La melodía en tu sonrisa de Laura Flo

La melodía en tu sonrisa de Laura Flo

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La melodía en tu sonrisa de Laura Flo pdf

La melodía en tu sonrisa de Laura Flo pdf descargar gratis leer online

Gio es italiano y cantante. Le gusta ir de escándalo en escándalo, de escenario en escenario y de chica en chica. Además, siempre va de la mano de su mejor amigo Piero. No ha vuelto a querer a nadie desde hace años, no ha encontrado a la persona que le haga tener los pies en la tierra y no en las nubes de la fama.

Marina está de vacaciones en Florencia, visitando a su hermana, se está recuperando de un engaño y le cuesta confiar. Durante su viaje quiere ser Marina LIBRE, una Marina despreocupada, y creo, que lo conseguirá. O al menos lo intentará.

Sus caminos se cruzarán. Estaban predestinados a ello, aunque no lo supieran.


F. Tú siempre serás mi melodía.
1
Me duele la cabeza. Me retumba tanto como si siguiera dentro de la discoteca, más bien dicho, como si ella se hubiese instalado dentro de mí, con la música a toda pastilla, canción tras canción, sin pausa. Entra algo de luz a través de las cortinas de la suite, una suite que se ha convertido en mi segunda casa, me la conozco bastante bien ya. Demasiadas noches, demasiadas fiestas aquí. Demasiados momentos bochornosos entre estas cuatro paredes.
Me duelen los ojos como si estuvieran llenos de cristales, arañando los recuerdos de la pasada noche. Apenas los puedo abrir, ayer me volví a pasar. Demasiado alcohol, demasiadas drogas.
Me muevo y descubro un cuerpo, desnudo, a mi lado. No recuerdo nada, ni cómo llegué, ni cómo se llama la chica que está junto a mí, ni en qué momento de la noche la conocí. Pero los dos estamos desnudos, así que me imagino cómo acabó la cosa, pero no recuerdo si fue memorable, si me gustó, o si ella disfrutó, pero viendo que sigue aquí debe significar algo, o eso creo. O quizás iba igual de colocada que yo, y simplemente se quedó dormida.
Ayer se entregaron los premios de música más importantes de Italia, los TRL AWARDS, aquí en Florencia, una ciudad que visito con mucha asiduidad, que me trae unos recuerdos increíbles, aunque la gran mayoría son bastante borrosos. Ayer recibí mi premio más esperado, después de 10 años encima de los escenarios. Al principio nadie reconocía la voz que teníamos los cantantes de mi estilo, el rap/hip hop no estaba bien visto para este tipo de ceremonias, hasta que empezamos a mezclarnos con cantantes de música pop.
La verdad es que no me puedo quejar, desde hace cinco años mi carrera ha pegado un subidón en las listas de temas más escuchados, y desde entonces, entre publicidad y participar en concursos de música como juez o como invitado, me está yendo muy bien. Aunque esta gran suerte tiene un nombre, y es Chiara. Chiara fue mi gran impulsora, gracias a la colaboración que hicimos me llevó de su mano al estrellato, y siempre se lo agradeceré. Podría decir que ella es mucho más, es como mi mejor amiga, le comparto todos mis miedos e inseguridades, que no son pocas, y ella siempre está dispuesta a escucharme. Nos vemos muy poco, pero cuando nos vemos el tiempo no ha pasado en nuestra relación, y sobre todo, cuando ve que me descarrilo siempre me dice lo mismo “Chico frena, que el público no perdona cuando metes la pata”. Y tiene toda la razón, he trabajado duro para poder mantenerme y no pasar a ser el juguete roto de la industria, aunque a veces siempre acabe cagándola de alguna forma.
Por lo tanto, y como viene siendo de costumbre, ayer cuando acabó la entrega de premios nos dirigimos, mi equipo y algunos añadidos, a la mejor discoteca de la ciudad, Milioni. Allí teníamos reservada la zona VIP para todos nosotros. No sé en qué momento dejaron pasar a chicas, pero cuando me quise dar cuenta, estaba rodeado de modelos, chicas con ganas de pasarlo bien y dispuestas a todo, solo con tener cinco minutos de atención de Gio.
Es decir, yo, Giovanni Mancini, más conocido como Gio. Siempre estoy rodeado de las mujeres más impresionantes, conocidas en las mejores pasarelas de moda de todo el mundo, de las influencers mejor cotizadas del panorama italiano y de actrices con poca trayectoria que quieren un pase directo a la fama. Nunca se me ha conocido pareja estable, no me apetece tenerla, disfruto de la soltería, y de no rendirle cuentas a nadie. Trabajo mucho y muy duro para tener la vida que tengo, sin tiempo para nada más. Por eso cuando tengo tiempo libre me gusta pasarlo lo mejor posible. Pero la realidad…
—Mmmm…— dice la impresionante morena que tengo al lado—  Buenos días, Gio.
—Sí, esto… Buenos días —no recuerdo su nombre—. Tienes que irte, tengo una reunión en una hora y debo ducharme— es mentira, pero odio cuando piensan que pueden pasar el día conmigo. Si por mí fuera antes de caer noqueado por el desfase, la hubiese echado de la habitación, así que puede darse por satisfecha de haber compartido cama conmigo por una noche.
Veo que se levanta enfadada, recoge la ropa que hay esparcida por el suelo, entra en el cuarto de baño y cierra de un portazo. Son los mismos pasos que hacen todas, y me los sé de memoria, por eso ya ni me molesta que se pongan así. Justo en ese momento, llaman a la puerta de mi habitación.
—Adelante Piero —abriendo poco a poco, aparece mi ayudante, Piero.
—Gio, tío, tenemos que irnos en una hora a la reunión con la revista de música. Date prisa —cierra guiñándome un ojo.
Es nuestra señal, cuando oye que ellas cierran la puerta del baño enfadadas o se ponen pesadas porque no quieren irse, aparece él y me salva. Piero es mi amigo de la infancia, fue la primera persona que creyó en mí y en mi talento, me ayudó a mandar mis maquetas a las mejores discográficas de la ciudad, e incluso del país entero. Conducía el coche que me llevaba a los conciertos antes de tener autobús o jet privado (de la compañía, todo hay que decirlo, que mio no es del todo, ojalá, pero ya llegará el momento, lo sé). Siempre me ha asesorado mejor que nadie, y antes de cerrar ningún acuerdo, escucho siempre su opinión. Sabe que esto siempre ha sido mi sueño, y él nunca se ha despegado de mi lado, siempre decía que me ayudaría a conseguirlo, y vamos si lo ha hecho.
Aunque los dos estamos viviendo la mejor de nuestras vidas, nunca nos hubiésemos imaginado, ni en un millón de años, que podríamos llegar hasta aquí. Siempre tiene ese talante de hombre de negocios, de un auténtico tiburón, pero luego está el lado gamberro, el salvaje, como ayer por la noche, que disfrutó como si le hubiesen entregado el premio a él, y en parte es así también.
—Gracias por la noche que me has hecho pasar, Gio —me dice la modelo—. Te dejo mi tarjeta con mi número privado, por si vuelves alguna vez por aquí y quieres volver a pasarlo bien.
—Gracias, a ti…—mirando la tarjeta, me incorporo en la cama— Francesca. Ha sido muy placentero —mentira porque no recuerdo una mierda de anoche.
