La navidad que siempre soñé de Alessia Christel

La navidad que siempre soñé de Alessia Christel

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La navidad que siempre soñé de Alessia Christel pdf

La navidad que siempre soñé : Novela romántica contemporánea de Alessia Christel pdf descargar gratis leer online

Marie, sufre una afección incurable señal Esclerosis Múltiple, que no le permite acarrear una fortaleza habitual. Cada año, desde su boquera sueña con una natividad notable adonde el cariño sea el protagonista. Un buen recorrido de diciembre llega él, Brian, un gran participante de descansos invernales. Ellos se enamoran profundamente, no obstante Marie no quiere que renuncie a sus ideales por ella, puesto que cree ser un obstáculo para sus porterías. Se separan y tratan de reformar sus existencias, no obstante, el hado los quiere reconcentrar nuevamente.


Capítulo 1
East Liverpool, Ohio
Marie
Sola, desde mi ventana, observaba el invierno cubrir de una blancura extrema los hermosos alrededores de mi casa en el estado de Ohio, Estados Unidos; una alfombra particularmente perfecta, daba una sensación reconfortante a mi alma y espíritu.  Desde ahí, en ese ángulo donde me encontraba se podía apreciar la maravillosa vista del Beaver Creek, donde miles de turistas suelen venir para disfrutar del esquí y de sus increíbles paisajes.
No tenía palabras para describir lo que había sido mi vida en los últimos años, pasando la mayor parte de mi tiempo sentada en algún mueble o silla de ruedas que últimamente no utilizaba, ya que a pesar de la inestabilidad en mis piernas podía caminar utilizando algún andador o muleta. Yo, con veinticinco años, observaba la vida y mis mejores años pasar, deseando que al fin llegara la navidad que tanto había deseado y esperado. Por alguna razón que no lograba entender, esta fecha me llenaba de esperanzas e increíblemente también de alegría. No sé por qué, siempre presentí que en una navidad alcanzaría mi felicidad anhelada.
Tengo esclerosis múltiple[1], desde hace unos años y ésta consumía mi cuerpo día a día. Recuerdo de niña amar los deportes invernales, en especial patinaje sobre hielo. Pero ya el sueño de volver a hacerlo algún día se había esfumado, porque, aunque puedo ponerme en pie, no puedo estarlo por mucho tiempo y mucho menos para hacer movimientos que conllevaran esfuerzos. Qué recuerdos memorables cuando patinaba; lo hacía tan bien que competía a nivel local, y hasta en una ocasión, lo hice a nivel nacional. Fueron épocas maravillosas; era una experta realizando piruetas, giros, saltos y acrobacias que creaba al ritmo de la música. Conocía a la perfección las diferentes modalidades del patinaje artístico sobre hielo. Siempre soñé con llegar a las olimpiadas. Me fascinaba tener que colocarme esos increíbles atuendos, y aún guardo como mi mayor tesoro ése que mi padre me regaló, en color violeta, de diseños en brillantes en dorado, con pequeños diamantes de imitación y una minifalda de cortes imperfectos. De igual modo, conservaba los primeros patines de ejes que tuve, las tradicionales botas de color blanco con su lámina plateada en la que uno podía reflejarse.
Y como toda mujer, del mismo modo, soñaba con el amor, el verdadero, ese amor que te hace vibrar y soñar despierta todos los días de tu vida. Quizás no fuera del todo imposible tenerlo, sin embargo, era algo bastante difícil, por lo menos para mí, ya que eran pocas las ocasiones en que lograba salir de mi casa. Y para ser realistas, también, era muy poco probable que un chico en sus cabales quisiera pasar el resto de su vida con una muchacha enferma como yo. Aun así, no perdía las esperanzas.
Unos pocos años atrás llevaba una vida prácticamente normal; fui a la universidad y estudié para ser maestra de escuela primaria. Me encantaban los niños. Poco a poco mi cuerpo se fue deteriorando a tal extremo, que tuve que renunciar al trabajo que tanto amaba. Mi primer síntoma lo tuve al caer en el hielo, cuando perdí la fuerza de una de mis piernas. Mis padres fueron mi apoyo y mi guía en todo ese tiempo. No sé qué hubiera sido de mi vida sin ellos.
Como terapia emocional acostumbraba todos los días a mirar por la ventana de mi habitación, y una tarde de diciembre…lo vi. Tuve que abrir y cerrar mis ojos repetidas veces para lubricarlos y confirmar que no estaba alucinando. Justo al lado de mi casa, él se estaba mudando. Logré distinguir bien a un joven apuesto que ayudaba a bajar de un camión de mudanza algunas cajas. Era el muchacho más atractivo que había visto en toda mi vida; alto, delgado y fornido. Pude notarlo a pesar de que llevaba mucha ropa de invierno puesta y un gorro tejido en su cabeza, que para nada ocultaban sus delicadas facciones. Por un momento creí que me miraba; estaba observando mi casa, entonces, volteó su cara y colocó sus manos en la espalda, cerca de sus caderas, como tratando de descansar, estirando su postura.
Brian
Con disimulo la observé, y casi de inmediato esquivé la mirada. La verdad se me hizo muy difícil hacer que no la veía, porque era hermosa, aunque su rostro expresaba una gran tristeza. Sus cabellos eran castaños y algo ondulados. Desde donde estaba no lograba detallarla del todo, eso sí, no cabía duda de que era muy bonita. No dejaba de mirarme ni un solo momento; creo que pensaba que no me había percatado de ella. Decidí no esperar más y saludarla. Me hizo reir ver la expresión de su cara al notar que me acercaba a ella. Al tenerla tan cerca, pude confirmar que no me equivocaba…era muy hermosa
