelot. Pero aun así, vino a protegernos. A todos nosotros, al Bien y al Mal. Ha estado al servicio de la escuela durante —Beatriz miró el pelo plateado de Dovey y sus arrugas marcadas— quién sabe cuánto tiempo y ¿vosotros le habláis como si os debiera algo? ¿Le hablaríais así a lady Lesso? ¿A lady Lesso, que murió para proteger a la profesora Dovey? Ella hubiera esperado que confiarais en su mejor amiga. Que la ayudaseis. Así que si respetabais a la Decana del Mal, entonces será mejor que también seais respetuosos con la Decana del Bien.
El silencio invadió la celda.
—Ha recorrido un largo camino, ya no es la tonta enamorada de Tedros que era en nuestro primer año —le susurró Dot a Anadil.
—Cállate —balbuceó Hester.
En cambio, la profesora Dovey revivió al oír el nombre de lady Lesso. Se ajustó el moño y alargó el cuerpo lo máximo que pudo entre los barrotes para acercarse más a sus estudiantes.
—Hester, es lógico que te enfades cuando sientes impotencia. Ahora mismo, todos nos sentimos igual. Pero escuchadme. Da igual lo negras que parezcan las cosas, Rhian no es Rafal. No ha demostrado tener ni una pizca de magia y no está protegido por un hechizo inmortal como lo estaba Rafal. Rhian solo ha llegado tan lejos gracias a las mentiras. Nos mintió sobre su origen. Nos mintió sobre su identidad. Y no tengo duda de que miente sobre su derecho a la corona.
—Sin embargo, logró sacar a Excalibur de la piedra —replicó Hester—. Así que o dice la verdad sobre ser el hijo del rey Arturo… o puede que después de todo, sea un hechicero.
La profesora Dovey refutó la idea.
—Aunque haya sacado la espada, mi instinto me dice que no es el hijo de Arturo ni el rey verdadero. No tengo pruebas, claro, pero creo que hay una razón por la cual el expediente de Rhian nunca pasó por mi escritorio ni por el de lady Lesso como posible estudiante, cuando cada niño, Bueno o Malo, tiene un expediente en la escuela. Afirma haber asistido a la Escuela de Chicos de Foxwood, pero podría ser mentira, al igual que todas las que ha dicho. Y las mentiras solo lo llevarán hasta cierto punto sin habilidades, sin disciplina y entrenamiento, algo que todos mis estudiantes poseen a raudales. Si seguimos un plan, podremos estar un paso por delante de él. Así que escuchad con atención. Primero, Anadil, tus ratas serán nuestras espías. Envía una en busca de Merlín, la segunda en busca de Tedros y la tercera tras Agatha, esté donde esté.
Los roedores de Anadil sacaron la cabeza de sus bolsillos, felices de tener utilidad por fin, pero Anadil las retuvo de nuevo.
—¿Crees que no se me había ocurrido? Ya has oído a Willam. El calabozo es impenetrable. No tendrán manera de… ¡Ay!
Una de sus ratas la había mordido y ahora las tres se escabullían entre sus dedos, olisqueando y hurgando en los muros de la celda, antes de entrar apretadas por tres grietas diferentes y desaparecer.
—Las ratas siempre encuentran un camino. Es lo que las hace ratas —dijo la profesora Dovey, girando la cabeza para ver una de las grietas a través de las que uno de los roedores había salido, por donde ahora entraba un resplandor dorado—. Nicola, ¿qué ves por ese agujero?
Nicola presionó el rostro contra la pared y colocó su ojo en la grieta. La alumna de primer año tocó el agujero con la uña del pulgar, palpando el polvo de piedra húmeda. Claramente el calabozo, al igual que el resto del castillo en ruinas, no había sido fortificado ni mantenido en buen estado. Con la punta de su pinza para el pelo, Nicola retiró más suciedad y piedra, y así ensanchó un poco el agujero, por el cual entró más luz.
—Veo… luz solar… y una colina…
—¿Luz solar? —resopló Hort—. Nic, sé que en el Mundo de los Lectores hacéis las cosas de manera diferente, pero en nuestro mundo los calabozos están bajo tierra.
—¿Esa es una de las ventajas de tener novio? ¿Que me explique cosas que ya sé? —dijo Nicola mordazmente, forzando la vista por el hoyo—. Puede que los calabozos estén bajo tierra, pero nosotros estamos sobre el lateral de una colina. Es la única explicación que justifica que vea el castillo. —Retiró más suciedad con su pinza—. También veo personas. Muchas, agrupadas en la cima de la colina. Están observando la Torre Azul. Deben de estar mirando a Rhian…
La voz del rey sonó más fuerte a través del agujero.
—Toda la vida habéis servido a una pluma. Nadie sabe quién la controla o qué quiere y, sin embargo, la veneráis, le suplicáis que escriba sobre vosotros. Pero nunca lo hace. Ha gobernado este Bosque durante miles de años. ¿Y de qué os ha servido? En cada nueva historia, la pluma escoge a otros para la gloria. A los cultos. A los hijos de esa escuela. Y nunca os dejan nada para vosotros, los trabajadores, los invisibles. Para vosotros, las historias reales del Bosque Infinito.
El grupo oyó que la multitud gritaba.
—Nunca habló tanto cuando estaba con nosotros —comentó Dot.
—Denle al chico un escenario —bromeó Anadil.
—Nicola, ¿ves el balcón donde está Rhian? —preguntó Dovey.
Nicola negó con la cabeza. La profesora Dovey miró a Hester.
—Haz que tu demonio agrande ese agujero. Necesitamos ver el escenario.
Hester frunció el ceño.
—Puede que tú puedas convertir calabazas en carruajes, profesora, pero si piensas que mi demonio nos sacará de aquí cavando un túnel en una pared…
—No he dicho que nos sacara de aquí. He dicho que agrandase ese agujero. Pero si prefieres dudar de mí mientras perdemos la oportunidad de que nos rescaten, entonces, por favor hazlo —replicó la profesora Dovey.
Hester maldijo en voz baja mientras su demonio tatuado se hinchaba en su cuello, se despegaba de la piel, volaba hacia el agujero y clavaba sus garras como picos en la piedra mientras gruñía tonterías indescifrables: ¡Babayagababayagababayaga!
—Cuidado —le advirtió Hester con tono maternal—, todavía tienes la garra lastimada desde Nottingham…
La chica se paralizó al ver algo negro difuso moviéndose a través del agujero. Su demonio también lo vio y retrocedió asustado… pero había desaparecido.
—¿Qué ocurre? —preguntó Anadil.
Hester inclinó el cuerpo hacia adelante, inspeccionando el agujero en la piedra.
—Parecía…
Pero es imposible que haya sido eso, pensó. La Serpiente está muerto. Rhian lo mató. Vimos su cadáver…
—Espera un segundo. ¿Has dicho rescatar? —preguntó Dot, girándose hacia Dovey—. Primero de todo, ya has oído a Willam: es imposible huir de esta prisión. Segundo, aunque lo fuera y convocáramos a la Liga de los Trece o a alguien más, ¿qué harían? ¿Atacar Camelot? Rhian tiene guardias. Tiene a todo el Bosque a su favor. ¿Quién hay ahí fuera que pueda rescatarnos?
—Nunca he dicho que sería alguien de afuera —respondió la profesora Dovey con intención.
El grupo entero la observó.
—Sophie —dijo Hort.
—Rhian necesita a Sophie —explicó la Decana del Bien—. Cada rey de Camelot necesita a una reina para consolidar su poder, en especial un monarca como Rhian que es tan nuevo para el pueblo. El puesto de reina de Camelot es tan prestigioso como su contraparte. Es por eso que Rhian dio pasos cuidadosos para garantizar que Sophie, una leyenda y alguien querido por todo el Bosque, fuera su reina. A ojos del pueblo, lo mejor del Bien se está casando con lo mejor del Mal, lo cual eleva a Rhian por encima de las políticas de los Siempres y Nuncas y lo convierte en un líder convincente para los dos bandos. Además, tener a Sophie como reina apaciguará cualquier duda respecto de tener a un extraño misterioso como rey. Así que ahora que el rey tiene su anillo en el dedo de Sophie, hará todo lo posible para conservar la lealtad de la joven… pero en última instancia, Sophie todavía está de nuestro lado.
—No necesariamente —dijo Reena—. La última vez que Sophie se puso el anillo de un chico, fue el de Rafal, y estuvo de su lado contra toda la escuela y casi nos mata a todos. ¿Y ahora quieres que confiemos en la misma chica?
—No es la misma chica —la desafió la profesora Dovey—. Es por eso que Rhian la escogió para que fuera su reina. Porque Sophie es la única persona en el Bosque que el Bien y el Mal reclaman como propia: es a la vez la asesina del Director del Mal y la nueva Decana del Mal. Pero nosotros sabemos dónde reside la verdadera lealtad de Sophie. Nadie puede discutir que todo lo que ha hecho en esta misión ha sido para proteger a su grupo y la corona de Tedros. Aceptó el anillo de Rhian porque, además de estar enamorada de él, pensaba que era el vasallo de Tedros. Aceptó la mano de Rhian por amor a sus amigos, no a pesar de ellos. Da igual lo que Sophie tenga que hacer para permanecer viva, no podemos dudar de ese amor. No cuando nuestras vidas dependen de ella.
