La Tentación del Duque de Susan Moore pdf
La Tentación del Duque de Susan Moore pdf descargar gratis leer online
parlamentes hughes, octavo duque de hereford, realizó espaciado su rol desde que sobre su revés recayó el importuno de su papa. compensaba ser un niño estimable que siguiera la auge que sus mayores le habían ofrecido a su apelo y al ducado.
por ello ordenó su vida de tal traza, que nada intercepte con su deber; sin embargo, la llegada de una mujer a su vida cometerá que las cosas se compliquen, cuando se convierta en una artificio que no podrá tenerlas tiesas.
anne turner es la nacida del sacerdote del herefordshire, después de la accidentado de su responsable deberá ir como ayudante de las viudas de las domicilios acomodados de la demarcación, y peleé capacidad sobrevivir organizo a su nana.
siempre ha mantenido desembarazado cuál es su circunstancia y en ningún tiempo ha empeñado a nada que váya por encima de ella, pero eso transmutará cuando distinga al duque de hereford, quien le renovará una importante adherencia.
¿descubre si departas cesará a la inducción o se proseguirá erguido en su postura? ¿acaso anne tendrá su propio palabrería de embrujas o la prueba aplastará sus soñolencias y esperanzas?
Prologo
20 de abril de 1824
Herefordshire, Inglaterra
—¡Anne! —gritó Jeanette, agarrando con fuerza su bastón mientras se acercaba a la entrada de su casa—. ¡Vuelve aquí, te digo, niña!
—Llegaré tarde si lo hago, nana —contestó a su bisabuela, mientras agarraba su falda casi a la mitad de las pantorrillas, para poder correr.
—Tienes que comer algo. ¡Y baja las faldas! ¡¿Cuántas veces te he dicho que es poco femenino correr así?!
—Encontraré algo para comer en las cocinas del duque. —Ella ignoró convenientemente la segunda frase.
—Eres una plaga para la raza humana —gritó.
—¡Tú también! Ahora vuelve a entrar, ¡estaré bien!
Jeanette soltó un suspiro exasperado y se dio la vuelta. A su edad no podía correr detrás de su querida bisnieta con una cesta de desayuno.
Anne corrió como si el mismísimo diablo estuviera detrás de ella. Era su primer día de trabajo y no podía permitirse dar una mala impresión. Iba a ser acompañante de la duquesa viuda de Hereford, así que Anne estaba muy nerviosa y emocionada.
Anteriormente había servido a la madre de la baronesa Thompson, Lady Henrietta, durante cinco años, hasta que la amable dama había fallecido seis meses atrás. Anne no había tenido ninguna fuente de ingresos desde entonces, a pesar de que el barón Thompson le había dado una excelente referencia.
Hasta la semana pasada, cuando un lacayo elegantemente vestido entregó una carta en su casa. Había saltado de alegría cuando vio el sello del duque. Al fin y al cabo, un rango más alto significaba un salario más alto; ya que el barón Thompson, aparte de ser un mujeriego, también había sido un empleador tacaño, pero ella se había quedado por Lady Henrietta, quien era una dama muy bondadosa.
El duque había escrito que ella tendría voz en su salario. Lo que significaba que Anne podría ahorrar lo suficiente como para organizar un banquete decente para Nana Jeanette en Navidad; ese pensamiento aumentó su entusiasmo. Dejó de correr al llegar al bosque, pues no podía permitirse tropezar con algo y hacerse daño, no ese día.
Además, aún tenía tiempo. Comenzó a cantar para sí misma, una canción que había aprendido de Lady Henrietta, realmente feliz por primera vez en días.
“Es la última rosa del verano,
Dejando que florezca sola.
Todos sus encantadores compañeros
Se desvanecen y desaparecen;
Ninguna flor de su especie,
Ningún capullo de rosa está cerca,
Para reflejar sus rubores,
O dar suspiro por suspiro.
¡No te dejaré, tú, solitario!
Para pinar en el tallo;
Ya que los adorables están durmiendo,
Ve, duerme con ellos.
Así de amablemente me disperso,
Tus hojas sobre el lecho,
Donde tus compañeros del jardín
Yace sin olor y muerto.
Así que pronto podré seguir,
Cuando las amistades decaen,
Y desde el círculo luminoso del Amor
Las gemas caen.
Cuando los verdaderos corazones yacen marchitos,
Y el cariño se lleva en volandas,
¡Oh! ¿Quién quiere habitar
Este mundo sombrío solo.”
