Novio por Contrato de Daria Grant

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Novio por Contrato de Daria Grant pdf

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ella emplea un amigo…

aunque cristina es cumplidor, interesante y suficiente mica, en ningún tiempo se beneficia mantener una cuento estable. y por si la virginidad no fuera sabihondo, su último desespero amoroso la renta de nuevo a beneficio de las apreciaciones de su tía. cuando un alba tiene que repatriar a su comercio, piensa que su tía está enamorando restregarle por las narices que llega a sentar célibe. para encapucharle la rendija, cristina elige ponerse un enamorado arreglado. rebosa puede despedirse mal, ¿no?

Él necesita invadir…

adam solía ser un playboy sin socorro. sin embargo, ha impecable dar un orientación a su vida. a más de de irreprimiblemente gitanería, ahora es un dueño de éxito con planes ventana. pero uno está falsificando género de su instalación de juguetes y perece descubrir a los gestores. y para ello, y sin entender servilmente cómo, retoca perpetrándose repasar por el novio falso de una tal cristina. ¡lo que hay que proceder por los negocios…!

y puede que una encanto alternativa aglomere las enhebres…

este dúo no lo adolecerá se baña manejable. para cristina, adam es un patán mal informado. para él, cristina es una descerebrada. entre una maquina de engaños y una progenie a la que placer de que son doble, los dos se obligarán que cultivarse a confiar solidariamente. cuando tal pareo de petimetres, atractivos y absolutamente casaderos, salda afanando en agrupación, rebosa puede pararlos sano ellos mismos.

y meridiano, si la insostenible duplo se ve obligada a compartir habitación, puede que sus respectivas misiones acaben siendo más complicadas de lo que esperaban inicialmente.


