La verdad tras su sonrisa de Dani Vera pdf
La verdad tras su sonrisa de Dani Vera pdf descargar gratis leer online
¿sabéis eso de que al a excepción de te queda la casta? Deberían limpiar que es inclusive que en tu nuevo quehacer pillas a tu cónyuge con otra. Ahora me queda una hija adolescente, un trabajo de gallinaza y una encomienda que va a competir a indagación mi interior, mi jurado y mi espíritu. No te lo había aseverado: soy Susana, policía de alma, no obstante un accidente hizo que tuviera que mandar el falange para dedicarme a poco que no me gusta: investigador de esposos infieles. Adéntrate en la absorbente exposición de La veracidad tras su sonrisa, una novelística cargada de espumarajo, energía, suspense y, sobre todo, mucho apego.
Prólogo
—¡No te muevas, Susana! —ordena Javi. Miro hacia abajo, a punto de quitarme el pinganillo. No para de ladrar desde que he llegado, aunque tiene razón, ya que no debería estar aquí—. El refuerzo viene en camino.
—Estos tíos se van, jefe. Ahora es el momento. —Espero a que me replique, pero no lo hace. Sigo en posición. Estoy tensa y cabreada. Apenas he dormido esta noche. Sé que debería haberme cogido una baja, pero la discusión con Toni ha sido tan fuerte que me he largado de casa sin pensar.
Observo de nuevo a los traficantes, que se preparan para irse. Siento las piernas entumecidas por las horas aquí arriba. Noto la vibración del móvil y me dispongo a apagarlo antes de que alguien se dé cuenta. Cuando lo saco, se me escurre de las manos, intento cogerlo, resbalo. ¡Joder!
Y caigo. Mi cuerpo se estampa contra el duro cemento de la nave y, antes de que pueda darme cuenta de nada, todo se precipita a mi alrededor. Escucho voces, gritos, una explosión, disparos… Todo cada vez más lejano. Tiemblo. Me duele todo el cuerpo y soy incapaz de mover la pierna. La cabeza me da vueltas.
Todo negro.
Capítulo 1
—¡¿Quieres calmarte?! ¡Ni que fuera tu primer caso!
Me restriego las manos por la cara. Estoy nerviosa. Soy incapaz, incluso, de respirar. Javi me mira y me guiña un ojo. Su tranquilidad me altera más aún. No sé para qué ha venido. Bueno, sí. En realidad, se lo pedí anoche, para que me haga compañía. Llevo en esta furgoneta alquilada varios días, lo más probable es que parezca una indigente.
Vuelvo a mirar a la puerta y, como en los últimos días, no hay ningún movimiento.
—Lo sé, ¿vale? Pero necesito demostrar que ese tipo le pone los cuernos a su mujer. Ya ves para lo que he quedado. ¡Otro emocionante caso de infidelidad de un marido rico! —exagero, incluso hago aspavientos con las manos en plan melodrama. Llevo aquí tantos días que estoy demasiado aburrida.
—Al menos, estás conociendo a gente interesante —dice con un tono de burla.
—¿En serio, Javi? No sé si estás de cachondeo o no. ¡Y no tengo ni idea de si funcionan los dichosos micros! Aquí no se escucha ni el vuelo de una mosca. —Miro de nuevo a la puerta por la que se supone que debo entrar, pero, a pesar de ser una de las calles más concurridas, ahora hay poco movimiento.
—¿Y qué coño quieres oír? —Javi comienza a pasarse las manos por el pelo. Es la paciencia personificada, pero siempre tengo el poder de sacarlo de quicio con la misma rapidez que un Fórmula 1 cambia de marcha.
—No sé, con grabar unos cuantos gemidos y un «Dios, Mari Puri» me conformo. Así demostramos que no está con su mujer. Y terminamos con esto.
—Bueno, ya sabes que este tipo de seguimientos pueden ser eternos. —Javi posa su mano sobre la mía en un intento de calmarme. Al sentir su contacto, la separo con suavidad y abro el refresco que me ha traído.
—Eso ocurre cuando vosotros, los polis, estáis en medio de un operativo. Esta vez es más simple. Les pones unos micros, los pillas follando con otra, su mujer lo escucha y listo. Ella se encarga de todo, junto a su abogado —contesto después de beberme cerca de media lata casi sin respirar. Aquí hace demasiado calor, por lo que abro un poco la ventanilla para que entre algo de frescor.
—Susana, eras poli hasta hace un año. No sé por qué no te reincorporaste después. Lo llevas en la sangre.
—Eres injusto. Ya sabes el motivo —me quejo y le recrimino con la mirada.
—La niña.
—Exacto, la niña. No puedo correr esos riesgos. Lo pasó muy mal con mi accidente. Y no quiero que vuelva a suceder. Pillar in fraganti a maridos infieles es menos divertido, pero más seguro —replico con un guiño, mientras le doy golpecitos al pinganillo por si está estropeado y por eso no se escucha nada.
Miro a Javi. Era mi compañero cuando estaba en el cuerpo. Pasábamos mucho tiempo juntos. Las interminables guardias en las operaciones especiales hicieron que nos uniéramos más. Aunque todo el equipo éramos una pequeña familia. De hecho, lo seguimos siendo, ya que son muchas las veladas que vienen a casa a tomar una cerveza o a cenar algo. En esas cenas, las risas están aseguradas. Sobre todo con Sonia y Raquel, mis mejores amigas. Al recordarlas, sonrío.
—No todos los hombres son así. Este, al menos, parece decente. No tienes por qué presuponer que también le pone los cuernos a su esposa. Quizá tiene este apartamento como un lugar donde refugiarse.
—¡Claro! Viene todos los días para poner esa dichosa música y relajarse. —Me echo hacia atrás en el sillón y me palmeo el muslo con una sonrisa irónica.
—Por ahora, llevas aquí desde hace una semana y no has podido grabar nada más que el sonido de un vinilo.
—Sí, y siempre es el mismo. ¡Estoy harta de escucharlo! Y, ¿cómo sabes que es un vinilo?
—Tengo el mismo en casa. Recuerda que soy aficionado a la música. Y cuando el otro día me pusiste la grabación, reconocí el sonido de la aguja al saltar la canción. ¡Por favor, Susana, si tiene medio disco rayado y se oye cómo salta!
Entonces, escuchamos a través de los micros un portazo. y, a continuación, unas pisadas y un carraspeo.
—Amor, ya estoy aquí. Perdona que llegue tan tarde, pero, entre el tráfico, que está imposible, y mi jefe, que es un negrero, no he salido de la oficina hasta ahora. —Silencio. Acto seguido, el sonido de lo que nos parece un beso. La cosa se pone interesante.
—Lo importante es que hayas venido. Hace una semana que no nos vemos, Cerecita. Y un hombre tiene sus necesidades… Ten piedad de mí.
—Sírveme una copa de vino. Voy al baño a cambiarme de ropa y enseguida vuelvo.
—No hace falta que te pongas nada. Además, es tarde. Mi mujer me espera en casa. Hoy toca cena familiar. Al parecer, viene mi hermana. —Los dos nos miramos con las cejas alzadas y una sonrisa. Ya lo tengo. Acabo de pillar al infiel.
—Tu mujer te la está jugando. No te fíes. —Me asusto porque, por un momento, pienso que me ha descubierto.
—¿No crees que soy yo el que se la juega a ella? Venga, desnúdate, que tiene que ser algo rápido. —Sonrío. No sospecha nada de mí. Me froto las manos, a la espera de que siga con la confesión.
Miro a Javi. Cerecita. ¡Qué apelativo más cursi! ¡No lo entiendo! Todavía no le he puesto cara a su amante, pero muy buena tiene que ser en la cama para ponerle los cuernos a mi clienta, ya que es muy hermosa y mucho más joven que él.
—No me mires así. ¡Soy de los que aún creen en la bondad del género humano! —exclama el rubio.
—Pues, con la profesión que tienes y los casos que llevas a cuestas, es un puto milagro. Yo perdí la fe en la humanidad hace mucho. Hemos visto de todo, Javi. Tráfico de drogas, violaciones, asesinatos por un poco de pasta, violencia de género, padres que asesinan a sus hijos, secuestros de niños pequeños, hombres con dinero que viajan a países subdesarrollados para follarse a niñas o niños. —Me doy cuenta de cómo me enciendo por momentos, me empieza a faltar el aire. Recordar ciertas cosas siempre me ponen en este estado, por lo que me paso las manos por la nuca, en un vano intento de tranquilizarme, y masajeo mis sienes—. ¿De verdad que aún crees en la buena voluntad del ser humano? No hace falta ser poli, tan solo necesitas encender la televisión al mediodía y ver las noticias. Almorzamos con ellas a diario. Al final, pillar a un infiel es un juego de niños. Se minimiza ante tanta maldad.
