Antes de comenzar
Te doy las gracias por leer esta novela. Ha sido un largo y duro camino hasta poder ponerla en tus manos y me siento feliz de poder, por fin, compartirla.
Pantera es la tercera obra de la saga Corazón de Pantera. Si no leíste las anteriores, Efervescencia y Alma Blanca, te recomiendo que las busques y las completes antes de sumergirte en la lectura de este libro para que la experiencia sea mejor y no se te escape ningún detalle.
Gracias por acercarte al universo de Corazón de Pantera.
1
Paseaba con mirada orgullosa y sonrisa segura, como si tuviera muchos más de sus nueve años. En el patio, sus compañeros disfrutaban del recreo, pero a ella le costaba encontrar una actividad que le hiciera conectar con los demás. Y no es que fuera tímida. En absoluto. Simplemente, los juegos de los otros niños le parecían demasiado infantiles. Ella no sabía aún qué le gustaba, pero, desde luego, saltar a la comba y jugar a pillar, no.
Así pues, caminaba sin dejar de observar, le gustaba fijarse en todo. En las tonterías de los críos y en las conversaciones de los profesores. A veces sus miradas intimidaban, había algo en ella que iba más allá de la curiosidad. Pero, si alguien le preguntaba, se limitaba a mirar de soslayo y a irse hacia otro lado sin contestar.
Aquella mañana, simplemente, caminaba, dejándose arrullar por el rumor que producía la suma de ruidos y permitiendo que el sol hiciera destellar los bucles rubios de su pelo. Quedaban pocos minutos para terminar el recreo cuando decidió alejarse del calor del patio. Se encaminó hacia los baños del gimnasio para hacer un poco de tiempo antes de que la dejaran regresar a su aula. Fue entonces cuando unas risas y cuchicheos llamaron su atención. Otras personas habrían pasado de largo o, a lo sumo, se habrían asomado discretamente para saciar su curiosidad. Pero ella no se andaba con rodeos. Se aproximó, con paso firme, al lugar escondido de donde provenían los susurros y, sin miramientos, hizo acto de presencia. Dos niños, rubio él, casi pelirroja ella, de unos diez años, la miraban abochornados. Estaban desnudos, pero separados. Resultaba evidente que habían hecho un pacto para enseñarse sus geografías y así poder ver esas partes que les resultaban prohibidas. Ella sonrió como sin gana y se acercó aún más mientras los dos críos permanecían paralizados. Se colocó delante de él, miró su pequeño pene flácido y dejó escapar una mueca de desagrado. Después, se agachó para admirar el pubis sonrosado de la niña que, de inmediato, reaccionó tapándolo con las dos manos. Pero había visto suficiente.
Se incorporó y dio media vuelta, dejando a los dos niños avergonzados. El timbre marcó el final del recreo y ella se dirigió a su clase satisfecha. Raquel Zurita comenzaba a tener ciertas cosas muy claras.
2
—A los catorce —contestó orgullosa.
—¿Y fue entonces cuando descubriste que te gustaban las chicas o ya lo sabías?
—Ya lo sabía, claro. Por eso me acosté con ella.
Raquel entornaba los ojos como queriendo averiguar por qué a la periodista le costaba tanto asimilar que su primera vez hubiera sido con una chica y con todo convencimiento. Era su primera entrevista y estaba más ilusionada que nerviosa. Pocos meses antes, su grupo, Verso libre, había publicado un disco. Ella era compositora de muchas de las canciones y tocaba tanto los teclados como la guitarra. A pesar de que el protagonismo recaía, en gran parte, en la solista, Raquel había llamado pronto la atención de las masas y, por ende, de la prensa. Su imagen era muy llamativa y su entrega en el escenario había hecho que la apodaran «la Nacho Cano femenina». Además, no escondía sus preferencias y su gusto por las chicas era de dominio público. Había quien la odiaba por eso, pero también un amplio sector que la idolatraba.