—Hola me llamo Brian Holley. —Le extendí mi mano a través de su ventana—; soy el nuevo vecino.
—Hola, soy Marie Lookhart —me dijo con una tímida y deliciosa sonrisa.
—¿Llevas mucho tiempo viviendo acá? —pregunté.
—Toda mi vida.
—¿Puedes salir?
—Quizás en otra ocasión —me cortó algo nerviosa—. ¿Me disculpas? Tengo que hacer algo. Fue un placer conocerte Brian —dijo mientras cerraba la ventana y la cortina, de la que parecía ser su habitación.
Definitivamente hermosa, muy extraña y algo arisca.
Muy entrada la tarde, descansaba en la entrada de mi nueva casa y mientras tomaba un espumoso chocolate caliente, la vi salir a ella, a mi hermosa vecina. Me sorprendió un poco verla, ya que caminaba hacia la calle, apoyada de un par de muletas de codo. No sé por qué razón, un deseo que no pude comprimir hizo que me levantara para seguirla. Había algo en ella que me inquietaba. Se veía distinta a todas las mujeres que había conocido. Puse mi taza vacía en el piso de madera y me coloqué mi pasamontaña ya que esa tarde estaba haciendo bastante brisa, típica del mes de diciembre.
Trataba de ir bastante cauteloso para que ella no notara mi presencia; no quería por ningún motivo que pensara que yo era un sádico o algo por el estilo. Desde donde estaba podía detallarla bastante bien; era de mediana estatura y complexión delgada; me gustaba mucho su cabello castaño, era sedoso y ondulado en las puntas y lo llevaba un poco más abajo de los hombros.
Al fin se detuvo en el lago de Beaver Creek, que suele ser pista de hielo en invierno. La vi detenerse justo en el borde, plantó sus muletas en la nieve y luego se puso a observar a algunas personas patinar. Yo caminé hacia ella y me coloqué detrás.
—Hola, Marie.
Ella se sobresaltó ante el saludo, y acto seguido, se dio la vuelta para verme.
—Hola —me dibujó una retraída sonrisa en sus labios.
—¿Te gusta patinar en hielo? —le inquirí.
—Me gustaba, ahora no puedo.
—Oh, discúlpame. ¿Tuviste un accidente o algo por el estilo?
—Tengo esclerosis múltiple.
—Soy un poco ignorante en cuestión de enfermedades. —Me encogí de hombros al escuchar el nombre.
—No te preocupes. Antes venía mucho a patinar, era uno de mis deportes favoritos.
—Yo practico deportes invernales desde muy joven. Por eso quise mudarme a este lugar.
—Qué bien. ¿Ese es tu trabajo? —dijo frunciendo el ceño.
—No, sólo lo practico en invierno. Soy profesor de Educación Física en la secundaria. Éste va a ser mi primer año acá en East Liverpool.
—Qué casualidad, yo soy maestra de escuela primaria. Hace un año no ejerzo, debido a mi condición.
Me senté a su lado y la observé detenidamente. Sentí que se puso incomoda por la expresión en su rostro.
—Eres muy bonita. Disculpa que sea tan sincero, no puedo evitarlo —le dije mirándola fijamente a sus grandes ojos color miel.
—Sí, ya veo que no eres para nada tímido. ¿Brian? Ese es tu nombre, ¿verdad?
—¿Lo habías olvidado? En cambio, a mí no se me olvidó tu nombre…Marie. Me gusta tu nombre.
—Bueno, Marie es bonito. Te confieso, no me gusta mucho mi nombre completo.
—¿Cuál es tu nombre completo?
—Marie Charlotte.
—¿En serio? Me gusta mucho tu nombre. Es hermoso. «Y tus ojos» —pensé—. Yo soy simplemente: Brian.
—A mí también me gusta tu nombre.
Una fuerza increíble, como un imán, me atrajo hacia ella y en un arrebatado impulso la besé. Sus labios eran rosados, suaves y carnosos. Quizás fue mi imaginación, pero ella me correspondió de la misma manera, abriendo delicadamente sus labios. De pronto, se echó para atrás y me miró muy seria.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué me besaste? —chilló.
—Discúlpame Marie, no pude evitarlo.
—Pues debiste; eres muy atrevido. Apenas nos conocemos.
—¿No crees que por ahí se empieza?
Marie
Me levanté de un respingo y casi me caigo en la nieve ante la pérdida del equilibrio. Creo que estaba exagerando un poco, porque reconozco que, aunque robado, me gustó mucho. Su boca era tibia y suave. Eso sí, por ningún motivo debía demostrarle que me emocionó ese beso.
—Mejor me voy a mi casa. —Fruncí mi boca ante el aparente coraje.
—Te ayudo. —Me ofreció su mano.
—No gracias, yo puedo sola.
Ya en mi casa, recostada en mi cama, no pude evitar la emoción que me provocó el roce de su boca en mis labios. Su cabello castaño oscuro y sus ojos verdes azulados le daban un aspecto muy atractivo. Por espacio de media hora di vueltas en mi cama. Me levanté, me coloqué un abrigo bastante grueso, tomé mis muletas y salí. De reojo miraba a la vivienda de Brian. Tenía unos deseos incontrolables de saber más sobre él. Así que sin dudarlo más, me armé de valor, caminé hacia su casa, aprovechando que no estaba por los alrededores. Creo que fui muy osada al respecto, ya que me estaba arriesgando a que me atrapara expiándolo. Pasé sigilosa hacia la parte trasera de su hogar y escuché ruidos dentro, como una televisión encendida. Me asomé por la ventana.


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