Beatrix frunció el ceño.
—Todavía no confío en ella.
—Yo tampoco —dijo Kiko.
—Bienvenidas al club —añadió Anadil.
La profesora Dovey las ignoró.
—Ahora, el resto del plan. Esperaremos que las ratas de Anadil regresen con noticias sobre los demás. Luego, cuando llegue el momento, le enviaremos un mensaje a Sophie a través de ese agujero y crearemos un canal de comunicación. A partir de eso, planearemos nuestro rescate —dijo la mujer, observando la abertura del tamaño de una moneda que el demonio de Hester había logrado cavar en la roca húmeda y agrietada. El discurso de Rhian se amplificó a través del hoyo.
—¡Y no olvidemos a mi reina! —proclamó.
El pueblo cantó:
—¡Sophie! ¡Sophie! ¡Sophie!
—¿Ya puedes ver el escenario, Nicola? —insistió la profesora Dovey.
Nicola inclinó el torso hacia adelante, con el ojo sobre el agujero.
—Casi. Pero está demasiado arriba de la colina y nosotros estamos en el lateral equivocado.
—Que tu demonio continúe cavando —le dijo Dovey a Hester—. Necesitamos ver ese escenario, da igual lo lejos que esté.
—¿Por qué? Ya has oído a la chica —protestó Hester, haciendo una mueca mientras su demonio golpeaba el agujero con su garra lastimada—. ¿De qué sirve tener una vista trasera del tamaño de un guisante?
—Uno de los guardias piratas de Rhian vendrá a vigilarnos pronto —continuó Dovey—. Hort, dado que tu padre era pirata, ¿asumo que conoces a esos chicos?
—Sí, pero no llamaría «amigo» a ninguno de ellos —respondió Hort, toqueteándose el calcetín.
—Bueno, intenta hacerte amigo de ellos —le instó Dovey.
—No quiero ser amigo de un grupo de matones —replicó Hort—. Son mercenarios. No son piratas de verdad.
—¿Y tú eres un profesor de historia de verdad? Porque si lo fueras, sabrías que incluso los piratas mercenarios se unieron a la Parlamentación Pirata para ayudar al rey Arturo a luchar contra el Caballero Verde —replicó Dovey—. Habla con esos chicos. Obtén toda la información posible.
Hort vaciló.
—¿Qué clase de información?
—Cualquier tipo de información —insistió la Decana—. Cómo conocieron a Rhian o de dónde viene Rhian realmente o…
A lo lejos, oyeron el crujido del metal y un golpe.
La puerta de hierro.
Alguien había entrado al calabozo.
Las botas resonaban sobre las rocas…
Dos piratas vestidos con la armadura de Camelot arrastraron el cuerpo inerte de un chico junto a la celda, sujetándolo cada uno por un brazo. El chico se resistía débilmente, tenía un ojo morado y cerrado, el traje y la camisa destrozados, el cuerpo ensangrentado y exhausto por las torturas a las que lo habían sometido desde que lo habían encadenado en el escenario.
—¿Tedros? —graznó Kiko.
El príncipe alzó la cabeza y, al ver a sus amigos, se lanzó hacia ellos y miró al grupo con su único ojo abierto.
—¿¡Dónde está Agatha!? —jadeó—. ¿¡Dónde está mi madre!?
Los guardias patearon las piernas de Tedros para hacerlo caer y tiraron de él por el pasillo hasta un sector sombrío y oscuro antes de lanzarlo dentro de una celda en un extremo del calabozo.
Pero desde donde estaba Hester, parecía que la celda del extremo del pasillo ya estaba ocupada, porque cuando lanzaron a Tedros ahí dentro, hicieron salir a un prisionero, más bien dicho a tres, que ahora se escabullían por el pasillo, libres y sin cadenas.
Mientras aquellos cautivos abandonaban las sombras, Hester, Anadil y Dot presionaron el cuerpo contra los barrotes y se encontraron cara a cara con otro aquelarre de tres. Aquellas trillizas ancianas pasaron rápido junto a ellas vestidas con túnicas grises, cabello entrecano largo hasta la cintura, extremidades huesudas y piel cobriza y curtida; sus cuellos y rostros idénticos eran largos y tenían frentes altas y simiescas, labios delgados y cenicientos y ojos almendrados. Sonrieron con arrogancia a la profesora Dovey antes de seguir a los piratas, salir del calabozo y cerrar la puerta de un golpe.
—¿Quiénes eran esas mujeres? —preguntó Hester, girándose hacia Dovey.
—Las hermanas Mistral —dijo la Decana con tono lúgubre—. Las consejeras del rey Arturo que destruyeron Camelot. Arturo acudió a las Mistral cuando Ginebra lo abandonó. Después de la muerte de Arturo, ellas gobernaron con libertad sobre Camelot hasta que Tedros tuvo edad suficiente como para encarcelarlas. No sé por qué Rhian las ha liberado, pero sin duda no son buenas noticias. —La Decana exclamó hacia el pasillo—: Tedros, ¡¿me oyes?!
Los ecos del discurso de Rhian ahogaron cualquier respuesta, si acaso hubo una.
—Está herido —dijo Dovey al equipo de la misión—. No podemos abandonarlo aquí. ¡Tenemos que ayudarlo!
—¿Cómo? —preguntó Beatrix, nerviosa—. Las ratas de Anadil no están y estamos atrapados aquí. La celda de Tedros está en el extremo opuesto del…
Pero entonces oyeron que se abría de nuevo la puerta del calabozo.
Unos pasos suaves bajaron por la escalera. Una sombra alargada se proyectó sobre la pared y luego sobre los barrotes.
Bajo la luz oxidada de una antorcha, apareció una silueta con máscara verde. Su traje ajustado de cimitarras negras colgaba hecho jirones, exponiendo su joven torso pálido salpicado de sangre.
El grupo entero retrocedió hasta la pared. La profesora Dovey también.
—Pero es-estás… ¡muerto! —gritó Hort.
—¡Vimos tu cadáver! —dijo Dot.
—¡Rhian te mató! —dijo Kiko.
Los ojos azul hielo de la Serpiente los fulminaron a través de la máscara.
Sacó de detrás de la espalda una de las ratas de Anadil, que se retorcía en la mano férrea del chico.
La Serpiente alzó un dedo y la cimitarra negra escamosa que cubría la punta de su dedo se volvió afilada como un cuchillo. La rata emitió un chillido terrible.
—¡No! —gritó Anadil.
La Serpiente apuñaló al roedor en el corazón y lo tiró al suelo.
—Mis guardias están buscando a las dos que has enviado tras Merlín y Agatha —dijo él con voz grave y fría mientras se alejaba—. La próxima que encuentre, morirá junto a uno de vosotros.
No miró hacia atrás. La puerta de hierro se cerró detrás de él.
Anadil avanzó con torpeza, extendió los brazos entre los barrotes y tomó a su rata entre las manos… pero ya era demasiado tarde.
Lloró abrazando al animal contra el pecho mientras se doblaba hecha un ovillo en un rincón.
Hort, Nicola y Dot intentaron consolarla, pero lloraba tanto que empezó a temblar.
—Estaba muy asustada —sollozó Anadil mientras arrancaba una tira de su vestido y envolvía a la rata muerta—. Me miró sabiendo que moriría.
—Fue una secuaz fiel hasta el final —la consoló Hester.
Anadil enterró la cabeza en el hombro de su amiga.
—¿Cómo ha sabido la Serpiente que las otras ratas estaban buscando a Merlín y a Agatha? —preguntó Hort como si no hubiera más tiempo para llorar.
—Eso da igual —dijo Nicola—. ¿Cómo es posible que la Serpiente esté vivo?
El estómago de Hester dio un vuelco.
—Esa cosa que vi a través del agujero… Pensaba que no podía ser… —dijo, observando a su demonio que todavía martillaba la grieta en la piedra, sin sentirse intimidado por la Serpiente. Hester miró al grupo—. Era una cimitarra.
—Entonces, ¿nos ha estado escuchando durante todo este tiempo? —preguntó Beatrix.
—¡Significa que lo sabe todo! —dijo Hort, señalando el agujero—. Será imposible enviarle un mensaje a Sophie. Probablemente la cimitarra sigue afuera, ¡escuchándonos en este mismo instante!
Aterrados, miraron a la profesora Dovey, que observaba el pasillo hacia la escalera.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hester.
—Su voz —respondió Dovey—. Es la primera vez que la oigo. Pero me ha resultado… familiar.
El grupo intercambió miradas inexpresivas.