—Creo que hoy te has levantado con el pie izquierdo. Pillamos a los malos, porque, al final, cometen un error. No hay crimen perfecto, lo sabes. Me parece un error generalizar. No todos los hombres son infieles, al igual que no todos son asesinos o les propinan una paliza a sus mujeres. —Javi se gira en el asiento para mirarme de frente, me coge de las manos y siento su calor.
—No me he levantado con el pie izquierdo. Apenas he podido dormir. Sabes que me cuesta coger el sueño. Con todos los gastos que tengo… —Cierro los ojos y suspiro con pesar y, en cuanto siento una ligera presión de su mano, me suelto como si quemara.
—Shhh. —Me coloca un dedo en los labios y, a continuación, se señala el oído. Obedezco.
Nos quedamos mudos unos minutos en los que los sonidos de los gemidos inundan la furgoneta. Durante un buen rato, el marido de mi clienta y su «Cerecita» están dándole al tema. Por Dios, ¡qué aguante! Bajo el sonido porque, en esos momentos, siempre me siento como una intrusa, alguien que se entromete en la intimidad de una pareja. ¡Pero es que no paran!
Javi me mira con una sonrisa en la cara, que muestra su perfecta dentadura, y aparta muy despacio y con dulzura un mechón de pelo que me cae sobre la frente. Por primera vez, soy consciente de que este tipo de gesto no es el de un amigo. Me retiro de inmediato. No quiero malentendidos entre nosotros y subo el volumen en el sistema de escuchas. Esos dos siguen con su particular sesión amatoria. ¡Joder! ¿Qué ha tomado ese hombre? Mi exmarido duraba cinco putos minutos. Hasta mi Can particular, como llamo a mi juguetito, me da mejores momentos.
—Javi, yo… —intento hablar justo cuando los dos amantes bandidos llegan al orgasmo. Pero soy incapaz, porque me he excitado.
—Venga, ya tienes las pruebas. Puedes decirle a tu clienta que su marido es infiel. Lo has demostrado una vez más. —Se recoloca, incómodo, en el asiento y se pasa las manos por el pelo otra vez. Lo conozco lo suficiente como para saber que está nervioso.
—Para mí no es agradable, pero pago las facturas. Sabes que necesito el dinero. —Quito el volumen de la escucha porque los arrumacos de los amantes me distraen.
—Lo sé, no tienes que justificarte. —Agarra mi mano entre las suyas para intentar calmarme. El tono con el que lo dice me suena a justo lo contrario.
—¡Tengo que hacerlo continuamente! Así que te pido, por favor, que no seas injusto conmigo —elevo el tono de voz y aparto la mano de las suyas—. Estoy sola. No puedo contar con nadie más. Y las puñeteras facturas me están volviendo loca. —Coloco la mano sobre la coleta, me la suelto y me peino con los dedos. Necesito distraerme porque Javi es un buen amigo, pero no se pone en mi lugar.
—Siempre puedes recurrir a ellos —insinúa casi en un susurro, con miedo. Cada vez que saca a relucir ese asunto, mi reacción es desmedida. Pero él no conoce ni la mitad de la historia. Es un tema peliagudo.
—Sabes lo que me dijeron cuando entré en el cuerpo. Lo dejé todo atrás, incluso me acarreó problemas con el míster. Ahora, solo quiero ser yo misma. ¡¿Es tan difícil de entender?! —confieso exasperada, y me paso las manos por las mejillas.
—No te lo discuto, pero mientras piensas qué hacer con tu vida, puedes pedirles ayuda. Estoy seguro de que lo harán encantados. —Se cruza de brazos sin apartar la mirada de mi escote. Con disimulo, me cierro el botón.
—Esa puerta está cerrada, y más desde que tuve el accidente. No. Saldré de esta por mis propios medios. Además, ¡tengo treinta y nueve años y una hija de dieciséis! ¿No crees que soy lo suficientemente mayor como para valerme por mí misma? He apostado por esto.
—Pero ¿te hace feliz? —susurra.
Ha dado en el clavo. Por supuesto que llevar esta vida no me ilusiona, pero se lo prometí a mi hija cuando estaba en el hospital. Si a mí me pasaba algo, ella se quedaría sola. No. No puedo permitirlo.
En ese momento, el señor Prat nos sorprende al salir por la puerta del edificio de apartamentos agarrado de la mano de una mujer mucho más joven que él, muy despampanante. Sonríen relajados mientras se dedican arrumacos. Con rapidez, cojo mi cámara, esa que todavía pago a plazos con la tarjeta de El Corte Inglés, y comienzo a disparar fotos, aunque lo que de verdad extraño es desenfundar mi pipa.
Recuerdo los momentos en que hacíamos guardia para detener a verdaderos delincuentes. Ahí, mi vida tenía sentido. Aunque ahora todo se ha desmoronado a mi alrededor, tengo que ser fuerte por mi hija. De un plumazo, tuve que dejar un trabajo que me encantaba y me vi envuelta en un divorcio no demasiado amistoso con alguien a quien, a pesar de todo, había amado con locura, hasta el punto de no darme cuenta de los detalles más obvios.
Muevo la cabeza para descartar todos esos malos pensamientos que solo me agrian el carácter. Termino de fotografiar cuando los dos tortolitos se despiden con un señor besazo en mitad de la acera de una de las calles más concurridas del barrio de Salamanca.
Guardo todos los artilugios que tengo desperdigados en la furgoneta que he alquilado y, con una señal, le indico que salgamos de aquí.
—Vayamos a tomar una cerveza para celebrarlo —invito a Javi, animada por tener las pruebas y terminar el caso.
—Bueno, me tomaré una Coca-Cola, ya sabes que entro a currar en un par de horas —me dice mientras bosteza con la mano en la boca.
—Lo sé. Venga, poli de pacotilla, no tardaremos mucho. Además, hoy me espera Laura. Ya sabes, tarde de chicas. Necesita comprarse algo de ropa urgentemente. —Le guiño un ojo y lo agarro con suavidad del brazo para salir de la furgo.
—Claro, porque la pobre no tiene nada que ponerse.
Entre risas, bajamos de la furgoneta y entramos en el bar de enfrente. No es el que solíamos frecuentar cuando salíamos de comisaría, pero vale para tomarnos algo. Al fin y al cabo, es el momento de estar con un amigo y disfrutar casi sin preocupaciones. Casi.
Capítulo 2
Tras tomarme la cerveza con Javi, decido que es el momento de volver a casa. Si me doy un poco de prisa, Laura no habrá regresado; almuerza en el comedor del instituto. Llevo la furgoneta a la empresa de alquiler y la devuelvo. Tardan más de la cuenta en realizar los trámites necesarios. Una hora más tarde, por fin, llego. Estoy exhausta, y eso que solo he estado fuera durante la mañana.
El viaje en autobús tampoco colabora. Es uno de esos días nublados, a punto de llover, donde el frío te cala hasta los huesos, algo que no ayuda a mi dolorido hombro y a mi pierna. En cuanto entro en casa, cojo la mantita eléctrica para darme calor en la zona. Mientras se calienta, realizo los ejercicios recomendados por mi fisioterapeuta y me tumbo en el sofá con la bolsa caliente. Parezco una vieja con los dolores. Solo me falta la ristra de pastillas antes del desayuno. Me río ante los pensamientos. Si le preguntamos a mi hija, lo soy.
Aún no he almorzado, pero, como tomé una tapa en el bar con Javi, me tiene que valer. No me apetece nada cocinar, y menos para mí sola. Sí, estoy en modo floja total. Pasado el tiempo del calor en el hombro, me levanto para prepararme un tazón de cereales. Me ducho y, justo cuando estoy lista, llega Laura.
—Mami, ya estoy aquí —grita desde la entrada.
—Cariño, estoy en el dormitorio. Termino de vestirme y nos vamos —replico en el mismo tono de voz.
No hay respuesta, por lo que deduzco que estará en la cocina asaltando la nevera. Sonrío y salgo en su busca.
—Laura, otra vez has dejado la mochila en la entrada. ¿Cuántas veces te repito que recojas tus cosas? ¡No es normal! En cuanto lleguemos esta noche, limpias el dormitorio. ¡Parece una leonera! No entiendo cómo encuentras algo.
Sé que todo esto que le digo le entra por un oído y le sale por otro. Está en una edad complicada, en la que se cree que lo sabe todo, que ya es adulta, con sus derechos, pero sin obligaciones. Joder, ¡qué edad tan mala! No tengo ninguna ayuda por parte de su padre, que no recuerda que tenga una hija de la que hacerse cargo. Pidió la custodia compartida, pero solo para no darme ni un céntimo, porque los quince días que le toca con su hija, siempre está de viaje o con trabajo acumulado. ¿Dónde los pasa la niña? Exacto, conmigo, que no me importa, pero, si pide la compartida, será por algo, ¿no?
—Ya estoy lista, mamá.