∞∞∞
Charles se lo estaba pasando muy bien montando a su caballo, disfrutando esa agradable mañana. El tiempo era estupendo, un día perfecto para escaparse, aunque fuera por unas horas, de sus obligaciones como duque de Hereford.
Llevó a su caballo al bosque en busca del arroyo porque debía estar sediento. Una vez que divisó la corriente de agua, desmontó y condujo el caballo hacia ese lugar. Miró a su alrededor, apreciando el paisaje. El aire era fresco con un ligero frío y la hierba todavía conservaba el rocío de la mañana.
Sin embargo, ni siquiera su hermoso entorno le permitió olvidarse de su madre. Había intentado razonar con ella, pero fue inútil. No estaba dispuesta a escucharle, ya había tomado una decisión. Discutieron todos los días de esa semana, desde que le informó de su decisión de contratar a una acompañante para ella, pues lo consideraba necesario, pero su madre se había negado a hablar de ello, por supuesto.
No obstante, el incidente que tuvo lugar la semana pasada selló su decisión; ella había intentado bajar las escaleras a pesar de su artritis, pero en los últimos peldaños, el dolor se hizo demasiado insoportable y simplemente se cayó.
El mayordomo oyó su grito e inmediatamente corrió y la encontró tirada en el suelo, con la cara contorsionada por el dolor. Cuando le contó lo sucedido, casi enloquece de solo imaginar que pudo haber muerto; y lo que más le dolía era que no había estado allí para ella, pues se encontraba en Londres.
Charles cerró los ojos, con un repentino dolor que le estallaba en el pecho y le dificultaba la respiración. No sabía por qué estaba siendo tan terca, pero de algo estaba seguro, eso no habría ocurrido si hubiera tenido a alguien con ella. Así que había tomado una decisión y no iba a cambiarla.
Un sonido chillón le obligó a abrir los ojos, sacándolo de sus pensamientos, mientras fruncia sus cejas que eran tan pobladas que casi parecían una sola.
¿Qué será eso?
Montó en su caballo y siguió el sonido, aguzando el oído. Atravesó el espeso bosque con cuidado, apartando algunas ramas de su camino. Y entonces lo escuchó bien.
«Donde tus compañeros del jardín
Yace sin olor y muerto…»
Una mujer estaba destrozando lo que él sospechaba que era una hermosa balada de Thomas Smith. Quería agarrarse el vientre y reírse, pero eso no sería muy caballeroso. También quería ver quién era esa mujer y quería darle las gracias por mejorar su estado de ánimo con su terrible canto.
Charles estuvo a punto de seguirla, pero cambió de opinión en el último momento. Probablemente asustaría a la pobre mujer con una aparición no anunciada. Además, necesitaba llegar a su finca.
La acompañante que había contratado llegaría esa mañana y, aunque Thompson solo tenía cosas buenas que decir sobre ella. Charles no iba a dejar que una literalmente desconocida se acercara a su madre. Primero tendría que hacer un balance de la mujer; así que cambió de dirección y tomó el camino corto hacia su finca.
Cuando llegó a la Hereford House, bajo de su montura, acarició el musculoso cuello del espléndido animal y lo entregó al mozo de cuadra. Luego subió los escalones y fue recibido por su mayordomo, que le ayudó a quitarse el redingote, mientras Charles se sacaba los guantes.
—¿Cómo le fue en su paseo, su excelencia?
—Bastante bien… ¿Dónde está mi madre? Necesito hablar con ella, quiero que esté en la entrevista de la joven que viene para que sea su acompañante.
—Ella dijo que no deseaba verlo, su gracia —respondió Winterbottom con rigidez. El mayordomo se había tomado como una afrenta personal que Charles no lo considerara lo suficientemente bueno para cuidar a su madre.
Charles suspiró y asintió, notando que su mayordomo también estaba molesto por su decisión, definitivamente la vez solo empeoraba la terquedad de las personas.
—Bien, tendré que hacer esto yo solo entonces —suspiró con desgano—. Estaré en mi estudio… En cuanto llegue la señorita Turner, la haces pasar.
—Así lo haré, su gracia. —Se inclinó Winterbottom.
Capítulo 1
Charles levantó la vista de un plano que estaba inspeccionando cuando oyó un suave golpe. Se enderezó en la silla y buscó la carta de recomendación que le había hecho llegar el barón Thompson.