Luego, escucharon lo que el rey todavía proclamaba desde lejos:
—Crecí sin nada y ahora soy vuestro rey. Sophie creció como una Lectora y ahora será vuestra reina. Somos igual que vosotros…
—De hecho, sonaba un poco como Rhian —comentó Hester.
—Muy parecido a Rhian —añadieron Willam y Bogden al unísono.
—Exactamente como Rhian —concluyó la profesora Dovey.
Se oyó un crujido en la pared.
El demonio de Hester había retirado otra roca del tamaño de un guijarro que estaba sobre el agujero, lo cual aumentó la apertura del hoyo, antes de agotar todas sus fuerzas y regresar al cuello de su ama.
—Ahora sí que veo el escenario —dijo Nicola, posando el ojo sobre el agujero—. Solo un poco…
—Bien, podemos hacer un hechizo espejo desde aquí. No puedo lanzarlo desde mi celda, pero Hester sí que puede —explicó la profesora Dovey—. Hester, es el encantamiento que te enseñé después de que Sophie se mudara a la torre del Director. El que nos permitió espiarla para asegurarnos de que no estuviera haciendo un maleficio vudú contra mí o invocando el fantasma de Rafal.
—Profesora, ¿cuántas veces tenemos que decirte que la magia no funciona dentro del calabozo? —gruñó Hester.
—Dentro del calabozo —repitió la Decana.
Los ojos de Hester brillaron. Era por eso que Dovey era una Decana y Hester todavía era estudiante. Nunca debería haber dudado de la mujer. Con rapidez, Hester se aproximó al muro, introdujo la punta del dedo en el agujero diminuto hasta notar el calor del verano. Sintió que su dedo se encendía y echaba chispas rojas brillantes. La primera regla de la magia es que se alimenta de emociones, y cuando se trataba de su odio hacia Rhian, Hester tenía suficiente poder como para iluminar todo Camelot.
—¿Seguro que deberíamos estar haciendo eso? —preguntó Kiko—. Si la cimitarra sigue fuera…
—¿Por qué mejor no te mato y así no tendrás que preocuparte? —replicó Hester.
Kiko frunció los labios.
Aunque tiene razón, pensó con amargura Hester. La cimitarra podría estar al otro lado del agujero, escuchando… pero debían correr el riesgo. Ver mejor el escenario les permitiría ver a Sophie con Rhian. Les permitiría ver en qué bando estaba Sophie realmente.
Con rapidez, Hester alineó su ojo con el agujero para divisar el escenario, que parecía una caja de cerillas desde aquella distancia. Y lo que era peor, tal y como había dicho Nicola, no se veía el frente del escenario: solo un lateral, con Rhian y Sophie de espaldas a ella, en lo alto de la multitud.
Aun así, debería bastar.
Hester apuntó el brillo de su dedo directo hacia Rhian y Sophie. Centró la mitad de su mente en el ángulo del escenario que quería espiar; con la otra mitad, pensó en la celda húmeda y sucia frente a ella…
—Reflecta asimova —susurró.
De inmediato, una proyección bidimensional apareció dentro de la celda, flotando en el aire como una pantalla. Con colores tenues, como una pintura borrosa, la proyección les otorgó una visión aumentada de lo que ocurría en el balcón de la Torre Azul en tiempo real. En esa escena, podían ver a Rhian y a Sophie de cerca, pero solo de perfil.
—Entonces, ¿un hechizo espejo permite ver más grande cualquier cosa que esté lejos? —comentó Hort con los ojos abiertos de par en par—. ¿Por qué nadie me enseñó este hechizo en la escuela?
—Porque todos sabemos cómo lo hubieras utilizado —lo reprendió la profesora Dovey.
—¿Por qué no los vemos de frente? —protestó Beatrix, analizando a Rhian y a Sophie—. No les veo la cara…
—El hechizo aumenta el ángulo que yo veo a través del agujero —replicó Hester de mal humor—. Y desde aquí, solo veo el lateral del escenario.
En la proyección, Rhian todavía estaba hablando al público, su silueta alta y esbelta vestida con un traje azul y dorado estaba bajo la sombra mientras sostenía a Sophie con un brazo.
—¿Por qué no huye? —preguntó Nicola.
—¿O por qué no le lanza un hechizo? —dijo Willam.
—¿O le da una patada en los cataplines? —añadió Dot.
—No. No es eso —respondió Hester—. Mirad bien.
El grupo siguió la mirada de la chica. Aunque no podían ver el rostro de Rhian ni el de Sophie, miraron con más atención la espalda de la reina, que temblaba bajo la mano de Rhian con su vestido rosado… Los nudillos de Rhian estaban blancos mientras la sujetaba… Y con la otra mano, presionaba Excalibur contra la columna de Sophie…
—Ese asqueroso retorcido —comentó Beatrix y miró a Dovey—. Has dicho que Rhian quiere que Sophie continúe siéndole leal. ¿Cómo lo conseguirá apuntándola con una espada?
—Muchos hombres han logrado que sus esposas les fueran leales a punta de espada —respondió la Decana con seriedad. Dot suspiró.
—Sophie sin dudas tiene el peor gusto en chicos.
De hecho, solo veinte minutos antes, Sophie había saltado a los brazos de Rhian y lo había besado, creyendo que estaba comprometida con el nuevo caballero de Tedros. Pero ahora, aquel caballero era el enemigo de Tedros y amenazaba con matar a Sophie a menos que ella le siguiera la corriente en su farsa.
Pero eso no era todo lo que veían desde la distancia.
Había alguien más en el escenario observando la coronación.
Alguien oculto en el balcón, fuera de la vista de la multitud.
La Serpiente.
Estaba de pie allí, con su traje de cimitarras ensangrentado y roto, observando al rey mientras hablaba.
—Primero, necesitamos que nuestra princesa se convierta en reina —proclamó Rhian ante el pueblo, cuya voz sonaba amplificada en la celda—. Y como futura reina, será el honor de Sophie planificar la boda. Nada de esos espectáculos reales pretenciosos del pasado. Sino una boda que nos acerque a vosotros. ¡Una boda para el pueblo!
—¡Sophie! ¡Sophie! ¡Sophie! —cantó la multitud.
Sophie se retorció bajo la mano de Rhian, pero él presionó con más fuerza la espada contra ella.
—Sophie ha preparado una semana entera de fiestas, banquetes y desfiles —continuó él—. ¡Que concluirán con la boda y la coronación de vuestra nueva reina!
—¡La reina Sophie! ¡La reina Sophie! —coreaban las masas.
Sophie se enderezó al escuchar la adoración de la multitud.
En un segundo, se apartó de Rhian, desafiándolo a que le hiciera algo.
Rhian quedó paralizada, todavía sujetándola con fuerza. Aunque tenía el rostro cubierto de sombra, Hester vio que miraba a Sophie.
La multitud guardó silencio. Se percibía la tensión.
Lentamente, el rey Rhian miró al pueblo.
—Parece que nuestra Sophie tiene una petición —dijo, con calma y serenidad—. Una petición que lleva haciéndome día y noche y que estaba dudando de si debía concedérsela porque esperaba que la boda fuera nuestro momento. Pero si hay algo que sé sobre ser rey es que lo que mi reina quiera, mi reina tendrá.
Rhian miró a su futura esposa, con una sonrisa fría en el rostro.
—Así que la noche de la ceremonia nupcial, por insistencia de la princesa Sophie… empezaremos con la ejecución del rey impostor.
Sophie retrocedió atónita y estuvo a punto de cortarse con el filo de Excalibur.
—Lo cual significa que en una semana a partir de hoy… Tedros morirá —concluyó Rhian, fulminando a Sophie con la mirada.
El pueblo de Camelot empezó a gritar y a avanzar en defensa del hijo de Arturo, pero los detuvieron miles de ciudadanos de otros reinos, reinos que Tedros había ignorado en el pasado y que ahora defendían con firmeza al nuevo rey.
—¡TRAIDORA! —le gritó un hombre de Camelot a Sophie.
—¡TEDROS CONFIABA EN TI! —gritó una mujer de Camelot.
—¡ERES UNA BRUJA! —gritó el hijo de la mujer.
Sophie los observó, sin palabras.
—Ahora vete, mi amor —dijo con dulzura Rhian, dándole un beso en la mejilla antes de guiarla hacia las manos de sus guardias armados—. Tienes una boda que planear. Y nuestro pueblo no espera nada menos que una celebración perfecta.
Lo último que Hester vio de Sophie fue su rostro horrorizado, mirando a su futuro esposo a los ojos, antes de que los piratas se la llevaran dentro del castillo.
Mientras la multitud cantaba el nombre de Sophie y Rhian presidía con calma en el balcón, en la celda todos estaban estupefactos y en silencio.
—¿Es verdad? —preguntó una voz que resonó por el pasillo. La voz de Tedros— ¿Que Sophie me quiere muerto? —añadió el príncipe—. ¿Eso es verdad?
Nadie le respondió, porque estaba ocurriendo algo más en el escenario, algo que el grupo veía en la proyección.
