Los besos que no te di de Mabel Díaz pdf
Los besos que no te di: Amarte a escondidas 3 de Mabel Díaz pdf descargar gratis leer online
Naia no ha olvidado el daño que le hizo Asier en el pasado. Por eso, al reencontrarse con él años más tarde en una boda, traza un plan para obtener su pequeña venganza. Pero no cuenta con lo que el joven le hará sentir al volver a verlo. El deseo y la atracción aún siguen latentes.
Él hará que caiga en la tentación con solo un beso.
Ella se avergonzará por haberse fallado a sí misma y, sabiendo que cuando está cerca de Asier es vulnerable, pondrá tierra de por medio para alejarse del chico.
Sin embargo, él no dejará que se salga con la suya tan fácilmente.
Dicen que el primer amor nunca se olvida.
También dicen que los amores reñidos son los más queridos. ¿O no?
[accordions]
[accordion title=»leer online»]Capítulo 1 —Naia coge a tu hermano y llévatelo fuera. Me va a pisotear todo el vestido y ahora que Sergio se ha salido con la suya y he accedido a casarme con él tendré que estar perfecta, ¿no crees? Bea estaba en casa terminando de arreglarse para asistir a su propia boda mientras el pequeño Izan, de dos años de edad, correteaba alrededor de su madre levantándole el traje de novia para meterse debajo como si estuviera escondiéndose en una cueva. Los dos salieron de la habitación y Naia suspiró. Estaba nerviosa porque sabía que Asier asistiría con su familia al enlace de Sergio y su madre. No deseaba verle después de cómo se había comportado el muy capullo. Pero era del todo comprensible teniendo en cuenta que eran dos adolescentes cuando se enamoraron aquel verano en Gandía y como bien le había dicho su madre una vez «todos los amores de verano se acaban con él». Se habían conocido porque los padres del chico eran primos de Sergio y veraneaban en la misma playa que su familia y ella. Sacudió la cabeza para alejar estos pensamientos. Aquello sucedió hacía cinco años. Desde entonces había evitado verle cuando habían coincidido Sergio y su madre con la familia de Asier. Pero hoy no. Hoy era la boda de Bea y ella no podía faltar. No tenía ninguna excusa para no estar en el enlace de su madre y el que se había convertido en un padre para ella. ··· La hacienda elegida era un precioso complejo rodeado de naturaleza a las afueras de Madrid que poseía lujosos salones donde se celebraban todo tipo de eventos, idílicos jardines con fuentes, pequeñas lagunas y puentes, que hacían del entorno el marco ideal para conmemorar semejante acto de amor. Naia llegó con su hermanito, su tía y su abuela. Aparcó el coche y todas se bajaron de él. Se acercó a saludar a Sergio, que se retorcía las manos nervioso. Sari, la madrina, hablaba a pocos metros con su marido Álvaro y unos familiares. —Estás guapísimo. —lo piropeó. —Tú estás fantástica. La cogió de una mano y la hizo girar para verla entera. Naia llevaba un vestido corto muy vaporoso, en color rosa palo que contrastaba con el bronceado adquirido en la playa y que aún no había abandonado su piel. Era liso, con tirantes llenos de plumas del mismo tono que el traje y un cinturón de seda de un color un poco más fuerte que el resto del vestido. Lo más espectacular era la parte de atrás, que dejaba toda la espalda al aire, lo que lo hacía muy sugerente. —¡Wow! ¡Me he quedado corto con eso de que estás fantástica! Estás… Estás… Deslumbrante y magnífica… —exclamó Sergio asombrado. Naia se había convertido en una jovencita de dieciocho años muy hermosa como vaticinó al conocerla. ··· Asier había visto a Naia hacía rato pero no había podido acercarse a ella porque llevaba todo el tiempo petrificado en el mismo sitio. Su cerebro daba instrucciones a sus piernas para que se pusieran en marcha y anduviesen hasta ella. Sin embargo, estas no obedecían. Estaba magnífica, deslumbrante, espectacular… Pero todos los adjetivos y sinónimos para referirse a su belleza se quedaban cortos. En su preciosa cara había unos labios carnosos que no dejaban de sonreír a todos los invitados y de sus ojos marrones salían chispas de felicidad por el día que estaba viviendo. Las curvas de su cuerpo le hacían enloquecer, sobre todo las delanteras y las traseras. Recordó aquel verano cuando la conoció, los momentos divertidos, tiernos y románticos; el sabor de sus besos, la calidez de su cuerpo adolescente desarrollándose; su risa y esa forma de mirarlo que lo hacían sentir único y especial, como si no existiera otro chico en el mundo más que él. Fue a ella a quien le dio su primer beso. Al hacerlo, sintió como si miles de fuegos artificiales estallaran en su interior. Desde entonces, no había vuelto a sentir nada igual. Cuando se dio cuenta de que había metido la pata hasta el fondo —es decir, cuando Amagoia rompió con él alegando que era un crío inmaduro después de dos años y medio de relación, en los que había cambiado la playa de Gandía por la de Getxo— ya era demasiado tarde para recuperar a Naia. Asier podía haber ido a buscarla ya que sabía dónde vivía en Madrid. Sin embargo, no lo hizo por cobardía. Y por vergüenza tampoco le mandó el wasap que llevaba archivado en borradores desde el pleistoceno. Pero ahora, ya no había escapatoria. La tenía allí, en el enlace de su primo y la madre de ella. ¿Qué le diría? ¿Cómo empezaría la conversación después de tantos años? Observaba a Naia revolotear entre los invitados como una mariposa que va de flor en flor, saludando a unos y a otros, recibiendo muchos halagos por su vestido y decidió que ya le tocaría el turno a él. Se acercaba cada vez más a su sitio, donde estaba con sus padres, otros tíos y primos. El pulso se le aceleró ante la perspectiva de tenerla cerca y el corazón bombeó con tanta fuerza que creyó que le rompería la caja torácica. De repente, Naia cambió de rumbo y se marchó hacia la otra esquina. Algo sucedía. La novia había llegado. Capítulo 2 Fue una ceremonia muy emotiva, plagada de sonrisas cómplices y miradas con las que se profesaban amor eterno. Naia tuvo que leer un poema sobre el amor de una autora canadiense de quien nadie había oído hablar. Se emocionó al verse rodeada de tanta gente, siendo ella el centro de atención por unos minutos en lugar de los novios, y soltó alguna lagrimilla. Sin embargo, logró controlarse y que aquello no se convirtiera en un llanto sin fin. Un par de