—Pase —ordenó con su voz profunda y su curiosidad lo llevó a posar la mirada en la puerta.
La delgada mujer se deslizó dentro con un andar mesurado que la hacía lucir algo rígida. Llevaba un vestido marrón apagado y el pelo recogido bajo una gorra.
—Buenos días, su gracia. Soy la señorita Anne Turner —dijo haciendo una reverencia, sin atreverse a mirar al duque directamente a la cara.
Charles le indicó que tomara asiento, sometiéndola a toda la fuerza de su título como duque. La siguió con la mirada mientras se sentaba en su silla de cuero, parecía que su presencia la intimidaba, algo que no le extrañaba; sin embargo, de un momento a otro alzó el rostro, mostrando unos bonitos ojos oscuros.
Charles se dio cuenta de que, aunque era sencilla y por su ropa se notaba que venía de un hogar muy humilde, sus ojos negros eran francos y había en ellos algo de orgullo. También parecía más joven de lo que él esperaba. Thompson había dicho que había trabajado con ellos durante cinco años; por eso la escogió, porque creyó que tenía la suficiente experiencia.
—¿Qué edad tiene usted, señorita Turner, si no le importa que se lo pregunte?
—No me importa, su gracia. Tengo veintidós años.
Charles no pudo evitar la sorpresa en su rostro. Contuvo una réplica. ¿Por qué demonios la había contratado Thompson cuando tenía qué… diecisiete años? ¿Tenía un fetiche por las chicas jóvenes del que Charles no había oído hablar?
Volvió a examinar a la chica, esta vez detenidamente. No era un diamante de primera agua, ni mucho menos, pero admitió que, aunque era delgada, tenía una figura bastante atractiva y su rostro también era agradable. Sí, tal vez Thompson la había contratado por otras razones. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué había aceptado el consejo de Thompson de todas las personas? Oh, sí, estaba desesperado.
—Señorita Turner, me temo que no puedo emplearla… —empezó, pero ella no lo dejó continuar.
—¿Por qué? —se levantó, atónita.
—No creo que estés en condiciones de cuestionarme — respondió con altanería.
Vio cómo su rostro se contorsionaba de ira antes de que ella cerrara los ojos y contara hasta diez. De forma audible.
Charles no sabía si debía horrorizarse o divertirse.
—Su gracia, con todo el respeto —prácticamente escupió las palabras—, simplemente me gustaría saber por qué no me contrató —pidió mirándole fijamente.
Charles no le dejó intimidar por su actitud. No le debía ninguna explicación, y ciertamente no podía decirle lo que pensaba de ella, no directamente. No parecía acobardada en lo más mínimo. En todo caso, su columna vertebral se enderezó un poco más y sus ojos brillaron de indignación.
Charles sintió una chispa de admiración, pero no se atrevió a mostrarla.
—Ya que lo pide tan amablemente —hizo una pausa para ver si ella se daba cuenta de su sarcasmo. Ella lo había notado, si su mandíbula apretada era un indicio. Mordió una sonrisa y continuó—: No deseo contratarle porque creo que no tiene suficiente experiencia.
—¡¿Qué?! He sido una compañera, y una muy buena, durante los últimos cinco años.
—Es posible, pero es muy joven.
—Con todo el respeto, su gracia, pero mi juventud no fue un impedimento para que le ofreciera mis mejores atenciones a la baronesa Thompson —dijo con desprecio.
—De acuerdo —concedió él. Ella no parecía que fuera a dejar pasar esto porque estaba de pie ante él con la mano en la cadera, golpeando impacientemente con el pie mientras esperaba que continuara. Sí, iba a obligarle a decirlo.
Charles se aclaró la garganta.
—Sin embargo, sospechó por qué Thompson le contrató.
—Porque soy muy buena en lo que hago.
—¿Y qué haces exactamente?
—Actúo como acompañante, por supuesto —respondió ella, como si él fuera tonto.
Le tocó a Charles contar hasta diez.
—No requiero de usted el tipo de servicios que Thompson le solicitaba —dijo finalmente.
Nunca fue un hombre que se aprovechara de las damas que estaban a su servicio, ni pensaba hacerlo en un futuro porque le parecía un acto muy ruin. Sin embargo, ver como ella se mordía el labio de forma nerviosa, comenzaba a despertar en él un tipo de sensación que no era honorable y que estaban provocando una ola de calor en su cuerpo.