El cuerpo de la Serpiente estaba cambiando.
O más bien… sus prendas estaban cambiando.
Por arte de magia, las cimitarras restantes se recolocaron y formaron un traje ajustado que de inmediato se volvió dorado y azul: una inversión perfecta del traje que llevaba Rhian.
En cuanto la Serpiente conjuró su nuevo atuendo, Rhian pareció percibirlo, porque miró deprisa al chico enmascarado y reconoció su presencia por primera vez. Ahora, el equipo de la misión veía por completo el rostro bronceado de Rhian, su mandíbula fuerte, su pelo brillante como un casco de bronce, y sus ojos de un verde aguamarina inspeccionaron brevemente a la Serpiente, que todavía estaba fuera de la vista de la multitud. Rhian no parecía sorprendido de que su anterior némesis mortal estuviera vivo o de que hubiera cambiado mágicamente de ropa o de que llevara un atuendo parecido al suyo.
En cambio, Rhian le ofreció a la Serpiente el rastro más sutil de una sonrisa.
El rey miró de nuevo a la multitud.
—El Cuentista nunca os ayuda a vosotros. A las personas reales. Ayuda a la elite. Ayuda a quienes asisten a esa escuela. Entonces, ¿cómo es posible que sea la voz del Bosque cuando divide el Bien del Mal, los ricos de los pobres, los cultos de los ordinarios? Eso es lo que hace que nuestro Bosque sea vulnerable a un ataque. Eso es lo que permitió que una Serpiente se infiltrara en vuestros reinos. Eso es lo que estuvo a punto de mataros a todos. La pluma. La corrupción empieza con esa pluma.
El pueblo murmuró, de acuerdo con su rey.
Los ojos de Rhian recorrieron la multitud.
—Tú, Ananya de Netherwood, hija de Sisika de Netherwood. —Señaló a una mujer delgada y descuidada, sorprendida de que el rey supiera su nombre—. Durante treinta años has trabajado como una esclava en los establos de tu reino, despertándote antes del amanecer para preparar los caballos de la reina bruja de Netherwood. Caballos que has amado y criado para ir a la batalla. Sin embargo, ninguna pluma cuenta tu historia. Nadie sabe lo que has sacrificado, a quién has amado, o qué lecciones tienes para ofrecer… Lecciones más valiosas que cualquiera de las que puedan dar esas princesas engreídas que el Cuentista pueda escoger.
Ananya se ruborizó mientras quienes la rodeaban la miraban con admiración.
—Y tú, ¿qué hay de ti? —continuó Rhian, señalando a un hombre musculoso, acompañado de tres adolescentes con la cabeza rapada—. Dimitrov de Valle de Cenizas, cuyos tres hijos solicitaron plaza en la Escuela del Bien y fueron rechazados; sin embargo todos saben que trabajáis de lacayos para los jóvenes príncipes de Valle de Cenizas. Día tras día, trabajáis hasta el cansancio, aunque en el fondo del corazón sabéis que esos príncipes no son mejores que vosotros. Aunque sabéis que os merecéis la misma oportunidad de alcanzar la gloria. ¿Vosotros también tenéis que morir sin que se cuenten vuestras historias? ¿Acaso todos vosotros tenéis que morir tan ignorados y olvidados?
Los ojos de Dimitrov estaban llenos de lágrimas mientras los hijos abrazaban a su padre.
Hester oyó que los murmullos de la multitud aumentaban, maravillados de que alguien con tanto poder honrara a personas como ellos. De que el rey los mirara siquiera.
—Pero ¿y si hubiera una pluma que contara vuestras historias? —sugirió Rhian—. Una pluma que no estuviera controlada por una magia misteriosa, sino por un hombre de vuestra confianza. Una pluma que estuviera a plena vista en vez de encerrada detrás de las puertas de la escuela. Una pluma hecha para un León. —Inclinó el torso hacia adelante—. El Cuentista no se preocupa por vosotros. Pero yo sí. El Cuentista no os salvó de la Serpiente. Pero yo sí. El Cuentista no responderá ante el pueblo. Pero yo sí. Porque quiero que todos vosotros alcancéis la gloria. Y mi pluma también.
—¡Sí! ¡Sí! —gritaba la muchedumbre.
—Mi pluma dará voz a los que no la tienen. Mi pluma contará la verdad. Vuestra verdad —anunció el rey.
—¡Por favor! ¡Por favor!
—¡El reinado del Cuentista ha terminado! —bramó Rhian—. Ha surgido una nueva pluma. ¡Empieza una nueva era!
Justo en aquel momento, Hester y los demás vieron cómo un fragmento del traje dorado de la Serpiente se despegaba y flotaba sobre el balcón, fuera de la vista de la gente. La tira dorada mutó a una cimitarra negra escamosa mientras flotaba más y más alto en el aire, todavía invisible para los espectadores. Luego, descendió sobre la multitud bajo el sol hacia el rey Rhian y se transformó mágicamente en una pluma larga dorada con una punta afilada en ambos extremos.
La muchedumbre la contempló, embelesada.
—Por fin. Una Pluma para el Pueblo —anunció Rhian, mientras la pluma flotaba sobre su mano extendida—. ¡Contemplad a Melena de León!
Las masas estallaron con el canto más pasional hasta ahora.
—¡Melena de León! ¡Melena de León!
Rhian apuntó el dedo y la pluma flotó en el cielo sobre el castillo de Camelot y escribió en dorado sobre el lienzo azul puro, como si fuera una página en blanco:
LA SERPIENTE ESTÁ MUERTO.
EL LEÓN HA SURGIDO.
EL REY VERDADERO.
Deslumbrados, todos los ciudadanos del Bosque, Buenos y Malos, se pusieron de rodillas ante el rey Rhian. Los disidentes de Camelot fueron obligados a arrodillarse por quienes los rodeaban.
El rey alzó los brazos.
—Se han acabado los «érase una vez». El momento es ahora. Quiero escuchar vuestras historias. Y mis hombres y yo os visitaremos para que cada día mi pluma pueda escribir las verdaderas noticias del Bosque. Nada de cuentos sobre príncipes arrogantes y brujas que luchan por el poder… Sino cuentos con vosotros como protagonistas. Seguid mi pluma y el Cuentista ya no tendrá un sitio en nuestro mundo. ¡Seguid mi pluma y todos tendréis la oportunidad de alcanzar la gloria!
El Bosque entero rugió mientras Melena de León ascendía al cielo sobre Camelot, brillando como un faro.
—Pero Melena de León no es suficiente para superar al Cuentista y su legado de mentiras —continuó Rhian—. El León del cuento de El León y la Serpiente tenía un Águila a su lado para garantizar que ninguna Serpiente volviera a infiltrarse en su reino. Un León necesita un Águila para tener éxito: un señor feudal que me ayudará a luchar por un Bosque mejor. Alguien en quien podéis confiar tanto como en mí.
El gentío guardó silencio, expectante.
Desde el interior del balcón, la Serpiente empezó a avanzar hacia el escenario, con la máscara verde todavía en su sitio, de espaldas a Hester y a los demás.
Pero justo antes de que pasara junto a una pared oscura y apareciera delante de la multitud, las plumas que conformaban la máscara de la Serpiente se dispersaron en el aire y volaron fuera de vista.
—Os presento… a mi Águila… y vasallo de vuestro rey… —proclamó Rhian—. ¡Sir Japeth!
La Serpiente salió a la luz y reveló su rostro ante la muchedumbre, el dorado de su traje resplandecía bajo el sol.
Todos emitieron un grito ahogado.
—En aquella vieja escuela obsoleta, dos como nosotros gobernaban una pluma. Dos con la misma sangre que estaban en guerra entre sí, para el Bien y para el Mal —anunció el rey, con Japeth a su lado debajo de Melena de León—. Ahora, dos con la misma sangre gobernarán una pluma nueva. No para el Bien. No para el Mal. Sino para el pueblo.
La multitud estalló cantando el nombre del nuevo vasallo:
—¡Japeth! ¡Japeth! ¡Japeth!
Entonces fue cuando la Serpiente se giró y miró directamente hacia la proyección de Hester, dejando al descubierto su rostro ante el grupo encarcelado, como si supiera que estaban observándolo.
Al asimilar el rostro hermoso y de huesos prominentes de la Serpiente por primera vez, el cuerpo entero de Hester se debilitó.
—¿Qué había dicho sobre ir un paso por delante? —le susurró a la profesora Dovey.
La Decana del Bien no dijo nada mientras sir Japeth les sonreía a todos con malicia.
Luego se giró y saludó al pueblo junto a su hermano gemelo idéntico, el rey Rhian.
El León y la Serpiente ahora gobernaban el Bosque como uno solo.
3 SOPHIE Lazos de sangre
Mientras los guardias la arrastraban fuera del escenario, Sophie lo vio todo.
La Serpiente se convirtió en el vasallo del León. El hermano de Rhian, expuesto. Melena de León declarándole la guerra al Cuentista. El pueblo del Bosque aplaudiendo a dos fraudes.