—Apenas hace cinco meses que publicasteis vuestro primer disco, que ha tenido un éxito increíble. ¿Cómo llevas esta fama tan repentina? —continuó preguntando la entrevistadora.
—Muy bien. Las fans son muy agradecidas —aseguró guiñando un ojo.
—¿Tienes alguna anécdota divertida?
—¿Esta entrevista la van a leer menores de edad?
—Sí, claro, FANtásticos es una revista juvenil.
—Entonces mejor me la guardo —sonrió con picardía.
—Me da la sensación de que ligas mucho, Raquel.
—La verdad es que sí. A lo tonto soy la que más liga del grupo. De hecho, alguna chica ha venido buscando a Espinete y ha acabado conmigo —añadió mientras sus compañeros de banda reían sentados en un sofá al otro lado de la sala en la que estaba teniendo lugar la entrevista.
—Bueno, no me digas que Espinete, Lalo y Andri se están quedando a dos velas por tu culpa… —bromeó la periodista mirando de reojo a los tres.
—Sí, la única a la que no fastidio es a Patri, no me interesan los tipos que se le acercan.
—Por cierto, ¿cómo te llevas con Patri? Cuando hay dos chicas en un grupo, no siempre hacen buenas migas.
—En este caso sí. Nos estamos divirtiendo mucho en la gira.
—¿Lleva bien que tú empieces a ser más famosa que ella? —trató de meter cizaña.
—Es que eso no es cierto. Igual llamo la atención por otros temas, pero aquí lo importante es la música y ella es la voz de este grupo. Cuando se aburran de verme como algo diferente, lo que quedará será ella y nuestras canciones.
—Me has dicho que tu primera vez fue a los catorce con una chica. ¿Nunca has estado con un chico?
—No —contestó con rotundidad.
—¿Ni te ha gustado ninguno?
—No.
—Veo que lo tienes muy claro.
—Sí, supongo que igual que tú, ¿o no?
—¿Cuándo supiste que te gustaban las chicas? —preguntó para evitar tener que responder.
—Cuando tenía nueve años.
—¿Y has tenido alguna novia?
—Sí, a los quince, pero duramos poco. Igual fui cruel, pero me di cuenta de que se lo estaba tomando demasiado en serio y yo no estaba por la labor.
—¿No estabas enamorada?
—No.
—¿Lo has estado alguna vez?
—Sí, estuve muy enamorada de una chica que no me correspondió.
—No me digas que hubo una que se te resistió.
—Sí, y aquello sacó lo peor de mí, pero ya lo he superado.
Raquel suspiró con cierta melancolía recordando los tiempos en los que había sufrido por Tina. Se había enamorado de ella sin esperarlo y, por más que lo intentó, nunca pudo conquistarla. Ella amaba a Lucía y no era capaz de entregarse a otra mujer. A pesar de que al principio no supo sobrellevarlo, con el tiempo había aceptado la situación y lo que más deseaba era que Tina estuviera bien. Por eso, cuando al fin acabó con Lucía, solo pudo compartir su felicidad y continuar adelante con su vida sin mirar atrás. Lo más importante era que Tina seguía siendo su mejor amiga y eso había neutralizado cualquier rastro de dolor.
—¿Crees que se habrá arrepentido ahora que eres famosa?
—No, qué va —negó con una gran sonrisa—. Tiene a alguien mucho mejor que yo.
—Bueno, creo que tus fans no van a estar de acuerdo con eso.
—¿Crees que piensan que soy la mejor? —contraatacó.
—Me da la sensación de que sí, de que te adoran.
—¿Tú también piensas que soy la mejor? —le susurró haciendo que se ruborizara.
—Yo no pienso nada, estoy aquí para preguntar lo que nuestros lectores quieren saber.