veces, al levantar la vista del atril donde se había ubicado para tal menester, su mirada coincidió con la de Asier, sentado en la tercera fila. Con su metro noventa destacaba, lo que hacía imposible no verle. Su amplio torso, los fuertes brazos y su atractiva cara; junto con el pelo rizado, corto y moreno, hacían de él un ejemplar masculino digno de admirar. Era un chaval de veinte años con muy buen porte, aunque parecía tres o cuatro años mayor debido a la cuidada barba que llevaba. Naia estaba segura de que era de esos hombres que hacían volver la cabeza al cruzártelo por la calle tuvieses la edad que tuvieses: adolescente, joven o mujer madura. Lo había visto nada más entrar en el jardín de la hacienda, pero se hizo la loca y lo evitó todo lo que pudo. Y él no se acercó a ella, gracias a Dios. Terminó de leer el poema y todos los asistentes aplaudieron. Llegó el turno de felicitar a los novios y del cáterin. Mientras bebían, comían y charlaban, Asier se armó de valor y fue al encuentro de Naia. Ella supo que era él en cuanto le colocó la fuerte mano en la espalda desnuda y sintió todo el calor que emanaba de aquella palma. Las rodillas se le convirtieron en gelatina y un escalofrío de placer la recorrió entera. Inspiró antes de girarse para alzar la cabeza y mirarlo a los ojos. —Hola, Asier —dijo con toda la tranquilidad que pudo, que era poca pues tenía mil mariposas revoloteando por todo su cuerpo. Lepidópteros que pensaba matar a cañonazos en cuanto él se marchase. El joven iba vestido de manera informal pero arreglado. Se había puesto para la ocasión un pantalón vaquero oscuro, una camisa del mismo tono, con las mangas subidas hasta los codos y los dos primeros botones desabrochados, dejando ver el inicio de sus musculados pectorales. Completaban el atuendo un cinturón marrón a juego con los zapatos y la correa del reloj. —Hola, Naia. Ha pasado mucho tiempo. Estás deslumbrante. —comentó envolviéndola en un abrazo para sentirla más cerca de él. Naia se quedó por un momento sorprendida. Había esperado que la saludase con dos besos en las mejillas como hacía todo el mundo, pero ¿que la abrazase? No. Eso sí que no. Cobijada por su cálido cuerpo se sintió desfallecer. Le había dicho que estaba deslumbrante. ¡Sí! Precisamente era eso lo que pretendía cuando compró el vestido para la boda. Deslumbrarlo. Cegarlo. Y hacer que se arrepintiera por haber cortado con ella hacía cinco años. Pero no contaba con lo que provocaría en ella su cercanía. Debía ser fuerte o volvería a ser la adolescente de trece años que se enamoró de Asier y entonces sería ella la deslumbrada. Con orgullo, se distanció del joven y lo miró a esos ojos oscuros con los que había soñado muchas noches. —Gracias. Tú también estás guapo. Mira —Se giró hacia sus dos amigas que contemplaban la escena, alucinadas, babeando por ese chico atractivo que había acaparado a Naia por completo—: Te presento a mis amigas. Esta es Carol y esta es Andrea. Son mis mejores amigas. —¿Así que este es «tu Asier»? —le preguntó Carol a Naia bajo la atenta mirada del chico. —No. No es «mi Asier». Es Asier a secas. —masculló ella pensando en la manera más rápida de matar a su amiga. —Pues siempre te has referido a él como tal. —comentó Andrea. Asier las miraba con una ceja arqueada y una sonrisa divertida en los labios. «Así que les ha hablado de mí a sus amigas. Entonces no me ha olvidado.» —Si nos disculpáis un momento —intervino agarrándola de un brazo para llevársela—, necesito hablar con «mi Naia». Hace años que no nos vemos y tenemos que ponernos al día. Y se la llevó sin más, demostrando así una seguridad que estaba lejos de sentir. No esperó a que las otras chicas se despidieran de ella. La quería para él solo y no pensaba compartir su tiempo con ninguna otra persona. Salieron del soportal donde se celebraba el cáterin. Ella miró cómo su mano abarcaba por completo su delgado brazo. Quemaba. ¡Cuánto quemaba! Pero esa quemazón calentó la sangre de Naia en décimas de segundo. El joven interpretó mal esa mirada y retiró la mano. Se la guardó en el bolsillo del pantalón en un intento de no tocar la fina y suave piel de ella. Caminaron en silencio unos minutos hasta que él comenzó con sus preguntas. Quería saberlo todo de ella. —Me ha dicho Sergio que estás estudiando en una universidad de Estados Unidos. —Sí. Así es. —¿Qué carrera estudias? —le preguntó a pesar de que ya lo sabía. Su primo le había informado de todo lo que tenía que ver con ella porque conocía su interés en retomar la antigua amistad. —Publicidad y Marketing. —Yo también estudio eso. —Qué bien. —murmuró ella como si le importara. El caso era que sí, le interesaba todo de él. Aunque le doliera reconocerlo. —¿Por qué te has ido al extranjero para estudiar esa carrera si también la puedes hacer aquí en Madrid? —Me apetecía cambiar de aires —respondió con vaguedad—. Ya sabes, conocer mundo y todo eso. —Pues al parecer lo estás haciendo porque me ha dicho Sergio que algunos veranos has estado de intercambio en Reino Unido y por eso no has ido a Gandía. Y que en julio y en agosto has estado en Marbella trabajando en un restaurante pijo. —¡Vaya, qué bien informado te ha tenido! Deberé hablar con tu primo muy seriamente para que deje de hacer de portera. —¿Te molesta que haya preguntado por ti? —quiso saber agarrándola del brazo otra vez. Ella cerró los ojos y gimió por dentro. ¿Por qué su contacto le hacía estremecerse de placer? ¿Por qué sentía unas ganas inmensas de arrancarle la ropa y tirárselo allí mismo? —No, en absoluto —negó y abrió los ojos de nuevo, volviendo a mirarlo. —Bueno, cuéntame entonces. —No hay nada más que contar. Ya lo sabes todo. Naia se mostraba reacia a hablar. Tendría que sacarle las palabras con sacacorchos. Su aroma a vainilla llegaba hasta él y lo hacía salivar. Deseaba hincarle el diente como si fuera una fruta prohibida. —No lo sé todo, solo una parte. Ahora deseo conocer tu versión. ¿Cómo es vivir en San Francisco? ¿Y estudiar en una universidad americana? ¿Te está costando adaptarte o ya lo has hecho del todo? Naia respiró profundamente. Notaba toda la atención del joven puesta en ella y eso le estaba gustando demasiado. Le hacía tener sentimientos hacia él que no debería. Más que nada para no volver a sufrir. Ya le había demostrado una vez lo