—¿Se encuentra bien, su gracia? —preguntó con preocupación y se acercó a él para tocarle la frente.
De repente su rostro y su cuello se habían ruborizado, sabía que era peligroso que alguien tuviera una fiebre repentina y si ese era su caso, entonces deseaba ayudarlo, aunque él se hubiese negado a contratarla.
—¿Qué está haciendo? —espetó con rabia. Sus pechos prácticamente le rozaron la cara. Ella retrocedió de un salto.
—Solo estaba comprobando que usted estuviera bien… —dijo un poco a la defensiva y apenada también—. ¿Puedo ser franca? —pidió mirándole a los ojos.
—No sabía que estabas siendo circunspecta hasta ahora —murmuró, con el ceño fruncido. Sin embargo, ella no pareció escucharle, pues si dispuso a continuar como si nada.
—Su gracia, le estaría muy agradecida si pudiera decirme, claramente, cuál ha sido el motivo que le impide contratarme —pidió lentamente, como si le hablara a un niño.
Charles contó hasta veinte esta vez.
—Señorita Turner, ¿puedo ser franco?
—¡Oh, por favor, hágalo!
—No deseo acostarme con usted.
—¿Qué…? —Ella abrió los ojos con asombro y sintió que se iba de espaldas, por fortuna estaba sentada.
Charles levantó la mano, interrumpiéndola.
—No es nada personal, se lo aseguro. Usted es una joven perfectamente encantadora, pero quiero a alguien que solo sea una compañera de mi madre.
Charles fue realmente franco y de inmediato se dio cuenta de que el rostro de la joven se había vuelto de un peculiar tono rojo. Supuso que no se había tomado bien su rechazo. Abrió la boca para disculparse, pero ella se le adelantó.
—Escuche, su gracia. No soy una mujer suelta, solo soy una compañera. Y si fuera un hombre, le habría exigido un duelo por sugerir lo contrario —dijo enfadada.
Charles parpadeó asombrado ante las palabras de la joven dama; ningún hombre en su sano juicio se atrevería a retarlo a duelo, pues era de los mejores tiradores de Herefordshire; así que mucho menos lo esperaba de una mujer.
La miró mejor y parecía que estaba diciendo la verdad; con mucha vergüenza tuvo que admitir que se había equivocado, ella no era una mujer floja, su ropa, su cara lavada y ese moño de anciana en su nuca, casi la hacían lucir como una novicia. Viéndola mejor, era como estuviese leyendo la palabra virtuosa escrita en la cara. Se sintió como un idiota de mil clases por haber sacado esas conclusiones.
¿En qué estaba pensando para hacer tal insinuación sin tomar en cuenta su aspecto? Supuso que debería disculparse, pero era un maldito duque y los hombres de su rango jamás se disculpaban ante los plebeyos. Era mucho más fácil darles una compensación por el agravio, pero no esbozar una disculpa.
—Thompson tiene una reputación, que supongo, debe conocer, así que era natural que concluyera que…
—¿Natural? Creo que no, su gracia —Le contradijo Anne, pero cuando vio la vergüenza en su rostro, su cara se suavizó. Solo un poco—. El Barón era muy insistente, pero me las arreglé para resistir sus avances. Repito, solo fui la acompañante de la baronesa, quien era una mujer bondadosa.
Charles suspiró y se frotó las sienes. Esta vez sí que había cometido un grave error, jamás había ofendido a una dama de esa manera, ni siquiera una de baja cuna como la joven frente a él, eso lo hizo sentirse mal.
—¿Qué puedo hacer para compensar esta transgresión?
—¿Me permite actuar como acompañante de su madre?
—Señorita Turner, sigo pensando que es usted demasiado joven…
—Su gracia, ciertamente no lo soy… Muchas mujeres a mi edad ya están casadas, tiene hijo y no tienen problemas en cuidar de su familia, así que créame, puedo realizar un trabajo que les deje satisfechos a usted y la duquesa viuda.
—Eres demasiado joven para que mi madre disfrute de tu compañía y demasiado débil para ayudarla físicamente. Estoy buscando a alguien robusta…
—Comprendo su preocupación, pero le aseguro que no tiene por qué sentirla, deme quince días y se lo demostraré. Si todavía no me quiere después de eso, me iré sin paga —dijo con total convicción, mirándole a los ojos.
—Está bien, serán dos semanas. Puede empezar mañana —suspiró derrotado.