La miro y casi me atraganto con el vaso de agua que estoy tomando. Parece que va a un puto desfile de moda en lugar de un centro comercial. Calza mis zapatos con el tacón más alto, esos que me he puesto solo un par de veces, además de una falda que parece un cinturón. ¡Y no es que me meta en su indumentaria! Con dieciséis años, no tiene edad para vestir de esa manera.
—Tú hoy pretendes volverme loca, ¿verdad? ¿Te has mirado en el espejo? Laura, por favor, todavía no tienes edad. No quieras correr tanto. Ven, siéntate.
Se acerca al sofá con cara de hastío, esa misma que pone cuando sabe que le toca soportar la soporífera charla de madre a hija. Aunque esa vez no protesta. Sabe que, si lo hace, se quedará sin su ansiada sudadera y esas Vans que lleva pidiendo un tiempo. Se sienta a mi lado de malas maneras y la regaño con la mirada.
Es curioso cómo esta misma, en la cara de mi madre, me aterrorizaba y a mi hija le resbala. Tendré que ensayarla más a menudo frente al espejo, porque está claro que no funciona.
—La vida es muy larga, Laura. Si quieres hacer todo tan deprisa, te pierdes etapas por el camino. Estás en una edad muy bonita, en la que debes centrarte en tus estudios, en salir con tus amigas y divertirte un poco; experimentar cosas tan simples como una tarde de chicas, de risas, afianzar esa amistad, de confidencias. Pero no queráis correr más de lo que toca ahora.
—De acuerdo, mami —responde zalamera. Me besa en la mejilla y zanja el tema.
Me quedo sentada en el sofá como una estatua y me río. ¿Qué hago con ella? Le resbala todo lo que le digo. Claro que no me responde y se muerde la lengua para conseguir su objetivo: ir al centro comercial a por sus caprichos. Pero se lo prometí si sacaba buenas notas. Y, en la tutoría, la profesora me confirmó que eran las mejores de su clase. Me siento muy orgullosa de ella. A pesar de todo por lo que ha pasado en el último año, es una chica fuerte.
En realidad, es muy inteligente. No sé a quién habrá salido, porque está claro que ni al padre ni a mí, que soy una patosa de manual. Suspiro, cojo las llaves del coche y bajamos al garaje.
Como siempre, la niña pone esa música horrorosa tan de moda que, además, denigra a la mujer de una forma tan despectiva. ¡Casi me provoca un dolor de cabeza! No sé cómo puede gustarle algo así. Gracias a todos los santos, el centro comercial está cerca de casa y no le da tiempo a poner más de un par de canciones.
—Mamá, me han dicho que hay una tienda donde las Vans están rebajadas de precio. Solo cuestan ciento veintisiete euros.
—¡Joder! ¡Qué alegría! ¿Solo eso? —ironizo, aunque creo que mi hija no se da cuenta o pasa de mi comentario. Me decanto por lo segundo. ¡Es una mujer con un objetivo! Al final, no tengo más remedio que reírme.
—Sí, solo ese precio.
Durante la tarde, nos dedicamos a mirar escaparates. Bueno, especifico, yo a mirar, mientras mi hija me pide todo lo que se le antoja, y yo niego una y otra vez. Creo que me ve cara de cajero automático. No sé si tendré el rostro demasiado cuadrado. Aunque, al final, también sucumbo al espíritu consumista, me compro unos vaqueros y un pijama calentito en el Primark, que está de oferta. Lo necesito, ya que los míos lucen esas bolitas tan monas desde hace años.
—Cielo, vamos a parar a tomarnos algo. Me duele un poco la pierna de andar tanto. —No cojeo, pero la molestia está ahí.
—Claro, ¿por qué no vamos al Burger King? Así cenamos ya, y cuando llegues a casa no tienes que preparar nada.
—¡Mira, qué considerada eres! Además, no soy una coja ni una impedida, solo tengo una leve molestia —exclamo. Es una jodida manipuladora.
—Lo digo por ti, mami. Te sientas, disfrutamos de la hamburguesa y, cuando lleguemos a casa, podemos tumbarnos en el sofá para ver La isla de las tentaciones.
El plan perfecto, vamos. ¿Desde cuándo le gustan a mi hija ese tipo de programas? ¡Es lo único que me falta! Ver un reality donde se normalizan los cuernos. ¿O no? No lo sé, ya que nunca lo he visto. ¿En qué mundo vivo en los últimos meses?
Claudico en lo del Burger King, ya que estoy demasiado cansada para cocinar cuando llegue a casa. Y atesorar este tipo de recuerdos con mi hija es importante. Se hace mayor con una rapidez que me abruma. Subimos hasta la zona de restauración en esos ascensores de cristal que me dan tanto miedo.
—Dame el dinero. Tú te sientas y yo me encargo de pedir. No te preocupes por nada.
¡Si es que mi hija es la reina de la consideración! Le doy un billete de veinte euros a sabiendas de que tengo que olvidarme del cambio. Me siento en una mesa libre y estiro la pierna, que masajeo con la palma de la mano.
Mientras espero, miro a mi alrededor. Hay otras mujeres y hombres con sus hijos. Al final, todos los niños son iguales. Cojo el móvil para entrar en Instagram y distraerme mientras tanto. No suelo subir casi nada a mi perfil, que lo tengo solo por curiosear las cuentas de los clientes. Durante un rato, ojeo las fotos, leo algunos posts, hasta que algo o, mejor dicho, alguien llama mi atención.
Es un hombre que se sitúa en una mesa cercana a la nuestra. Corpulento, de unos cuarenta años, acompañado de un chico de la edad de mi hija. El hombre se parece al actor de moda de novelas turcas, esas que me tienen enganchada, y que incluso le puse su nombre al juguetito que escondo al fondo del cajón de mi mesilla.
Comienzan una conversación entre ellos, aunque no capto ni una sola palabra de las que dicen. Agudizo el oído, en plan cotilla, y me doy cuenta de que hablan en italiano.
—Ya estoy aquí. Te he pedido una cerveza en lugar del refresco. Sé que debes conducir y que, además, después te tomarás las pastillas para el dolor, por lo que te la he pedido sin alcohol.
—¡Mira, qué servicial eres!
—Lo sé —replica y me dedica una caída de ojos de esas que me hace para quedar en plan niña buena, aunque no me la creo ni por un solo instante. Sé que no le habrán vendido el alcohol por ser menor de edad. Intento esconder la sonrisa, pero no lo consigo, por lo que, al final, estallamos en carcajadas.
La bandeja, que deposita con cuidado en la mesa, trae casi de todo, aunque, para mí, solo es la ensalada. Mientras charlamos con tranquilidad, picoteo de sus patatas. Miro de reojo al hombre, aunque a los pocos segundos me olvido de él para centrarme en la conversación con mi hija, las anécdotas con sus amigas y, entre risas, nos comemos todo lo que ha traído.
Cuando terminamos de cenar, Laura necesita ir al cuarto de baño. Me levanto y ando varios pasos hacia la salida, a la espera de que termine. De repente, escucho unos gritos que provienen del baño. Me apresuro a llegar lo antes posible, porque pienso que le puede suceder algo a Laura, por lo que corro con el corazón desbocado.
—Eres una pija insoportable. Una niñata de mamá y papá que solo sabe pedir antojos. ¡Mira! ¡Unas Vans!
—Lo dice ese que solo viste ropa de marca, que lo lleva un chófer al instituto y lo recoge otro. ¡Eres un capullo engreído! ¡No te atrevas a llamarme pija! —exclama mi hija con el dedo en alza y apuntando directa a la cara del chico, que sonríe con suficiencia.
—Chicos, calmaos. ¿A qué viene todo este alboroto? Laura, tú no eres así. Cada uno va al instituto como puede y tiene lo que sus padres pueden darle. No hace falta insultar. Pídele perdón ahora mismo —casi ladro. Intento infundirle valores a mi hija, aunque, si el chico la llama «pija» por las Vans y él va al instituto con chófer, muy coherente no es.
—Mamá, no soy una cría. ¡No te metas, por favor! ¡Esto es algo entre Luca y yo!
—¿Cómo quieres que no me meta? ¡Estáis gritando en medio del centro comercial! Esto, jovencita, no te lo pienso consentir —la reprendo, a la vez que la señalo con el dedo.
Miro al chico, que tiene una sonrisa pedante en los labios. Me parece el típico guaperas engreído. Tendrá a todas las niñas del instituto a sus pies, porque reconozco que, pese a todo, es un arma letal.
—Chico, no sonrías tanto y pide perdón también. Los dos la habéis liado. Así que hacedlo ahora mismo.
—Empezó él.
—Empezó ella —exclaman al mismo tiempo.
—Me da igual quién haya empezado. Quiero que os disculpéis ahora mismo —sentencio con toda la autoridad que me es posible, incluso me cruzo de brazos mientras espero alguna reacción por parte de alguno de los dos.