   
Capítulo 1
Cristina apagó el ordenador de la recepción y miró su móvil. La tía Carolina, o mejor debería decir la bruja de la tía Carolina, había dejado otro mensaje.
-Tengo que decirte, Cristina, que todos estamos muy enfadados contigo -decía la tía, sin saludar ni nada-. Has dejado a Héctor, tu gran oportunidad para no quedarte soltera, y encima te vas de la ciudad. Muy mal, Cristina, muy mal. Deberías quedarte y esforzarte un poco. A este paso, no te casaremos y tu pobre padre se quedará sin nietos, y …
Como siempre, su tía seguía empeñada en demostrar que ella no era capaz de tener una relación estable. Cristina borró el mensaje sin terminar de escucharlo.
Sus compañeros se despedían alegremente porque era viernes, pero ella no estaba contenta por la llegada del ansiado fin de semana. Ella hubiera preferido seguir trabajando.
A diferencia de sus colegas, Cristina no tenía planes interesantes o relajados para los próximos días. Para su desgracia, sus planes inmediatos consistían en volver a su casa. No, sería más atinado decir que se veía obligada a volver a casa, pero le apetecía tanto como una patada en la espinilla. Y de haber podido elegir, hubiera preferido la patada. Hubiera sido menos doloroso y más tolerable.
Sonrió al ver llegar a Adriana y a Julia, dos de sus nuevas amigas. Julia, morena y descarada, trabajaba en Jardinería y Paisajismo y no tenía pelos en la lengua. El polo opuesto de Adriana, que era rubia, discreta y elegante. Adriana se había casado hacía unos pocos meses y actualmente dirigía Recursos Humanos.
-Tienes nostalgia -decía Julia-. Cada vez que pasas por aquí, te lo noto.
-Un poco, sí, no lo niego -contestó Adriana.
Antes de dirigir Recursos Humanos, Adriana trabajaba allí mismo como recepcionista. Precisamente fue Adriana quién la seleccionó a ella, Cristina, para ocupar el puesto.
-Nos vamos al Drinks a tomar unas cervecitas -le dijo Julia al pasar por el mostrador-. Queremos celebrar que por fin ha terminado esta semana infernal. ¿Te apetece un poco de relajación? Porque yo estoy que me subo por las paredes.
-En cuanto guarde todo esto, me acercaré un ratito -contestó Cristina señalando las carpetas que tenía por el medio.
Sabía que no debía ir. Que debía cargar las maletas y subirse al coche, para llegar a casa antes de que se hiciera de noche. Pero con tal de posponer ese momento, hubiera ido a cualquier sitio. Y el Drinks era tan bueno como cualquier otro, y además, estarían sus amigas.
Dejó el mostrador limpio de papeles, cerró su taquilla y se fue al Drinks, el bar de abajo. Cuando llegó, Julia y Adriana estaban con otros compañeros, y Julia protestaba amargamente porque había quedado para cenar.
-¿Para qué has quedado si no te apetecía ir? -preguntó Cristina acomodándose a su lado.
-Es que no he quedado yo -dijo Julia con un gesto de hastío-. Mi madre me ha organizado una cita con el hijo de una de sus amigas.
Soltó un gruñido y frunció el ceño para demostrar su desagrado.
-Será otra patata hervida sin cerebro -añadió resignada y con un encogimiento de hombros-, porque últimamente llevo una racha…
-Podría ser peor -dijo Lidia con la mirada chispeante-. Acuérdate de aquel otro, el pulpo. Aquel tipo, que por cierto, también le buscó su madre -informó a Cristina-, empezó a tocarle la pierna en cuanto los llevaron a la mesa.
-¿Tu madre te organiza tu vida social? -preguntó Cristina con regocijo.
No podía imaginar a su madre organizándole citas con nadie.
-Hemos llegado a un acuerdo -refunfuñó Julia-. Yo dejo que me organice una o dos citas al mes, y ella se encarga de llenarme el congelador semanalmente con mis platos favoritos. Es que no me gusta cocinar -explicó innecesariamente.
-Se deja comprar -explicó Irene, una atractiva pelirroja que dirigía el departamento de Jardinería-. Te costaría menos comprar la comida preparada, si es que sigues negándote a aprender a cocinar.
-Ni hablar -dijo Julia-. Ni quiero comprar comida para llevar ni quiero tampoco aprender a cocinar. Nadie cocina como mi madre -añadió desafiando a cualquiera que quisiera juzgarla-. Si tengo que pasar un par de horas ocasionalmente con algún tipo aburrido, tonto, gordo o lascivo, estoy dispuesta. La comida de mi madre bien lo vale.
Los demás intercambiaron una mirada escéptica, pero nadie dijo nada.
-Hoy tengo una de esas citas, pero el próximo viernes estaré libre y quiero organizar una cena de chicas en mi casa -dijo Julia haciendo como que no había visto esas miradas.
-Hum…, me temo que yo no estaré libre -dijo Irene-. Carlos y yo cenamos en casa los viernes.
Cristina supuso que Carlos era su marido.
-Huy, no tienes que preocuparte por tu marido, cielo -dijo Berni, que también trabajaba en Jardinería-. Mitch y yo nos lo llevaremos a tomar unas cervezas para que no se aburra.
Mitch era el novio de Berni.