Pero la mente de Sophie no estaba pensando en el rey Rhian o en su gemelo con ojos de serpiente. Su mente estaba centrada en alguien más… En la única persona que le importaba en aquel momento.
Agatha.
Aunque Tedros estuviera al borde de la muerte, al menos sabía dónde estaba el príncipe. En el calabozo. Todavía con vida. Y mientras estuviera vivo, había esperanza.
Pero la última vez que había visto a su mejor amiga Agatha la estaban persiguiendo los guardias a través de la muchedumbre.
¿Escapó?
¿Estaba viva siquiera?
Las lágrimas invadieron los ojos de Sophie mientras observaba el diamante en su dedo.
Hacía tiempo, había llevado otro anillo… El anillo de un hombre Malo que la había aislado de su única amiga de verdad, al igual que ahora.
Pero aquello fue diferente.
Por aquel entonces, Sophie había querido ser Mala.
Por aquel entonces, Sophie había sido una bruja.
Se suponía que casarse con Rhian era su redención.
Se suponía que casarse con Rhian era un acto de amor verdadero.
Pensaba que él la entendía. Cuando miraba los ojos del chico, veía a alguien puro, honesto y Bueno. Alguien que aceptaba los matices de Maldad en su corazón y que la quería por ello, igual que Agatha.
Además, Rhian también era hermoso, claro, pero no fue su apariencia lo que le hizo aceptar el anillo. Fue la manera en que la miraba a ella. De la misma manera en que Tedros miraba a Agatha. Como si solo pudiera estar completo teniendo su amor.
Dos parejas y cuatro mejores amigos. Era el final perfecto. Teddy con Aggie, Sophie con Rhian.
Pero Agatha se lo había advertido: Si hay algo que sé, Sophie… es que tú y yo no tendremos finales perfectos.
Tenía razón, por supuesto. Agatha era la única persona por la que Sophie sentía amor verdadero. Había dado por sentado que ella y Aggie compartirían la vida para siempre. Que su final estaría a salvo.
Pero ahora estaban lejos de ese final… y no había retorno.
Cuatro guardias sujetaron a Sophie por la espalda y la llevaron dentro de la Torre Azul; sus cuerpos apestaban a cebollas, sidra y sudor debajo de las armaduras, y sus uñas asquerosas estaban clavadas en el hombro de Sophie hasta que se los sacudió de encima y los apartó.
—Llevo el anillo del rey —siseó Sophie, alisándose el vestido rosado escotado—. Así que si queréis conservar la cabeza, os sugiero que os llevéis vuestro hedor nauseabundo a la bañera más cercana y que mantengáis vuestras garras mugrientas lejos de mí.
Uno de los guardias se quitó el casco y vio que era el bronceado Wesley, el pirata adolescente que la había atormentado en Jaunt Jolie.
—El rey nos ha ordenado que te lleváramos al Salón de Mapas. No confía en que llegues allí sola, por si se te ocurre huir como hizo esa tal Agatha —dijo sonriendo con desdén y mostrando unos dientes escuálidos—. O te acompañamos de buena manera como lo estábamos haciendo o bien te llevamos de un modo menos agradable.
Los otros tres guardias se quitaron el casco y Sophie se encontró cara a cara con el pirata Thiago, con tatuajes rojos alrededor de los ojos; a un chico negro que tenía tatuado a fuego el nombre «Aran» en el cuello; y a una chica extremadamente musculosa con pelo oscuro corto, piercings en las mejillas y mirada lujuriosa.
—Tú decides, muñequita —gruñó la chica.
Sophie dejó que la arrastraran.
Mientras la trasladaban por la Torre Azul circular, Sophie vio un grupo de cincuenta trabajadores pintando las columnas con escudos de León, incrustando el suelo de mármol con el emblema del León en cada baldosa, reemplazando el candelabro roto con uno que tenía miles de cabezas de León diminutas e intercambiando las sillas azules gastadas por asientos renovados con cojines bordados con leones dorados. Todos los vestigios del rey Arturo fueron sustituidos de modo similar, cada busto y cada estatua dañados del viejo rey fueron reemplazados por unos del nuevo monarca.
El sol entraba a través de las cortinas, iluminando el vestíbulo circular; la luz bailaba sobre la pintura nueva y las joyas pulidas. Sophie se dio cuenta de que había tres mujeres esqueléticas con rostros idénticos paseando por la habitación vestidas con el mismo atuendo de seda lavanda. Estaban entregando a cada trabajador una bolsa con monedas tintineantes; las tres hermanas se deslizaban como si fueran una unidad de rigidez arrogante, como si fueran las reinas del castillo. Las mujeres vieron a Sophie observándolas y le sonrieron con timidez, inclinándose juntas en una reverencia tensa.
Hay algo extraño en ellas, pensó Sophie. No eran solo sus sonrisas de mono falsas y aquella reverencia torpe, como si fueran clones de un espectáculo de circo… Sino el hecho de que debajo de aquellos atuendos pasteles limpios no llevaban zapatos. Mientras las mujeres continuaban pagando a los trabajadores, Sophie observó sus pies descalzos y sucios propios de unos deshollinadores, no de damas de Camelot.
No había duda. Definitivamente había algo extraño.
—Pensaba que Camelot no tenía dinero —les dijo Sophie a los guardias—. ¿Cómo estamos pagando por todo esto?
—Beeba, si le abrimos el cerebro, ¿qué crees que encontraremos? —le preguntó Thiago a la chica pirata.
—Gusanos —respondió Beeba.
—Piedras —sugirió Wesley.
—Gatos —ofreció Aran.
Los demás lo miraron. Pero él no dio explicaciones.
Tampoco respondieron a la pregunta de Sophie. Pero cuando pasaron junto a las salas de estar, las recámaras, la biblioteca y el solárium, cada uno renovado con el escudo, las tallas y los emblemas del León, resultó evidente que Camelot tenía dinero. Mucho dinero. ¿De dónde había salido el oro? ¿Y quiénes eran aquellas tres hermanas que actuaban como si fueran dueñas del castillo? ¿Y cómo era posible que todo estuviera ocurriendo tan deprisa? Rhian apenas se había convertido en rey y ¿de repente estaba renovando todo el castillo con su imagen? No tenía sentido. Sophie vio más hombres trabajando, cargando un retrato gigante de Rhian con su corona y pidiendo indicaciones a los guardias para llegar al «Salón de los Reyes», donde tenían que colgarlo. Sophie pensó que algo era seguro al observarlos girar hacia la torre Blanca: el rey debía haber planeado todo aquello mucho antes de aquel día…
No lo llames así. No es el rey, se reprendió a sí misma.
Pero entonces, ¿cómo ha logrado sacar a Excalibur?, preguntó una segunda voz.
Sophie no tenía respuestas. Al menos, no todavía.
A través de una ventana, vio trabajadores reconstruyendo el puente levadizo del castillo. A través de otra, vio jardineros plantando césped y rosales azules brillantes para reemplazar los muertos, mientras que en el patio de la torre Dorada, los trabajadores pintaban Leones dorados en la cuenca de cada estanque. Una conmoción interrumpió el trabajo y Sophie vio que los guardias piratas llevaban fuera del castillo a una mujer de piel morena con uniforme de chef junto a sus cocineras mientras guiaban dentro a un nuevo chef joven y fornido acompañado por personal completamente masculino como sustitutos.
—Pero ¡la familia Silkima lleva cocinado para Camelot doscientos años! —protestó la mujer.
—Y le agradecemos su servicio —dijo un guardia atractivo con ojos estrechos que llevaba un uniforme diferente al de los piratas; dorado y elaborado, lo cual sugería que tenía más rango.
Me resulta familiar, pensó Sophie.
Pero no pudo inspeccionar más el rostro del chico porque la metieron en el Salón de los Mapas, que olía a limpio y suave, como un prado de lilas… Aunque se supone que un Salón de Mapas no debería oler así, dado que son habitaciones sin circulación de aire, ocupadas en general por grupos de caballeros sucios.
Sophie alzó la vista para ver los mapas de los reinos del Bosque, que flotaban bajo la luz ambarina sobre una gran mesa redonda como globos desinflados. Al prestar más atención, vio que no eran los mapas antiguos y frágiles del reino del rey Arturo… Sino que eran los mismos Mapas de Misiones mágicos que ella y Agatha habían encontrado en la guarida de la Serpiente, llenos de siluetas diminutas de ella y su equipo de misión que le permitían a la Serpiente seguir cada uno de sus movimientos. Ahora, todas aquellas siluetas flotaban sobre el castillo de Camelot pequeño y tridimensional mientras que sus homólogos en la vida real se pudrían en el calabozo. Pero al mirar en detalle, Sophie se dio cuenta de que había un miembro del grupo etiquetado en el mapa que no estaba en absoluto cerca del castillo… Uno que huía de Camelot, hacia la frontera del reino.
agatha.
Sophie dio un grito ahogado.
