Mason. Confiado amor de Nelly Parker pdf
Una chica desesperada huyendo de su pasado, un jugador de hockey con una habitación libre para el nuevo curso.
Ella no conoce el amor, él huye de todo lo relacionado con lo romántico.
East Rock Park será el único testigo que comprobará de primera mano que del odio a la complicidad hay una línea bastante fina.
Mason.
Odia todo lo relacionado con el amor.
Solo puede pensar en su objetivo de ser jugador profesional de hockey y en encontrar un habitante para el siguiente año.
Alice.
Vive en el coche, se ducha en la universidad y necesita un trabajo si quiere seguir adelante
Su pasado cada vez está más cerca y necesita un refugio cuanto antes.
3 reglas claras, una lucha contra los sentimientos, y una casa llena de diversión.
Libro autoconclusivo que sigue el camino de Mason, personaje que se puede conocer en la primera entrega de New Havens.
1. MASON
Cuando Asher me comentó su marcha del piso que compartíamos, no creí que me fuera a dar tantos dolores de cabeza encontrar una nueva persona para su habitación.
—Tengo que encontrar una solución ya o estaremos jodidos —expresé en voz alta mientras mis amigos me rodeaban.
—¿Con la aportación de los tres no os llega para el alquiler? —Asher ya se había instalado en su nueva casa, aun así acudía a la nuestra varias veces por semana.
—Ni de coña, tenemos unas becas muy justas, es más, es un lujo que no tengamos que vivir en la residencia de estudiantes —indiqué con pesar mientras me sentaba en el sofá.
Mia resopló porque, a diferencia de mí, ella sí tenía que vivir en la residencia.
Le tiré del pelo para que no se enfadara y se fue directa a la cocina bufando algo inteligible para mis oídos.
Era extraño pensar que hacía unos meses no estaba en mi vida. Mia había llegado con el huracán Emma que, además de llevarse a mi mejor amigo de casa, me había regalado la compañía de una diminuta morena con muy mal carácter.
Según mi amigo Finn era gilipollas por no enamorarme de ella, lo que él no sabía es que lo habíamos intentado, un par de besos aquí y allá, pero los dos nos dimos cuenta rápidamente que nuestra relación no iba bien encaminada por esos lares. Desde entonces se había convertido en mi mejor amiga y en mi apoyo en los momentos de desesperación por culpa del idiota de Asher Parker y su eterna luna de miel.
—Todo es culpa de Emma. —Finn también comenzaba a perder la paciencia con la tarea de rellenar el hueco que había quedado en la casa.
—Deja a mi amiga en paz si no quieres ganarte un ojo morado. —Por eso Mía era mi mejor amiga. No había mejor defensora de los suyos que ella, me veía bastante reflejada en su modo de ver la vida.
—¿Te ves con la suficiente valentía, nena? —le reté mientras Finn se reía a carcajadas unos metros más allá de nuestras posiciones.
Me gané un puñetazo en las costillas que me dejó sin aire unos segundos, también me hizo sonreír.
—¿Queréis que os ayude a encontrar al cuarto mosquetero o no?
—Los mosqueteros eran tres.
—Los modernos que necesitan pagar un alquiler tienen que ser cuatro.
—Está bien, te necesitamos.
Hice una reverencia exagerada que solo me salía cuando estaba con ella.
Volvió su atención a mí y todos los engranajes de su cabeza comenzaron a funcionar. Ya habíamos tenido multitud de visitas, pero nadie era apto para el puesto. Demasiado ruidosos, con unas expectativas sobre nosotros erróneas… Hasta uno de ellos nos había ofrecido el doble de dinero si podía hacer fiesta cada fin de semana.
En el piso necesitábamos descansar. Los entrenamientos nos estaban fundiendo, ya no era nuestro primer año, sino el tercero, y las cosas comenzaban a ponerse serias de cara a nuestro futuro profesional. Así que, cualquier principiante de nuevo año que nos viera como a héroes y no compañeros de piso, estaba inmediatamente descartado.
—¿Harry no ha aportado ninguna solución?
Se suponía que Harry era la mente más sensata del grupo, pero en este caso se había quedado sin ideas. “No puede haber tanta gente no normal por el mundo” esa fue su única aportación.
—¿Y el plan de Finn?
Suspiré y me puse a caminar en dirección al salón, lejos de mi amigo que ya había perdido la atención en una serie que había puesto en su teléfono móvil. Me tiré sobre el mullido mueble, con la confianza de que me acogiera entre sus cojines. Mia llegó unos pasos por detrás, pero se sentó de forma más prudente.
—Cualquier plan que venga de Finn puede salir mal. Muy mal.
—Ten más confianza en él, puede que te sorprenda. Además, ¿no es para un amigo de él?