voluble que eran sus sentimientos al cambiarla por otra en pocos días y tenía la lección bien aprendida. —Todavía estoy adaptándome a la ciudad, a la gente, al clima. Solo hace un mes y medio que estoy viviendo allí así que no te puedo contar mucho. ¡Ah, bueno, sí! Que tiene muchas cuestas. —soltó una carcajada que alegró de nuevo el semblante serio del joven. Él, la acompañó en su risa y continuaron paseando mientras Naia le hablaba de lo poco que había visto haciendo turismo en la ciudad. El Golden Gate, los tranvías, la neblina que cubría la urbe y que, según decían los habitantes de aquella parte del norte de California, duraba todo el año. Las coloridas casas victorianas, la bahía de San Francisco… Continuaron charlando un rato más hasta que ella se dio cuenta de que se habían alejado demasiado. —Deberíamos volver. Los novios deben haber acabado hace tiempo de hacerse fotos en los jardines y seguro que estarán a punto de entrar en el comedor. Si Asier le hacía algo nadie la oiría gritar. O si ella le hacía algo a él como…no sabía qué… bueno, sí, sí que lo sabía. De un salto se subiría a él y lo besaría. Eso para empezar. Con Asier se sentía segura, caliente y deseosa de cumplir sus fantasías más obscenas. Era él quien no estaba seguro y protegido con ella. Era como tener un cervatillo al lado y ser la loba que se lo iba a zampar. Sacudió la cabeza para ahuyentar esos pensamientos que la hacían enloquecer de deseo y quiso escapar de allí con la mayor rapidez posible. —Además, he dejado solas a mis amigas. —Bien. Regresemos. Otra vez le puso la maldita mano en la espalda desnuda y ella comenzó a temblar como una hoja. —¿Tienes frío? —indagó el chico al sentir el estremecimiento. «No, pero te voy a cortar la mano y me la voy a quedar de recuerdo.» —Sí —contestó con una sonrisa—. Así que vamos rápido o cogeré un resfriado. —¿No te has traído nada por si esta noche refresca? —Tenía la intención de liarme con alguno y que me calentase él. —soltó sin pensar. En cuanto lo dijo, se arrepintió. —Yo… Perdona… No quería dec… No pudo hablar más porque Asier le alzó la cara y fusionó sus labios con los de ella. La abrazó como si quisiera meterse dentro de su cuerpo y la levantó para apoyarla contra un árbol. Para proteger la espalda desnuda colocó los brazos en cruz, haciendo de parapeto entre su piel y la madera. Ella lo cogió por la nuca para sujetarse mientras no dejaba de devorar su boca. Había añorado tanto sus besos, sus abrazos, sus caricias, la calidez de su torso… Un gemido salió de su garganta para ir a encontrarse con la de Asier y bajar por todo su cuerpo hasta sus genitales, que reclamaron atención. —Ya me tienes a mí —susurró—. No debes buscar a nadie más. Sin tiempo a pensar —O sin querer pensar realmente en lo que hacían—, él bajó una mano hasta la zona íntima de ella y la descubrió empapada. Naia sintió cómo toda la sangre de su ser se le agolpaba en el sexo y le pedía más. Notaba el corazón palpitando en esa zona. A pesar de que la temperatura no era demasiado cálida a esas alturas del mes de octubre ellos estaban ardiendo. El joven se desabrochó el botón y se bajó la cremallera de los pantalones. Sacó fuera su pene, que saltó contento porque sabía lo que iba a suceder. Acto seguido retiró a un lado el tanga que Naia llevaba y se insertó de una certera vez en su cuerpo, sin importarle que estuvieran a plena luz del día y en un lugar donde cualquiera los podía sorprender. El dolor atravesó a Naia como si la hubieran cortado con mil cuchillos. Se despegó de sus labios y gritó. Asier se detuvo, todavía en su interior. —¿Eres virgen? —quiso saber. La voz le tembló por el miedo, por la preocupación y por la sorpresa. Miedo y preocupación por haberla lastimado. Sorpresa porque creyó que a esas alturas ya habría dejado de ser virgen. Con lo hermosa que era y habiendo estado con dos o tres chicos —Sergio le había puesto al tanto de sus novios y su larga lista de espera de pretendientes— dudaba que así fuera. Pero al parecer se había equivocado. Capítulo 3 Naia no pudo contestar a la pregunta. Gruesas lágrimas salían de sus ojos cerrados. Estaba avergonzada porque él lo había descubierto. Dolorida por el acto físico que había roto su himen. Pero contenta porque se había cumplido su sueño: su primera vez con su primer amor. Aunque no había sido con exactitud cómo lo había soñado. —Lo siento. No sabía que… No creí que… —se disculpó Asier. Pero no se movió del sitio ni hizo amago de salir de su interior. Se estaba tan calentito y se sentía tan bien sabiéndose unido a ella… —No pasa nada. Tranquilo —jadeó Naia dejando salir todo el aire de sus pulmones y dando una bocanada para llenarlos de nuevo. ¡Joder! ¡Cómo dolía! Cuando sus amigas le contaron sus experiencias al perder la virginidad pensó que estaban exagerando. Ahora se daba cuenta de que no era así. —Perdóname, Naia. Por nada del mundo desearía haberlo hecho. El dolor se iba atenuando poco a poco. Lo sustituyó la rabia. —¿Qué es lo que no desearías haber hecho? ¿Tener sexo conmigo o quitarme la virginidad? Asier se quedó tan descolocado por la pregunta que no supo que responder. —¿Por qué te enfadas? —le preguntó pasados unos segundos. —Apártate. Sal de mí —exigió ella. —Escucha —reaccionó, comprendiéndolo todo. Apoyó su frente en la de ella y le habló con paciencia para calmar a la fiera que Naia llevaba dentro—: Me ha sorprendido que seas virgen, pero que tu primera vez haya sido conmigo me llena de orgullo y… —¿Me llena de orgullo y satisfacción? ¡Por favor! Pareces el rey emérito dando el discurso de Nochebuena a los españoles. —pronunció todavía cabreada. Él sonrió por la comparación. Aun estando enfadada, era muy graciosa. —¿De qué te ríes? ¿A qué te doy un puñetazo? —Eres muy divertida. —¿Ah, sí? Asier asintió con una sonrisa pícara dibujada en su atractivo rostro. —Y estás muy buena. Ella levantó una ceja por el piropo. —Y me alegro de estar aquí follando contigo, pero lamento haberte hecho daño. Si hubiera sabido que eras virgen habría sido más cuidadoso. —Si hubieras sabido que era virgen no lo habrías hecho conmigo. Te habrías buscado a otra. —¿Por qué? A mí quien me gusta eres tú. Te has convertido en una piba muy pero que muy buenorra. ¿Te duele todavía? —No. El dolor ha ido desapareciendo poco a poco mientras