Dándome un beso rápido en los labios, desaparece subida en los impresionantes tacones y contoneándose bajo este minúsculo vestido. Una vez cierra la puerta, me vuelvo a dejar caer hacia atrás, y cerrando los ojos, intento recordar que estupideces hice ayer por la noche, pero nada, todo está negro. Conociéndome, seguro que saldré en alguna página de cotilleo, así que ya me enteraré. “El chico malo de Italia vuelve a las andadas” fue el último titular que hizo que me ganara la mayor de las broncas por parte de mis progenitores, presentándose en mi casa sin avisar. La última vez les prometí que no volvería a tomar ningún tipo de droga, pero mi cabeza es muy débil. Hay mucho que calmar, todos tenemos esos fantasmas que nos persiguen por mucho que queramos correr en dirección contraria.
Ojalá hubiese algo que me hiciese frenar…
—Oye, tío, ¿quieres desayunar aquí o prefieres bajar al restaurante? —me pregunta Piero— El equipo está bajando.
—Pues dame cinco minutos que me dé un agua y bajamos con ellos.
Cuando estamos los dos bajando a la planta baja del hotel, en el ascensor veo nuestros reflejos, y son de auténticos muertos vivientes. ¿Cuánto habremos dormido? ¿Cuatro horas a lo sumo? Este ritmo de vida a veces puede llegar a ser muy perjudicial, pero por suerte hasta dentro de tres días no tenemos que viajar, así que podré disfrutar de la ciudad y de un poco de relax.
Las puertas del ascensor se abren y salimos en dirección al restaurante, pero justo en ese momento escucho el mejor sonido que nunca antes he oído.  Defecto de profesión, siempre estoy al tanto de los sonidos que me rodean.
Esa risa, una corriente eléctrica me lleva directo en esa dirección, parecen ángeles haciendo música. Me cosquillea de arriba a abajo. Freno en seco, giro la cabeza hacia el sonido y veo a Clara, la maravillosa recepcionista. Se ha convertido en una amiga, es española como mi madre, y conectamos al momento cuando nos conocimos, ahora hace ya unos cuantos años. Es muy guapa, pero por una extraña razón nunca la había visto como nada más que como una amiga. Supongo que el hecho de que estuviera casada y que con sus propias palabras me dijera que solo me daría amistad después de pegarme una santa bronca por tener que despertarme y remarcarme que para eso no le pagaban, hizo que la respetara aún más. En alguna ocasión ella y su marido se han venido de cena y de fiesta con nosotros, pero en un segundo plano siempre. No a todo el mundo le gusta la fama, y allá a donde voy me siguen cientos de paparazzi intentando cazar alguna exclusiva.
La sonrisa que se oye no es de Clara, es de una chica que me da la espalda. No la había visto nunca por aquí. Paso mucho tiempo en este hotel como para saber quien es un cliente asiduo como yo, o uno esporádico como ella, creo. Tiene el pelo rubio y ondulado, le llega a media espalda. Viste una camiseta blanca de tirantes y unos pantalones cortos, con unas Converse blancas, y un bolso cruzado. No le puedo ver la cara, tiene unas curvas interesantes, nada exagerado, pero la mezcla de su sonrisa y ese cuerpo, despierta en mí unas ganas tremendas de conocerla.
—Piero, ves entrando, que voy a saludar a Clara que hacía días que no la veía.— él asiente.
Cuando me estoy acercando a las chicas, veo como la misteriosa rubia abraza a Clara, se enfunda unas gafas de aviador, y sale a las calles de la ciudad. Sin perder detalle, me acerco a mi amiga, y me inclino por encima del mostrador.
—Buenos días, preciosa —le digo sonriendo.
—Buenos días, Señor Mancini —me devuelve ella, con su siempre tono correcto y educado.
—Clara, ¿cuántas veces tengo que decirte que me llames Gio?
—Sabes que estoy trabajando, y no puedo hacerlo. ¿Cómo fueron los premios ayer? He oído que muy bien.
—Triunfé, ya lo sabes, tu amigo es un artista —y volviendo al tema que me interesa—. Oye, quería hacerte una pregunta.
—¿Desde cuándo tienes que andarte con rodeos para preguntarme algo?
—Cierto —me río—. Esa chica que estaba contigo… ¿Quién es? —veo que sonríe.
—Ay Don Juan… Es mi hermana pequeña, Marina, ha venido a pasar unos días de vacaciones—Marina, me gusta su nombre, suena igual que su risa.
—Interesante… ¿Por qué no me habías hablado antes de ella? ¿Me la presentas?
—Ni lo sueñes Gio. No te la voy a presentar porque sé lo que les haces a las chicas.
—Yo no he dicho nada, lo estás dando por sentado tú, mal pensada —me mira con cara de saber que le estoy tomando el pelo y que me ha pillado a la primera—. Además, las trato a todas muy bien, ninguna tiene queja cuando se van.
—Ya claro, nos conocemos, tú no ves con qué caras bajan del ascensor, y te puedo asegurar que de satisfechas poco —me dice mientras se ríe, sabe cómo sacarme de quicio cuando quiere.
—Bueno, al grano, esta noche os venís a cenar, Raffaelo, tú y Marina, y no acepto un no por respuesta.
—Pues lo siento, pero te diré que no porque tenemos planes para esta noche. Vamos a cenar a Nuba, el hermano de Raffaelo nos ha conseguido mesa.
—¿Oye, me estás queriendo poner celoso con Marco? —me toca los cojones, que el hermano de Raffaelo, Marco, conozca a Marina. Marco es el relaciones públicas del hotel, y es un prepotente, el típico italiano empalagoso que solo sabe dorar la píldora y que se pasea por mi suite cada vez que sabe que estoy montando una pequeña fiesta con modelos.
—No digas tonterías. Marco la conoce desde hace años, la quiere como a su hermana pequeña —sí, claro—. Bueno Gio, me encanta hablar contigo, pero tengo que trabajar. Mañana estoy libre, si quieres llámame, hablamos y hacemos algo tranquilo. ¿Te parece?
—Vale, Clarita de mi vida. ¿Qué haría sin ti?
—Cuando sale tu vena italiana me das un poco de asco —me suelta bajito, y le respondo con una carcajada.
Me dirijo al restaurante del hotel, estoy nervioso. Voy a conseguir una mesa en Nuba, necesito ver a Marina, quiero verle la cara, y ver si el conjunto de cuerpo, sonrisa, nombre y cara es la bomba explosiva de la que llevo huyendo toda mi vida, o simplemente es una distracción pasajera con la que divertirme un rato.
—Piero necesito que me consigas una mesa para esta noche en Nuba —le digo mientras me siento.
—Sí, claro, ¿y qué más? ¿Una cita con el Papa?
—Si quieres también podemos ir a verlo —le respondo con la misma ironía que él ha usado conmigo—. Necesito la mesa sí o sí, haz lo que tengas que hacer, como si tienes que tirarte a alguien.
—Qué gracioso eres cuando quieres…—le da mucha rabia cuando le recuerdo lo que hizo una vez. Estaba cerrando un trato, y la mujer que estaba negociando con él se puso muy cariñosa, y él no supo cómo detener la situación, pero no porque no le apeteciera, sino porque no era profesional hacerlo, aunque al final se entregó como nadie.