Está viva.
Aggie está viva.
Y si estaba viva, significaba que haría todo lo posible para liberar a Tedros. Lo cual significaba que Sophie y su mejor amiga trabajarían juntas para salvar al legítimo rey de Camelot: Aggie desde afuera, ella desde adentro.
Pero ¿cómo? Tedros moriría en una semana. No tenían tiempo. Además, Rhian podía rastrear a Aggie en su Mapa de Misiones cuando quisiera…
Los ojos de Sophie brillaron. ¡Mapa de Misiones! ¡Ella también tenía uno! Sus dedos sujetaron el frasco dorado en la cadena que colgaba de su cuello, que contenía el mapa mágico entregado a cada Director. Lo escondió en las profundidades de su vestido. Mientras tuviera su propio mapa, podría rastrear a Agatha sin que Rhian lo supiera. Y si podía seguir sus pasos, quizá también podría enviarle un mensaje antes de que los hombres del rey la encontraran. La esperanza la invadió y ahogó el miedo…
Pero entonces, Sophie percibió el resto de la habitación.
Cinco criadas con vestidos de encaje blanco que cubrían cada centímetro de su piel y grandes tocados blancos en la cabeza estaban alrededor de la mesa, silenciosas y quietas como estatuas y con la cabeza inclinada, así que Sophie no pudo ver sus rostros. Cada una sujetaba un libro encuadernado en cuero sobre sus palmas extendidas. Sophie se acercó a ellas y se dio cuenta de que los libros tenían etiquetas con el nombre de los eventos de su boda con Rhian.
BendicióN
ProcesióN
Circo de Talentos
Banquete de Luces
BodA
Observó a una criada delgada que sostenía el libro marcado con la palabra Procesión. La chica mantuvo la cabeza inclinada. Sophie hojeó el libro mientras la criada lo sostenía; las páginas estaban llenas de bocetos con opciones de carruajes, animales y posibles atuendos que ella y Rhian podían llevar durante el desfile por la ciudad, donde el rey y la nueva reina tendrían la oportunidad de conocer de cerca el pueblo. ¿Irían en un carruaje de vidrio tirado por caballos? ¿En una alfombra voladora dorada y azul? ¿O juntos, sobre un elefante? Sophie fue hacia la criada que sostenía el libro Circo de Talentos y hojeó varios diseños de escenarios, cortinas y decoraciones para un espectáculo en el que los mejores talentos de todos los reinos actuarían ante la pareja prometida… Luego, echó un vistazo al libro etiquetado Banquete de Luces y observó cientos de arreglos florales, telas y candelabros para una cena a medianoche…
Todo lo que Sophie tenía que hacer era señalar y escoger en aquellos libros llenos de todo lo necesario para la boda de sus sueños. Una boda más grandiosa que ninguna con un príncipe de cuento. Una boda que había deseado desde que era pequeña.
Pero en vez de alegría, Sophie sintió náuseas al pensar en el monstruo que sería su esposo.
Ese es el problema con los deseos.
Tienen que ser específicos.
—El rey dice que trabajes hasta la cena —le ordenó Wesley desde la puerta.
Empezó a irse, pero luego se detuvo.
—Oh. Ha pedido que llevases esto en todo momento —añadió, señalando un vestido blanco colgado detrás de una puerta; una prenda remilgada, con volantes y todavía más modesta que el atuendo de las criadas.
—Ni muerta —replicó Sophie.
Wesley sonrió de modo amenazante.
—Se lo comunicaremos al rey.
Partió junto a sus piratas y cerró la puerta.
Sophie esperó unos segundos y corrió hacia la puerta…
Pero no se abrió.
La habían encerrado.
Tampoco había ventanas.
No había ninguna manera de enviar un mensaje a Agatha.
Sophie se dio la vuelta al recordar que las criadas estaban allí, posando como estatuas con sus vestidos blancos, sus rostros ocultos, sosteniendo los libros de boda.
—¿Podéis hablar? —preguntó Sophie con brusquedad.
Las criadas permanecieron en silencio.
Sophie golpeó uno de los libros que sostenía una de ellas y lo hizo caer al suelo.
—¡Dime algo! —ordenó.
La criada no habló.
Sophie le arrebató el libro a otra y lo lanzó contra un muro, lo cual hizo que las páginas volaran por doquier.
—¿Es que no lo entendéis? ¡No es el hijo de Arturo! ¡No es el verdadero rey! ¡Y su hermano es la Serpiente! ¡La Serpiente que atacó los reinos y mató personas! ¡Rhian fingió que su hermano era el enemigo para poder quedar como un héroe y convertirse en rey! ¡Y ahora matarán a Tedros! ¡Matarán al legítimo rey!
Solo una de las criadas se encogió de miedo.
—¡Son salvajes! ¡Son asesinos! —gritó Sophie.
Ninguna se movió.
Furiosa, Sophie arrojó más libros, arrancó las páginas y rompió los lomos.
—¡Tenemos que hacer algo! ¡Tenemos que salir de aquí! —Con un grito, lanzó cuero y pergaminos por la habitación, golpeó los mapas flotantes contra las paredes…
Y luego, vio que la Serpiente la observaba.
Estaba de pie en silencio en la entrada, con la puerta abierta; su traje dorado y azul resplandecía bajo la luz de la lámpara. Japeth tenía el mismo pelo cobrizo que su hermano Rhian, solo que más largo y descontrolado; también tenía el mismo rostro esculpido que Rhian, pero era más pálido, con su tez blanca lechosa y fría, como si le hubieran succionado la sangre.
—Falta un libro —dijo.
Lo lanzó sobre la mesa.
EjecucióN
Con el corazón hundido, Sophie lo abrió y vio una variedad de hachas para escoger, seguida de opciones para tocones, cada uno acompañado de un boceto de Tedros de rodillas, con el cuello extendido sobre el tocón. Incluso había opciones de cestas para recoger su cabeza cortada.
Lentamente, Sophie alzó la vista hacia la Serpiente.
—Asumo que no habrá más problemas con el vestido —comentó sir Japeth.
Se giró para irse…
—Eres un animal. Una escoria asquerosa —siseó Sophie mientras la Serpiente estaba de espaldas—. Tú y tu hermano habéis usado ilusiones para infiltraros en Camelot y robar la corona del rey y ¿creéis que podéis saliros con la vuestra? —La sangre de Sophie hervía, la furia de una bruja reavivada—. No sé qué hiciste para engañar a la Dama del Lago o qué hizo Rhian para engañar a Excalibur, pero no fue más que eso. Un truco. Podéis encarcelar a mis amigos. Podéis amenazarme todo lo que queráis. Pero solo se puede engañar a las personas durante un tiempo. Al final, verán quiénes sois en realidad. Que tú eres un asesino retorcido sin alma y que él es un fraude. Un fraude cuya garganta cortaré en cuanto muestre su rostro…
—Entonces será mejor que te pongas a ello—dijo una voz mientras Rhian entraba, con el torso desnudo, pantalones negros y el cabello mojado. Fulminó con la mirada a Japeth—. Te dije que yo me encargaría de ella.
—Y luego fuiste a darte un baño —respondió Japeth—, mientras que ella se niega a ponerse el vestido de madre.
Sophie se quedó sin aliento. No solo porque estaba lista para desatar una tormenta de furia o porque los hermanos la vestían como una muñeca con las prendas de su madre, sino porque nunca había visto a Rhian sin camisa. Ahora que lo veía, se dio cuenta de que su pecho era de un blanco tan fantasmal como el de Japeth, mientras que sus brazos y su rostro exhibían un bronceado reluciente… El mismo bronceado que tenían los granjeros de Gavaldon después de haber estado con sus camisas bajo el sol ardiente del verano. Rhian vio que ella lo observaba y sonrió con arrogancia, como si supiera lo que Sophie estaba pensando: incluso el bronceado había sido parte del engaño para evitar que cualquiera notara que eran hermanos, un engaño en el que Rhian parecía el León dorado luchando contra la Serpiente despiadada… cuando, en realidad, el León y la Serpiente siempre habían sido gemelos.
Mientras Sophie permanecía quieta, asimilando las sonrisas idénticas y las miradas de color mar de los muchachos, sintió un miedo familiar: el mismo miedo que había sentido cuando había besado a Rafal. No, este miedo era más intenso. Ella había sabido quién era Rafal. Lo había elegido por los motivos erróneos. Pero había aprendido de su cuento de hadas. Había corregido sus errores… solo para enamorarse de un villano todavía peor. Y esta vez, no era solo uno, sino dos.
—Me pregunto qué clase de madre cría cobardes como vosotros —replicó Sophie.
—Si hablas sobre mi madre te arrancaré el corazón —espetó la Serpiente, avanzando hacia ella.
Rhian lo detuvo.
—Por última vez. Yo me encargaré de ella.
Rhian miró a Sophie, sus ojos eran claros como el vidrio.