—No. Es para un conocido de un amigo de Finn.
—Creo que me he perdido. Sea como sea, necesita una casa y vosotros necesitáis alquilar una habitación. Finn no metería en casa a cualquiera, seguro que le ha preguntado a su amigo por referencias.
Giré la cabeza hacia Mia que ya me estaba esperando con un inicio de sonrisa en la boca.
—¿Estamos hablando del mismo Finn?
—Venga Mason, deja de ser tan cascarrabias. —Me pegó de nuevo en las costillas, pero de forma amistosa.
Enfaticé mi hartazgo de la situación cerrando los ojos y suspirando.
—No soy cascarrabias.
—No. Solo un poco.
—Es que, —volví toda la atención hacia ella— ¿por qué se ha tenido que ir Ash? Éramos el equipo perfecto.
—No seas niño. Asher está enamorado de mi amiga y son felices en su pisito de enamorados.
—Me dan asco.
—Los adoras.
Mi cabeza cayó con fuerza sobre el sofá.
Vale, sí, los quería un poco, pero me habían hecho una putada muy gorda.
—Le diré a Finn que avise al conocido de su amigo.
—¡Va a ser genial!
2. ALICE
Gastar el poco dinero que tenía en un alisado para el pelo no había sido la mejor decisión. A mi favor tenía que decir que estaba desesperada por dejar atrás mi pasado, pero, cuando la comida empezaba a escasear y no encontraba ni trabajo ni vivienda, todos mis nervios se acumulaban en mi espalda.
Si el dolor solo fuera por los nervios o el estrés, tendría fácil solución. Dormir en el coche después de una semana me estaba machacando todo el cuerpo hasta niveles insospechados.
El curso ya había comenzado, así que utilizaba los baños de la universidad para arreglarme antes de ir a clase. Una ducha rápida a escondidas de todo el mundo y nadie se percataba de mi pequeño secreto.
Moví el teléfono para comprobar si había recibido algún mensaje nuevo. La llamada de mi madre desde Arizona seguía impresa en la pantalla, pero nada más. Matt no había conseguido que el piso de su amigo estuviera disponible para mí, así que solo me quedaba seguir buscando.
Si en una semana no encontraba una habitación, debería optar por quedarme en el albergue en el que había estado la primera noche. No tenía una renta cara y, con el trabajo que aún no había encontrado, podría pagarlo.
Cuando llegué a Yale no había contado con que el curso ya estaba iniciado y que las ofertas de vivienda escaseaban, pero claro, cuando huyes desesperada no te paras a pensar en los detalles.
Esa mañana, cuando me vi reflejada en el espejo del baño universitario, fue la primera vez que me reconocí. Mi pelo siempre había sido largo y rizoso, y ahora estaba cortado por los hombros y tenía un liso propio de un tratamiento cosmético. Nadie me podía reconocer, a mí me había costado una semana hacerlo.
Respiré hondo cuando escuché el timbre alertando que las clases ya habían dado comienzo, y salí por la puerta antes de que alguien me pillara robando agua caliente.
No había dado dos pasos cuando el teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo del pantalón vaquero.
Era Matt.
Descolgué lo más rápido que pude.
—¿Tienes buenas noticias?
—Parece ser que sí. —Matt era mi amigo desde que tenía uso de razón. Sus padres y los míos pasaban todos los veranos juntos, así que nuestra amistad surgió por ella misma—. Pero tienes que ir ya al apartamento. El chico que te espera se llama Mason, y Finn me ha dicho que, si le haces esperar más de una hora, se enfadará y se pirará. Tiene entrenamiento o algo así, no me ha dado más detalles.
—Claro, aún no he entrado a clase, iré ahora mismo. Mándame la dirección y me aseguraré de que no espere.
Escuché como Matt tecleaba algo a través de la línea e inmediatamente recibía un mensaje. Separé el teléfono de la oreja para comprobar que me había llegado correctamente.
—Lo tengo.
—Oye, Alice, ¿estás bien?
—Sí, no te preocupes Matt, estoy mucho mejor que allí.
Era relativamente mentira, pero no le quería preocupar. Me despedí rápidamente y salí por la puerta a toda velocidad. Aún no había nieve por el suelo y, aunque estuviera deseando poder verla, en esos momentos me vino muy bien para echar a correr hacia mi coche.
Llevaba dos días aparcado en el mismo lugar, si no tenía dinero casi para comer, no lo podía malgastar en gasolina, así que había optado por dejarlo en un lugar cercano a la universidad, pero que tampoco llamara la atención. Matt había dejado claro que tenía que ir corriendo o el tío se enfadaría, eso solo me dejaba una opción: ir en coche y utilizar mi último cartucho de supervivencia.