En ese momento, noto que alguien viene por detrás y todo el cabello de la nuca se me eriza. Huelo un perfume masculino muy embriagador.
—¿Qué ocurre? Luca, explícate, por favor, y te disculpas con la señorita ahora mismo —apostilla el hombre que he visto antes con un acento italiano bastante interesante.
—Disculpe, soy Susana, la madre de Laura.
—Yo soy el padre de Luca.
Me da la mano y siento una corriente eléctrica que recorre todo mi cuerpo. No sé cómo reaccionar. Nuestras miradas se quedan fijas en el otro durante unos segundos que me parecen eternos, hasta que escuchamos cómo nuestros hijos se disculpan. No obstante, ninguno de los dos suelta la mano del otro.
—Os invito a tomar algo para conciliar a estos dos. ¿Le parece bien? —pregunta sin apartar en ningún momento sus ojos, para después recorrer mi cuerpo con ellos.
—Ya es tarde, debemos marcharnos. Quizá otro día. Gracias.
Cojo por el brazo a mi hija y me largo demasiado rápido para lo que me permite mi dolorida pierna.
¿Qué ha sido eso?
Capítulo 3
Una semana después de pillar al señor Prat con su Cerecita, por fin, me llega el ansiado pago. Es un negocio lucrativo que deja buenos beneficios, pero, por desgracia, no me entran tantos casos como los que necesito para llegar a fin de mes. Abro la aplicación del banco y, una vez más, el cargo de la hipoteca de la casa de mi abuela me deja la cuenta en descubierto. Aunque, a pesar de todos los esfuerzos, no pueden cobrar el recibo completo.
Ese lugar es especial para mí. Allí pasé mi infancia y parte de mi adolescencia. Mi abuela fue una mujer de armas tomar que, durante la Guerra Civil, lo perdió todo. Lejos de venirse abajo y con dos hermanas a su cargo, se casó con un teniente de la Guardia Civil para asegurarse un futuro para ella y su familia. Recuerdo que me contaba que fumaba a escondidas en el almacén del cuartel cuando mi abuelo no la veía. Y que apoyaba, a espaldas de su marido, la condición sexual de su hermana pequeña. Aquella casa es su refugio y, aunque ella tenga esa enfermedad donde los recuerdos se pierden de la memoria, me niego a malvenderla e ingresarla en un asilo, como es el deseo de mi padre.
Al final, soy la única que acarrea con todos los gastos. Paso muchas horas allí, acompañándola en sus ratos de soledad, aunque no me recuerde. Para mí, es la única persona que me apoya en todo, incluso cuando quise entrar a formar parte del cuerpo. Por lo que pagar todos esos gastos es tan necesario como la factura de la luz, la calefacción o los estudios de Laura. Hago todo lo que esté en mi mano. Todo lo legal, claro. Porque no me veo yo trapicheando o en la esquina con el bolso.
Tras un rato sin saber de dónde sacar para terminar el mes, apago el ordenador y me dedico a limpiar el desastre que se ha formado en el despacho. Hace un par de meses que le dije a la chica de la limpieza que no viniese más, ya que tampoco tengo para pagarle, así que me toca hacerlo a mí.
Cuando estoy a punto de guardar el último papel de encima del escritorio, suena el timbre. Al abrir, me encuentro a las locas de mis amigas, Raquel y Sonia.
—Javi nos ha contado que has pillado a un nuevo cabrón. ¡Bravo por ti, amiga! —espeta Raquel, en cuanto entra por la puerta. Levanta la mano y chocamos las palmas.
—Hay demasiados cabrones que necesitan un escarmiento. Ahora, su esposa le sacará hasta los ojos. —Esa es Sonia que sus comentarios son a veces mordaces y a ratos divertidos.
—Chicas, calmaos, que parece que oléis la sangre. No es para tanto. Además, no debería ser así. Estas ricachonas parecen que desean pillar a sus maridos para divorciarse y tener la paga Nescafé. ¿No creéis que es un poco injusto? —les pregunto, mientras tiro la basura de la papelera a la bolsa. La cierro y la dejo a un lado para centrarme en la conversación con mis amigas,
—No todo el mundo es tan recto como tú, cielo. Te divorcias, no le pides nada a tu ex, te exige la custodia compartida para no pagarte ni un duro y, encima, no ve a la cría ni un solo día. Deberías revisar el convenio y exigirle la pensión alimenticia de Laura —me aconseja Sonia, que suaviza su rostro y se sienta en una de las sillas frente a la mesa.
—Supondría entrar en una guerra en los juzgados con el consiguiente desgaste para la niña. Solo quiero que ella sea feliz y viva tranquila. No estoy dispuesta a eso. Cambiemos de tema, por favor. Contadme cotilleos de la comisaría. Los necesito. ¿Cómo van las cosas por allí? —Recojo todos los productos de limpieza que tengo desperdigados por la oficina y los dejo a un lado para guardarlos después.
—Bueno, como siempre. Ha llegado un comisario nuevo que está como un tren, pero con un carácter que echa para atrás. Parece que tiene un palo en el culo todo el tiempo —explica Sonia entre risas. Se quita la chaqueta y la deja sobre un pequeño sofá.
—Ese necesita echar un buen polvo —bromea Raquel.
—Y tú estás dispuesta a relajarlo —le recrimina Sonia.
Miro de un lado a otro como si fuera un partido de tenis. Mis amigas están locas, pero siempre estamos juntas. Las tres somos inseparables, incluso cuando necesito su ayuda con Laura, ellas siempre están dispuestas.
—¿Sabes que Ramírez se casa? —pregunta Sonia, que me saca del estado de ensimismamiento. Las miro a medio camino y cojo otra silla para que se siente y, con un gesto de la mano, se la ofrezco.
—¡Hombre! ¡Por fin se ha decidido! La pobre chica ha soportado de todo. No sé si alegrarme por ella —respondo.
—Nos ha pedido que le preparemos la despedida de soltera —explica Sonia mientras se mira las uñas de una de sus manos.
—¿A vosotras? —pregunto estupefacta, incluso alzo una ceja.
—Sí, a nosotras. No sé por qué te lo tomas así. Fuimos las que preparamos la tuya —responde. Se yergue, en plan digna.
—Por eso mismo lo digo. Sois muy peligrosas. Lo sabéis —respondo entre risas. Rodeo la mesa y me siento en la mía, frente a ellas para estar más atenta a la conversación.
Aún recuerdo mi despedida de soltera. Por poco no llego a la boda. Duró tres días, con sus tres noches. Fue algo apoteósico que deberíamos repetir. Y no terminamos en el calabozo porque los polis que casi nos detienen nos conocían. Sonrío.
—Bueno, vamos a tomarnos algo. ¿Qué os parece un bocata de calamares en la Plaza Mayor?
—Me parece perfecto. He venido andando, por lo que me tendréis que acercar luego al fisio.
Las tres nos montamos en el coche de Sonia y ponemos rumbo al bareto que tanto nos gusta. Lo dejamos en el aparcamiento más cercano y, entre risas por lo que lía para aparcar, cruzamos la plaza para llegar a uno de los más concurridos.
—Bueno, ¿y qué planes tienes ahora? —me pregunta Raquel cuando nos acomodamos en una mesa libre—. Porque, si estás haciendo limpieza en el despacho, significa que no tienes otro caso entre manos —susurra con suavidad. Dejamos los bolsos en una de las sillas, junto a las chaquetas.
—Bueno, no tengo ni la más remota idea. Como siga la cosa así, tendré que cambiar de trabajo. —No quiero quejarme, pero ellas son las únicas que me comprenden. Siempre han estado a mi lado y conocen mi situación mejor que nadie.
—¿Por qué no vuelves? —Raquel enfrenta mi mirada. Apoya un codo en la mesa y ladea la cabeza.
—¿Vosotras también? Chicas, por favor, necesito distraerme, relajarme. ¿Sabéis qué? Deberíamos quedar un fin de semana de estos para salir a tomar algo —propongo para cambiar de tema. Después de todas las movidas, una salida con ellas me vendrá genial.
—Lo del dolor es una tontería. Ya sabes que el fisio te dijo que era algo más mental que físico. Y lo de la salida me parece una idea fantástica.
—Pues me sigue cobrando las sesiones. —No tengo un dolor insoportable, pero sí molestias cuando fuerzo demasiado. No estoy acostumbrada a esto, siempre fui muy deportista, y es un tema que me trae de cabeza.
—Porque no quiere perderte como clienta. Eres la única que acude a su consulta tantas veces.
—Porque no las pago, reconozco que tiene unas manos milagrosas. Deberíais probarlo —afirmo entre risas. Cuando vas, te da una paliza, pero, en realidad, sales de allí como nueva. Y es el único hombre que me pone una mano encima.
—¿Esos masajes tienen final feliz? Porque, si no es así, paso —replica Raquel con un gesto de la mano. La miro incrédula, aunque me río porque ella siempre es así.