 
Hace dos días que llegué a Florencia. He venido a visitar a mi hermana Clara y a su marido Raffaelo. Ella vive aquí desde hace ocho años, y al poco tiempo de llegar se enamoró de él. Raffaelo es el hermano del relaciones públicas del hotel donde trabaja Clara, Marco. Este de tanto hablar de ella hizo que la curiosidad de Raffaelo aumentase por conocer a la española con la que tan encantado estaba su hermano. Un día se presentó en el hotel, y antes de cruzar una palabra con mi hermana ya se había enamorado de ella. Fue como de película, lo que todas, o la gran mayoría, soñamos con vivir.
Yo no puedo decir lo mismo de mí, pensaba que había conseguido a mi alma gemela hasta que lo descubrí en la cama con una amiga mía. Me destrozó, me sentí humillada. Él rompió con nuestra familia, me falló a mí y a nuestra hija, Lola. Me costó meses volver a sentirme segura y no culparme a mí por algo que hizo él. Soy joven, fui madre joven, me queda mucha vida por delante, pero me la imaginaba con él, construyendo nuestra familia, y de la noche a la mañana, me encuentro que estaba viviendo un engaño. Me vi sin pareja, y sin amiga. Lo de ella ya es otro cantar, la borré de mi vida sin problemas, con dolor, pero sin problemas.
Lo de él sigue siendo un tira y afloja, no deja de ser el padre de mi hija, el hombre del que he estado enamorada mucho tiempo, y a veces me dejo llevar por sus palabras bonitas, pero es un error que me he prometido no volver a cometer, por mi bien y por el de nuestra hija.
Estamos en verano, y a Lola le ha tocado irse tres semanas con su padre, y como yo estoy de vacaciones hasta que vuelva al trabajo en la secretaría del colegio de mi hija, me he venido estos días a Florencia, así me despejo y aprovecho para ver a mi hermana. Me encanta esta ciudad, siempre me transmite paz, aunque es muy ajetreada. Aquí puedo ser Marina, sin ser Marina a la que engañaron, Marina a la que abandonaron. A Lola también le encanta cuando venimos, aunque lo que más le gusta es que aquí la consienten como nadie. La familia de Raffaelo nos ha tratado como dos más del clan Petrucci. No son ningún clan de ninguna mafia, que yo sepa, pero son tantos miembros que parece que pertenezcan a algún clan de alguna mafia italiana, el respeto que se tienen, saben quién manda en la familia y que a la familia no se le da la espalda, son de admirar.
Después de recorrer las calles de Florencia, me dirijo a casa de mi hermana para prepararme para cenar esta noche en Nuba, el mejor restaurante de la ciudad. Marco ha insistido en invitarnos a cenar. Marco, a diferencia de Raffaelo, es el típico italiano presumido, con un ego enorme, empalagoso como ningún otro, de los que siempre te regalan los oídos con los mejores cumplidos. Pero como yo huyo de este tipo de hombre, no le hago ni caso, ya son muchos años viendo como lo intenta, y siempre le digo lo mismo “Lo siento, pero no estoy hecha para un italiano de tu estilo” y él siempre me dice lo mismo “Bella Marina, yo soy tu prototipo de hombre”, que lejos está de la realidad.
—Marina, en media hora nos vamos —me dice Clara a través de la puerta del baño.
—Vale, ya estoy acabando.
Veo mi reflejo en el espejo, y me gusta. Como sé qué clase de restaurante es Nuba, me he decantado por un vestido midi dorado con la espalda al aire, y unos tacones a conjunto. Me he dejado mi rubia melena al aire, con algunas ondas, y un maquillaje nada recargado, lo justo para potenciar mis ojos color verde oliva. Mi cuerpo no volvió a ser el mismo una vez que nació Lola, pero lo he acabado aceptando. Nunca he tenido un cuerpo de escándalo, al contrario, pero tampoco he tenido complejos al respecto. Tengo poco pecho, por suerte no se vio afectado después de mi embarazo, sufría por si luego se me vería vacío, pero no ha sido el caso. Lo que sí me quedaron estrías por las caderas, y algo de barriga. Pero como he dicho me da igual, le di vida a lo mejor de mi existencia. Me gusto y me quiero.
—Marina, estás preciosa —me dice Raffaelo cuando aparezco por el salón.
—Y me lo dice la pareja más estilosa de toda Florencia —digo con sorna, pero es verdad, los dos son puro estilo, son puro romanticismo, son puro todo. Qué asco dan a veces.
—¿Estás lista hermanita? —me pregunta Clara entrando en el salón.
—Jolín, sí, pero no tanto como tú, está claro —como siempre me deja sin habla. Cuando se quita el uniforme del hotel, desprende elegancia por todo sus poros.
—Pues venga, chicas, vamos, que seguro que Marco nos está esperando.
Nos subimos a un taxi, y nos dirigimos al restaurante. Estoy nerviosa, porque siempre he oído hablar mil maravillas de él y tengo ganas de saber si es cierto todo lo que dicen. Además, para qué nos vamos a engañar, en mi día a día no puedo disfrutar de estos lujos, y menos de cenar solo con adultos. La mayoría del tiempo tengo conmigo a Lola, y aunque disfruto de su compañía como nadie, también necesito relacionarme con gente adulta. Es la primera vez que vengo a la ciudad sola, y tenía ganas de hacerlo.
Cuando llegamos al restaurante, hay una larga cola esperando acceder a alguna mesa, o pasar directamente al pub que tienen en la planta de arriba. Nosotros, como no, al vernos, nos abren la cuerda del acceso y pasamos sin hacer cola, solo diciendo el apellido Petrucci. Marco tiene muchos contactos por la ciudad, y mi cuñado Raffaelo no se queda corto tampoco. Los Petrucci son conocidos de toda la vida, tienen negocios por todo el país, y al final eso acaba abriendo puertas. 
Nos avisan que al final la mesa se ha ampliado de cuatro comensales a ocho, y que está en el reservado Black. Dejo que la pareja vaya abriendo paso, y yo me quedo más rezagada, contemplando el lugar. Es un sitio maravilloso, todo blanco y negro, con los apliques de las luces bañados en oro, igual que las sillas y las patas de las mesas. Decorado como me lo había imaginado, y lleno hasta los topes.
Al abrirse las puertas del reservado, veo que ya está Marco sentado, hablando con cuatro personas más, tres chicos y una mujer. De repente, lo veo. A él. Solo a él.
Veo a uno de los chicos, vestido con una camisa blanca con los primeros botones desabrochados, y por su cuello se pueden apreciar varios tatuajes. Tiene el pelo corto, pero puedo ver que es rubio. Entonces, me sonríe, me tiemblan las rodillas, y se pone de pie. Incluso llevando tacones, él sigue siendo más alto. Decir que es guapo es quedarse corto. Le rodea un halo de chico malo que me atrae como un imán. ¡Dios, Marina, cálmate! No podría explicar qué he sentido al verlo, como una corriente eléctrica, como una cuerda tirando hacia él, o él hacia mí. Pero aquí estamos mirándonos sin poder apartar la vista del otro.
—Joder, Gio…—dice mi hermana. Este se ha acercado a nosotras— Marina, te presento a Gio, un amigo.
—Encantada —le doy la mano, pero él no la coge y me planta dos besos.
—Lo mismo digo, preciosa —me contesta en español.
—¿Eres español? —le pregunto a Gio al no notarle acento italiano.