hablábamos. Siento una ligera molestia. Nada más —respondió contenta. El enfado se había evaporado por completo con sus piropos. —¿Seguimos donde lo hemos dejado? —le pidió permiso para moverse. Ella asintió y él comenzó a entrar y salir de nuevo, pero esta vez con mucho cuidado para no dañarla. Asier bajó una mano y buscó su clítoris. Empezó a juguetear con él para sacarlo de su escondite. Los dedos del chico estaban haciendo magia en el cuerpo de Naia. —No te has puesto condón —le advirtió ella. —Tranquila. Estoy sano y te prometo que saldré antes de correrme. Los gemidos de la joven le confesaron que estaba a punto de tener un orgasmo y entonces frotó con más ahínco el nudo de nervios. Aumentó el ritmo de sus embestidas. Él también se iba a liberar. —Me encantan las plumas del vestido. —Son para volar. —Pues vuela, pero conmigo. Se deshicieron uno en los brazos del otro con un grito de placer y exhaustos se abrazaron. Naia había cumplido la promesa que le hizo siendo niña a su madre. Hasta los dieciocho años no tendría sexo y lo haría con alguien de quien estuviera enamorada. En todos esos años nunca dejó de querer a Asier, por eso los novios le duraban tan poco y era tan selectiva con los chicos. A todos los comparaba con él. Pero ella se marchaba a San Francisco dentro de dos días. ¿Qué iban a hacer entonces? En ese momento se dio cuenta de que Asier no había salido de ella al llegar al orgasmo, por lo que se asustó. ¿Y si la había dejado embarazada? ¿Aunque no decían sus amigas que era imposible que la primera vez te quedases encinta? Sin embargo, ella pensaba que esto era un bulo y que perfectamente podía ser así. Comenzó a rezar mientras recuperaba el aliento con los brazos de Asier sujetándola aún contra el árbol. —¿Qué estás murmurando? —preguntó él tratando de que el aire le llegase a los pulmones. —No te has salido. ¿Y si me dejas embarazada? —contestó empujándolo para que la soltase. Con cuidado Asier salió de su interior y la bajó al suelo. —Hostia… —susurró al darse cuenta de lo que significaba lo que Naia acababa de decir. Ella se atusó el vestido y lo miró muy seria. Sus ojos denotaban lo cabreada que estaba y también el miedo que sentía. —No puedo tener un bebé ahora. Sólo tengo dieciocho años. Soy demasiado joven. Y, además, en dos días me voy a San Francisco. —No creo que te hayas quedado embarazada. Era tu primera vez. —alegó Asier con el susto aún en el cuerpo al tiempo que se guardaba el miembro. Se subió la cremallera y se abrochó el botón del vaquero oscuro. —¡Ja! El mundo está lleno de hijos de la primera vez. —Naia, por favor… —le pidió intentando apaciguarla porque la veía alterada. —Ni por favor ni leches. —Lo siento. No he sabido controlarme y me he corrido dentro de ti, pero te prometo que, si te dejo embarazada me ocuparé del bebé. No te voy a dejar en la estacada. La cogió de la mano al tiempo que le decía esto, pero ella se soltó de mal humor. —No puedo confiar en tus promesas. ¿No ves lo que acaba de ocurrir? Me dijiste que saldrías a tiempo y no lo has hecho. Además, tampoco quiero obligarte a estar conmigo. Y en cuanto al bebé, soy yo la que decido. ¿Te enteras? Dicho esto, dio media vuelta y echó a correr todo lo rápido que le permitieron los tacones que llevaba, dejando allí a Asier pensativo. No podía creerse que el destino fuera así de puñetero. No podía serlo. No, ahora que la había recuperado. Porque lo que acababa de suceder entre ellos, ¿podría verse cómo una especie de reconciliación? ¿O cómo el inicio de una relación? Tendría que ser a distancia, sí, pero estaba dispuesto a intentarlo y esperarla. Reaccionó y echó a correr tras ella, alcanzándola a los pocos metros. Tomó de nuevo su brazo y, al girarla para que quedase de cara a él, no esperaba el tortazo que Naia le arreó. Estaba seguro de que le habría dejado marcada la mejilla, con todos sus dedos tatuados allí. Menos mal que con la barba se vería poco. El impacto le hizo volver la cara, pero no soltó a su presa. —Naia… —masculló entre dientes, mitad enfadado, mitad dolido. Su orgullo herido le dolía mil veces más que la hostia que se acababa de llevar. —¡Suéltame! —le ordenó ella, gritando y llorando al mismo tiempo. —No. Tenemos que hablar. No te preocupes. Voy a estar a tu lado. —¡¿Cómo que vas a estar a mi lado?! ¡Ahora mismo me voy a buscar una farmacia de guardia para comprar la píldora del día después! —le anunció forcejeando con él para soltarse de su agarre. —Bien. Pues te acompaño —afirmó con rotundidad. —¿Qué? ¿Pero es que no puedes dejarme en paz? ¿Por qué no me dejas tranquila? —volvió a gritarle. —No llores, por favor. —¡Haré lo que me dé la gana! —le chilló de nuevo— ¡Y suéltame de una puta vez o me pondré a gritar! —Ya estás gritando. —sonrió él tan tranquilo. Pero en el fondo no estaba nada calmado. Le ardía la cara por el guantazo que ella le había dado y ese enfrentamiento con Naia no le estaba gustando nada de nada. —¿De qué te ríes, gilipollas? ¿A qué te doy un puñetazo y te borro esa sonrisa de la cara? —Te recuerdo que acabas de darme una hostia y, aun así aquí sigo, sonriéndote. —Eso es porque eres idiota. —No me insultes, por favor. —Tonto del culo. —¿Sabes? Conozco una forma muy buena para que estés calladita y dejes de insultarme. —¿Ah, sí? ¿Cuál? —indagó con chulería. Puso una mano en su cadera. El otro brazo seguía retenido por la gran mano de Asier. —Darte todos los besos que no te di en el pasado. Sin hablar más, se aproximó a ella hasta que sus torsos se tocaron y atrapó los labios femeninos en un beso que dejó a Naia sin aliento. La chica gimió al notar el calor de su boca devorándola entera y se derritió contra él. Asier aprovechó para rodear el delicado cuerpo con los brazos y alzarla un poco para poder besarla mejor. Las puntas de sus pies apenas rozaban el suelo. Ella se dejó hacer, siendo domada por el joven. Se perdieron en ese beso apasionado hasta que Naia se dio cuenta de lo que estaban haciendo y se despegó de él respirando con agitación. —Si me vuelves a besar, haré que te tragues todos los dientes. Metió los brazos entre sus cuerpos e hizo fuerza para desprenderse de aquel cálido torso que la quemaba. —Déjame en paz de una vez. —Pero Naia… —Te lo advierto, Asier. No me sigas. Déjame tranquila. Se dio la vuelta jadeando y emprendió el camino que