—No. Tienen ese final en el que te quedas relajada y con la pierna y el hombro como nuevos. —Miro a mi alrededor en busca del camarero para hacer el pedido. No hay ninguno libre.
—Esos no me interesan. Deberíamos averiguar dónde hay algún local de esos para ir un día —bromea Sonia. La miro, pero no. Lo dice en serio. Niego, aunque en el fondo, aguanto las carcajadas.
—¿Estás loca? Creo que la falta de sexo te afecta demasiado al cerebro —replico, entre risas, ya que no las puedo reprimir.
—¿A mí? ¡Te has vuelto una aburrida! ¿Desde cuándo no echas un buen polvo?
Lo pienso, pero no lo recuerdo. Hace tanto que lo he olvidado. Fue mucho antes de divorciarme, porque después no he tenido ninguna relación. Tengo mis sesiones con el señor Can, pero no es lo mismo que tocar piel y escuchar los gemidos de tu amante de turno. La niña, las deudas, el trabajo… Todo se acumula. Y termino tan cansada que lo que menos me apetece es salir de noche. Sé que mi hija ya tiene edad para quedarse sola en casa cuando yo salgo a tomar una copa, pero no me apetece ni lo más mínimo. Y mis sábados noche se limitan al sofá, la manta y la tele. ¡Todo muy divertido! Es hora de hacer algún cambio. Tengo que distraerme, relajarme y divertirme un poco. No todo en la vida consiste en el trabajo. Y estoy muy recuperada del accidente.
—Desde hace demasiado tiempo —contesto, al fin.
—¡Pues a eso me refiero! —exclama Sonia. En ese momento, llega el camarero y nos toma nota del pedido.
—Deberíamos salir este finde. Nos iremos de marcha —decide Raquel.
—El sábado tengo un operativo. Vigilaré, junto a Javi, a unos transportistas que, por lo visto, traen mercancía especial. No sé cuánto tiempo nos llevará. Ya sabes cómo va el tema —explica con pesar. Es complicado que las tres coincidamos por nuestro trabajo.
—Uf, ¿unos transportistas con mercancía? Eso es nuevo —sigo el chiste fácil y, al final, todas reímos.
—Pues salimos el viernes. No hay problema —alega Raquel, con un gesto de la mano en el que le resta importancia. Da igual el día, lo importante es salir.
—¿E ir con resaca al operativo? ¡Ni hablar! —objeta mi amiga, que sacude la cabeza varias veces para confirmarlo. La comprendo, ir con resaca a un operativo es una mala idea. Ya lo comprobamos una vez y nos ganamos una buena bronca de Javi. Sonrío al recordarlo. Éramos unas inconscientes. Y nos lo pasábamos de lujo. Eso también.
—¡Pues dadme una solución, joder! ¡Que lo único que hacéis es poner objeciones!
—Lo posponemos para la semana que viene, no te preocupes.
Muerdo mi bocata de calamares, que ya nos ha traído el camarero, y bebo un sorbo de cerveza. Cuando estoy a punto de decir algo, siento cómo se me eriza todo el cabello de la nuca, una sensación extraña que no sé cómo explicar. Mis amigas se quedan con la mirada fija al frente y la comida a medio camino, con las bocas abiertas de par en par.
—Buenas tardes —escucho su voz, esa con acento italiano que tanto me impactó la semana pasada en el centro comercial. ¡Valiente suerte! ¡Con lo grande que es Madrid y me lo he encontrado dos veces seguidas!
Trago como puede antes de contestar.
—Hola, buenas tardes. —Alzo la mirada y cojo una servilleta para limpiarme la boca. Sonrío, pero porque no sé qué más hacer ni qué hablar con ese hombre que, por muy guapo que sea, no lo conozco de nada.
—Nos volvemos a ver. ¡Qué casualidad! —Sonríe y se mete las manos en los bolsillos en una postura de lo más relajada.
—Sí. —¿Qué le digo? No tengo ni idea. Me fijo bien, ahora que lo tengo más cerca, en la barba y en el cabello largo recogido en una coleta. Lo cierto es que siempre he preferido a los hombres bien afeitados, pero, en él, ese estilo le queda muy bien, le hace más atractivo.
—He venido con un amigo. Me recomendaron este local y, por lo que veo, no me arrepiento. ¿Cómo está su hija?
—Bien, gracias.
Mis amigas nos miran a uno y a otro sin decir nada, cosa rara en ellas. Cuando Sonia está a punto de decir algo, la recrimino con la mirada y cierra la boca de inmediato. ¡Mejor! ¡Porque, conociéndola, es capaz de soltar cualquier burrada!
—Bueno, las dejo almorzar con tranquilidad. Encantado de encontrarme de nuevo con usted. —Se despide con un apretón de manos que, en cuanto me roza, me recorre de nuevo la misma sensación de vértigo de la vez anterior.
Se da la vuelta y se marcha, pero, antes de sentarse, se gira y me mira de nuevo. Hay algo en ese hombre que me atrae y me aleja al mismo tiempo. Pero no sé determinar con exactitud qué es.
—Vaya, vaya, ¿dónde escondías a ese buenorro? —bromea Raquel.
—Coño, se lo quiere quedar para ella —continúa Sonia.
—¿Queréis dejarlo? Solo es el padre de un compañero de clase de Laura. No hay más. ¿De acuerdo? —las acallo, incluso pongo cara de pocos amigos. Aunque, a pesar de todo, reconozco que el tío está como un tren, y ese acento italiano…
Tras terminar de almorzar, nos marchamos. No dejo que ninguna comente nada más al respecto. Sé que harán sus cábalas e inventarán una historia inexistente entre nosotros. Ya les contaré que, en realidad, no lo conozco de nada y que no sé ni siquiera su nombre. Cuando salgo del local, miro hacia su mesa, pero ya no está. Al final, las chicas me dejan en la puerta del fisioterapeuta.
Pedro es un chico muy amable, con una sonrisa permanente en la cara. Me pasa a la consulta en cuanto llego y comienza con sus masajes.
—Tienes que relajarte, Susana. Hoy estás muy tensa y eso no es bueno para el hombro. Tienes mucha tensión acumulada ahí —dice al terminar.
—Sí. Justo al entrar, me llegó un correo para un nuevo caso. Estoy un poco nerviosa. El trabajo, la niña, todo se acumula —respondo mientras termino de vestirme. Voy tantas veces a su consulta que es muy fácil hablar con él, además de tener una paciencia infinita.
—Lo harás genial, seguro. Bueno, ya sabes que debes aplicarte calor en cuanto llegues a casa. Realmente, no necesitas más sesiones. Tanto la pierna como el hombro están perfectos.
—¿Y por qué me siguen doliendo?
—Ya lo hemos hablado, Susana. Son dolores musculares. El accidente que tuviste aún te provoca estrés. Es más psicológico. Vale que, al principio, las roturas te provocaban el dolor, pero ahora están curadas por completo. Aunque, si quieres seguir con las sesiones, yo no me quejo —me explica entre risas. Comienza a recoger los materiales de la consulta que ha preparado para la sesión.
—Parece que quieras deshacerte de mí —replico un poco molesta mientras abrocho mi camisa.
Todos se empeñan en que vuelva al psicólogo. No necesito ninguno. Tan solo tengo que poner mi vida en orden. Y creo que podré conseguirlo con el nuevo trabajo que me ha salido en la Cancillería. Aunque estoy nerviosa, hacerme pasar por la secretaria de un diplomático, no será demasiado difícil. Solo me han dado un par de datos. El expediente completo me lo pasarán mañana.
Capítulo 4
Casi llego. Esta mañana me ha pasado de todo. Nada más levantarme, he tenido que llamar al fontanero, porque la chica que cuida a mi abuela me ha despertado para decirme que se ha roto una tubería de la casa y que no tenían agua desde la noche anterior. Si a eso le sumamos que me han cortado la línea del teléfono móvil por falta de pago, tengo el cóctel perfecto para que mi humor no sea el mejor. Eso, por decirlo de una forma suave. Menos mal que mis padres se encargan de pagar el colegio privado al que acude Laura.
El viaje en metro a esa hora tampoco ayuda mucho. El coche lo tengo en el taller con una avería que no sé cómo pagaré. Estoy agobiada y frustrada a partes iguales. Voy tan sumida en mis pensamientos que no me doy cuenta de que, como no tengo internet, no puede llegarme el tan esperado expediente de mi nuevo cliente. Debo centrarme o pareceré un detective de cómic. ¡Joder! ¿Y ahora cómo sé a quién tengo que investigar? Sé que es a un diplomático de la Cancillería y dónde tengo que ir, pero no sé ni el nombre ni los datos del investigado. Según el correo, es un corrupto.