—Sí, por parte de madre. Cuando conocí a tu hermana se me abrió el cielo, porque así puedo practicar el idioma con ella cuando vengo a la ciudad de visita.
—Pues no parece que necesites mucha práctica —Gio me sonríe.
—¡Bellissima Marina! —dice Marco a mi lado— Estás preciosa —me abraza.
—Hola Marco, este restaurante es precioso, gracias por invitarnos.
—Por ti lo que sea, bella —me fijo que Gio pone los ojos en blanco y yo sonrío—. ¿Nos sentamos?
Estamos en una mesa redonda, y casualidades de la vida he acabado sentada entre Marco y Gio. Marco está marcando territorio, poniendo su brazo por encima del respaldo de mi silla, yo ya ni me inmuto, sé cómo es, que él lo intenta todo el tiempo, pero lo conozco demasiado bien. Gio me  mira de reojo de tanto en tanto. Él ha venido con sus amigos, Piero, Kathia y el marido de esta, Riccardo. Todos hablan entre ellos como si se conociesen mucho, yo apenas me entero de la conversación porque el idioma no es que lo domine mucho. Si Raffaelo me habla en italiano de forma lenta, lo entiendo, pero cuando se juntan más de dos italianos  ya ni me esfuerzo en seguirlos.
—Marina, ¿llevas muchos días en la ciudad? —me pregunta Gio cerca del oído. Me giro a responderle, y lo tengo tan cerca, que puedo observar sin problemas su rostro. Su colonia me envuelve, sus ojos me miran con intensidad, y mi cerebro se derrite un poco.
—No, solo un par de días. Me quedaré tres semanas. ¿Tú eres de aquí? —veo que después de mi pregunta arruga su preciosa frente.
—No, solo estoy de viaje de negocios, nos quedaremos unos días y luego de vuelta al trabajo —le sonrío—. Tu hermana apenas me ha contado cosas sobre ti, y ahora me puedo imaginar porqué te tenía escondida —me sonrojo.
—Marina, bella mia —nos interrumpe Marco—. He podido conseguir para mañana la entrada que querías para la galería, me debían un favor.
—¿Sí? —le pregunto sorprendida— Me han hablado tan bien de ese sitio, y nunca he tenido la oportunidad de ir las veces que he venido a la ciudad.
La Galería Uffizi es un palacio reconvertido en museo con una de las colecciones de arte más grandes del mundo. Siempre me ha parecido un edificio elegante, con muchas historias escondidas en sus paredes. Cuando he venido a la ciudad, nunca he tenido la oportunidad de visitarlo, pero esta vez que la pequeña Lola no me acompaña, podré campar por sus pasillos y salas sin ninguna prisa.
—¿Es para la Galería Uffizi? —me pregunta Gio.
—Sí.
—No dejes de visitar el Corredor del Este y sus estatuas…—me susurra Gio al oído, despertándome un escalofrío involuntario, y caluroso por la piel.
—¿Lo has visitado? —le pregunto a Gio— Bueno, siendo de aquí, me imagino que sí.
—Más veces de las que puedo contar, Marina.
Mi nombre en sus labios es como un susurro, es delicadeza. Nunca mi nombre me ha parecido algo tan sexy. Mi nombre en sus labios es todo un reclamo para devorarlos. Me vuelvo a perder en sus ojos, esos ojos azules. Desde que he puesto un pie en el reservado, hay algo que me arrastra hacia él. Tiene una belleza peculiar, desprende ese aire de misterio, de peligro y atrevimiento, es atractivo y él lo sabe, pero tampoco se mata en proclamarlo. Nunca antes había sentido una atracción física tan fuerte hacia alguien. Nunca antes me había sentido así de encendida por alguien a quien apenas conozco.
La cena es mucho mejor de lo que me esperaba, la comida está deliciosa, mis acompañantes no han escatimado en gastos y, sobre todo, me he reído. Gio de tanto en tanto me traducía cosas al oído. Esto es lo que necesitaba, una cena rodeada de adultos con ganas de pasarlo bien.
—Chicos, tengo un reservado arriba en el club —nos dice Piero.
2
Es preciosa, esta misma mañana no le había podido ver la cara, me jugaba que no me gustase nada, pero conociendo a su hermana Clara, no esperaba de ella menos. Debido a su sonrisa me la había imaginado de todas las maneras, pero estaba bastante lejos de la realidad.  Desprende esa clase de lujuria tan inocente que ella no se da cuenta, pero en cuanto ha puesto un pie en el reservado, me he sentido perdido en ella, en sus ojos. Brilla, la mires por donde la mires, deslumbra. Su pelo me parece oro, lo veo más brillante que esta mañana, y la manera que le acaricia la piel me hace babear. Y sentir envidia.
Una corriente eléctrica me arrastra hasta ella. No sabe nada de mí ni quién soy. Y eso me hace jugar con ventaja, porque sé que la puedo sorprender, sé que puedo ser yo mismo, ser el chico divertido, sin ser la mega estrella. Sé que no va a intentar llamar mi atención, lo sé, lo veo en sus ojos y en su forma de ser. Es pureza.
Marco no ha dejado de marcar territorio, y por las veces que ella ha puesto los ojos en blanco, creo que va muy mal encaminado. Se la ve una chica inmensamente sencilla, disfruta de las cosas más pequeñas, y eso me gusta. Me atrae, y su sonrisa, su puta sonrisa, es mi talón de Aquiles. Podría escribir cualquier canción basándome en ella, en su preciosa melodía. Es tan placentera…
Me he pasado parte de la cena intentado que mis manos no se lanzaran a tocarla, a acariciarla, y la otra mitad de la cena he estado intentado no empujar a Marco de su lado. Vale que él la conoce de hace mucho tiempo, pero la quiero para mí, puede parecer un comentario fuera de lugar, un poco de hombre de las cavernas, pero joder, es que Marina me ha desarmado, me ha hipnotizado, y la quiero para mí. Solamente para mí. Quiero enterrarme en ella una y otra vez hasta que lo único que pueda pensar es en mi jodido nombre.
Cuando estamos subiendo al pub de Nuba, me quedo rezagado para hablar con Clara y pedirle explicaciones de porqué en estos años de amistad, nunca me había hablado de su hermana. Me cabrea mucho, pensaba que éramos amigos, que nos contábamos las cosas. Ella conoce muchas partes de mí, necesitaba tener a alguien normal a mi lado, y a ella le di mi total confianza. Conoce a mi familia, ha estado en mis casas. Me ha hablado de sus padres, pero nunca ha mencionado a Marina, y quiero saber porqué.
—Clara —la cojo del brazo para que frene un momento—,  ¿por qué no me habías hablado de ella? ¿Por qué ella no sabe quién soy?
—Tú no sabías de ella, y ella no sabe de ti. Fin. No hay más. Me gusta tener a mi familia a buen recaudo. Además, Gio, ella ha sufrido, no lo ha pasado bien. No está preparada para alguien como tú.
La veo seguir subiendo las escaleras, y yo me he quedado anclado, con sus palabras calando en lo más hondo de mi ser y de mi corazón. ¿Alguien como yo? Vale, soy un mujeriego, pero no por eso soy un cabrón, todas saben lo que estoy dispuesto a darles, que vienen a ser noches de sexo y nada más. Desde que pertenezco a esta industria, hasta el día de hoy no le he entregado mi corazón a nadie, porque nadie estaba dentro de lo que yo buscaba, y tampoco quería arrastrar a nadie a este mundo de locos.