la había llevado hasta allí. Notaba los labios hinchados por los besos del que fue su primer amor y rezó para que nadie más se diera cuenta. Asier la dejó marchar por el momento. Ya tendría otra oportunidad durante la boda de acercarse a ella. Intentó calmar los acelerados latidos de su corazón y cuando lo consiguió, echó a andar por el mismo sendero que se había ido ella. Capítulo 4 Naia consiguió llegar al cuarto de baño sin ser vista por ningún invitado. Por suerte estaba vacío, algo raro en una boda. Aprovechó para mirarse en el espejo con las manos apoyadas en el lavabo. Menos mal que el maquillaje era waterproof y no se le había corrido nada. Se atusó el pelo y se arregló como pudo el vestido arrugado por haber estado anclada a las caderas de Asier mientras… Cerró los ojos. ¿De verdad lo habían hecho? ¿De verdad habían follado como dos salvajes contra un árbol? «Estás pirada, amiga.», le dijo su conciencia. Abrió de nuevo los ojos y centró la mirada en el espejo, en concreto en sus labios. Sí que los tenía hinchados por los besos de Asier como se temió en un primer momento. Además, su piel tenía leves rozaduras por culpa de la barba masculina. Miró a su alrededor buscando… Buscando su bolsito de mano para pintarse de nuevo los labios cuando recordó que lo había puesto sobre una mesita mientras hablaba con sus amigas y lo dejó allí al verse arrastrada por Asier. ¡Maldito hombre! Cuando estuvo lista salió del cuarto de baño dispuesta a regresar con los invitados y con sus amigas. Se topó con el joven y puso mala cara. Trató de esquivarlo, pero él la detuvo agarrándola del brazo. —¿Estás bien? —¿Qué parte de «No me sigas y déjame en paz» es la que no has entendido? —soltó aún cabreada. —Lo he entendido todo. Pero eso no significa que te vaya a hacer caso o que deje de preocuparme por ti. —Pues no deberías hacerlo. Así que si me devuelves el brazo podré continuar mi camino. —dijo ella y miró la caliente mano que abarcaba su extremidad. Seguro que sus dedos terminaban fundiéndose en su carne y sería un perpetuo recuerdo de su encuentro con él. —¿Pero estás bien? —Sí —contestó cansada ya de tanta insistencia. —¿Seguro? —Seguro. —Ella puso los ojos en blanco. —Siento haber sido tan bruto, pero si hubiera sabido que era tu primera vez… —¡Qué cansino eres, por Dios! Ya te he perdonado. Deja de rallarte con eso. Tiró de su brazo para soltarse y continuó su camino. Comprobó que todos los invitados estaban ya dentro del comedor y maldijo otra vez al muchacho por hacerla llegar tarde. Recogió su bolso de donde lo había dejado y accedió al interior. Oteó hasta que localizó a sus amigas sentadas a una mesa redonda y hacia allí encaminó sus pasos. —¿Dónde te habías metido? Porque con quién ya lo sabemos —comentó Carol dándole un codazo cómplice a Andrea. —¿Qué habéis estado haciendo para tardar tanto en volver? —indagó su otra amiga. Naia se sentó y puso cara de incomodidad ante las preguntas de las chicas. Cogió una copa llena de champán y se la bebió de un trago. Las burbujas le hicieron cosquillas en la nariz. Las jóvenes la miraron con los ojos como platos por lo que acababa de hacer. Menos mal que en la mesa solo estaban ellas en ese momento. Pero aún tenía que llenarse porque era una mesa preparada para ocho personas. —Tía, ¿qué van a estar haciendo? Pues ponerse al día. ¿No ves que lleva todo el vestido arrugado? —señaló Carol mientras sonreía divertida. —Sí, lo veo. Además, por los roces que trae en la cara y los labios hinchados os habéis puesto al día a base de bien. Teníais que contaros muchas cosas, claro está —insinuó Andrea antes de reírse. —Basta ya. No me cabreéis. —dijo Naia entre dientes y las fulminó con la mirada. —Chicas no hagáis enfadar a «mi Naia», por favor. —demandó una voz a su lado. Las tres jóvenes miraron hacia allí y descubrieron a Asier sentándose con ellas a la mesa. —¿Qué haces aquí otra vez? Deja de perseguirme ya. —le exigió Naia en un murmullo. —No te estoy persiguiendo. Esta es mi mesa. —¿Cómo? La joven se quedó alucinada. Había entrado con tanta premura al salón buscando a sus amigas que no miró en qué mesa estaba sentada ni quien las acompañaría. Cuando ayudó a hacer la lista de mesas para los invitados con Sergio y su madre se aseguró de que a Asier lo pusieran en la otra punta del comedor para no coincidir. Al parecer, alguien lo había cambiado. —¿Sorprendida? —preguntó el chico con retintín. —Tú no deberías estar aquí —farfulló lo más bajo que pudo—. Ahí se sentará una prima que… —No sé quién iba aquí, la verdad. Yo sólo he hablado con Sergio y con tu madre y me han dicho que me podía cambiar de sitio. —terminó él. Naia cerró los ojos y volvió la cara. Cuando los abrió, miró a sus amigas que contemplaban la escena con una sonrisa en los labios como si estuvieran viendo una película romántica en el cine o en televisión. Inspiró hondo para calmarse y se enfrentó de nuevo a Asier. —Ya que no puedo librarme de ti, haz el favor de no hablarme. Habrá más gente en la mesa así que no te será difícil. —A mí me encanta hablar contigo, entre otras cosas. La mirada que le dirigió no pasó inadvertida para nadie y le confirmó a Carol y Andrea que había habido tema hacía un rato. Por eso Naia había tardado tanto en volver. Sus amigas se miraron entre ellas y se rieron por lo bajo. Pero no comprendían porqué, por encima de la barba del chico, se veían marcados dos dedos. ¿Habrían tenido trifulca los tortolitos? Naia se puso roja de rabia y, si no fuera porque en ese momento llegaron los comensales que faltaban a la mesa —y porque no quería montar un espectáculo en la boda de su madre— le habría asestado un buen tortazo como el que ya le había dado antes. De repente, sintió que una mano se posaba sobre su muslo y pegó un bote en la silla. —Estoy deseando verte mañana y repetir lo de antes. Te lo voy a hacer mucho mejor. —dijo con un hilo de voz para que nadie más le oyera. —Maldito seas, Asier. Su aliento le hizo cosquillas en la oreja y un escalofrío la recorrió entera. Se imaginó a los dos en una cama y a él entre sus piernas lamiéndole en el punto exacto que poco antes había estimulado. —¿Por qué me haces esto? —gimoteó. Observó a sus amigas y a los otros chicos que se habían sentado con ellos a la mesa, y les vio entretenidos en una charla distendida. Volvió la