—¿Crees que nosotros somos cobardes? Fuiste tú quien dijiste que Tedros era un mal rey. De hecho, durante el viaje en carruaje para reclutar al ejército, dijiste que yo sería mejor rey. Que tú serías mejor rey. Y aquí estás, actuando como si siempre hubieras apoyado a tu querido «Teddy».
Sophie le mostró los dientes.
—Le tendiste una trampa a Tedros. La Serpiente era tu hermano. Me mentiste, cucaracha…
—No —dijo con firmeza el rey—. No mentí. Nunca mentí. Cada palabra que he dicho ha sido verdad. Salvé a los reinos de una «Serpiente», ¿no es así? Saqué a Excalibur de la piedra. Pasé la prueba de mi padre y, por eso, soy rey y no ese tonto que fracasó en la prueba una y otra y otra vez. Esos son los hechos. Ese discurso que di ante el ejército en el ayuntamiento de Camelot: también fue todo cierto. Fue necesaria una Serpiente para que surgiera el verdadero León de Camelot. Cuando dije esas palabras me querías. Querías casarte conmigo…
—¡Pensaba que estabas hablando sobre Tedros! —gritó Sophie—. ¡Pensaba que él era el León verdadero!
—Otra mentira. En el viaje en carruaje, te dije que Tedros había fracasado. Que él había perdido la guerra por el corazón de la gente. Que un verdadero León hubiera sabido cómo ganar. Me oíste, Sophie, aunque no quieras admitirlo. Es por eso que te enamoraste de mí. Y ahora que todo lo que dije que ocurriría ha ocurrido, actúas como si fuera un villano porque no es exactamente lo que imaginabas. Eso es cobardía.
—¡Te quería porque le juraste lealtad a Tedros y a Agatha! —protestó Sophie—. ¡Te quería porque creía que eras un héroe! ¡Porque fingías corresponder mi amor!
—Una vez más. Mentira. Nunca hice tal juramento, jamás dije que te quería y jamás me preguntaste si lo hacía —respondió el rey, avanzando hacia ella—. Tengo a mi hermano. Tengo el lazo de sangre, que es eterno. En cambio, el amor es efímero. Mira lo que le hizo a mi padre, a Tedros, ati: os convirtió en tontos que no ven con claridad. Así que no, no te quiero, Sophie. Eres mi reina por un motivo más profundo que el amor. Un motivo que hace que esté dispuesto a arriesgarme a tenerte a mi lado, a pesar de tu simpatía por el rey impostor. Un motivo que nos unirá más que el amor.
—¿Qué nos unirá? ¿Crees que tú y yo podemos estar unidos? —dijo Sophie, retrocediendo y chocándose con una criada—. Eres un lunático con dos caras. Hiciste que tu hermano atacara a personas para poder ir a rescatarlas. Me has colocado una espada en la espalda, has encerrado a mis amigos…
—Todavía están vivos. Deberías estar agradecida —replicó Rhian, arrinconándola—. Pero ahora mismo, has depositado tu lealtad en el rey y la reina equivocados. Estás ciega por la amistad. Agatha y Tedros no están destinados a gobernar el Bosque. Tú y yo, sí, y pronto entenderás el porqué.
Sophie intentó moverse, pero él le tomó la mano húmeda.
—Mientras tanto, si te comportas y siempre que sea razonable… —añadió él, con más suavidad—, las criadas y los cocineros cumplirán cualquiera de tus peticiones.
—Entonces pido que liberen a Tedros —replicó Sophie.
Rhian hizo una pausa.
—He dicho algo «razonable».
Sophie apartó la mano.
—Si eres hijo de Arturo, como afirmas ser, entonces Tedros es tu hermano…
—Medio hermano —dijo el rey con frialdad—. ¿Y quién dice que eso sea verdad? ¿Quién dice que Tedros sea hijo de Arturo?
Sophie lo miró boquiabierta.
—¡No puedes manipular la verdad para que encaje con tus mentiras!
—¿Crees que Tedros comparte nuestra sangre? —comentó Japeth desde un rincón—. ¿Ese idiota quejica? Lo dudo mucho. Pero quizá si le das a Rhian un beso extra esta noche, decida envenenarlo en vez de cortarle la cabeza. —Le sonrió a Sophie y sacó la lengua como una Serpiente.
—Ya basta, Japeth —replicó Rhian.
Sophie vio que una de las criadas temblaba en un rincón con la cabeza agachada.
—Les he dicho a las criadas lo que has hecho —dijo Sophie echando chispas—. Se lo comunicarán al resto del castillo. Se lo dirán a todo el mundo. Que no eres el rey. Y que él no es un vasallo. Que tu hermano es la Serpiente. Todas lo saben.
—¿Ah, sí? —preguntó la Serpiente, alzando una ceja hacia su hermano.
—Lo dudo —respondió el León, mirando a Sophie—. Eran las criadas de Agatha, así que de buen principio su lealtad hacia mí era cuestionable. En vez de liberarlas en el Bosque, les di la opción de elegir entre una muerte rápida o que nos sirvieran a mí y a mi hermano. Si es que eran capaces de soportar una pequeña modificación.
¿Modificación? Sophie no veía el rostro de las chicas, pero las cinco criadas parecían estar bien. No les faltaban extremidades y no tenían marcas en la piel.
Pero luego vio un destello en los ojos de la Serpiente… El mismo destello odioso que le había visto cada vez que hacía algo particularmente malvado.
Sophie miró con más atención a la criada que tenía más cerca. Y entonces, la vio.
Una cimitarra larga deslizándose fuera del oído de la criada; sus escamas resbaladizas brillaron bajo la luz de la lámpara antes de introducirse de nuevo en la oreja.
La garganta de Sophie se contrajo por las náuseas.
—Sea lo que fuere lo que les hayas dicho ha caído en oídos sordos —dijo Rhian—. Y dado que Japeth prometió devolverlas a su estado original solo cuando demostraran su lealtad hacia el nuevo rey, dudo de que te hubieran escuchado de todos modos.
Alzó un dedo hacia las criadas y la punta brilló de dorado. Como respuesta a la señal, las muchachas salieron rápidamente de la habitación en una sola hilera.
El mismo color de brillo que Tedros, pensó Sophie, mirando el dedo de Rhian. Pero ¿cómo? Solo los alumnos de la escuela tienen brillo en los dedos y él nunca lo ha sido.
Cuando la última criada estaba atravesando la puerta con la cabeza agachada, de pronto el rey se interpuso en su camino. Era la criada que Sophie había visto temblando en un rincón.
—Sin embargo, hubo una criada cuyos oídos no modificamos. Una que queríamos que escuchara cada palabra —dijo Rhian, con la mano sobre el cuello de la muchacha—. Una que requirió una modificación diferente…
Alzó la cabeza de la criada.
Sophie se quedó paralizada.
Era Ginebra.
Una cimitarra giraba sobre los labios de la antigua reina y sellaba su boca.
Ginebra miró a Sophie petrificada, antes de que Rhian la guiara afuera con las demás y cerrara la puerta.
Las prendas doradas y azules de Japeth desaparecieron por arte de magia y adoptó de nuevo su traje destruido confeccionado con cimitarras negras; su pecho blanco era visible entre los agujeros. Estaba de pie junto a su hermano, sus músculos le sobresalían de debajo de las lámparas tenues.
—¡Es una reina! —dijo atónita Sophie, con el estómago revuelto—. ¡Es la madre de Tedros!
—Y ella trató mal a nuestra madre —dijo Japeth.
—Tan mal, que es de lo más adecuado que nos vea tratando mal a su hijo —añadió Rhian—. El Pasado es el Presente y el Presente es el Pasado. La historia se repite, una y otra vez. ¿No te enseñaron esa lección en la escuela?
Los ojos de los gemelos bailaban entre el azul y el verde.
Nuestra madre, pensó Sophie.
¿Quién era la madre de los gemelos?
Agatha había mencionado algo… Algo sobre su antigua mayordoma a quien habían enterrado en el Bosque de Sherwood… ¿Cómo se llamaba esa mujer?
Sophie miró a los dos chicos observándola, con sus torsos idénticos y sus sonrisas de reptil, los nuevos rey y vasallo de Camelot, y de pronto, no le importó quién fuera su madre. Habían encarcelado a sus amigos, habían esclavizado a una verdadera reina y la habían engañado para convertirla en una monarca falsa. Habían obligado a su mejor amiga a huir y habían condenado a Sophie a vivir como una marioneta del enemigo. Ella, la bruja más grandiosa del Bosque, quien casi había destruido la Escuela del Bien y del Mal. Dos veces. Y ¿se pensaban que sería su marioneta?
—Olvidas que soy Mala —le dijo Sophie a Rhian, reemplazando la furia por una calma glacial—. Sé cómo matar. Y os mataré a ambos sin mancharme el vestido ni con una gota de sangre. Así que o nos liberas a mis amigos y a mí y le devuelves la corona al rey legítimo o morirás aquí con tu hermano, chillando como lo que sea que quede de tu pegajoso…
Cada cimitarra restante abandonó a Japeth y empujó a Sophie contra la pared, sujetándola como si fuera una mosca en una telaraña, con las palmas sobre la cabeza, mientras otra cimitarra le estrangulaba la garganta, otra le cubría la boca y dos se volvían afiladas y letales, preparadas para arrancarle los ojos.
