Matrimonio por contrato con el multimillonario de Anastasia Lee

Matrimonio por contrato con el multimillonario de Anastasia Lee

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Lisa Davies es una recién diplomada desesperada por obtener rango. Durante una conferencia para Excellence, uno de los conglomerados ricos más pudientes del tiempo, conoce a Brad Turner, el Ceo más joven y ambicionado de la aceptación. La eminencia impulsiva y sincera de Lisa choca de adjunto con el índole sensual y libertino de Brad. Mientras que ella se ha forzado durante toda su existencia por ligar segregación económica y las mejores calificaciones, sacrificando por ello su edad soñadora y sensual, Brad Turner ha empezado en ascendencia de dinero, y es general atinar en las redes sociales cacareos sobre sus inacabables victorias.

Luego de una desastrosa interviú, Lisa no puede sacrificarse a Brad de la sesera, o a sus penetrantes ocelos azules. Completamente borracha, Lisa encuentra a Brad cenando en un magnífico restaurante y decide ejecutar armando una tablada. Sin saberlo, Lisa arruina el aprieto de Brad con Mia Samsen, una millonaria heredera con quien había tratado desposorio, A cambio, Brad le propone a Lisa que ya ella sea su comunicación pareja ante los agujeros de la calandria. Después de todo, su connubio con Mia no era más que una frente para el orificio público. Brad no cree en el apego, y Lisa siquiera. A pesar de que Lisa igualmente no logre imaginar sus interiores por el atractivo opulento, confirmación el entendimiento. El convenio es simple: ella convivirá con él en su lujosa mansión durante algunos meses y entrar a efemérides sociales fingiendo ser la novedad pareja del Ceo más anhelado. En un par de meses, declararán que el noviazgo se ha abierto y ella podrá olvidarse de Brad con una obscena adicción millonaria en su tabla bancaria.

Pero acorde pasa el periodo, los corazones que Brad despierta en ella se tornan más agitados y herméticos. ¿logrará Lisa acatar con lo pactado en el pacto?


Capítulo uno
Estoy nerviosa. ¡Y como para no estarlo! ¿Quién en su sano juicio no estaría nervioso antes de tener una entrevista de trabajo en uno de los conglomerados millonarios más importantes de la década? Ya al cruzar la puerta del gigantesco rascacielos de Excellence, noto que la seguridad es impecable.
—¿Nombre? —Uno de los uniformados me pregunta desde detrás del mostrador de la recepción.
—Lisa Davies. —La voz me tiembla y me aclaro la garganta.—Tengo una entrevista de trabajo a las tres con el CEO Turner.
—Turner nunca entrevista a los pasantes el mismo —me responde el guardia—. Debe ser un error.
—No es un error —responde otro de los guardias con una sonrisa cómplice. Los dos ríen y se relajan.
Pero yo no me rio: ¿acaso es un comentario machista? ¿Dicen eso porque yo soy mujer? Claro, he oído los rumores sobre lo mujeriego que es Brad Turner, el CEO más joven en la historia de Excellence…la única forma de no enterarse de sus tórridos romances con modelos y actrices es haber vivido debajo de una roca durante los últimos años. Muchas mujeres se arrancarían los ojos con tal de poder atrapar a un multimillonario de ojos azules y abdominales marcados como Brad Turner. En cambio, yo solo puedo sentir envidia. Envidia de que un tipo apenas cinco años mayor que yo ya sea millonario, solo por haber nacido en cuna de oro.
—No sé qué es tan gracioso —los interrumpo. Se que no debería pelear: realmente necesito conseguir este puesto hoy, pero no puedo evitarlo. Odio a los cerdos así—. Yo he venido a una entrevista de trabajo. Nada más.
—Por supuesto, señorita Davies, no se enoje —responde uno de los guardias, todavía sonriendo—. Deje su móvil aquí. —Me señala un cajón bajo el mostrador.
—¿Por qué debo dejar mi móvil? —Esto no me gusta nada.