cabeza y se encaró con él. Lo miró con una mezcla de impotencia y tristeza a la vez, y a él se le rompió el corazón al verla así. —Perdóname —le pidió Asier—. Soy un imbécil. Solo quería estar cerca de ti y… No pensé que sucedería todo lo que ha pasado entre nosotros, pero es que cuando te he visto me he quedado tan flipado por el cambio que has dado… Naia lo miró más detenidamente. En sus ojos comenzó a brillar la ilusión, sustituyendo a los sentimientos anteriores. —Si quieres, cuando termine la boda, vamos a buscar una farmacia de guardia —le propuso él. —¿Para qué necesitáis una farmacia? —quiso saber su amiga Carol que, de pronto, había puesto la oreja para enterarse de lo que cuchicheaba la parejita. —Le duele la cabeza. —contestó Asier por Naia. —Yo tengo un paracetamol. —le ofreció su amiga. Abrió su bolso y rebuscó en el interior. Cuando lo encontró, se lo dio. Los camareros comenzaron a servir las mesas. —Voy al baño. —dijo de pronto y se levantó. La situación era demasiado intensa y no podía soportarlo. Salió casi corriendo del comedor y, al llegar al aseo, se metió en uno de los cubículos para tener intimidad. Cerró los ojos y trató de respirar con calma. Cuando estuvo algo más tranquila sonaron unos golpes contra la madera, por lo que se sobresaltó de nuevo. ¿Habría ido Asier a buscarla? ¿Pero es que no la podía dejar ni a sol y ni a sombra? ¡Maldito hombre! —¿Naia estás bien? Suspiró relajándose otra vez. Era Carol. —Sí. Es que me han entrado unas ganas de mear que no podía aguantarme, tía —le contestó y pensó que ya que estaba allí iba a hacer lo que le había dicho a la chica. —Vale. Espérame cuando salgas. Estoy aquí, en el de al lado. —Okey. Naia se alzó la falda del vestido para bajarse el tanga. Al hacerlo, descubrió tres gotitas de sangre en él. Estaba segura de que eran de cuando Asier le había roto el himen. El recuerdo de lo que habían hecho la golpeó con fuerza y comenzó a acalorarse, pero se obligó a estar tranquila y olvidarlo. Hizo sus necesidades y cuando se limpió no observó ningún rastro de sangre. Así que más calmada salió del habitáculo justo en el momento en que lo hacía Carol. Juntas caminaron hacia el lavabo. La primera en lavarse las manos fue Naia. —¿Sabes, tía? No pensé que Asier estuviera tan bueno cuando nos lo describías a Andrea y a mí. Y como nunca nos enseñaste una foto suya, alguna vez pensé que te lo inventabas todo, pero ya he comprobado que no es así. He flipado al verlo. —Pues ya ves que no mentía. Y sí, también me he dado cuenta de lo alucinadas que os habéis quedado con él porque habéis tardado en cerrar la boca. Vamos, que se os podía haber llenado de moscas tranquilamente. —le comentó con sorna mientras se secaba las manos y su amiga procedía a lavárselas. —Bueno, ¿y qué habéis estado haciendo? ¿Ha pasado lo que yo creo o…? —No tengas tanta imaginación. —negó Naia echando balones fuera. —Pero algo ha pasado porque traías el vestido arrugado, los labios hinchados y roces de la barba en las mejillas y el cuello. Carol terminó de lavarse las manos y comenzó a secárselas. Ella, viendo que no podía negar lo evidente, le confesó solo una parte. —Vale. Hemos estado dando un paseo mientras hablábamos y, no sé cómo, nos hemos empezado a besar… Su amiga comenzó a aplaudir igual que una niña pequeña al ver los regalos de Navidad. —No te emociones. No ha pasado nada más. —Pero sucederá. Si él te está persiguiendo es porque quiere algo contigo. Lo que no me explico es por qué tiene unos cuantos dedos marcados por encima de la barba. ¿Le has dado una hostia? —¡Joder, tía! ¡Te fijas en todo! —soltó Naia. Salieron del cuarto de baño y anduvieron por el pasillo que llevaba al comedor donde se celebraba el banquete. —Es que él quería ir más allá y yo no, así que para quitármelo de encima le he tenido que arrear. —Pues al parecer no le ha quedado lo suficientemente claro porque, si como he oído, le ha pedido a los novios que le cambiasen de mesa para estar contigo… —Ahora que lo dices… Voy a ir a hablar con mi madre y Sergio. Nos vemos luego —le comentó justo en el momento que entraban al salón. Caminó hacia la mesa presidencial y se colocó por detrás, en medio de los novios y en cuclillas. —¿Lo estáis pasando bien, parejita? —les preguntó. —Sí, mucho. —respondió su madre. —Hoy es el día más feliz de mi vida después del nacimiento de nuestro hijo. —contestó Sergio y miró a Bea con una sonrisa tonta. —Vas a tener que ponerte un babero de los de Izan. —bromeó Naia al ver cómo se le caía la baba con su madre. —¿Y tú, cariño? ¿Lo estás pasando bien? —quiso saber la novia. —Lo estaría pasando mejor si cierta persona no estuviera sentada a mi lado. ¿Quién de los dos le ha dicho a Asier que podía cambiarse de mesa? Los novios se miraron e hicieron una mueca. —A ver: El chico vino a preguntarme a mí —declaró Sergio—, y yo le dije que le preguntase a tu madre. —A mí no me pareció tan mala idea. Hace mucho que no os veis y creo que será una buena forma de que volváis a tener contacto. «¡Ay, mamá! ¡Si supieras de qué forma hemos vuelto a tener contacto…! ¡Ibas a flipar, colega!» —¿No estaréis haciendo de celestinas? Os recuerdo que el lunes me marcharé a San Francisco y no volveré hasta Navidad. —¿Y? ¿No podéis hablar por WhasApp o hacer una vídeollamada por alguna de las cientos de aplicaciones que hay para móvil y ordenador? —indagó Bea— Es lo mismo que vas a hacer con tus amigas, ¿no? ¿O también vas a cortar el contacto con ellas? ¿Y con nosotros? —Además, tu madre y yo no estamos haciendo de celestinas —terció Sergio—. Ya sabes que no nos metemos en tu vida amorosa. Lo que tenga que ser, será. Aunque si es con Asier mucho mejor. Es alguien conocido, de la familia, un buen chico, con buena educación y está estudiando lo mismo que tú. Compartís gustos y aficiones, aunque tú hayas dejado el judo para marcharte a estudiar a San Francisco. Él, es ahora cinturón negro, primer Dan de Kárate y… —le comentaba como si el joven fuera un caballo que vender en una feria y ella tuviera que saber todas sus cualidades antes de comprarlo. «Y folla de miedo», recordó Naia. —Bueno, vale ya —le cortó. Se levantó y dio un beso en la mejilla a cada uno. —Hasta luego —se despidió. Los novios la vieron alejarse en dirección a la mesa en la que un ansioso Asier no le quitaba la