3. ALICE
No iba a poder mover el coche. Como no consiguiera la habitación tendría que volver andando a la universidad y así cada día. No es que estuviera lejos del campus, quizá a unos veinte minutos caminando a paso ligero, pero ya complicaba las cosas.
Observé con atención la casa que tenía delante. Cuando empecé a buscar vivienda me servía cualquier lugar, lo que tenía ante mis ojos era un nivel superior. Matt me había comentado que no era un alquiler caro porque en la casa vivían tres personas más, aun así, mi mente contempló el peor de los escenarios.
¿Merecería algo tan ostentoso?
Dejé atrás mis dudas y me encaminé hacia la entrada. No me había perdido gracias al navegador, así que el tal Mason no podía estar aún enfadado por mi tardanza.
Respiré hondo y apreté el botón del timbre.
La puerta se abrió casi de forma inmediata y mis neuronas no tuvieron tiempo de reaccionar. Di un paso hacia atrás al ver la altura del chico y solté una exclamación ahogada.
El tal Mason era un tío enorme, muy musculoso, y parecía que bastante tatuado porque su camiseta, de manga corta, revelaba que toda la carne de esa parte de su cuerpo estaba cubierta por tinta.
Parpadeé esperando que llegara alguna palabra al cerebro, pero nada surtió efecto.
—¿Eres Alice Clark?
¿Por qué parecía enfadado conmigo si aún no había abierto la boca y había llegado a tiempo, casi a la carrera?
—Sí, soy yo.
Le tendí la mano para estrechársela, pero se quedó mirando fijamente mis ojos con el ceño fruncido.
—¿Eres de primer año?
—Sí.
No estaba entendiendo nada, y mis nervios me empezaban a jugar malas pasadas porque la voz me salió temblorosa.
—Eres demasiado joven, no puede ser.
Sin darme más explicaciones, giró en redondo e inició la tarea de cerrar la puerta. Entonces sí, al borde del abismo, uno toma decisiones desesperadas.
—Espera.
Corrí hacia la posición que tenía antes y él frenó en seco, pero solo sacó la cabeza.
—Llevo años viviendo sola, no seré una molestia si eso es lo que te preocupa. Sé cocinar y me encargaré de mis tareas sin rechistar. No os daréis cuenta ni de que estoy en casa.
Eso pareció llamar su atención porque abrió más la puerta y volvió a enseñarme su trabajado cuerpo. Lo menos que quería es que me pillara mirándole más de lo correcto, así que cambié mi atención hacia el interior de la casa. El recibidor estaba perfectamente colocado, nada de cosas tiradas, incluso la decoración, aún siendo sencilla, era bonita.
—¿Sabes que somos tres tíos de tercer año?
No, no lo sabía.
—Sí.
—¿Y eso no te incomoda?
—¿Debería?
Lo que me estaba incomodando era su actitud. Se había cruzado de brazos y, según la serie de psicología que seguía siempre que tenía ocasión, eso significaba rechazo o distancia con la otra persona.
No le había caído bien a Mason.
—No me gustan las niñas entrometidas y sé lo que hay en primer curso. No vivimos aquí para soportar chorradas de hermandades. Lo siento, ha sido una mala idea.
—Te juro que yo no soy de esa clase. Me he transferido hace unas semanas y no conozco a nadie, lo que tengo claro es que las hermandades no son para mí. Soy un perro solitario y…
—Ha habido un malentendido, lo siento de verdad, pero no es el perfil que buscamos.
Las piernas comenzaron a temblarme mientras veía como él volvía al interior de la casa y movía la puerta hasta su cierre. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pude contenerlas en el último instante dando la vuelta por el camino de entrada.
Había utilizado el último cartucho y había perdido.
Si hubiera tenido más narices, hubiera hablado mejor, le hubiera expuesto todo lo que era capaz de hacer, pero estaba tan cansada física y mentalmente que me había defraudado a mí misma, y ese es uno de los peores sentimientos.
4. MASON
Puto Finn.
Odio a Finn.
Esto solo podía ocurrir si él estaba detrás.
Los ojos verdes de la chica se me habían quedado clavados. Era un pequeño pajarito en medio del oscuro bosque. Le había hecho un favor porque con nosotros no sobreviviría ni dos días. No éramos buenos para ella.
Repasé en mi cabeza lo pequeña que era. Estaría en primer curso, aunque, si no lo decía, podía pasar por alguien con menos edad.
No, Mason. Era un pequeño angelito y en esta casa solo hay demonios.
Me levanté del sofá más enfadado de lo que llevaba estando las semanas anteriores.
A los pocos minutos escuché cómo la puerta de entrada chirriaba. Su voz se escuchó al instante.
—Hola, cariñitos, ¿estáis en casa?