Había salido del paso con sonrisa nerviosa, pero lo cierto era que no paraba de manosear la grabadora ni de enterrar su mirada en las notas de su cuaderno. Raquel se había dado cuenta y trataba de amedrentarla con sus magnéticos ojos verdes.
—¿Nos hablas de tus amigos? ¿Qué les parece todo lo que te está pasando? —trató de cambiar de tercio.
—Siempre he sido un poco independiente. Mis personas especiales son mi hermana Belén, mi amiga de toda la vida, Sara, y desde hace menos tiempo Sandra y, sobre todo, Tina. Todas están contentas por nuestro éxito y saben que la fama no me va a cambiar.
—¿Y qué te parece si me hablas de cómo está yendo la gira?
Raquel respondió casi en modo automático, explicando lo bonita que estaba siendo la experiencia, lo larga que era la lista de conciertos y lo gratificante que resultaba la comunión con el público. Pero Silvia Arnedo, la periodista, sabía que, en el fondo, a sus lectores adolescentes les interesaban más otras cuestiones, por lo que volvió al tema estrella de la entrevista.
—Y dime, ¿cómo te gustan las chicas?
Raquel había observado que sus compañeros habían salido junto con el fotógrafo y que se habían quedado solas. Ante el desconcierto de Silvia, pulsó el stop de la grabadora, sonrió y le contestó al oído:
—Me gustan castañas, con media melena, ojos azules y la barbilla partida. Que vistan falda de cuero ajustada, camiseta de tirantes y sandalias de cuña. Y si se hacen las interesantes… mejor.
Tras describirla, volvió a pulsar el botón de grabar y le ofreció la respuesta para sus lectores:
—Me gustan las chicas simpáticas y cariñosas. Aunque, mira, justo esa de la que me enamoré no era ni una cosa ni la otra.
—¿Y tienes ganas de tener novia? —preguntó aún algo aturdida por el episodio de unos segundos antes.
—De momento no me lo planteo. Aún me faltan unos meses para cumplir los veintiuno y tengo muchas ganas de disfrutar de la vida. Además, con los compromisos que hay programados para los próximos meses, sería inviable mantener una relación seria.
—¿Lo dejarías todo por una chica? ¿Por la mujer de tu vida?
Raquel se detuvo a meditar un momento. No se consideraba romántica, ni siquiera pretendía enamorarse. Vivía bien picando de flor en flor y sintiéndose libre. Pero ¿qué habría sido de ella si Tina le hubiese correspondido? ¿Podría ser que la mujer adecuada pudiera hacerle cambiar su modo de vivir?
—Sí, lo dejaría todo. Aunque no sé si sería capaz de sentir algo tan definitivo. Este tipo de vida es muy dulce.
—¿Con cuántas mujeres te has acostado?
—¿En serio eso interesa a tus lectoras quinceañeras?
—Mis lectoras quinceañeras están muy espabiladas.
—Pero quizá mi vida no sea un ejemplo para ellas. En cierto modo, tengo una responsabilidad. No es lo mismo un artículo en tu revista que en Interviú.
Silvia detuvo la grabación sorprendida por el gesto serio de Raquel.
—Disculpa, quizá me he pasado con la pregunta.
—Te la responderé a ti, pero no a tu revista —volvió a musitar acercándose al máximo a ella.
—¿Y lo consideraremos un secreto? —trató de averiguar con la voz temblando.
—Y no solo la respuesta podría ser nuestro secreto. Quizá podríamos mantener oculto algo más —sugirió cogiendo su mano y acercando los labios a su mejilla.
Se separaron cuando escucharon que la puerta se abría y vieron aparecer al fotógrafo y al resto de componentes de Verso libre.
—¿Habéis terminado, Silvia? —quiso saber su compañero—. Me faltan unas fotos de Raquel en solitario.
—Claro, toda tuya —afirmó con la respiración aún entrecortada.