Llego con el tiempo justo al edificio de dos plantas ubicado en el barrio de Chamberí. Aliso la camisa y la falda con las manos, en un falso intento de tranquilizarme, y me peino un poco la mata de pelo pelirrojo que siempre se me encrespa. Paso los oportunos controles de seguridad, y enseguida me pasan al despacho del que será, no sé por cuánto, mi nuevo jefe. Llamo a la puerta con los nudillos y una voz con un marcado acento me da paso desde el interior. Abro mientras trasteo en el móvil un nuevo mensaje del banco con un aviso del impago de la hipoteca. Mira, esos sí me llegan. ¡Qué casualidad!
Lo que no imaginaba es lo que me encuentro cuando subo la cabeza y la despego de la pantalla del móvil. ¡Si es que más tonta y no nazco! Frente a mí, sentado en una impresionante mesa de despacho, se encuentra el padre del chico con el que discutió Laura. ¿Cómo no lo he sabido hasta este momento? Se supone que soy detective. Pero me han dado poco tiempo para incorporarme al trabajo y no tenía el puñetero expediente por culpa de no tener internet. ¡Esto no puede volver a ocurrir! Es una falta de profesionalidad a la que no estoy acostumbrada.
Me he metido en la boca del lobo porque, si ese hombre es atractivo con unos simples vaqueros, con el traje de tres piezas se lleva la palma. Será difícil trabajar codo con codo. ¡Por Dios! ¡Qué lástima que sea un presunto corrupto! Recuerdo que el día que nos conocimos no me dijo su nombre. Solo se presentó como el padre de Luca.
Entre el día que estoy teniendo, y eso que solo son las nueve de la mañana, que no tengo el expediente completo y encontrarme con este panorama, no sé cómo reaccionar. Parezco una estúpida colegiala en su primer día de instituto. Carraspeo para entrar en razón y seguir con mi coartada.
—Susana, ¡qué agradable sorpresa! —dice inmediatamente. Se levanta de la majestuosa silla de piel y rodea la enorme mesa de madera para saludarme con un apretón de manos—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Los chicos han discutido de nuevo?
En realidad, es atractivo. Ya sé de dónde le viene a Luca su sonrisa. Es igualita a la del padre. Me acuerdo para qué me han contratado y eso hace que lo vea de otra manera diferente.
—¡No! Bueno, no sé. Estoy aquí porque hoy empiezo a trabajar para usted, señor Mancini. Soy su nueva secretaria —aclaro como puedo. Retiro mi mano y aparto un mechón de pelo que cae por mi rostro. Menos mal que en el correo sí me pusieron el nombre. De momento, he salvado la situación.
—Pues me alegro mucho. Pero, por favor, llámame Dante y tutéame. No me gustan demasiado las formalidades. Pasa. ¿Te han puesto al día de las funciones que tendrás que desempeñar? Perdona, no te he ofrecido nada, pero es que mi antigua secretaria se marchó sin más a un pueblecito de Galicia, por una urgencia familiar que le surgió. Ando un poco despistado y saturado en las últimas semanas. Tengo trabajo acumulado. —Arruga el ceño y se pasa las manos por el pelo.
—No te preocupes. Ya me han informado de todo en el correo que me enviaron. —Intento tranquilizarlo.
Y es cierto. El primer contacto que tuve con el que me llamó para contratarme el día anterior me mandó un extenso correo electrónico donde me explicaba todas las funciones que desempeña la pobre secretaria. No me extraña que se haya trasladado al pueblo, necesitaría descansar, ya que la agenda de este hombre está más ocupada que la del presidente del Gobierno. De lo único que no me advirtieron es del peligro que tiene en todos los sentidos.
—Perfecto, entonces. Necesito que organices un poco el calendario de los próximos días. Creo que tenemos un par de eventos. Si no recuerdo mal, uno de ellos es en la Escuela Italiana, algo relacionado con la función de los docentes, pero no estoy muy seguro. Ven, te enseñaré tu despacho. Está aquí al lado.
—De acuerdo, gracias.
Me agarra con suavidad del codo para indicarme el camino. Es un gesto natural en él, pero me provoca unas mariposillas en el estómago un tanto incómodas que se acrecientan cuando me mira de esa manera tan intensa. No logro explicarme qué me ocurre. ¿Tendré hambre? Espero que no me gruña el estómago en este momento, o será algo de lo más embarazoso. Abre una puerta, que está dentro del despacho y de la que no me había dado cuenta, para acceder a un pequeño cubículo decorado con gusto, con un gran ventanal por el que se ven los jardines y entra la luz natural. Esto es mejor que mi oscura oficina. Desde mi mesa, si deja la puerta abierta, puedo observarlo a la perfección. Y eso me irá bien para el caso. Así también podré escuchar las conversaciones que tenga.
—Este será el tuyo. Puedes pedir lo que necesites. Rosa no era amante de la tecnología y lo llevaba casi todo en su agenda de papel, por lo que el ordenador es antiguo, pero, si necesitas cambiarlo, no dudes en decírmelo o comentarlo con el departamento correspondiente, que ahora mismo no recuerdo cuál es —comenta como si tal cosa, mientras se echa el pelo para atrás.
—Gracias, pero no creo que sea necesario. Ahora, si te parece, empezaré por ponerme al día con la agenda, ver qué anotaciones tenía e intentar ordenarlo todo con la mayor rapidez posible.
—Me parece perfecto. Revisa primero, si no te importa, el tema de los eventos. Necesito organizarlos con algo de tiempo por Luca, ya me comprendes. Aunque es mayor, procuro que venga conmigo para que no se quede solo en casa.
—Por supuesto. No te preocupes.
—Vale, pues sigo trabajando. Tengo que hacer una llamada importante.
Dicho eso, se marcha del despacho. Me quedo con la mirada fija en el culo tan perfecto que le hacen los pantalones, hasta que me doy cuenta y me abofeteo mentalmente por desviarme de mi objetivo. Con toda la intención de fingir ser la mejor secretaria posible, me siento con profesionalidad y hojeo la agenda al mismo tiempo que enciendo el ordenador que, tal y como me ha dicho Dante, es de la edad de piedra.
Cierra la puerta al salir, por lo que no veo lo que hace ni escucho la conversación. Tengo que colocar el micro que he traído en su despacho, de esa manera sabré todo lo que se habla allí. Miro a mi alrededor y veo una pequeña cajonera. Meto mi bolso allí, una vez que he sacado el pequeño dispositivo para colocarlo en el despacho de Dante, pero antes él tendrá que salir. Como si hubiera leído mis pensamientos, abre la puerta sin llamar. Lo escondo con rapidez debajo de la mesa.
—Susana, disculpa, salgo a desayunar. No tardaré más de una hora. No sé si te lo han dicho, pero también tienes una pausa. Si quieres, puedes venir conmigo. —Me sobresalto cuando entra, aunque debo estar preparada, ya que estas situaciones serán diarias. No puedo cometer un error y que me pille.
—Gracias, pero prefiero no salir hoy y así me pongo al día.
—Como quieras. Si surge algo importante, me llamas al móvil. Tienes mi número, ¿verdad? —dice mientras señala al aparato. Aunque en el bolsillo de la camisa se vislumbra otro. ¿Tendrá dos teléfonos? ¿Y para qué necesita dos?
—Sí, claro. No te preocupes. Me lo mandaron en el correo.
—Perfecto, no te entretengo más.
Y sale del despacho, dejando la puerta entreabierta. Eso sí que es perfecto, porque cierra la suya y me da la intimidad suficiente para colocar el micro. Me levanto y me voy al suyo. Por suerte, tendré una hora para buscar el lugar adecuado donde dejarlo. Aunque justo ahora, me llama la última persona con la que quiero hablar.
—Dime, Toni. ¿Qué coño quieres ahora?
—Me has llamado hace unos días. He estado liado y no he podido devolverte la llamada. ¿Pasa algo con Laura?
Comienzo a andar por el despacho mientras lo escucho y busco el lugar. Me agacho para ver si puedo esconderlo debajo de la mesa. El dispositivo cuenta con un imán que se adhiere a las superficies metálicas, pero allí todo es de madera y, aunque no entiendo nada de decoración, son los típicos muebles que parecen antiguos y caros. Recuerdo que en mi bolso tengo cinta adhesiva. Es un método algo rudimentario y chapuza, pero, de momento, me tendrá que valer.
—Pasa que es su cumpleaños dentro de un par de semanas. Como sé que te olvidarías, te llamé para recordártelo. Vale que no pases tiempo con ella, pero, al menos, espera una llamada y que la felicites.
Voy a mi despacho, la cojo y regreso con las dos cosas en una mano mientras sostengo el teléfono con la otra.
—Su, sé que es importante para ella. Pero estoy fuera del país. Intentaré buscar un hueco en la agenda. ¿Qué día es?
Esto es más de lo que puedo soportar. ¡Ni tan siquiera se acuerda del cumpleaños de su propia hija! Corto un trozo de cinta y la pego como puedo al aparato sin tapar el micro.