—¡No querrá que me vaya, ya verá! —Sonrió antes de hacer una torpe reverencia—. Con su permiso, su excelencia.
Charles asintió y le hizo un ademán con la mano para que se retirara. Una vez que quedó solo, se permitió suspirar y relajar sus hombres, se sintió extrañó y negó con la cabeza, era como si hubiera sido tragado por un tornado y luego escupido. Sacó su reloj de bolsillo y vio que apenas habían transcurrido diez minutos en su presencia, pero lo dejó agotado.
No dejaba de pensar que acababa de tomar una decisión terrible, la señorita Turner era demasiado joven para hacerle compañía a su madre, seguramente no duraría un par de días. Y si eso no sucedía, igual tenía toda la intención de mandarla a paseo en cuanto se cumplieran esas dos semanas, aunque por supuesto, le daría una cuantiosa paga para que no se sintiera estafada.
Algo le decía que esa mujer era sería un dolor de cabeza para él, y normalmente hacía caso a sus instintos; sin embargo, ya no podía hacer nada. Tendría que seguir adelante y sospechaba que esa iba a ser la quincena más larga de su vida.
Capítulo 2
Charles terminó con los pendientes por ese día, estaba cansado y todavía le esperaba la conversación con su madre, que desde ya presentía no sería nada fácil. Llegó hasta los aposentos de la duquesa y llamó a la puerta, pero no recibió una respuesta, aunque sí escuchó que rodaban una silla, así que ella estaba despierta, intentó de nuevo, pero tampoco contestó.
—Madre, ¿puedo entrar? —preguntó esta vez, consciente de que su madre no lo ignoraría por educación.
—No puedes, Charles. Estoy descansando.
Charles puso los ojos en blanco, inspiró una gran bocanada de aire y abrió la puerta. La encontró recostada en su cama, pero era evidente que acababa de meterse porque no llevaba su ropa de dormir. En cuanto lo vio, desvió la mirada para castigarlo con su indiferencia; sin embargo, él no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.
—¿Por qué no ha cenado todavía? —preguntó con el ceño fruncido, ante esa actitud poco propia de una mujer de su edad.
—No tengo hambre —dijo cruzándose de brazos.
—Madre… —intentó de nuevo, llenándose se paciencia.
—No deseo hablar contigo.
—¿Por qué no? Si se puede saber.
—¡Porque contrataste a esa maldita mujer! —gritó saliéndose de sus cabales.
Por supuesto, Winterbottom se lo había dicho. No sabía porque en esa casa, la servidumbre era mal leal a su madre que a él que era el duque. Charles suspiró y se sentó junto a ella en la cama. Tomó su mano arrugada entre las suyas. Ella intentó apartarla, pero él no aflojó su agarre.
—Mírame —pidió con un tono conciliatorio.
Ella gruñó y finalmente se volvió para mirarlo, aunque su actitud seguía siendo hosca.
—Solo estoy preocupado por usted —dijo sinceramente.
El rostro de su madre se suavizó.
—Tu preocupación está fuera de lugar. Una compañera no es lo que necesito.
—Entonces, ¿qué es? ¿Qué necesitas? —preguntó realmente interesado, deseaba complacerla y que estuviese feliz; desde la muerte de su padre se había apagado.
Abrió la boca, pero se tragó su réplica.
—Nada —dijo y una vez más desvió su mirada.
—Hazlo por mí. Dale una oportunidad. Si no te gusta después de dos semanas, la enviaremos lejos.
—Estoy seguro de que no me gustará después de su primer día aquí. —Siguió con su actitud malcriada.
—Pero ya le he pagado el sueldo de las dos primeras semanas. No podemos dejar que todo ese dinero se desperdicie, ¿verdad? —mintió, no solía hacerlo, pero sabía que, si su madre odiaba algo, era que el dinero se desperdiciara.
—Por supuesto que no. La haré trabajar, cuenta con ello —resopló su madre con una mirada audaz.
Charles se rio y asintió, sin saber si debía sentir pena por la señorita Turner o por su madre, pues la joven parecía un torbellino y estaba decidida a demostrar que era capaz de hacer bien su trabajo. Aunque su madre también parecía determinada a hacerle ver que no necesitaba a una cuidadora.
—¿Te sigue doliendo la pierna? —preguntó con ternura.
—Es mejor ahora que estás aquí —sonrió, complacida.