Raquel salió a realizar su posado mientras la periodista se quedaba charlando con la banda. Se habían visto varias veces y la simpatía fluía. A Patri ya le había hecho un par de entrevistas y también a Espinete, que era el guaperas del grupo. Los otros dos solían pasar más desapercibidos, pero igualmente estaban teniendo que asimilar el éxito y la popularidad. Habían pasado de soñar con dedicarse a la música a verse en posters y carpetas de miles de adolescentes. De los aprobados raspados en el instituto a actuar en importantes programas de televisión. Los cinco eran buenos chicos y estaban sabiendo llevarlo bien, pero también era cierto que, en algún momento, se habían sentido cansados y no sabían si con la ilusión iba a ser suficiente para escalar la gigantesca montaña que tenían por delante. Les quedaban muchos meses de viajes, conciertos y promoción. Quizá demasiados para cinco jóvenes e inexpertos chavales de pueblo.
Raquel regresó sola y lanzó una mirada comprometedora a Silvia. El fotógrafo se había quedado guardando el equipo en el coche donde esperaría a su compañera.
—Pues ha sido un placer, como siempre. ¿Os vais a comer?
—Sí —contestó Lalo—. Algo rápido, después tenemos pruebas de sonido.
—Que vaya muy bien el concierto de esta noche.
El deseo de la entrevistadora había sonado a comienzo de despedida, pero Raquel la detuvo con su mano antes de dirigirse a sus amigos.
—¿Por qué no vais saliendo? Tengo que hacerle un par de preguntas a Silvia. Voy en seguida.
A los cuatro se les escapó una sonrisilla. Sabían de sobra lo que eso significaba.
—¿Qué quieres saber? —Silvia trató de mostrarse entera.
—Antes no me has respondido a si tú lo tienes claro —dijo caminando hacia un pequeño vestidor privado. Silvia dudó, pero la siguió a cierta distancia.
—Por supuesto. Tengo novio y siempre me han gustado los chicos.
—¿Y por qué no te acercas más?
—Me incomodas.
—¿Por qué? Tengo las manos en los bolsillos, estoy desarmada —sonrió—. ¿O es que dudas?
—No dudo.
—Entonces acércate. Si lo tienes claro, no tienes nada que temer.
Silvia, orgullosa, caminó unos pasos y se adentró en el habitáculo. Raquel cerró la puerta y volvió a introducir sus dedos en los apretados bolsillos de su vaquero. Solo los pulgares permanecían fuera.
—Tú también tienes una respuesta pendiente —Silvia trató de desviar la conversación.
—¿Lo de las mujeres con las que me he acostado?
—Sí.
—¿Por qué te interesa?
—En realidad no me interesa, solo es curiosidad.
—¿Ves este corazón? —preguntó Raquel señalando con la barbilla un parche situado en el pecho de su camisa vaquera sin mangas.
—Sí.
—Tócalo cuando quieras que saque las manos de los bolsillos.
—¿Y para qué iba yo a querer eso?
Raquel se limitó a sonreír con ojos hambrientos.
—Bien, respecto a tu pregunta… llevé la cuenta hasta las 155, después la perdí.
—¿155 mujeres distintas o veces?
—Es lo mismo, nunca he estado dos veces con la misma chica.
—¿Ni siquiera con tu novia?
—No, ella tenía trece y mantuvimos una relación platónica. Solo nos acostamos una vez. Me impresionó verla llorar de la emoción y eso me hizo ver que no podía seguir con ella. Era mejor hacerle daño en ese momento que más adelante.
—¿Y cómo es que te ha dado tiempo a acostarte con tantas?
—Es fácil. Cuando cumplí los dieciocho ya había estado con unas cuantas, a pesar de que pasé unos meses en blanco por… bueno, por la chica a la que quería. Y cuando fui mayor de edad pude ir al Pantera, el pub de ambiente de mi ciudad. Cada semana salía un par de veces y casi siempre había una chica dispuesta a pasar la noche conmigo.