-Ja. Ni hablar. La última vez que vosotros dos llevasteis a Carlos a tomar cervezas, me dijo que recibió cuatro o cinco proposiciones -masculló Irene.
-Pero me consta que una de esas proposiciones fue de una chica -explicó Berni con cara de no haber roto nunca un plato.
-Eso no me tranquiliza -protestó Irene.
-Al final tuve que ponerme serio para que lo dejaran en paz -Berni rió con ganas-. No te ofendas, cariño -añadió-, pero tu marido es un bombonazo, y Mitch y yo solo queríamos presumir un poco -soltó una alegre carcajada y se volvió hacia Cristina para cambiar de tema-. Tú aún no has ido a ninguna fiesta de Julia, así que no puedes perdértela.
-No habré vuelto todavía -suspiró Cristina-. He pedido unos días de vacaciones y voy a pasar nueve días en mi casa.
No añadió que serían nueve días espantosos, pero le había prometido a su madre que los pasaría en casa, y ella siempre cumplía su palabra. Aunque le pesara.
-No importa. Haremos otra fiesta cuando vuelvas -aseguró Julia.
Cristina observaba a sus amigos. Los conocía desde hacía poco tiempo, apenas cuatro meses, pero estaba descubriendo, por primera vez en su vida, lo que era la amistad. Y sentía que podía contar con ellos.
Suspiró profundamente y se volvió hacia el otro lado de la mesa, donde Julia hablaba con Adriana sobre un robo o algo así.
-Tu cuñado estará cabreado -decía Julia.
-Ni te lo imaginas -asintió Adriana-. Le han robado varios de sus diseños y el pobre lleva una semana sin apenas dormir. Incluso ha contratado a un hacker para identificar a quién sea que ha accedido a su ordenador, pero no ha averiguado nada.
A pesar del ruido ambiental, Cristina no perdía detalle de la conversación, porque el tema le interesaba. Precisamente ella era de Carpin, la ciudad de las falsificaciones por excelencia, y conocía el problema de primera mano.
Al parecer, el cuñado de Adriana tenía una fábrica. No sabía qué fabricaba, pero resulta que le habían robado las plantillas de algunos prototipos. Y naturalmente, los habían sacado al mercado con el mismo logo de la marca, pero con una calidad ínfima y a un precio irrisorio.
En Carpin se hacían las cosas así.
Carpin era una importante ciudad industrial, en la que las fábricas legales alternaban con las otras, las ilegales, las que se dedicaban a las falsificaciones. Ella lo sabía de primera mano, porque su padre era el dueño de una de las fábricas legales. Y había sufrido en sus propias carnes el problema de las falsificaciones.
Ya que iba a pasar unos días en Carpin con su familia, preguntaría a su padre y a otros conocidos si sabían algo. Pero no contaba con ello, porque allí, nunca nadie sabía nada.
Era del dominio público que las fábricas ilegales existían, pero nadie sabía dónde estaban ubicadas exactamente, porque aparentemente, todas las industrias de los alrededores de Carpin producían artículos legales.
Y eso que todo el mundo tenía claro que las mejores falsificaciones del mercado procedían precisamente de Carpin, y que allí se falsificaba cualquier cosa: moda, zapatos, bisutería, relojes… En Carpin se falsificaba todo.
Así que si al cuñado de Adriana le habían robado sus prototipos, era casi seguro que se estaban fabricando en Carpin.
Poco a poco, los compañeros se despidieron uno tras otro. Todos felices y esperando disfrutar del fin de semana. Todos menos ella. Cristina no disfrutaría de sus vacaciones.
Por lo menos esperaba no encontrarse con Héctor. Sería muy desagradable volver a verlo, porque él no había querido entender que ya no salían juntos.
Apenas había salido con él durante un par de meses y ahora sabía que ese hombre nunca había significado nada para ella. Pero después de saber que él solo salía con ella por interés, Cristina se quedó con la autoestima por los suelos.
Tampoco quería ver a la tía Carolina ni a sus primas, pero de eso no podía escapar. Las vería con toda seguridad.
Desde que podía recordar, esas tres siempre se habían esforzado en destacar que ella era feucha y no demasiado lista y que no estaba a la altura de sus maravillosas primas. La tía llegó a decir que ocupaba un puesto importante en la empresa de su padre por ser la hija del jefe, no por sus aptitudes.
Cuando supo que Héctor salía con ella para ascender en la empresa, Cristina dejó su cargo como subdirectora en Zapados, hizo las maletas y se largó a Madrid.
Sus padres nunca entenderían los motivos por los que renunciaba a todo, así que no les dijo nada. Se limitó a decirles que necesitaba un descanso y se fue de la ciudad.
Por eso había aceptado el puesto de recepcionista en Walkiria, un puesto muy por debajo de sus titulaciones y de sus aptitudes. Pero allí había conseguido librarse de la tía Carolina, de sus primas y, sobre todo, de Héctor. Y había sido mucho más feliz durante esos pocos meses en Madrid, que en mucho tiempo.