Charles le apretó la mano sin saber qué decir. Quería a su madre, pero desde que su padre había fallecido hacía unos años, se había ocupado de sus nuevas responsabilidades y no había estado ahí para ella.
Se habían distanciado y ahora no sabía si podría salvar la distancia, aunque lo intentara. Sabía que pasaba en Londres más tiempo del necesario. Pero lo prefería así. Además, solo sería así durante unos meses más, pues se casaría con Margaret y su madre no volvería a estar sola.
Aunque ella no estaba muy contenta con su elección de esposa, Charles no se preocupó por ello. Sabía que su madre nunca encontraría a ninguna mujer lo suficientemente buena para él. Y dentro de un año cumpliría treinta años, era imperativo que se casara y produjera herederos mientras estuviera en la flor de la vida. Además, Margaret era perfecta. Era hermosa, un diamante pulido y elegante, sobre todo, era la hija de un duque. Merecía ser su duquesa. No le aceleraba el pulso de deseo, pero al menos no lo avergonzaría.
—¿Quieres comer ahora? —preguntó enfocándose en su madre, una vez más.
—Sí, la verdad es que tengo algo de apetito —confesó, bajando la mirada algo avergonzada.
—Bien, le diré a Winterbottom que te haga llegar un poco del estofado que hizo la cocinera esta noche, la verdad está delicioso —dijo poniéndose de pie—. Buenas noches, madre —le besó la mejilla para despedirse.
—Buenas noches, Charles —contestó ella con algo de decepción, esperaba que él la acompañara un poco más.
Charles fue consciente del sentimiento que embargó a su querida madre, pero solo se limitó a asentir torpemente y se dio la vuelta para marcharse.
∞∞∞
—¿Cómo está el pan, nana? He añadido unas hierbas especiales a la masa —le preguntó Anne a su abuela mientras se acomodaba en vieja silla de su pequeña mesa de comedor.
—Está bien —resopló, encogiéndose de hombros.
—¿Todavía estás enfadada por lo de esta mañana?
—Sí, lo estoy —respondió sin mucha demora, no una mujer que escondiera su molestia.
—¡Nana! No tenía hambre… Además, no podía llegar tarde a la entrevista con el duque.
—No comiste porque sabías que no habría comida para mí si lo hacías —replicó con astucia.
Las mejillas de Anne enrojecieron de vergüenza.
—Ya está bien. Tengo dos semanas de sueldo por adelantado. Apenas sé cómo gastarlo todo —dijo alegremente. Nana puso los ojos en blanco, pero lo dejó pasar.
—Me olvidé de preguntar. ¿Cómo es el duque? ¿Es tan apuesto como dicen las mujeres del pueblo?
Anne empezó a toser.
—Toma. —Nana le ofreció un vaso de agua—. ¿Estás bien? Te has puesto colorada.
Anne asintió, con los ojos llorosos de tanto toser.
¿Cómo iba a explicarle a su nana el aspecto del duque? ¿Cómo iba a decirle que nunca había visto un hombre más guapo o gallardo, que ciertamente tenía toda la elegancia que se esperaría de un noble?
Anne nunca había visto unos ojos de ese hermoso tono azul. Y nunca había visto unos labios tan anchos y firmes en un hombre. Con su pelo negro y su nariz recta, tenía un aspecto absolutamente pecaminoso.
Y así, Anne cambió de tema porque no había manera de explicarle a su nana que, por primera vez en su vida, se había sentido afectada por alguien. No por su título y, desde luego, no por su comportamiento poco caballeroso, sino por su presencia, su personalidad. Él exudaba algo. Y así, se encontró con la lengua atada.
De todos modos, no debía olvidar que ese hombre le había dejado claro que ella no le apetecía en lo más mínimo, recordar eso la entristecía y la enfurecía en la misma medida. Sabía que no era una belleza consumada ni mucho menos, lo que en la capital llamaban «El diamante de la temporada» pero ese hombre no tenía derecho a mancillar así su orgullo femenino.
Había estado a punto de salir de esa casa y no mirar atrás. Pero se había tragado su orgullo y había decidido quedarse.
No es que él lo quisiera, le susurró su conciencia.
Bueno, ella necesitaba el dinero.
Era el único miembro de su familia que ganaba dinero desde que sus padres fallecieron cuando apenas tenía quince años. Su padre había sido vicario y tenía pocos ahorros.