—Políticas de Excellence —me explica, ya algo fastidiado—. Puede recogerlo cuando termine la entrevista.
Frustrada, dejo mi móvil en el cajón y los guardias me dejan acceder al edificio. Cruzo el lujoso corredor que lleva al ascensor, y mis tacones repiquetean en el mármol del suelo. Trago saliva y siento mi corazón a punto de explotar. Este tonto episodio con los guardias de seguridad solo me ha puesto más ansiosa. Subo hasta el piso veinte, en donde se llevará a cabo la entrevista, y me encuentro con otro corredor de impolutas paredes de tonos crema y una suave música intentando crear un ambiente relajado. Pero yo no estoy relajada: nadie que ha estado desempleado durante más de seis meses puede estarlo. Sin embargo, tengo muchas esperanzas de conseguir este puesto. Educación y habilidades no me faltan, tampoco deseos de progresar y trabajar duro. Lo que siempre me ha faltado en la vida es algo de suerte, esa suerte relacionada con tener contactos y familia adinerada. Suerte que sujetos como Brad Turner tienen de sobra.
Otro respiro hondo. Una secretaria de elegante peinado y camisa pulcra me saluda desde detrás de un escritorio con sonrisa estéril.
—¿Lisa Davies? —Yo asiento—. El señor Turner la verá en cinco minutos. Tome asiento, por favor.
—Gracias.
Espero, sujetando la correa de mi bolso para disimular lo ansiosa que estoy. Ojalá tuviera mi móvil conmigo para calmar mis nervios. Tomo otra bocanada de aire. Estudiando el atuendo de la secretaria, me pregunto si mi presencia es lo suficientemente buena para trabajar aquí. Despejo mis inseguridades: no puedo arruinar esta increíble oportunidad.
La espera se siente eterna, hasta que finalmente la secretaria llama mi nombre y me hace un delicado gesto con la mano para que yo entre al despacho. Obedezco, mis pasos rápidos y nerviosos. Cruzo el umbral de la puerta y me encuentro en una oficina de pálidos tonos azules y grises. Abunda la luz natura gracias a un gigante ventanal de cristal que enmarca la figura alta de Brad Turner, embestida en un impecable traje negro hecho a medida.
¿Quién usa negro a esta hora? ¿Acaso va a un funeral? Pienso apenas lo veo. Aunque para ser sincera, le queda espectacular. Claramente es un diseño de alta costura, hasta la trama de tejido se ve costosa. Cada línea, cada costura enaltece su figura de triangulo invertido, sus hombros y espalda ancha y su cintura y cadera estrechas, así como sus piernas largas. Un hormigueo me invade y de pronto comprendo la reputación que precede a Turner.  Cuando me ve entrar en su oficina me sonríe, no es una sonrisa amplia, apenas una curva de sus labios, entre cortés y dominante a la vez. El desgraciado exuda confianza, hasta en el más pequeño de sus gestos.
—¿Señorita Davies?
—Así es, mucho gusto.
—Tome asiento por favor.
Me siento frente al escritorio de roble pulido, y ahora no puedo evitar contemplar esos ojos azules, profundos, penetrantes. Cuando se fijan en mí, siento otro cosquilleo. Lo normal serpia que comenzar a preguntarme por mi experiencia laboral, mi educación, mis fortalezas y defectos, pero en su lugar se queda en silencio. El desgraciado está estudiándome, puedo sentir sus ojos estudiando cada milímetro de mi cara, de mi cuello, de mi piel, y un estremecimiento me recorre. No digo nada, permanezco firme y estoica, pero siento esos ojos azules recorrerme y otra descarga eléctrica sube por mi columna vertebral. Le sostengo la mirada, desafiante: yo no voy a dejarme amedrentar. Y en secreto, me impacta ese rostro que parece esculpido: esos pómulos altos y redondeados, esa mandíbula cubierta de una barba de dos días, y esa quijada de ángulo tan afilado que podría cortarme los dedos si la acaricio.