Mi última pareja fue Lucia, una chica de mi mismo colegio. Después de una relación tormentosa, donde me arrastré lo impensable, lo dejamos, y gracias a ella y nuestra historia, creé las mejores canciones. A los años, ella me escribió para pedirme perdón por todo lo que me hizo pasar, jugó conmigo, con mis ilusiones y con mi mente romántica, y me dañó de tal manera que me convertí en una persona insensible. Pero en cuanto oí la melodía en la sonrisa de Marina, una parte de mi congelado corazón empezó a gotear, y ha seguido así hasta esta noche, que se ha acabado de derretir al completo cuando la he tenido cerca, cuando la he oído hablar, de forma dulce, cuando la he oído reír a pleno pulmón, y cuando la he olido. Me he vuelto adicto a ese olor dulce que desprende, ese olor que invita a probarla, a saborearla, a morderla…. Sabía que ella era totalmente diferente a lo que estoy acostumbrado.
Cuando consigo despegar mis pies de las escaleras, veo que Piero y un par de seguratas del pub me esperan al final de estas, y nos encaminamos al mejor reservado de la sala. Sorteando a las personas que bailan, y a las chicas que me reconocen y me piden fotos, que yo muy gustoso me tomo con ellas. Pero no dejo de pensar en Marina, y en las ganas que tengo de conocerla de verdad.
En un momento dado, antes de llegar al reservado, oigo por los altavoces como el DJ de la noche, dice «Chicas y chicos, esta noche tenemos entre nosotros a la estrella del panorama musical y ganador del último premio, Gio. ¡Gritad todos su nombre si os gusta!«. Y así, entre gritos y silbidos,  y escoltados por los de seguridad, llegamos al reservado donde están todos aplaudiendo, y Marina mirándome sin entender nada.
—Piero, que hoy no suba nadie al reservado, por favor —él asiente y yo me dirijo hacia donde está Marina.
Está junto a su hermana y Marco, el imbécil de Marco, no la deja respirar, y se la ve un tanto agobiada. Quizás no sea por Marco, quizás es que ya ha descubierto quién soy y no le gusta. O sí. 
Le debe de estar susurrando cosas para atraer su atención, la táctica de todos los italianos, mientras con una mano la rodea por la cintura. Así que no me lo pienso dos veces, y la cojo de la mano que tengo a mi alcance, y la arrastro conmigo hacia un lado del reservado, donde nadie nos pueda molestar. Ella no pone resistencia alguna.
—Solo quiero bailar —le digo al oído, cuando veo su cara asustada—. Prometo no comerte si me sigues mirando así…
—¿Así cómo? —me pregunta Marina.
—Así con miedo— niega con la cabeza.
—No te tengo nada de miedo, Gio.
Le doy la vuelta, con la mano que aún seguía aprisionando a la suya, y apoya su espalda en mi pecho. Mientras, de fondo, suena una canción bastante conocida, y se la empiezo a tararear al oído. Juro que estoy haciendo una fuerza sobrehumana por no colocar mi mano libre por debajo de su vestido y tocar su piel, pero no quiero que vea esa parte de mí, mi lado más salvaje. A ver, ojalá me deje demostrarle todo lo que ella despierta en mi cuerpo, pero ella no es el tipo de chica con la que me suelo codear, y por mi amistad con Clara, la respetaré. Por esa misma razón, clavo mi mano en su cintura, y aprieto, ojalá ese apretón le transmita todo lo que necesito que ella sepa. En un momento dado de la canción, ella se da la vuelta y queda frente a mí, con esa mirada que parece que me está leyendo la mente, leyendo todos mis secretos. La devoraría sin pensarlo si no estuviésemos en medio de una discoteca al alcance de cualquiera, si no fuera la hermana de Clara, por eso mismo la he traído a un sitio apartado, para que nadie nos moleste, y para que ella no se incomode. Supongo que ha oído los gritos de la gente, pero es tan educada y tan prudente que no dice nada, otra en su lugar ya me estaría sometiendo a un tercer grado. Si fuera otra, me daría igual que nos vieran, suficientes fotografías mías hay circulando por internet en situaciones un tanto controvertidas.
Pero con ella no.
—Marina —le digo al oído—, esta mañana he oído tu risa, mientras hablabas con tu hermana en el mostrador del hotel, y me has vuelto completamente loco.
—Gio, no es para tanto, una risa, sin más.
—No, estás muy equivocada, es el mejor sonido del mundo —no le veo bien la cara, pero juraría que se ha ruborizado, porque pone su frente encima de mi pecho, con mucho cuidado. Y yo en este momento detendría el tiempo sin pensarlo.
Seguimos bailando abrazados, sin extralimitarme con ella, solo sintiéndola junto a mí. Sigo cantando las canciones a su oído, a veces traduciéndolas si son en italiano, y robándole alguna sonrisa. Y eso es lo que quiero hacer, robarle sonrisas. Cada vez que la escucho, algo dentro de mí se remueve sin parar, es una sensación entre vértigo y ansias locas por vivirla, por tenerla.
—¡GIO! ¡GIO! —oigo de repente que alguien me llama, rompiendo la burbuja que teníamos creada a nuestro alrededor. Veo aparecer a una chica rubia, contoneándose, y con los pechos prácticamente fuera del vestido. Aparta a Marina de un codazo y se me enrosca en el cuello. Marina se queda sin poder pestañear, y yo me he quedado sin palabras, mientras la misteriosa rubia sigue paseando sus manos por todo mi cuerpo sin ningún tipo de pudor, ni siquiera oigo lo que dice. Marina, al ver el espectáculo, da media vuelta para irse, pero yo la cojo del brazo.
—Marina, espera, por favor —hace fuerza para que la suelte—. Por favor —le vuelvo a suplicar.
—Gio, que no pasa nada, de verdad. La veo muy entregada.
Bambina, lárgate de aquí, no tienes nada que hacer con él —le suelta la chica a Marina. Le voy a decir algo, pero ella se me adelanta.
—Lo he entendido Gio, sigue con ella.
La veo desaparecer por el pequeño pasillo que hay entre los reservados y me cabreo como nunca. Le había pedido a Piero que no dejara subir a nadie al reservado, o bien esta se ha colado, o el reservado está lleno de gente. Soltando las manos de la rubia, que me tenían prisionero, voy detrás de Marina, pero ella ha sido más rápida y la veo desaparecer escaleras abajo con su hermana, que me mira mal, y el marido de esta, Raffaello.
Marina
Gio, o mejor dicho Giovani Mancini, es el mejor cantante de rap/hip hop de Italia, y yo sin saber que existía hasta esta misma noche. La cosa me ha empezado a parecer surrealista cuando hemos subido al reservado y Piero ha llamado a dos gorilas de seguridad. Pero cuando el DJ ha empezado a decir cosas, solo he reconocido la parte con el nombre de Gio, y mi hermana, al verme la cara, me ha hecho un breve resumen. Mi cabeza ya entraba en cortocircuito. Nunca hubiese dicho que sería cantante, y menos conocido de forma mundial. El hecho de que mi hija me absorba las 24 horas del día, y en mi televisor solo se escuchen los últimos temas de música infantil, hace que me pierda muchas cosas.
—!Vámonos! —le digo a mi hermana, y ella ni pregunta, recoge nuestras cosas, coge de la mano a su marido, y salimos del pub de forma rápida.