mirada de encima. —Me pregunto si habremos hecho bien al juntarlos. —Sergio le confió su duda a su esposa. —Por lo menos lo hemos intentado. Ahora ya depende de ellos. Capítulo 5 «Y luego dicen que no hacen de celestinas ni se meten en mi vida privada. ¡Ja! No se lo creen ni ellos.», pensaba Naia de vuelta a su mesa. Asier la observaba, desnudándola con la mirada. Si con ropa ya estaba buena, sin ella debía ser espectacular. Recordó lo bien que le quedaban los bikinis cuando tenía trece años y la conoció. Ahora que se había desarrollado por completo, convirtiéndose en una belleza, estaba seguro que más de uno y de dos volverían la cabeza al cruzarse con ella por la calle. Debía ser fascinante verla en ropa interior o bikini. O mejor sin ropa. Como tenía una mente calenturienta e imaginativa su miembro empezó a cobrar vida, pero se obligó a pensar en otra cosa para no empalmarse allí, delante de todos. Volvió a centrar su atención en las conversaciones que había en la mesa: sobre deportes, sobre moda, sobre el menú elegido para la ocasión… Sin dejar de observar a Naia por el rabillo del ojo, claro. La tenía bien controlada. Temía que le hubiera dicho a su madre que la cambiase de mesa, pero al parecer no lo había hecho. Respiró aliviado y se dijo que debería ser más cuidadoso con ella y no hacerla enfadar. Así que sería el perfecto caballero que toda mujer deseaba y complacería todos sus caprichos haciendo que el día fuera mágico. Faltaban unos pocos metros para la llegada de Naia cuando él se alzó y le retiró la silla para que se sentara. La joven se sorprendió por esto y miró al resto de comensales de su mesa. Algunos no se habían dado cuenta del gesto de Asier, pero otros sí y sonreían complacidos. —Gracias. —dijo ella al sentarse. Asier no comentó nada, simplemente la sonrió juguetón. A su otro lado, donde estaban sus amigas, se escuchó un suspiro enamorado. «Voy a matar a Carol y a Andrea. ¿Qué sería mejor: estrangularlas o descuartizarlas?», se preguntó Naia. —Te he rellenado la copa con vino blanco. Me ha dicho Carol que te gusta. —Hoy no voy a beber. Tengo que conducir después. —argumentó y pensó si la copa de champán que se había bebido de un trago tardaría mucho en hacerle efecto o, por el contrario, no lo haría. —Yo tampoco bebo alcohol —Se quedó un momento en silencio. Después añadió—. Así que tienes coche, ¿eh? Recuerdo una conversación que tuvimos el día que nos conocimos. Yo estaba contento porque mis aitas me habían comprado una moto y tú me dijiste que preferías tener un coche. —Sí, lo recuerdo, pero el coche no es mío. Es que he traído el de mi madre y lo tengo que llevar después. —Para buscar la farmacia de guardia. —Y para volver a casa de mi tía Vane a dormir. —replicó de mala leche. ¿Por qué tenía que recordarle lo que habían hecho en el jardín de la hacienda? Cogió el folleto del menú, aunque ya sabía lo que iban a comer porque lo habían comentado en casa cuando lo decidieron, y comenzó a leerlo a pesar de que los entrantes los tenía allí frente a ella. Pero necesitaba estar ocupada en algo o se volvería loca con Asier a su lado, aspirando su aroma a cítricos y siendo plenamente consciente de su presencia, de su cercanía y del calor que desprendía su cuerpo. «Entrantes» Vieiras gratinadas sobre cama de alcachofas, tomates Cherry y virutas de queso parmesano con aceite de trufa negra. —Me ha dicho mi primo que has dejado judo. ¿Por qué? —indagó Asier sacándola de su lectura. —Es bastante obvio, creo yo. Ahora vivo en San Francisco. —contestó ella mirándolo de reojo, sin soltar la carta del menú. «Platos principales» Solomillo de buey con salsa de… —¿Y no puedes continuar allí con los entrenamientos? Seguro que la federación de judo podría convalidarte los cinturones. Ella se encogió de hombros y continuó leyendo. Ravioli de foie con jamón… —¿Conseguiste el cinturón negro? —preguntó Asier a pesar de que ya lo sabía. —Sí. Lubina con patatas asadas… —¿Quieres dejar de leer la carta y prestarme atención? ¿O es que te van a hacer un examen antes de subir al avión? Naia, con un suspiro, dejó el folleto sobre la mesa. Lo miró y esperó con las manos cruzadas en su regazo. Parecía una niña buena… Pero no era así. Estaba a punto de perder la paciencia con Asier. ¿Por qué no la dejaba en paz? «Pero si te gusta tenerle aquí, tan cerca, adorándote, deseando cumplir todos tus caprichos… No lo niegues, venga.» Debía reconocerlo. No le mandaba a paseo porque en el fondo, muy en el fondo, estaba disfrutando de su compañía. Y eso le encantaba. —Así que quieres que te preste atención —dijo ella—. Bien, pues ya la tienes. Mis cinco sentidos están puestos en ti. Él se acercó hasta su rostro y exhaló un suspiro de satisfacción que erizó toda la piel de su mejilla. —Me gustaría que pusieras sobre mí algo más que tus cinco sentidos —musitó. —No sé qué más podría poner. —susurró Naia. —Te daré una pista: tus labios, tus manos, tu cuerpo… —¿Te has dado cuenta del lugar en el que estamos? ¿Estás tratando de liarte conmigo a la vista de todos? —¿Y si así fuera? —quiso saber él. La joven se echó un poco para atrás con la intención de distanciarse de él y pensar con claridad. Miró a su alrededor y comprobó que las únicas personas que estaban pendientes de lo que sucedía entre ellos eran sus amigas. —Yo no soy así. Sé comportarme en los lugares públicos y solo doy rienda suelta a mis instintos más bajos cuando estoy en la intimidad. —murmuró mirándole a los ojos con fijeza. Asier fue a decir algo, pero ella lo interrumpió: —Y selecciono muy bien a la persona con quien voy a compartirlos. No me lo monto con cualquiera. —declaró con toda la intención de hacerle de menos. —Yo no debo ser cualquiera teniendo en cuenta que hace una hora me has entregado tu virginidad. El chico la sonrió con descaro sabiendo que esa baza la había ganado él. Si pensó que sus palabras le iban a doler o herir su orgullo, Naia se había equivocado del todo. Se colocó derecho, sentado adecuadamente, al ver la furia rugir en los iris de la joven y miró su plato, del que comenzó a comer. —Maldito seas, Asier —la escuchó musitar enfadada. Sabía que esa no era la manera más idónea de ganarse el afecto de la chica, pero le encantaba hacerla rabiar. Y además, ¿no decían que los amores reñidos eran los más queridos? Se había