—Hasta que perdiste la cuenta.
—Sí, al triunfar con el grupo, la cosa se ha desmadrado un poco. Una noche bebí más de la cuenta y no supe si había estado con una, con dos o con tres, así que decidí dejar de contar.
—Te lo tienes un poco creído —la acusó atreviéndose a acercarse.
—Después de más de 200 mujeres, ¿no crees que me lo puedo permitir?
—¿Eso somos para ti? ¿Como un artículo de colección?
—En absoluto. También yo podría pensar que soy una especie de trofeo. Pero… ¿por qué te incluyes? —preguntó dando también un paso más hacia ella.
—Porque te has pasado la entrevista flirteando conmigo.
—Es que eres terriblemente guapa.
—Gracias, pero a mí no me gustan las chicas.
—¿Yo tampoco? —susurró.
—Menos que ninguna. Así que tendrás que buscar a otra que te caliente la cama.
—¿Y quién necesita una cama?
Raquel lo había preguntado mirando de reojo la cómoda que acompañaba al pequeño espejo en el que se daría los últimos retoques unas horas después, antes de salir al escenario. Silvia se había estremecido, por más que pretendiera disimular.
—¿Te vale cualquier lugar? —intentó sin éxito que sonara a reproche.
—Me vale su cuerpo y el mío, lo demás no es importante.
Silvia estaba muy nerviosa. No se atrevía a mirarla a los ojos, pero cuando lo hacía se topaba con dos esferas que la abrasaban con su fuego. La seguridad de su mirada podía desarmar a cualquiera, por muy hetero o mojigata que se creyera. Miró el corazón bordado y no pudo evitar fijarse en el pecho en el que descansaba. Raquel no solo tenía unas facciones preciosas, también era poseedora de un cuerpo voluptuoso y perfecto. Con su anatomía y su poder de seducción, nadie podía dejar de derretirse en su presencia. Ni siquiera ella.
—¿Y a todas les haces lo mismo? —preguntó con apenas un hilo de voz.
—Sí. Llevarlas al cielo.
Silvia no pudo más. Levantó su mano derecha y tocó el parche como quien pulsa el botón del pánico. Raquel se apresuró a liberar sus manos y la abrazó sabiendo que ya no iba a cambiar de opinión. Silvia se preguntó cómo era posible que una chica hubiera escapado a aquella tremenda mujer, pero no pudo cuestionarse nada más porque la boca de Raquel acaparó la suya y le dejó la mente en blanco. Sintió cómo temblaba al notar sus labios carnosos y su lengua poderosa haciéndose dueña de su voluntad. Sus manos se habían deslizado por debajo de la falda de Silvia, acariciando y masajeando, con la fuerza justa, sus glúteos y la parte posterior de los muslos.
—Me tengo que ir, mi compañero me espera —balbuceó aprovechando que los labios de Raquel se habían desviado hacia su cuello.
—Démonos prisa entonces —sugirió bajito al oído, mientras la despojaba del tanga y la sentaba en la cómoda.
Había actuado con tanta pericia que Silvia ni siquiera se había dado cuenta de su nueva situación. Simplemente, abrió los ojos y se vio sentada en el mueble y con Raquel acomodada entre sus piernas.
—Qué pena que tengas prisa —se lamentó desabrochándose el vaquero y un par de botones de la camisa—. Me hubiera gustado verte desnuda y pararme a besarte todos los lunares. Pero las dos sabemos que no habrá otra ocasión.
Las palabras de Raquel envalentonaron a la periodista, que se excitó aún más con la urgencia y se atrevió a meter una mano en su canalillo. Ese busto era digno de ser tocado al menos una vez en la vida. Mientras tanto, Raquel se había desprendido de sus bragas y se había acercado al máximo al cuerpo de Silvia. Empujó su trasero hacia el borde de la cómoda, le abrió las piernas y se esmeró en unir los dos sexos a la perfección.