Acabo de pasar la última hora y media de mi vida en una nube. Cuando lo he visto esta noche al entrar en el reservado, mi estómago ha dado un vuelco, pero cuando me ha cogido de la mano y me ha arrastrado a un lado del reservado, mis pies ya no tocaban el suelo. Cuando nuestras manos se han tocado ha sido como si hubiesen estado predestinadas a tocarse, a que nuestra piel fuera una. Su contacto no me ha parecido nada fuera de lugar, era como tenía que ser, y eso es abrumador. Ni con Mario me había sentido así.
Me he dejado llevar, cosa que nunca hago, por una vez no he pensado en nada más que en mí. No he pensado en que soy madre, no he pensado en qué dirán, solo he pensado que soy joven y libre. He bailado con él, nuestras manos no han dejado de tocarse en ningún momento, me ha cantado canciones al oído. Ahora sé que su estilo es otro, pero este chico podría cantar cualquier registro y sería brutal. En ese momento, tampoco estaba al tanto de quién era Gio, solo lo que mi hermana me había contado en un resumen de cinco segundos.
Pero ahora, subida al taxi de camino a casa de mi hermana y con el móvil en la mano, me estoy volviendo medio loca. Lo primero que he hecho es buscar su nombre en Google, y todo lo que ha salido me parece increíble. “El chico salvaje de la industria lo ha vuelto a hacer. ¿Será el próximo juguete roto?” “Otra vez, Gio, rodeado de modelos” “La policía se presenta en casa del cantante, Gio, alertada por varios gritos” “Las últimas fotos de la fiesta privada de Gio, modelos, bebidas y sustancias prohibidas, son las protagonistas de ellas”.
—No sigas buscando más —me dice mi hermana, mientras pone una mano encima de la pantalla—. Gio es todo eso, pero también es el chico que has conocido esta noche. Es una persona normal, envuelto por la fama, no te ciñas a las noticias. ¿Me vas a contar qué ha pasado?
—Nada, estábamos bailando, y una amiga suya me ha empujado de su lado, y él no ha hecho nada —miro por la ventana—. Bueno, sí, ha dejado que lo tocasen delante de mí, que no pasa nada, solo nos estábamos divirtiendo, pero me he sentido mal. No me ha gustado la situación.
—Seguro que él no ha sido consciente, Marina —dice cortándome Rafaello—.  Hay muchas chicas con ganas de colgarse el título de rollo de Gio.
—Si no pasa nada de verdad, me he divertido y ya está, no vamos a volver a vernos —reconociendo eso, esta vez en voz alta, mi subidón de esta noche se esfuma de golpe.
Me ha gustado mucho, no puedo mentir, es un chico muy atractivo. Es un poco más alto que yo, rubio y con unos ojos preciosos, de un azul oscuro. Tiene muchos tatuajes, y eso siempre es un plus para mí, el papá de Lola también tenía algún que otro. Su forma de ser y de vestir, realmente lo convierten en “el chico malo de la industria”, como lo llaman por las redes sociales, pero creo que en el fondo esa es la imagen que él quiere proyectar, pero que realmente no es así. Durante la cena ha estado muy atento, preguntándome cosas, interesado para que entendiera todo lo que se hablaba, y después… Después ha sido perfecto, cuando me ha arrancado de las palabras empalagosas de Marco, se lo he agradecido en silencio, cuando me ha estrechado entre sus brazos, y se ha movido de forma lenta, pausada y sensual. Me tenía totalmente cautivada. Si la rubia no nos hubiese interrumpido, hubiese seguido bailando en sus brazos durante toda la noche. Sé que él debe estar acostumbrado a un tipo de chica más liberal, más desatada, más explosiva. Al fin y al cabo yo soy una chica que se quedó embarazada muy joven, he vivido lo justo, y solo he estado con Mario, el padre de Lola, y ya está, nada serio, algún escarceo por ahí y poco más que contar.
Por eso mismo, esta noche no hubiésemos pasado de los bailes, quizás algún beso si se hubiese dado la situación, pero por eso mismo me he ido y lo he dejado con la rubia. Con ella se lo iba a pasar mucho mejor que conmigo.
Dos horas después de llegar a casa, sigo tumbada en la cama, revisando y obsesionándome con él, mirando sus perfiles en las redes sociales, y recreando la vista en cada una de sus fotos de Instagram. No sabría decir cuál de todas sus publicaciones es mi preferida, si la que sale cantando encima de los escenarios, con la cara llena de pasión, por lo que hace, sin camiseta y el sudor brillando por su piel, la que sale rodeado de sus amigos con una gran sonrisa, o en las que hace de imagen para grandes marcas. Lo siguen cerca de diez millones de personas, y yo sin saber quién era. Diez millones de personas que lo llevan contemplando día tras día, a través de la pantalla, y yo he estado a su lado, entre sus brazos, durante un rato. Un rato que me ha parecido una eternidad placentera.
“Marina, lo siento, he ido a por ti, pero joder, como corres con lo  pequeña que eres. No vuelvas a huir de mí, por favor” Este es el mensaje que me aparece en mi bandeja de entrada en Instagram, desde una cuenta que no reconozco, y que si es él de verdad, no es la suya principal.
“Creo que te equivocas de persona” le contesto.
“No, sabes perfectamente que no. Le estoy escribiendo a la chica con la mejor sonrisa del mundo” es él, no ha dejado de repetirme eso toda la noche.
“No deberías de estar escribiéndome si estás en medio de una discoteca y tienes a una chica encima de ti” le digo yo, mientras miro la pantalla nerviosa esperando a que me conteste.
“Marina, me he ido detrás de ti. Estoy en el hotel de tu hermana, suite 306. Por si quieres venir” me dice, y me da rabia que se piense que saldré corriendo hacia él como hacen todas.
“Ni lo sueñes, no soy esa clase de chica. Te toca dormir solo.”
“Sí, eso haré. Soñar contigo y con tu sonrisa. Sé que no eres esa clase de chica, ni yo esa clase de chico ��” leo el mensaje una y otra vez, río, él sigue en línea esperando una respuesta, pero yo ya no respiro.
“Buenas noches, Gio” no puedo decirle más.
“Buenas noches, Marina, que descanses. Sonríe en tus sueños, por favor, quiero escucharte en los míos”. Dios, nunca nadie me había dicho algo tan bonito, me siento rara, contenta, pero rara. Es como una situación fuera de lo normal, siento que la estoy viviendo en tercera persona. Las manos me tiemblan, aún sujetando el teléfono, no puedo dejar de mirar la pantalla. No me lo pienso dos veces y accedo al perfil bajo el nombre de Rigo Manccini, es privado, le envio una solicitud de amistad, para poder acceder a su cuenta y ver su parte privada. Él hace lo mismo conmigo, pero yo no lo acepto, de momento.  Ha conocido a Marina, no a Marina la mamá, y así seguirá siendo. Si seguimos manteniendo el contacto, y si me da la confianza que necesito, entonces le dejaré ver la parte más importante de mi vida. En este perfil lo veo natural, fotos con su familia, con sus perros, nada de marcas, nada de jets privados, ni fotos en discotecas. Es totalmente otra persona, una más humana, más cercana. No digo que Gio no sea humano, pero le rodea una realidad que para mí no es normal ni natural, una realidad en la que yo no podría estar.