Ya se habían ido casi todos. Solo quedaban Julia y ella, pero Cristina se resistía a irse.
-Anímate, que igual no es para tanto -dijo Julia. Era la única que sabía que Cristina no quería ir a su casa.
-No, será peor todavía -afirmó ella-. No sabes cómo es mi tía.
Había prometido volver a casa para el cumpleaños de su padre y para la boda de su prima Bea, la hija de un primo-hermano de su padre. La parte normal de la familia. No podía fallarles ni a Bea, ni a su padre.
Se suponía que al resto solo los vería en las dos fiestas oficiales, pero ya se encargaría la tía Carolina de organizar reuniones, o cenas, o lo que se lo ocurriera. Esa mujer no dejaba escapar una ocasión para fastidiarla.
-Daría cualquier cosa con tal de no ir -dijo Cristina.
-Lo que tú necesitas es un cordial -dijo Julia mirándola inquisitiva-, y puede que yo también -añadió con una carcajada-. Así que voy a ver qué tienen por la barra.
Todos hablaban de los combinados alcohólico-medicinales de Julia, pero Cristina todavía no los había probado. Sabía que Julia los aprendió de su abuela y que, según ella, servían para arreglar, o al menos mitigar, cualquier problema anímico, romántico o emocional.
Es decir, que servían para todo. Si era cierto, ella estaba dispuesta a probarlos.
Julia habló con el camarero, se metió en la barra, y volvió agitando el cordial en una coctelera.
-Tendrás que esperar una horita o así antes de ponerte al volante -explicó mientras seguía moviendo la coctelera-, porque esto lleva un poco de alcohol -dijo con una risita.
-¿Seguro que solo lleva un poco? -preguntó Cristina con la misma risita.
-Muy poco -contestó Julia con los ojos chispeantes-. El suficiente.
Sirvió el cordial en dos vasos de cóctel y Cristina bebió un poco. Enseguida se sintió recuperada. O puede que se sintiera un poco achispada. Pero su estado anímico y su humor mejoraron notablemente.
-Está bueno, esto. ¿Qué tiene? -preguntó con curiosidad.
-Leche, azúcar y brandy. El resto es secreto de familia -contestó Julia, que se terminó su bebida y levantó para despedirse-. Te dejo aquí la coctelera, pero es mejor que no repitas si tienes que conducir. Ya me contarás cómo te ha ido.
-Que te diviertas. Ojalá que tu cita sea un tío normal -le deseó ella.
separador
Cuando se quedó sola, Cristina siguió degustando su cordial lentamente, paladeando cada sorbo. Cada vez se encontraba mejor. Sí, decididamente se encontraba mejor.
Vivía cerca, apenas a cincuenta metros del Drinks, pero ya tenía las maletas preparadas y no le apetecía volver a casa tan pronto. Apuró su vaso y se sirvió otro. No le preocupaba que tuviera alcohol. Si notaba que se le subía a la cabeza, esperaría el tiempo que hiciera falta antes de ponerse al volante.
Haría eso. Llamaría a su madre para decirle que llegaría tarde y su madre lo entendería.
Su madre contestó enseguida, pero no fue para darle buenas noticias.
-La familia de tu padre se quedará en casa toda la semana -dijo su madre después de los primeros saludos.
Cristina dio un respingo. En cuanto llegara a casa, se encontraría con la tía Carolina, con sus primas, con los insoportables y repelentes maridos de sus primas, y con sus hijos consentidos y maleducados. Todos en su casa.
-¡Oh, no! -dijo espantada.
-¡Oh, sí! -contestó su madre- Han llegado esta mañana y ya se han instalado. Lo siento mucho, cariño.
Lo que faltaba. Su proyectada visita a casa pasaba de mala a horrible. Si ya era suficientemente malo tener que verlos un par de veces o tres durante esos días, no quería ni pensar en lo que significaría tenerlos a todos viviendo en su casa. Topándose con cualquiera de ellos a todas horas.
Y encima, tendría que soportar la hipocresía da tía Carolina, porque delante de sus padres ya se las apañaba para tratarla con aparente simpatía, pero solo era aparente. En realidad, lo que le lanzaba eran dardos envenenados.
Aunque últimamente, su madre empezaba a sospechar la mala intención detrás de las frases hipócritas de su cuñada.
-¿Aún no tienes novio, Cristina? -preguntaba su tía en cuanto la veía. Con ese tonillo remilgado que la sacaba de quicio, y moviendo la cabeza negando.
Pues no, no tenía novio. ¿Y qué? Ella no tenía prisa por casarse. Y menos aún después de haber salido con el impresentable de Héctor.
Pero para esa mujer, el único mérito en la vida era casarse con un hombre bien situado económicamente y empezar a tener hijos como una coneja. Aunque el elegido fuera un burdo paleto con pretensiones de gran hombre, como sus yernos. Pero eso era justamente lo que habían hecho sus primas, y probablemente, su tía creía de verdad que era lo mejor para cualquier chica.
-Tu tía me ha preguntado si todavía sales con Héctor -dijo su madre.
Cristina podía imaginarla con su sonrisita de bruja. Por favor. Cómo deseaba borrarle esa desagradable sonrisita de la cara. Porque ahora que volvía a estar soltera, su tía se encargaría de restregárselo por las narices.