—Me hubiera gustado hacértelo de mil maneras —volvió a susurrarle—. Probar tus rincones ocultos y dejar que mamaras de mis pechos. Que comprobaras si soy una creída o una buena amante, pero no tenemos tiempo.
—¿Y si paras y esto no cuenta y quedamos en otro momento? —propuso desesperada.
—¿En serio quieres parar?
—No, no, no —admitió acompasando sus movimientos a los de Raquel.
—Me hubiera gustado tocarte, dormirte la boca a besos, saciarte diez veces seguidas.
—Por favor, calla, Raquel.
Silvia sentía cómo un raudal de placer acudía a toda velocidad a su entrepierna. Lo que Raquel le estaba haciendo podría no parecer gran cosa, pero la forma en que sus pubis se rozaban, en que la abrazaba, en que la acariciaba, en que le hablaba… Todas sus palabras, besos y movimientos eran tan sensuales como orgásmicos. Nunca había estado con una mujer, pero no le cabía ninguna duda de que Raquel era distinta a todas las demás. Su olor, su tacto, sus miradas… era imposible no rendirse a sus encantos y en ese momento, mientras el éxtasis la hacía gritar e hincar los dedos en su espalda, lo único que era capaz de pensar era en lo afortunada que se sentía. No le importaba ser la 201 o la 328. Era una de las agraciadas que habían subido al cielo en su compañía. ¿Acaso con su novio se había sentido alguna vez así?
Raquel no dejó de abrazarla ni de darle besos suaves mientras esperaba que recuperara la respiración. Después, la ayudó a vestirse y a retocarse para que nadie supiera lo que había ocurrido, aunque las dos eran conscientes de que las cinco personas que las esperaban fuera, en el fondo, lo intuían.
Antes de abrir la puerta, Raquel se pegó a su espalda.
—Aún te falta una pregunta por contestar.
Silvia se giró desconcertada y con un gesto le pidió que se explicase.
—Dime, ¿crees que soy la mejor o que mis fans están equivocadas?
—Por Dios, Raquel, no puede haber nadie mejor que tú. No sé en qué estaría pensando esa chica que te dio calabazas. No puede ser que digas que está con alguien mejor.
—Pues, créeme, Lucía lo es —aseguró sonriendo.
—No sé quién es esa Lucía ni quiero saberlo. Bastante mareo me llevo a casa por tu culpa. ¿Me guardarás el secreto?
—Claro que sí —la tranquilizó con el último beso.
Salieron y se despidieron casi sin mirarse. Unas horas después, Raquel se entregaría a su público y, tras el concierto, sumaría una conquista más. Otra chica con suerte sabría lo que era el cielo de Raquel.
3
El verano se acercaba a su fin y los chicos continuaban acumulando vivencias y sintiendo cómo se agotaban sus energías. El ritmo de conciertos y eventos era frenético, pero la recarga que le proporcionaba el público les compensaba. Aun así, cada día dormitaban más en el autobús con el que rodaban por el país y les costaba más mantener la sonrisa en los posados para la prensa. Sabían que aún les quedaba un mes de conciertos en España y que después la gira continuaría en diversos puntos del continente americano. No entendían cómo lo podían aguantar esos artistas que llevaban años viviendo entre aviones, escenarios y hoteles. Aunque quizá la clave era esa, simplemente la experiencia y la resignación.
Raquel había terminado de prepararse y observaba cómo sus compañeros hacían lo propio. En unos minutos ofrecerían un multitudinario recital en Madrid y estaban más nerviosos de lo normal.
Se dirigió a una pequeña salita anexa al camerino donde había un teléfono que evidenciaba haber sido manoseado en exceso durante años. Marcó un número que se sabía de memoria y esperó a que una voz sonara al otro lado.
—¿Dígame?
—Hola, Tinita.