A él parece que le gusta este duelo silencioso, pues vuelve a curvar sus labios en otra sonrisa de lado, y sus ojos parecen resplandecer cómo los de un lobo hambriento. Parece gustarle como le sostengo la mirada, furibunda, cómo me niego a rendirme o a ser dominada. Finalmente, él rompe el silencio, y su voz de barítono me despierta un escalofrío.
—Muy bien, señorita Davies —El contraste entre el largo silencio y su voz grave y profunda me estremece—. Hábleme de usted.
Me aclaro la garganta y comienzo a recitar el discursito que practiqué toda la noche para conseguir esta pasantía. Aunque , por algún motivo, la presencia de Brad Turner hace que me sienta torpe y confundida. Hay algo en sus ojos, en su mirada profunda, en su sonrisa misteriosa mientras escucha mi voz, que hace que yo me olvide de tanto en tanto de las palabras que he memorizado. Sin embargo, logro hablar de mi (corta)experiencia laboral, de mis estudios, de mis conocimientos….
—Aquí dice que ha interrumpido sus estudios —Brad me interrumpe mientras hojea mi hoja de vida. Luego sus ojos vuelven a posarse en los míos—. ¿Es cierto?
Mierda, eso era justo lo que yo quería que él ignorara. Pero ya es muy tarde para fingir, y mentir en una entrevista de trabajo es lo peor que puedes hacer así que…
—Es cierto —confieso—. Hace dos años que no asisto a clases. Pero en ese tiempo, he ampliado mis habilidades….
—¿Por qué? —El desgraciado no va a dejarlo ir— ¿Por qué ha abandonado sus estudios?
—No los he abandonado. Solo los he interrumpido. Pero en esos dos años me he capacitado….
—No ha respondido mi pregunta.
Mierda.
—Porque necesitaba trabajar —suelto en un arranque de sinceridad.
Siento que al aire se agolpa en mi pecho: la he cagado. He dicho lo pero que se puede decir en una entrevista. Que necesito el dinero. He dejado ver la desesperación que me ha traído hasta aquí. Y el bastardo me dedica otra de esas sonrisitas arrogantes; orgulloso de que ha ganado la batalla. De que me ha vencido.
—Eres sincera —suspira, haciendo a un lado mi hoja de vida—. Eso me gusta.
Trago saliva. Ese me gusta ha sonado…digamos poco profesional. ¿Qué es lo que le gusta, exactamente? Mi perfil profesional o… Y las palpitaciones crecen en todo mi cuerpo. No comprendo esta reacción mía: el ardor sube desde mi bajo vientre hasta mi garanta y mi rostro, y a pesar del calor que me ahoga siento escalofríos. Tal vez es porque hace años que no estoy con un hombre…o porque, de alguna manera, todo lo que Brad Turner hace o dice suena altamente sexual.
—Pocas personas llegan a una entrevista confesando que necesitan el dinero —continúa hablando él—. Existe esta estúpida creencia de que no debes mostrar que necesitas dinero al buscar empleo, lo cual es ridículo ¿Quién trabajaría gratis?
Me muerdo el labio y asiento. Bueno, tal vez Brad Turner no es tan imbécil como yo creía. Mi sinceridad parece haberle gustado, y a pesar de haber nacido en cuna de oro sus palabras trasmiten algo de sentido común. Por primera vez desde que he cruzado esta puerta, siento algo de esperanza. La ilusión de que tal vez logre conseguir esta pasantía y dejar de estar desempleada de una maldita vez. Y la euforia explota en mi interior, en mi pecho, en mi estómago y entre mis muslos. Y ese rostro…ese rostro tan masculino y poderoso contemplándome con esa sonrisa   confiada y orgullosa….
—Su sinceridad es estimulante, señorita Davies —me dice—. Por eso, creo que le debo la misma honestidad. Usted no se merece menos que eso: no creo que una pasantía en Excellence sea adecuada para usted.