-Le he dicho que no, claro -dijo su madre-, pero me hubiera gustado borrarle la cara de satisfacción que ha puesto. Me temo que tiene ganas de encontrarse contigo para machacarte.
Cristina bebió de un sorbo el cordial que le quedaba en el vaso. Y animada por el alcohol, se lanzó al vacío.
-¿Sabes qué, mamá? -dijo sin calibrar las consecuencias- Esta vez no tienes que preocuparte por la tía, porque voy a ir con mi novio.
No tenía novio, claro, y en ese momento no pensó en cómo justificaría después que llegaba sola. Pero estaba deseando que su madre lo soltara en la cara de la tía Carolina. Le hubiera gustado ver la escena en persona, pero no se puede tener todo.
-¿De verdad? -preguntó su madre con tanta alegría que, por un momento, Cristina se sintió culpable- ¿Desde cuando tienes novio? ¿Y por qué no me has dicho nada?
Su madre y ella tenían muy buena relación. Si hubiera tenido novio, su madre hubiera sido la primera en saberlo.
-No importa, cariño -su madre estaba tan contenta que no le importó esa falta de confianza-. No sabes lo que me alegro. Voy a decírselo ahora mismo a la bruja de tu tía. A ver si calla la boca de una vez.
No había simpatía entre las cuñadas. Ninguna simpatía. Pero eran familia, y los miembros de la familia se alojan unos en casa de los otros si hace falta. Más aún si se trataba de quedarse en la casa familiar, la casa donde habían crecido su padre y su hermana. La tía Carolina siempre la había considerado como propia. Pero ese era otro asunto.
Cristina ya se había arrepentido de haber dicho lo del novio, pero no tuvo ocasión de echarse atrás porque su madre no le daba opción de hablar.
-Como si casarse fuera lo más importante del mundo -se quejaba su madre-. Y como si tú no tuvieras ninguna posibilidad de conseguirlo -añadió enfadada antes de colgar.
A pesar del efecto del alcohol, Cristina empezaba a entender la que se le venía encima. Se sirvió el resto del cordial que quedaba en la coctelera para animarse y se lo bebió todo, pero ya no hizo que se sintiera mejor, al contrario. Sabía que se había metido en un buen lío y tenía ganas de llorar.
Y encima había bebido demasiado y no podía conducir.
Demasiado preocupada como para pensar en algo útil que la sacara del atolladero, se acercó a la barra y pidió un café bien cargado.
Entonces la llamó la tía Carolina.
-Vaya, así que por fin tienes otro novio -su tía era la mujer más malintencionada de la tierra.
-Pues sí -contestó Cristina intentando resultar convincente-. Ya ves, al final todas podemos tener un novio si queremos.
-¿Y si te digo que no me lo creo? -preguntó su tía. Esa mujer era mala con ganas, pero no era tonta en absoluto.
-Haz lo que quieras -contestó Cristina con despreocupación-. Puedes no creértelo si quieres. A mí personalmente no me parece importante tener novio o no tenerlo. Pero lo cierto es que lo tengo. Ya lo conocerás tú misma mañana.
Esperaba que para entonces ya se le habría ocurrido alguna justificación convincente para explicar que llegaba sola.
-¿No venías esta noche? -preguntó la tía con mala idea- Pues aquí te esperaremos, querida. A la hora que sea. Todos queremos conocer a tu novio -hizo una pausa-. Si es que lo tienes.
Lo que faltaba. No dispondría ni de unas pocas horas de tranquilidad al llegar a su casa. No tendría tiempo para pensar tranquilamente en una buena excusa.
Colgó y calibró sus posibilidades de salir airosa: ninguna.
Enfangada en su propia mentira, Cristina no pudo evitar echarse a llorar silenciosamente. No podía controlar los sollozos. Y con el café en una mano y los ojos llenos de lágrimas, se dio la vuelta para volver a su mesa. Con tan mala pata que se dio de bruces contra un chico que pasaba justo por detrás.
La taza se le escapó de las manos y rodó en el aire sobre sí misma. El café salió volando en un estallido de gotas oscuras, y se derramó finalmente sobre la camiseta y el pantalón del chico, formando una enorme mancha marrón. Por suerte la taza no se rompió.
-Mira por dónde andas -se quejó él de mal humor-. ¿Es que estás en la higuera? Me has puesto hecho un asco.
No había sido así. Había tirado el café por su culpa y encima el tío la culpaba a ella. Si no se hubiera puesto por el medio, no se habrían chocado.
Y aunque hubiera sido culpa suya, había sido sin querer. No llevaba ninguna intención de quedarse sin café, ni de manchar a nadie. Y él no tenía por qué ponerse así. Además, solamente le había manchado un chándal, por favor.
Pero el chico seguía refunfuñando y frotaba su camiseta con un pañuelo de papel para quitar los restos de café.
-Me has dejado la camiseta para tirar -dijo él. Estiraba de la parte de abajo para mostrarle la enorme mancha-, y es mi favorita. Que lo sepas.


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