—¡Me da igual que estés fuera del país! ¡Me da igual que te estés follando a tu puta de turno! ¡Incluso me suda que haga once meses que no la veas ni pases con ella un rato! Lo que no pienso consentirte es que ni tan siquiera la llames ese día —grito, aunque no me doy cuenta de ello. Pego el micro debajo de la mesa y recojo un boli que hay tirado—. Así que apúntalo en rojo, en grande, te pones una nota en el calendario, pero espero, por tu bien, que la llames y le envíes un buen regalo. Yo no puedo con todo. Si no lo haces, te las verás conmigo.
Me levanto y miro por el ventanal que hay tras la mesa, agotada de esta conversación. Si saca tiempo para llamarme a mí, ¿por qué no lo hace con su hija? Es un capullo integral. No sé cómo no me di cuenta antes, pese a todas las advertencias de mis amigos y de mi madre.
—¿Me estás amenazando?
—No es una amenaza, solo te advierto. Toni, por tu bien, espero que la llames el día de su cumpleaños. Tu amiguita, esa a la que te follas y que tiene solo tres años más que tu hija, podrá aconsejarte sobre qué regalo le puedes comprar. Otra cosa no, pero tiene gustos caros. Con esto, no tengo nada más que decirte.
Cuelgo la llamada con la rabia y la mala leche contenidas. Tengo ganas de estampar el móvil por la frustración, pero me reprimo porque no tengo cómo pagar otro. Me doy la vuelta y veo a Dante, apoyado en el vano de la puerta, escuchando la conversación con el rostro serio y una mano metida en el bolsillo.
¿Desde cuándo estará ahí? Y lo que es peor, ¿me habrá visto colocar el micro?
Capítulo 5
Me quedo blanca. No sé cómo reaccionar ante el rostro serio del diplomático. Me ha pillado de lleno. Con el bolígrafo que he recogido del suelo en una mano y el móvil en la otra, parezco de nuevo la niñata estúpida en su primer día de instituto a la que mandan al despacho del director. ¡Valiente detective soy! ¿Cómo cometo este tipo de errores? ¡Ni cuando estaba en la academia! Pero claro, en esos días, no tenía ni tantas responsabilidades ni tantas preocupaciones como ahora. Y Toni no era un imbécil integral que me interrumpía en mitad de un operativo.
En realidad, él jamás me llamaba si no era por algo de suma importancia, como que saliera ardiendo la casa o que la niña se pusiera enferma. El apartamento nunca se quemó, y Laura siempre gozó de una salud inmejorable, por lo que sus llamadas fueron más bien escasas.
Durante unos segundos, nos miramos sin decir nada. Debo inventar algo sobre la marcha, pero tengo la mente en blanco. Con esa pose, parece un modelo de revista. Rebusco en mi mente una excusa perfecta para estar en su despacho sin que parezca una ladrona o una detective en busca de pruebas, pero no me viene nada a la cabeza. Intento disimular y aparentar una tranquilidad que no siento en estos momentos.
De repente, como si me hubieran activado con un botón de encendido, salgo de mi estado de ensoñación y rodeo su mesa para encararlo. Lo que menos espero es su reacción. Bueno, en realidad, no reacciona. Se queda en el mismo sitio como una visión, aunque divina, para pasear sus descarados ojos por todo mi cuerpo de forma tan sensual que me hace sentir desnuda. ¿He hecho lo mismo con él? ¿Se habrá sentido de igual forma? Pues claro que sí, qué pregunta más estúpida. Desde que lo conozco, mi vista no se despega de él, por mucho que quiera negarlo.
Hoy me he vestido con el típico uniforme de secretaria eficiente, aunque no de vieja, claro. Pero tampoco es el disfraz de secretaria sexi. Llevo una falda que no es muy corta, aunque realza mis piernas. Y, aunque suene engreído, las tengo fantásticas por el deporte. Los zapatos de tacón alto también ayudan a que parezca más alta. Siempre he sido delgada, pero con curvas, y cuido tanto mi alimentación como el ejercicio, algo imprescindible para la profesión que tenía antes de…
Mejor no pensarlo. Doy un par de pasos bajo su atento escrutinio. ¿O es el mío? No lo tengo muy claro. Por el brillo de sus ojos sé que le gusta lo que ve. Pero no cambia ni un solo músculo.
—¿Qué haces en mi despacho? —pregunta después de unos segundos que parecen eternos. Su mirada sube de las piernas al escote, que deja entrever el botón que se me ha desabrochado con el esfuerzo. Y cambia su gesto adusto por una enorme y preciosa sonrisa que le marca un par de hoyuelos a cada lado.
Respiro para tranquilizarme. Me he visto en peores situaciones, puedo controlarlo, aunque es cierto que, en las otras ocasiones, no tenía ante mí un espécimen de este calibre, sino que, por el contrario, tiraban a la primera etapa de la evolución humana. A pesar de ello, soy una profesional. Puedo con esto. Vuelvo a inspirar hondo y suelto el aire de manera gradual mientras busco una excusa convincente.
—Lo siento. He venido a por un bolígrafo. El mío se ha quedado sin tinta y, como aún no me he habituado, no tengo mi material aquí. No te preocupes, mañana me los traigo. Como me han llamado por teléfono, se me ha caído al suelo. Espero que no te importe.
Con el tiempo, he aprendido que el mejor modo de distracción es crear una cortina de humo. Si hablo casi sin darle tiempo a pensar, al final, se despista. Lo miro en un intento de evaluar la situación, descifrar si ha visto algo, pero no puedo. Solo esa maldita sonrisa arrebatadora y enigmática, imposible de interpretar. Aunque ahora debo hacerlo. Es el mejor momento para conocer al enemigo, acercarme y saber sus puntos fuertes y débiles. Solo de esta manera puedo averiguar algo.
—No te preocupes. Coge lo que necesites —expone después de un breve carraspeo.
Se incorpora con un movimiento demasiado rápido para darme cuenta y se acerca un par de pasos.
—Gracias. Solo necesito… esto —contesto al fin con el boli en alto, como si interpusiera una barrera entre nosotros. ¡Estúpido, lo sé! Pero se acerca demasiado y debo poner algo de distancia.
—¿Ya sabes cuándo es el evento en la escuela de italiano? El de los docentes. Te pedí que lo miraras para planificarlo. —Da un par de pasos más, se para cuando está a mi lado y gira el rostro, tan cerca que puedo aspirar el delicioso olor a café en su aliento, mezclado con el de su fragancia. Mi corazón comienza a palpitar rápido.
—Sí. Estoy organizándolo todo en un calendario al que tendremos acceso ambos, de modo que, cuando haga alguna modificación, lo sabrás sin problemas y te llegará una notificación al correo.
—Bueno, por fin, hemos llegado en esta oficina al siglo XXI.
—Eso parece —replico con una sonrisa. La pobre Rosa tendría suficiente con entender las anotaciones de este hombre y llevar la agenda al día—. Bueno, seguiré con mi trabajo. Creo que ya he tenido demasiado descanso por hoy.
—Susana, si necesitas hablar con alguien, no lo dudes. He escuchado la conversación con el padre de tu hija… Perdón, creo que no me corresponde a mí, o me estoy metiendo donde nadie me llama… —Pasea de un lado a otro del despacho, nervioso, mientras pasa las manos por su cabello largo, despeinado y un tanto rebelde, porque, aunque intenta que se queden en su sitio, los mechones vuelven al mismo lugar.
—Tranquilo, no ocurre nada —contesto tras unos instantes.
Me acerco a él y poso mi mano en la suya en un acto reflejo. Las mariposillas vuelven a hacer de las suyas, junto con un escalofrío que provoca que tiemble y que me recorra el cuerpo por completo para instalarse justo entre mis muslos. Ambos nos quedamos con la mirada fija en el otro, aunque desvió la mía enseguida. Ese hombre, que me pone tan a tono, tendrá una esposa, a pesar de que en el despacho solo hay una foto de él con su hijo Luca.
—Sé por lo que pasas —afirma después de unos minutos—. No hace falta ser un genio para deducir que estás separada o divorciada y que crías a Laura sola, con todo lo que eso conlleva. Además, tiene la misma edad de mi hijo. Son adolescentes, a veces, egoístas, a ratos, rebeldes, y en la mayoría de los casos, creen que saben más que los padres. Una edad muy difícil de sobrellevar y que te hace perder la cabeza. Y si a eso le sumamos que la otra parte no coopera o que parece que le da igual su propio hijo, es normal que te enfades.
—Yo…
No puedo articular más palabras. Se me quedan atragantadas en la garganta.
—También soy padre divorciado, Susana. Por cuestiones que no vienen al caso, me quedé con la custodia de Luca. ¿Sabes cuántos móviles he estampado contra la pared? Cada vez que hablo con su madre, me cargo uno. Así que no tienes nada de lo que justificarte.