A la mañana siguiente me despierto temprano, me doy cuenta de que me he quedado dormida viendo sus fotos, y sonrío. Me gustó que por la noche me mandara un mensaje disculpándose, pero sé que tengo que ir con cuidado, debo recordarme en qué mundo se mueve. Un mundo que va a una velocidad vertiginosa en comparación al mío, que lo más emocionante que me pasa es que una semana sí y otra no, Lola está conmigo.
Después de desayunar, de hablar con mi hija y que me cuente todo lo que está haciendo con su papá, me voy hacia la Galería Uffizi. Tenía unas ganas tremendas de poder visitarla, siempre he querido venir, pero las veces que hemos visitado la ciudad ha sido imposible. Hoy podré perderme por sus pasillos, sin prisas, contemplar las esculturas, los cuadros, el famoso Corredor del Este, y sus ventanales sobre la ciudad. Paseo desde el piso de mi hermana hasta la galería, recorriendo las calles que me tienen totalmente hipnotizada. Tardo unos treinta minutos en llegar, y después de hacer cola y decirles mi nombre, veo que tenían mi entrada guardada gracias a Marco.
Me pierdo durante un par de horas por las salas. He dejado el Corredor del Este para el final, me lo han recomendado tanto que quiero deleitarme sin prisas por él. Si tuviera que escoger una sala de todas las que hay, me quedaría sin duda con la de Botticelli, sus cuadros me han impresionado tanto, que incluso en alguno no podía apartar la vista de ellos. Al fin llego al Corredor del Este, y para ser la joya de la corona está totalmente vacío.
Es un pasillo muy largo, con estatuas a cada lado, apostadas entre los ventanales. Unos ventanales que tienen Florencia a sus pies. Es una ciudad realmente hermosa, si no fuera porque Lola me espera en casa, no me importaría quedarme aquí. Es una ciudad con la que me siento conectada de alguna manera.
—¿Has sonreído en tus sueños? —me dice una voz a mi espalda produciéndome un agradable escalofrío que me recorre todo el cuerpo. Sé quién es, lo sé por la sensación que me produce su voz, y por su olor.
—Gio, ¿qué haces aquí? —le pregunto quedándome frente a él. Ahora sabiendo algo más de él no me sorprende nada que esté aquí.
—Te lo dije ayer, me encanta este sitio, he venido muchas veces. Me gusta sentarme en los bancos de ahí, y ver como el sol atraviesa estas ventanas —le sonrío—. Aunque no lo creas, aquí se me han ocurrido muchas canciones.
—Gio… ¿Qué haces aquí? Y no me digas que has venido buscando inspiración.
—Pues no, venía buscándote a ti, siguiendo tu melodía.
No sé si creerme sus palabras, no sé si creer que de verdad es así, o es un truco para que caiga rendida a sus pies y ser un titular más en su largo historial. Justo cuando me giro para irme, me sujeta del brazo con delicadeza.
—No huyas, te lo pedí ayer, por favor, Marina.
—Vale —vuelvo a mirarlo—. ¿Por qué yo, Gio? ¿Por qué quieres jugar conmigo? —se me queda mirando, como intentando averiguar qué es lo que pienso de verdad de él.
—Porque eres lo más real que he visto en mucho tiempo. Y no quiero que pienses que esto es un juego —me quedo sin palabras, no sé qué decir a eso, porque parece que me haya leído la mente—. Solo te pido un día. Un día y luego decides si quieres seguir conociéndome o no.
Me tapo la cara con las dos manos, estas cosas a mí no me pasan. Que una estrella de la música se interese por mí es una locura. Bajo las manos y miro a mi alrededor, y veo que en cada punta del pasillo hay dos chicos de seguridad, empiezo a ponerme nerviosa.
—Tranquila, solo están ahí para que tengamos privacidad, y no nos molesten mientras decides si quieres conocerme un poco más o no. Pero te aviso que si me dices que no, puedo ser muy insistente —me río porque la situación me parece lo más surrealista que he vivido nunca. Esto se queda casi a la altura de la misma situación de cuando encontré a mi ex con mi mejor amiga.
—Vale —sonríe, mientras se muerde el labio de abajo— pero con una condición.
—Tú dirás, Marina.
—Quiero conocer al verdadero Giovanni, nada de Gio el artista. Quiero conocer al chico del restaurante, no al chico que coreaban su nombre en el pub.
—Eso está hecho —sin pestañear, me atrae hacia él y me acorrala entre sus brazos—. Pero necesito mis cosas de artista para poder pasar desapercibidos —asiento.
3
Me ha hecho el hombre más feliz de la tierra cuando ha accedido a pasar el día conmigo. Ayer por la noche me impresionó con su vestido, pero hoy la encuentro incluso más guapa. Nada extravagante, unos pantalones cortos, con una camiseta negra de Los Ramones, unas Converse, y ya está, lo básico para dejarme noqueado. Las chicas con las que suelo salir piensan que cuanto más corto sea el vestido o más profundo sea el escote, más me interesan, y están totalmente equivocadas.  En lo poco que la conozco, veo que tiembla cuando se pone nerviosa, y siempre esconde la cara, ya sea en mi pecho, como ayer por la noche, o entre sus manos, como hace apenas unos segundos.
Me ha dejado sin palabras, y me ha acabado de confirmar lo que ya me suponía de ella, no quiere saber nada de mi lado estrella, solo quiere conocerme a mí, al chico de treinta años, al chico tranquilo que se esconde detrás de mi papel de chico malo. Un papel que a veces lo llevo tanto a la práctica que pierdo totalmente el norte y confundo la realidad. A Piero le he dado el día libre, que haga lo que quiera hasta mañana que nos iremos a otra entrega de premios, pero volveré, siempre que ella quiera, y estaré sus últimas semanas aquí. La quiero conocer por encima de cualquier cosa. Si consigo un beso de esos labios, que me reclaman, entonces será el mejor premio ganado jamás.
—Te quiero llevar a mi restaurante preferido de la ciudad. Es casi la hora de comer —la cojo de la mano y la llevo conmigo por el Corredor del Este, hacia donde está Robertto, mi leal chofer y guardaespaldas—. Robertto, llévanos a Bacio.
Bajamos por una escalera interna, en la que el público no tiene acceso, y salimos al callejón, donde espera la furgoneta con los cristales tintados. Le abro la puerta como buen caballero, y la ayudo a subir. Está nerviosa, lo veo en el movimiento de sus piernas. No puedo evitar poner mi mano en su rodilla, y deja de hacerlo de forma inmediata, entonces me mira con esos ojos, que me leen el alma.
—Marina, no estés nerviosa, por favor. Tú hermana sabe que estás aquí conmigo, esta mañana le he pedido permiso —sonríe, buena señal— para pasar el día contigo. Solo me ha dicho que te lo pases bien y que no pienses en nada. Hazle caso, por favor.
—Gio, me pones muy nerviosa. No sé porqué… Pero no lo puedo evitar.
—Marina, si te digo la verdad, de los dos, estoy mucho más nervioso yo —se ríe—.  De verdad lo digo, esta mañana me he cambiado de ropa tres veces.
—Estás guapo, mucho —coge la mano que tenía aún en su rodilla, y entrelaza sus dedos con los míos.