Tardo en procesar sus palabras…la escucho una y otra vez dentro de mi cabeza como si sonaran a través de una grabación. Me cuesta comprender lo que está ocurriendo. De pronto mi euforia se desinfla, y un vacío existencial me invade. Me quedo paralizada en mi asiento, aferrándome a mi bolso de cuero, hasta que Brad Turner se pone de pie y me acompaña a la puerta.
—Lamento haberle hecho perder el tiempo, señorita Davies. Le deseo la mejor de las fortunas.
La puerta se cierra detrás de mi espalda y de pronto yo me encuentro una vez más en la sala de espera, con la sonrisa estéril de la secretaria invitándome a que me retire. Estoy tan impactada que permanezco de pie allí, repasando la escena dentro de mi cabeza una y otra vez, paralizada. Finalmente cojo la fuerza y el coraje para caminar, y cada paso por el estrecho corredor se siente como una maratón. Permanezco de pie, esperando el ascensor, cuando escucho de nuevo la voz de Brad Turner. Con disimulo giro la cabeza y lo veo asomando fuera de su oficina y hablando con su secretaria. No puedo evitar escuchar la conversación.
—¿Qué hay en la agenda para el resto del día, señorita Samsen?
—Solo a reunión con Williams a las cinco, después ya está todo despejado. Recuerde que a las ocho tiene la cena con la señorita Louis, en Bridges.
—Cierto, ¿ya tiene el anillo?
Noto que la secretaria saca de un cajón un pequeño estuche de terciopelo y se lo entrega. Claramente, allí dentro hay un anillo de compromiso.
—¿Diamantes? —preguntó Brad.
—Como usted ordenó, señor Turner.
¿Acaso va a casarse? Durante un segundo mi rabia desaparece y me encuentro intrigada. ¿Realmente el mujeriego Brad Turner va a casarse? Ni siquiera sabía que tenía novia…esa pobre mujer debe tener unos cuernos enormes. La puerta del ascensor se abre y yo entro.
Mientras el ascensor desciende hasta la planta baja, de nuevo la furia me invade. Creo que voy a explotar. ¡Me ha rechazado! Finalmente, mi cerebro comprende lo que ha ocurrido, y ahora la incertidumbre es reemplazada por la más intensa de las rabias.
¡El bastardo me ha rechazado!
Capítulo dos
—¡El hijo de puta me ha rechazado! —grito antes de beber otro vaso de cerveza de un solo sorbo. Ya he perdido la cuenta de cuántas he bebido.
Mi amiga Clara está sentada frente a mí en la barra, y la expresión en su rostro ya pasó de divertida a preocupada.
—Me parece que ya has bebido demasiado —me dice.
—¡Una mierda, quiero algo más fuerte! —pido otro trago. El camarero me sirve un wiski, y después de beberlo de un solo sorbo una ráfaga de fuego se propaga en mi esófago, y pienso que tal vez Clara está en lo cierto. Un leve mareo se apodera de mí, y bebo un poco más de cerveza. Su frescura me ayuda a despejarme.
—Realmente lamento que no hayas conseguido esa pasantía. —Clara deja escapar un suspiro y bebe, de esa manera tan delicada que tiene ella—. Me siento culpable por hacerte ilusionar, ¡pero estaba convencida que te la otorgarían!
Sacudo la mano, y noto que mis movimientos son lentos y torpes.
—No es tu culpa —le respondo—. Al contrario ¡te agradezco mucho que me hayas recomendado! Fue culpa de ese desgraciado…¡ese desgraciado! ¡Lo odio! ¡Camarero, otro wiski! —Este segundo trago me hace arder la garganta más que el primero, y siento deseos de vomitar, pero permanezco en mi asiento mientras la visión me da vueltas. De pronto todo vuelve a estabilizarse y veo la expresión alarmada de Clara.
—¿De quién estás hablando?
—¡Brad Turner! Maldito idiota…fue él quien me entrevistó.
—¿En serio? —una sonrisa incrédula se dibuja en sus labios durante un segundo—. ¿El CEO mismo te entrevistó? Él nunca evalúa a los candidatos.