Se las habían arreglado para salir adelante, nana y ella durante unos años. Pero entonces se hizo imperativo que ella trabajara. Nana era demasiado vieja para hacer nada. Odiaba ver a Anne trabajar, pero no tenían otra opción, y ella lo sabía.
Y así, no era la primera vez que Anne se encontraba tragándose su orgullo.
Pero era feliz y estaba agradecida de que por lo menos pudiera ganarse el pan honradoramente, no como lo había insinuado el duque, eso sin duda sería algo que no estaba dispuesta hacer, mientras tuviera dos buenas manos para trabajar, jamás se entregaría a un hombre a cambio de dinero.
Capítulo 3
—Llega usted tarde, señorita Turner —le dijo el mayordomo, mirándola con su larga nariz, arrugada.
—Desde luego que no —aseguró Anne, agitando el dedo ante su igualmente larga cara.
—Baje ese dedo y deje su comportamiento impropio, en esta casa hasta los empleados tienen modales.
—Pues yo también los tengo, señor… —calló porque no recordaba su apellido.
—Señor Winterbottom, y desde ahora deberá dirigirse a mí con el debido respeto… señorita Turner —exigió irguiéndose aún más para hacerla consciente de su autoridad.
—Lo trataré con respeto siempre que usted haga lo mismo, señor Winterbottom —advirtió, desafiante.
Charles bajaba las escaleras cuando escuchó las voces airadas, de inmediato sintió curiosidad y caminó al lugar de donde provenían, ya que no era habitual que eso ocurriera.
—¿A qué se debe todo este alboroto? —demandó una explicación al llegar al salón, su mirada se pasó de la señorita Turner a su mayordomo.
—Esta mujer, su gracia —comenzó Winterbottom indignado—, llega tarde. Y se niega a aceptarlo.
—Llegué a tiempo, su gracia. Sin embargo, su mayordomo está siendo un grosero y sin siquiera responder a mi saludo, me ataca. —replicó Anne.
—Yo nunca… —empezó Winterbottom.
El duque levantó la mano para detenerlo y cerró los ojos como si le doliera, lo que realmente hacía era armase de paciencia. Sabía que no sería un día sencillo, pero no esperaba que los problemas empezaran tan pronto.
—Winterbottom, le pedí a la señorita Turner que viniera a las seis y media. Y es puntual.
—Pero todos los demás sirvientes que no vive en esta casa se presentan a las seis, su gracia —resopló Winterbottom con delicadeza.
—Sí. Pero ella no será una sirvienta sino una compañera para mi madre. Y como se despierta a las siete, no vi la necesidad de hacerla venir más temprano —explicó Charles con paciencia.
—Muy bien, entonces, su gracia —dijo con aspecto derrotado, pero digno y con una última mirada desdeñosa a Anne, se marchó.
—Creo que necesita un nuevo mayordomo, su gracia —le dijo Anne, sin medir sus palabras, pues se sentía molesta.
—Winterbottom ha estado sirviendo a nuestra familia durante los últimos treinta años, señorita Turner. Así que no, no necesitamos un nuevo mayordomo —respondió Charles con frialdad.
—Lo siento, no debí sugerir tal cosa.
—Le agradecería que atendiera a mi madre, ahora — respondió antes de alejarse y desaparecer en lo que ella había descubierto ayer que era su estudio.
—¿Dónde está la duquesa? —no preguntó a nadie en particular.
Estaba sola junto a la entrada del grotesco salón, sin saber a dónde ir y de pronto se sintió tan pequeña y perdida en aquel enorme lugar, que sus ojos se llenaron de lágrimas.
Has cometido un error al venir aquí, le susurró su conciencia.
Anne no estaba necesariamente en desacuerdo con ella, sabía que estadía allí no sería fácil. Sin embargo, ya era demasiado tarde para echarse para atrás; además, sabía todo lo que dependía de que ella pudiera quedarse con ese trabajo. La vida le había puesto las cosas muy difíciles en los últimos meses, así que no dejaría que un mayordomo déspota y un duque amargado la disuadieran de seguir adelante.
Navegó tímidamente por la casa, aunque sabía que debía darse prisa en hallar los aposentos de la duquesa, tampoco podía ir abriendo puertas a diestra y siniestra. No tardó en toparse con unos sirvientes que resultaron ser más amables que Winterbottom; les preguntó dónde estaba la habitación de la duquesa; por supuesto, ellos la miraron con desconcierto, así que les explicó quién era.

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