Pierde su mirada por la ventana mientras avanzamos por las calles de Florencia, la gente afuera es ajena a todo lo que está ocurriendo aquí dentro. Nadie se ha dado cuenta de que ahora mismo en mi interior está estallando un Big Bang de emociones. Unas emociones que solo siento cuando estoy encima de algún escenario y miles de personas gritan y cantan mis canciones. Marina me produce la misma sensación. He encontrado a mi musa, y yo sin saber que estaba tan cerca, aunque no la conocía. La jodida Clara me la tenía escondida. A buen recaudo, como ella dijo. Y entonces recuerdo las palabras que me dijo ayer «mi hermana lo ha pasado mal» y la miro, miro su perfil y no puedo entender porqué lo ha pasado mal, no puedo entender quién se lo ha hecho pasar mal. Merece el cielo, que besen el suelo por donde pisa.
Sé todo lo que he hablado con Clara y lo que me ha costado convencerla para que confíe en mí. Sé que me conoce mejor que nadie, y sabe que muchas veces hago locuras porque tengo que hacerlas, no porque quiera. A veces me dejo llevar por el ambiente, por la gente que me rodea y no pienso bien en mis actos. Pero ahora viendo a Marina, soy consciente de muchas cosas.
—¿Sabes lo que hizo Marina ayer nada más subirse al taxi? —me preguntaba Clara esta mañana cuando la he llamado— Buscarte en Internet. Y salió de todo Gio, lo leyó todo. Por eso no quería presentártela, porque sé que mi Marina es especial, es buena y es la bondad personificada. Mi hermana lo ha pasado mal, no necesito que un cantante con aires de donjuán llegue a su vida, la ponga patas arriba, y luego la deje tirada como una colilla.
—Clara te entiendo, pero si te dijera que ella en apenas 24 horas ha sido la que ha puesto la mía patas arriba, ¿me creerías? —silencio al otro lado del teléfono— Claramente no, y es culpa mía, pero te prometo por nuestra amistad, que quiero conocer a tu hermana de verdad, más allá del físico, sabes que no estoy buscando eso en ella, porque sabes que tengo un sinfín de números a los que llamar si quiero tener sexo con alguien, lo sabes bien. Pero joder, Clara, conoces a tu hermana, la ves, igual que la veo yo, y sería idiota si la dejase pasar. No me puedes pedir eso, Clara. Nunca en todos los años de amistad te he pedido nada que no sea tu confianza, ahora te sigo pidiendo lo mismo que confíes en mí, me conoces de verdad, conoces mi casa y a mi familia, sabes cómo somos…
—Cállate ya. Me duele la cabeza de escucharte. Solo te diré una cosa, la que elige es ella, por mucho que yo ahora te dé la tabarra con que es mi hermana pequeña, bla, bla, bla… Ella es la que decide si quiere conocerte o no, así que solo puedo decirte que mucha suerte. Pero si consigues que te diga que sí, cuídala, es una mujer fuerte pero con el corazón débil. Lo reconstruye poco a poco, así que no vengas ahora a desmontarlo como un castillo de naipes. ¿Me oyes?
—Te oigo, Clara, como siempre.
De vuelta a la realidad, al lado de Marina, la observo, de tanto en tanto sonríe, y es incluso más bonita. Los ojos se le esconden cuando hace eso. Sin que ella me vea, le saco una foto de su precioso perfil, con su pelo de oro cayéndole por los hombros. La conocí ayer, apenas hace 24 horas, pero ha calado tan hondo en mi ser, que me asusta y me encanta a partes iguales.
—Te llevo a mi sitio preferido, siempre voy solo. No me gusta compartirlo, pero hoy es una excepción. Hoy necesito enseñártelo.
—Gracias, Gio, de verdad.
Cuando Robertto nos deja en la puerta, la ayudo a bajar, y entramos tranquilamente al local. El gerente, al verme, nos lleva a mi reservado, que se resume en una mesita pegada a la ventana, desde la cual vemos el río Arno. Marina vuelve a hacer lo mismo que hizo anoche en Nuba, contemplarlo todo, y no es para menos. Este restaurante está construido en el interior de una casa de tres plantas, mantiene el interior intacto, combinando lo antiguo con toques modernos. Todo el techo combina grande luces, con luces pequeñas, como las de los árboles de navidad, como si fueran nubes en un cielo estrellado. Aquí sirven todo tipo de comida, pero el plato estrella es el “Bistecca alla fiorentina”.
—Señor Giovanni, encantado de verle de nuevo. Hoy es la primera vez que viene acompañado —asiento—. Es una mujer preciosa, y usted es un afortunado —le seguimos mientras nos da las cartas y nos deja solos.
—¿Qué me recomiendas de todo, Gio? —me pregunta Marina mirando la carta— No entiendo muchas cosas de las que pone en la carta.
—¿Me dejas pedir a mí? —ella asiente. Después de decirle al camarero qué tomaremos, vuelvo a centrarme en ella— Cuéntame quién es Marina.
—Pues lo que ves, nada más. Me gusta la comida, la música y leer. Amo leer. Trabajo en la recepción de un colegio, y con poco soy feliz.
—Eso es lo que más me gusta de ti, que seas así, natural, sencilla, que te maravilles por las cosas, como si fuera la primera vez que sales de casa —suspiro, porque necesito coger aire, estar cerca de ella me deja sin aliento, sé que se está poniendo nerviosa, así que cambio de tema—. ¿También vives en Barcelona?
—Sí, cerca de la casa de nuestros padres. ¿Tú tienes residencia fija?
—Sí, tengo dos casas, una en el mismo pueblo de mis padres, y otra en el Lago de Como, lo demás todo hoteles.
—¿No se te hace pesado ir de hotel en hotel? Yo echaría de menos tantas cosas… —eso es lo que más me gusta de ella, que ni ha pestañeado cuando he mencionado el Lago de Como, otras directamente me preguntan si he visto a George Clooney por ahí, y sí lo he visto, es mi vecino, un hombre corriente más.
—Mucho, pero cuando recuerdo por qué hago todo esto, se me pasa un poquito. Cuando empalmo un hotel con otro, no me cuesta tanto, porque estoy dentro de la rueda, lo peor es cuando empiezo desde alguna de mis casas.
—¿Tus padres qué piensan de que viajes tanto?
—Mi padre está orgulloso, y mi madre, bueno ya sabes cómo son… A veces un poco triste, otras pesada, pero está contenta. Además, mi hermana y sus hijos los tienen ocupados, así que no me están tanto encima —sonríe, veo como tamborilea los dedos encima de la mesa.
—Te entiendo un poco. Mis padres me están bastante encima, soy la pequeña —le cojo la mano, vuelve a estar nerviosa—.  Y que Clara viva aquí…
—Mañana vuelo a Bruselas para una entrega de premios y entrevistas, vuelvo en dos días. Había pensado una cosa… —le digo a bocajarro.
—Dime, Gio.
—Como aún te quedan un par de semanas, y después de que tu hermana me diera el visto bueno, me gustaría invitarte a pasar unos días conmigo, si quieres…
—No sé Gio, no nos conocemos. No te conozco.
—Marina, me muero por conocerte, y que me conozcas. Tendrás a tu disposición mi avión, mi coche o lo que necesites, si decides que no quieres seguir conociéndome. Tu hermana sabe dónde estaremos, no te preocupes. Incluso, podemos decirle que venga el fin de semana si eso te deja más tranquila, pero…
—Gio, —me corta— respira. A ver cómo va el día y luego decido, quizás después me dices tú a mí que no.


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