propuesto ser el perfecto caballero para hacer que el día fuera mágico y que ella lo recordase con ilusión y con la esperanza de repetirlo. Sin embargo, las cosas no estaban saliendo según lo planeado, pero aun así, estaba con ella y eso era lo único que le importaba. No la molestó más en el tiempo que duró la comida. Lo que sí hizo fue estar pendiente de llenar su copa cada vez que se vaciaba. De agua, por supuesto. Naia tenía que conducir y él por nada del mundo quería privarla de sus facultades mentales. La joven agradeció que no volviera a acordarse de que la tenía al lado nada más que para rellenarle la copa. Estaba bebiendo tanta agua que ya había ido al aseo tres veces antes de llegar al postre. ¡Qué bien funcionaban sus riñones y la vejiga! Llegó el momento de cortar la tarta y ella se acercó a los novios para sacarles fotos con el móvil. Asier la esperó mientras charlaba con sus amigas. Querían saber demasiados detalles de su vida, pero él contestó con evasivas a las preguntas que le incomodaban. —Veréis lo buena que está la tarta, chicas —prometió Naia al regresar—. Tuve la oportunidad de probarla cuando vine con mi madre y Sergio a la cata del menú. —¿Me dejas ver las fotos que has sacado, por favor? —le pidió el joven. —Sí, claro. Le entregó el móvil para que él las contemplase. —Me gusta mucho esta. —le indicó a Naia. Era una instantánea de los novios en la que se miraban a los ojos y sonreían cómplices. —A mí también. Es una de las mejores que tengo de ellos. Terminaron de verlas, pero Asier no le devolvió el móvil. —Un momento, por favor —dijo al ver la cara de extrañeza de la chica. Tecleó algo y de repente comenzó a sonar su teléfono. Cortó la llamada y le devolvió a ella el móvil. —Te he grabado mi número para que lo tengas y me he hecho una llamada para tener el tuyo. Así, cuando te marches a San Francisco, podremos seguir en contacto. Naia se quedó tan alucinada por lo que había hecho que no supo qué contestar. Sin embargo, cuando miró la pantalla del teléfono y vio cómo se había puesto de nombre, montó en cólera. —¿Pero tú eres idiota? —le gritó al ver que había guardado su contacto como «Asier, tu primer hombre», en una clara referencia a que había sido él quien la había desvirgado. Todos los miraron en silencio. Los invitados sentados en las mesas cercanas también. —Si no te gusta puedes cambiarlo. —¡Pues claro que lo voy a cambiar! —No grites, por favor. Nos está mirando buena parte del comedor. —Es más: voy a borrar el contacto. —amenazó ella bajando la voz varios tonos. —Recuerda que ahora tengo tu número. La joven soltó un gruñido de rabia y comenzó a teclear otra vez. —Y puedo darte opciones si no se te ocurre ningún otro nombre. —añadió él. —¿Qué te parece: Asier, el pesado o Asier, el gilipollas? O mejor aún: ¿El maldito Asier, que no me deja en paz? —Ese no. Que es muy largo. —contestó sonriendo. —Por favor, esto tiene que ser una broma. —se quejó Naia y borró el contacto. También lo hizo en la lista de últimas llamadas recibidas. Desde el otro lado de la mesa les pidieron hacerse una foto de grupo. Había llegado un camarero con los platos del pastel nupcial y, después de servirle a cada uno el suyo, tomó varios móviles e hizo las instantáneas. —Muchas gracias. —señaló Asier cuando el camarero le devolvió su teléfono. Se giró hacia Naia y le preguntó: —¿Tú no quieres tener ninguna foto del grupo? —No hace falta. Además, a mis amigas las tengo ya muy vistas. —Pero tendrías una foto en la que salgo yo. —Por desgracia. —musitó ella y comenzó a comer de su tarta. Él la oyó, pero pasó por alto el comentario. —Y yo voy a tener una foto contigo, aunque hay otros recuerdos mejores. —soltó con toda la intención y arqueó una ceja para ver si pillaba la indirecta. La jovencita cerró los ojos y exhaló por la nariz con fuerza. —Estoy deseando que comience el baile. —dijo cuando los abrió. —Yo también. —Para alejarme de ti todo lo posible. Giró la cara para hablar con Andrea y Carol, pero de repente sintió una mano en su muslo y dio un respingo. Estaba segura de que con el calor que desprendía la palma sus dedos se quedarían allí tatuados. —¿Qué quieres ahora? —se volvió para indagar. —¿Bailarás conmigo? —No. —Yo creo que alguno sí. —¿Pero no acabas de oírme decir que estoy deseando que comience el baile para alejarme de ti todo lo posible? —Ya. ¿Y qué? —Joder, no he conocido a ningún tío más insistente que tú. —Una vez te dije que cuando quiero conseguir algo me pongo muy pesado —le recordó Asier. —No dijiste pesado. Me confesaste que Plasta era tu segundo nombre. —rememoró también ella el verano que se conocieron y nació su amor. Sonrió por los gratos momentos que acudían a su mente. Las miles de mariposas revoloteando en su pecho y los labios de él buscando los suyos. —Pues eso puedes poner de nombre en los contactos. —Te recuerdo que he borrado tu número. —Te puedo volver a llamar para que lo tengas. —Haz lo que quieras. —suspiró cansada al comprobar que Asier no se iba a dar por vencido. Capítulo 6 «Tenía tanto que darte, Tantas cosas que contarte, Tenía tanto amor… guardado para ti…» Naia y sus amigas cantaban a gritos la canción de Nena Daconte. Asier las observaba desde un rincón esperando el momento de acercarse. A su alrededor había varios primos y primas, algunos con pareja y otros solteros como él, charlando de cosas que carecían de importancia para el chico. «Tenía tanto que a veces maldigo mi suerte, A veces la maldigo… por no seguir contigo…» En ese momento sus miradas coincidieron y él supo que debía ir a buscarla. Había sentido un cosquilleo en el estómago y su corazón palpitaba acelerado. Además, hacía bastante tiempo que la había dejado con sus amigas, a su aire, y ya era el momento de volver con ella. —Tú chico viene hacia aquí. —le chilló Carol para hacerse oír por encima de la música. —No es mi chico. —negó Naia sin dejar de bailar. —Antes hemos intentado sacarle información, pero no ha habido manera, tía. Es supercerrado. —indicó Andrea. —Solo es discreto, nada más —lo defendió ella—. A vosotras apenas os conoce. ¿Por qué tendría que daros cualquier tipo de información? Su amiga iba a contestar, pero Asier llegó antes de que pudiera hacerlo. —¿Te apetece tomar algo? —quiso saber.[/accordion]
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