—¿Tan difícil es llevarte bien con tu expareja por el beneficio de los críos? —dejo la pregunta en el aire. Me doy la vuelta y me acerco al ventanal, a pesar de que no veo más allá, ni los hermosos jardines ni los árboles que se balancean al ritmo del viento—. No todos son iguales, pero me ha tocado el imbécil y tengo que vivir a diario con eso.
—¿Qué madre se deshace tan alegremente de su hijo? Todas luchan con uñas y dientes para conseguir la custodia. Menos la de Luca, que casi me lo regaló.
Durante un rato, cada uno se queda sumido en sus propios pensamientos, luchando contra sus propios demonios. No parece un mal padre, sino al contrario: aparenta ser uno preocupado. De todas las labores que me ha pedido que haga, la primera es la planificación de un evento para no dejar a su hijo solo. Eso dice mucho de él. Lo miro de reojo y se me instala en el pecho un sentimiento de ternura hacia ese hombre al que apenas conozco. Si también cría a su hijo solo, con un puesto como el suyo, será muy difícil compaginarlo todo. De repente, recuerdo el motivo por el que estoy aquí.
¡Joder! No debo descentrarme, pero, cada vez que lo veo, provoca ese efecto en mí. Carraspeo para volver a la realidad y me giro con la intención de regresar a mi despacho. Tengo que poner distancia entre nosotros. No puedo olvidar que es un delincuente y que me han contratado para demostrarlo.
—Si no te importa, salgo un momento para tomar un café. Ahora sí que me hace falta. —Necesito que me dé el aire y distanciarme de esta conversación.
—Claro, por supuesto. No te preocupes. Tómate el tiempo que quieras. No voy a esclavizarte desde el primer día y que también huyas —bromea, pero no me hace ni pizca de gracia.
Salgo de su despacho, cojo el bolso del mío, corro escaleras abajo como si fuera una ladrona para huir de aquella persona que no sé cómo catalogar y que me corta la respiración cuando está cerca de mí. Paso de nuevo los controles de seguridad casi temblando para salir al frescor de la libertad. Saco el móvil del bolso y hago una llamada.
—Dime —contesta al tercer tono.
—Estoy jodida. Necesito que vengas. Te mando mi ubicación.
—De acuerdo. No te preocupes, voy hacia allí.
Miro a mi alrededor, en la calle Agustín de Betancourt, y corro por la acera, giro a la derecha en busca de algún lugar donde pueda tomar algo para tranquilizar mis nervios. Continuo a grandes zancadas, tanto como me permiten estos zapatos de tacón alto que me ha dado por ponerme hoy, y mi pierna, que le da por fastidiarme de nuevo. Cuando paso por varios locales, encuentro una cafetería. Italiana. No me importa. Entro, me siento en el lugar más apartado y, desde ahí, envío mi ubicación. Masajeo la pierna para calmar los calambres.
Necesito hablar con alguien o me volveré loca. Ese hombre me atrae más de lo que estoy dispuesta a confesar. Aunque, por mucho que me guste, debo mantener la mente fría. Es un delincuente, por muy dulce que parezca cuando habla sobre su hijo
Por ese mismo motivo me urge hablar con alguien que me centre. Si lo hago con Raquel o con Sonia, seguro que me dicen que me lo tire primero y que lo detenga después. Están locas y por eso las quiero. Lo último que quiero escuchar son las palabras «Dante» y «follar» en la misma oración.
Cuando lo veo entrar a toda prisa en la cafetería, sé que he elegido a la persona correcta para que saque de un plumazo todas las tonterías de mi cabeza.
Capítulo 6
Javi se acerca casi al trote hasta la mesa del fondo. Mi rubiales es un hombre realmente atractivo, que provoca que el cuello de las féminas se gire a su paso. Pertenece al grupo de los GEO y, durante una época, también fue mi jefe. Nos conocimos cuando ambos estuvimos en la academia y formamos, junto a Sonia y Raquel, un grupo inseparable. Ellas escogieron otra especialidad, aunque nuestra amistad perduró en el tiempo. También coincidimos en la investigación de varios casos.
Cuando llega, se sienta de esa manera tan despreocupada que lo hace parecer muy sexi, se despoja de la chaqueta que deja sobre la silla de su lado.
—Cuéntame, ¿qué es eso tan urgente? ¿Ha pasado algo? Estaba preocupado. Le pedí a Hernández que me acercara para no tener ni que aparcar y tardar lo menos posible. ¿Qué haces en esta zona? ¿Tienes otro cliente? —pregunta de carrerilla, casi sin respirar.
—Sí, pero no es lo mismo de siempre —replico. Sopeso mis palabras ante el escrutinio de su mirada—. Lo primero, déjame contártelo todo desde el principio, ¿de acuerdo? —Hago una pausa para dejar que asimile mis palabras. Asiente y continúo—: Ayer recibí una llamada de teléfono. ¿Recuerdas la señora para la que investigué a su marido el mes pasado?
—¿La que pertenece a un partido político y tiene buenos contactos?
—Exacto. Pues, al parecer, sus contactos traspasan las fronteras y me recomendó, a través del amigo de un amigo, a alguien que necesita que investiguen un caso de tráfico de influencias y que recopile los datos suficientes para acusarlo formalmente.
—¿Estás segura de eso? Susana, me parece raro que contacten con un detective privado para este tipo de asuntos. Ya sabes que esos casos suele llevarlos Asuntos Internos.
—Se trata de un diplomático que trabaja en la cancillería italiana —obvio sus palabras. Siempre es muy sobreprotector conmigo y eso me saca de quicio.
—Pues más a mi favor. ¿Quién es la persona que contactó contigo? Dame los datos para que lo investigue. No te preocupes, lo haré sin que nadie se dé cuenta de lo que pasa —exige a la vez que se pasa las manos por el pelo, un tic que repite cada vez que se estresa o se pone nervioso.
—Como comprenderás, no sería muy ético que te los diera, ya sabes, por el tema de la confidencialidad. No te he llamado por eso, Javi. —Su preocupación me enternece. Es muy buen amigo y, desde el accidente, se muestra más preocupado que de costumbre.
—¿Entonces? —pregunta perplejo.
El camarero llega para tomarnos nota, interrumpiendo de esa manera la conversación. Hacemos el pedido y nos callamos hasta que se marcha de nuevo.
—Debo hacerme pasar por su secretaria para estar más cerca de él y recabar datos. Hacer grabaciones de sus conversaciones, tanto dentro como fuera del despacho. Por eso lo de infiltrarme. Intentar fotografiar el momento en el que cometa el delito y pasarles toda la información.
—Sabes que eso no lo podrán utilizar contra él. Aquí hay algo que me huele a gato encerrado, Susana. No creo que debas meterte en este berenjenal. Además, es un asunto turbio que puede ponerte en peligro. Dejaste el cuerpo precisamente por eso. ¿Qué pasa con la promesa que le hiciste a tu hija?
—Javi, agradezco tus consejos, pero no te he llamado para eso. Tengo presente esa promesa cada minuto de mi vida. Pero, como sabes, también tengo deudas y no llego a todo. Me van a pagar muy bien —y digo esto último casi en un tono lastimero.
—Si le pidieras la manutención a tu ex…
—Eres mi amigo. Sabes que no estoy dispuesta a eso.
Cojo su mano por encima de la mesa y le doy un breve apretón. Entiendo que esté preocupado por mí, por mi seguridad, pero, ahora, lo que necesito es un amigo, no el consejo de alguien tan protector.
Siempre he sabido que Javi siente por mí algo más que amistad, pero en aquella época estaba casada. Aunque es un hombre íntegro, muy atractivo e inteligente, el sentimiento no es recíproco. Lo quiero mucho, pero como amigo. Y decirle eso a otra persona supone herirla. Es lo último que deseo hacer. Javi es como un hermano para mí. Ha estado a mi lado desde que éramos unos críos y entramos en la academia.
—Cuéntame qué es lo que te corroe —claudica, al fin. Se echa hacia atrás en la silla con esa postura despreocupada tan suya y sonríe por primera vez desde que ha llegado.
—¿Recuerdas que el otro día fui al centro comercial con Laura? Después de hacer las compras quiso cenar en el Burger King. Cuando terminamos y estábamos a punto de regresar a casa, se encontró con un compañero del instituto. Tuvieron una especie de rifirrafe. Cuando fui a llevármela, para que no se metiera en más problemas, apareció el padre del chico, un hombre espectacular, en el que ya me había fijado porque comieron a nuestro lado… La cuestión es que se presentó solo como el padre y nos marchamos.
Hago una pausa cuando el camarero regresa con los cafés que hemos pedido. Los deja en la mesa, junto con el platito de la cuenta, y se marcha. Cojo el sobre del azucarillo y lo echo en mi café. Javi sonríe.

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