—Lo sé…es la segunda vez en el día que escucho eso. ¡Y ni te cuento los comentarios machistas que tuve que soportar en la entrada!
—Lisa, para ti todo es machista.
—¡Porque lo es! El machismo es una realidad innegable.
—No digo que no, pero tú…digamos que exageras un poco a veces, no todos los hombres son el demonio.
—Pues este sí. Brad Turner es el diablo en persona. ¡El rey del infierno! —grito, y sin querer derribo un vaso con el codo—. Encima el desgraciado me hizo ilusionar por un momento…me dijo que le gustaba mi sinceridad…¡Y después me rechazó! Hay que ser sádico para hacer algo así.
—Te lo estás tomando personal. Un rechazo en una entrevista laboral nunca es algo personal.
—Vamos, Lisa, tú misma has dicho hace un momento que no había nadie mejor capacitado que yo para este pasantía.
—Entonces, ¿qué es lo que estás diciendo?
—Que ese bastardo odia a las mujeres, por eso jugó conmigo.
—¿Brad Turner? ¿Odiar a las mujeres? —Clara suelta una carcajada ruidosa—. Oh, qué equivocada estás, amiga, todos saben que Turner ama a las mujeres. En exceso. ¿Acaso no has leído todos los rumores que circundan a su alrededor? El hombre se ha follado medio país.
—Pues follar no es lo mismo que amar – respondo, amarga, y de pronto recuerdo la mala suerte que toda mi vida he tenido en esa área.
Por lo menos, tantos años sin sexo ni romance me han ayudado a tener los puntajes y promedio más alto. Y ahora, en la edad en la que muchas mujeres dependen económicamente de algún marido que no las ama, yo tengo todas las herramientas para comenzar una vida profesional satisfactoria. Sin depender de ningún hombre.
O por lo menos, eso espero. Porque si todas las entrevistas laborales terminan como la de hoy…
—Ya encontrarás trabajo —Clara me da una palmadita cariñosa en el muslo—. No hablemos de cosas desagradables.
—Es que no puedo sacarme a ese desgraciado de la cabeza…no dejo de pensar en el maldito Brad Turner.
—Oh, ya ves. —Clara suelta una risita maligna y le da otro sorbo a su trago.
—¿Qué significa eso? —Todo el alcohol que he bebido hace que mi tono suene más agresivo de lo que yo deseo.
—Pues, que dices ser diferente a las demás mujeres, pero aquí estás: presa del hechizo que Brad Turner ha echado sobre ti.
—¡Por favor! ¿Cuál hechizo? Es un bastardo arrogante.
—Tal vez, pero los hombres como él tienen un motivo para ser arrogantes.  Y, además, no puedes a negar que está buenismo.
—No me resultó atractivo —declaro en tono seco antes de beber más cerveza. La música de este bar está comenzando a fastidiarme. O tal vez son las palabras de mi amiga que me están produciendo una asquerosa migraña.
—¡No mientas, Lisa! —Clara busca el móvil del bolsillo de su saco de lana, y segundos más tarde me muestra una foto de Turner posando con el torso desnudo—. ¡No eres una mujer con sangre en las venas si esto no te resulta atractivo!
Y tal vez sea el alcohol que me está alterando los sentidos, pero la verdad es que ese es cuerpo atractivo, sin dudas. Los hombros anchos que le dan un aspecto de triangulo invertido, los pectorales trabajados y fuertes, los bíceps torneados, y esa irresistible sucesión de músculos abdominales, duros y firmes, adornando su vientre. Sin duda, Brad Turner pasa mucho tiempo en el gimnasio. O simplemente tiene el dinero para un buen entrenador personal. Sin embargo, mis ojos van más a su cara que a su cuerpo (escultural). Hay algo en la expresión de sus ojos azules, algo en esa sonrisa…algo idéntico a la expresión que me dedicó esta mañana en su oficina. Esa mezcla intoxicante de dominación, confianza y magnetismo, que hace que i corazón se acelera de nuevo y que molestos latidos me castiguen entre las piernas.


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