Di dos zancadas largas para llegar hasta la puerta donde Finn acababa de entrar muy sonriente.
—Me la has jugado.
—¿A qué te refieres?
—La tía que querías meter en casa. Ha sido imposible.
—¿Cómo? Si creía que se estaría acomodando, ¿qué le has hecho?
Rodeó mi cuerpo y comenzó a buscarla, sin sentido, por el salón. Le acababa de decir que allí no estaba, pero él no entendía ni escuchaba.
—No le he hecho nada, solo le comenté que no era un lugar adecuado para ella.
—¿Y eso por qué? Mi colega Matt me dijo que era una tía de diez, que no nos íbamos ni a enterar de que estaba en casa.
Eso mismo había dicho ella, pero con una desesperación que aún me ponía los pelos de punta.
—No.
Pasé de largo y me metí a la cocina en busca de una distracción.
—¿Por qué creías que ya se estaba acomodando?
Finn entró en la sala con una cara que, a ojos de él, era de enfado, para el resto era la cara de Finn sin sonrisa.
—Porque hay un coche nuevo aparcado en la calle.
—Ni idea, estará dando una vuelta. Se fue hace como un par de horas.
Finn bufó antes de beber un vaso de zumo de frutas.
—Eres un puto cascarrabias, Mason. Necesitamos alquilar la habitación y ahora tengo que llamar a Matt para pedirle disculpas. No me caes bien en estos momentos.
—Puedo decir exactamente lo mismo.
Y me fui antes de que pudiera decir algo de lo que más tarde me arrepintiera.
Salí por la puerta al instante. Ese día no teníamos entrenamiento oficial, el entrenador Jota quería ir paso a paso, así que yo utilicé mi día para salir a correr lo más lejos que mis piernas pudieran soportar. Necesitaba aire. Necesitaba pensar. Y necesitaba una solución ya.
◆◆◆
Tres horas y un anochecer increíble después, volví a casa a paso ligero.
No había sido capaz de desprenderme de los pensamientos sobre el alquiler, aunque algo de energía sí que había soltado y eso se notaba en mi humor. Me sentaría con los chicos para buscar una solución. Tres mentes siempre piensan más que una, aunque… Antes de hacer el chiste fácil, volví a ver el coche de Alice aparcado a escasos metros de nuestra vivienda.
Me acerqué sigiloso, no es que tuviera curiosidad por comprobarlo, sino que me parecía muy extraño que el Honda blanco no se hubiera movido en todo el día cuando la universidad no estaba tan cerca.
Cuando mi cabeza se apretó contra el cristal, di un respingo hacia atrás.
Alice.
Alice estaba sentada de espaldas mirando los apuntes que tenía apoyados en las rodillas.
¿Pero qué narices…?
Toqué el cristal con fuerza y el susto se lo llevó ella que me miró con ojos de horror.
Vi perfectamente como apretaba la mandíbula y salía del vehículo con nerviosismo.
—¿Se puede saber qué haces?
—¿Disculpa?
—El coche, ¿lo has dejado aquí para presionarme a que te acepte?, porque ya te he dicho que no, y no suelo cambiar de opinión.
Comenzó a dudar sobre si responderme o no.
Ahora que la podía ver de nuevo, aprecié que, además de lo menuda que era, estaba muy delgada, demasiado delgada, y en sus ojos no solo había desesperación, también miedo, pero algo en el último segundo cambió en su tono.
—¿Tienes algún problema con ello? ¿La calle también es tuya?
Me dejó sin palabras.
—No te funcionará esa táctica.
—No es ninguna táctica, no creas que eres el centro del universo. —Retó su mirada con la mía. Claudicó rodando los ojos y suspirando—. Me he quedado sin gasolina.
—¿Necesitas una garrafa?
Teníamos un par en casa para emergencias, si con eso la podía perder de vista, lo haría.
Dudó un instante en si aceptarlo o no, pero finalizó asintiendo.
—Déjame las llaves para abrir el depósito. Quiero comprobar que este coche necesita el mismo combustible que tenemos.
Era un coche muy antiguo, cualquier precaución era buena.
Asintió y llevó las manos al bolsillo trasero. No encontró nada y levantó el dedo en el aire para que esperara. Abrió la puerta por la que había salido y mi respiración se quedó atrapada en mi cuerpo.
Tenía una almohada apoyada en la otra puerta trasera y, lo que ella escondía con su cuerpo cuando la alerté, era una bolsa con comida.
—¿Qué es eso?
Apreté las manos a mis costados para aliviar el dolor que me transmitió esa imagen.
—¿Qué es el qué?
Cuando sus ojos conectaron con los míos, entendí que no se estaba haciendo la tonta, de verdad no había comprendido lo que estaba preguntando.
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