Casi sin respirar por la perplejidad, Sophie vio que Japeth la miraba lascivamente, su cuerpo sin cimitarras desnudo y oculto tras la mesa.
—Qué tal si llegamos a un acuerdo —dijo Rhian, apoyándose contra el muro junto al cuerpo de Sophie—. Cada vez que te portes mal, mataré a uno de tus amigos. Pero si haces lo que digo y actúas como la reina perfecta… Bueno, no los mataré.
—A mí me parece un trato justo —dijo la Serpiente.
—Y además, también podríamos hacerte cosas a ti —añadió Rhian, con los labios sobre el oído de Sophie—. Solo tienes que preguntárselo a ese hechicero viejo.
Sophie intentó hablar a través de la mordaza, desesperada por saber qué le habían hecho a Merlín.
—Pero no quiero lastimarte —continuó el rey—. Ya te lo dije. Hay un motivo por el cual eres mi reina. Una razón por la cual perteneces aquí. Una razón por la cual malinterpretas esta historia. Una razón por la cual tu sangre y la nuestra están vinculadas intrínsecamente…
Rhian alzó la mano hacia las dos cimitarras afiladas que apuntaban a las pupilas de Sophie y agarró una. La hizo girar sobre la punta del dedo como si fuera una espada diminuta y miró a su princesa atada.
—¿Quieres saber cuál es?
Los ojos de Rhian brillaban peligrosamente.
Sophie gritó.
Él apuñaló la palma abierta de la chica con la cimitarra y deslizó el filo sobre su piel, lo cual le provocó una herida profunda de la que cayeron pequeñas gotas de sangre.
Mientras Sophie lo observaba horrorizada, el rey colocó la mano debajo de la herida y recolectó su sangre como si fuera agua de lluvia.
Luego, le sonrió.
—Porque eres la única persona…
Caminó hacia su hermano.
— … en todo el Bosque…
Se detuvo frente a Japeth.
— … cuya sangre puede hacer…
Desparramó la sangre de Sophie sobre el pecho de su hermano.
— … esto.
Durante un segundo, no ocurrió nada.
Luego, Sophie se sobresaltó.
Su sangre había empezado a moverse mágicamente sobre el cuerpo de Japeth en forma de tiras delgadas y brillantes, expandiéndose y entrelazándose por su piel como una red de venas. Los hilos de sangre adoptaron un color más oscuro, escarlata intenso, y se volvieron más espesos mientras formaban nudos más fuertes que sellaban el cuerpo de Japeth. Las cuerdas lo apretaron más fuerte y cortaron su piel como si fueran látigos, cada vez más profundo, hasta que Japeth quedó encorsetado por la sangre de Sophie, con la piel en carne viva. Retorcía el cuerpo entero en agonía, sus músculos tensos y la boca abierta en un grito ahogado. Luego, de inmediato, las cuerdas que lo sujetaban cambiaron de rojo a negro. Las escamas se extendieron sobre ellas como un sarpullido mientras las cuerdas empezaban a ondularse y moverse con chillidos suaves como si fueran cimitarras bebés que se reproducían por los espacios vacíos de su piel pálida, cimitarra tras cimitarra, hasta que al final… Japeth le devolvió la mirada a Sophie con su traje de serpiente tan fuerte y nuevo como la primera vez que lo había visto.
No había dudas de lo que acababa de presenciar.
Su sangre lo había sanado.
Su sangre había sanado a un monstruo.
Su sangre.
Sophie se quedó inerte bajo sus propias ataduras.
El Salón de Mapas se sumió en el silencio.
—Nos vemos en la cena —dijo el rey.
Salió por la puerta. La Serpiente siguió a su hermano, pero no sin antes colocar el vestido de su madre sobre la mesa y darle a Sophie una última mirada fulminante de advertencia.
Cuando salió por la puerta, las cimitarras se alejaron volando de Sophie con chillidos ensordecedores y persiguieron a Japeth; la puerta se cerró detrás de ellas.
Sophie estaba sola.
Estaba de pie entre los libros de bodas destrozados, y todavía le goteaba sangre de la mano.
Le temblaba la boca.
Se le colapsaron los pulmones.
Tenía que ser un truco.
Otra mentira.
Tenía que serlo.
Sin embargo, lo había visto con sus propios ojos.
No había sido un truco. Había sido real.
Sophie negó con la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas.
¿Cómo era posible que algo tan infernal proviniera de ella?
Quería que la Serpiente muriera de la peor manera posible… y ¿en cambio le había devuelto la vida? ¿Después de todo lo que había hecho para proteger a sus amigos de él? ¿Después de todo lo que había hecho por cambiar? ¿Y ahora era la fuerza vital del peor tipo de Mal?
El calor le subió al rostro, una caldera de miedo. El grito de una bruja llenó sus pulmones y arañó su garganta. Un grito que mataría a todos en aquel castillo y lo derrumbaría hasta convertirlo en ceniza. Abrió la boca para liberarlo…
Y luego… lo contuvo.
Lentamente, permitió que el grito retrocediera a los confines de su corazón.
El Pasado es el Presente y el Presente es el Pasado.
Eso había dicho el nuevo rey.
Era por eso que siempre iba un paso por delante: porque conocía el pasado de todos…
Y el pasado de Sophie era el Mal.
Un Mal que durante mucho tiempo había sido su arma.
Un Mal que era la única defensa que conocía.
Pero Rhian era demasiado astuto para eso.
No se puede usar el Mal para vencer al Mal.
Quizá para ganar una batalla, pero no la guerra.
Y daba igual cómo, pero ella ganaría aquella guerra. Por Agatha. Por Tedros. Por sus amigos.
Pero para ganar, necesitaba respuestas. Necesitaba saber quiénes eran en realidad el León y la Serpiente. Y por qué su sangre se había fusionado mágicamente con la de ellos…
Hasta que no encontrara aquellas respuestas, tendría que cumplir su condena. Tendría que ser inteligente. Y tendría que tener cuidado. Sophie miró el vestido blanco sobre la mesa, curvando los labios.
Oh, sí.
Había otras maneras de ser una bruja.
4 AGATHA Nuevas alianzas
Después de haber abandonado Avalon, Agatha planeó escabullirse en el reino vecino y encontrar comida y un sitio donde dormir. Necesitaba tiempo para pensar en el dibujo extraño que la Dama del Lago había hecho… Tiempo para ocultar una bola de cristal que le pesaba mucho… Tiempo para planificar sus próximos movimientos…
Pero todo eso cambió cuando llegó a Gillikin.
Ya era pasado el crepúsculo cuando Agatha entró en el reino Siempre, hogar de la Ciudad Esmeralda de Oz. Se escondió en un carro de visitantes originarios de Ginnymill que habían llegado viajando por la costa (Agatha se había ocultado debajo del equipaje). Cuando llegaron al camino de ladrillos amarillos en las afueras de la Ciudad Esmeralda y desmontaron en un mercado atestado de turistas ruidosos, el cielo estaba lo bastante oscuro como para que Agatha pudiera abandonar el carro y se mezclara con la multitud.
Una semana atrás, Agatha había leído informes que indicaban que Gillikin estaba plagado de ataques de la Serpiente (avispas come hadas, carruajes explosivos y ninfas rebeldes) que paralizaban el reino. La Reina Hada de Gillikin y el Mago de Oz, que habían sido rivales luchando por el poder, se habían visto obligados a entablar una tregua y a apelar a Tedros de Camelot en busca de ayuda. Ahora, con la supuesta muerte de la Serpiente a manos de Rhian, Gillikin había jurado lealtad al nuevo rey de Camelot y sus carreteras estaban atestadas de gente otra vez; el pueblo del Bosque ya no temía continuar con sus vidas.
Agatha había escogido ir a Gillikin por varios motivos: el primero, porque era el reino Siempre más cercano a Avalon y el hogar de las hadas invisibles que una vez la habían protegido de los zombis del Director de la escuela; y más importante todavía, porque era un sitio donde se mezclaban inmigrantes de todas partes del Bosque, decididos a encontrar el camino a Ciudad Esmeralda y ganar una audiencia con el mago. Entre una multitud tan variada, Agatha supuso que sin duda obtendría noticias de Camelot, al igual que de Tedros y sus amigos. Al mismo tiempo, con tantas personas llenando las calles amarillas para reclamar un codiciado «billete verde» rumbo a Ciudad Esmeralda (o ganabas uno en la lotería o se lo comprabas a un vendedor de dudosa reputación), Agatha asumió que pasaría inadvertida.
Lo cual resultó ser un error.
Mirase donde mirare, había carteles de se busca en distintos idiomas clavados en los puestos del mercado, brillando bajo la luz de las antorchas.
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