—Hola, Raquel, ¿cómo va todo? ¿Preparada para el gran concierto?
—La verdad es que hoy estoy un poco cagada. Suena a llenísimo, no me he querido asomar.
—Es vuestro gran día y sabes que vais a triunfar. Ojalá pudiera estar ahí, pero ya sabes…
Raquel esbozó una sonrisa triste. Tina, esa de la que había estado tan enamorada y que era su mejor amiga, llevaba años coqueteando con la fotografía y estaba a punto de irse seis meses a París. Quizá podía parecer que importaba poco. A fin de cuentas, también ella iba a estar yendo de un lado para otro, sin apenas posibilidad de verse. Pero a Raquel le reconfortaba llamarla muchos días antes de salir a actuar, especialmente cuando se enfrentaba a grandes citas o la nostalgia le hacía sentirse mohína. Apenas tres días después, ese contacto se vería interrumpido y Raquel estaba viendo sucumbir su valentía y seguridad ante el vértigo de sentirse lejos de su amiga.
—Lo sé, no te preocupes. ¿Lucía está bien?
—Sí, algo agobiada por el traslado, pero ilusionada.
—¿Y Sandra?
—Está bien, un poco triste.
—¿Por qué?
—Su hermana Isabel se ha ido de la casa, solo le queda Cristina y ya sabes el drama que tiene con ese tema.
—Dile que no sea tonta, que ya quisiera yo una casona como la suya para mí sola.
—Ya se lo hacemos ver, pero está demasiado enganchada a sus hermanas.
—Dile también que le encantará ver cómo miles de personas cantan sus letras. Que cuando vio nuestros conciertos del principio solo iban cuatro gatos, esto es muy diferente. Cuando vayamos en octubre a Veliana va a alucinar. Lástima que tú no estarás.
—¿Haréis gira el próximo verano?
—Uf, no lo sé, supongo que, si descansamos un tiempo, sí.
—Haced lo posible por tocar por aquí cerca. Yo vuelvo en marzo y estaré disponible para ir a todos los conciertos que pueda.
—Ojalá, Tina. Cambio Madrid y Barcelona por un bolo en las fiestas de Albaceda —rio acompañada por su amiga.
—Raquel, te veo nerviosa.
—Es que, de verdad, no sabes cómo suena el pabellón.
—Eso no es nada para ti. Eres muy grande, la mejor, te los vas a comer. Bueno, y después supongo que te comerás a alguna que otra despistada —bromeó Tina.
—¿Despistada? No sabes lo calculado que lo tienen. —Volvieron a reír juntas.
—No creo que eso sea motivo de queja para ti.
—No, ¿para qué te voy a engañar? Ayudan a rebajar tensiones después de los conciertos.
Una puerta se abrió y Manu, el mánager del grupo, le pidió que colgara. Quedaba muy poco para que salieran al escenario.
—Te tengo que dejar. Intentaré llamarte mañana, pero si no puedo… buen viaje, Tinita, y aprovecha al máximo ese curso.
—Gracias, rubia, te voy a echar mucho de menos. Pero ahora disfruta mucho de esta noche, va a ser mágica.
—Un beso, Tina, y otro para Lucía y Sandra. Bueno, y para Lola y Pilar. Espero verlas a todas el mes que viene.
—Un beso, Raquel.
Sintió que el corazón se le encogía al soltar el auricular y notar el silencio que, de repente, había hecho enmudecer todo a su alrededor. Otro miembro del equipo volvió a reclamar su presencia y ella respiró con fuerza y salió junto a los demás. Andri se le acercó y le ofreció algo medio a escondidas. Raquel pudo ver que era una píldora rosada.
—¿Qué es?
—Una dosis de energía —le guiñó un ojo—. Hace días que veo que no te entregas como al principio.
—Normal, llevamos mucha trilla.
—Pues por eso, con una de estas lo darás todo. A tope.
—¿Tienes más? —preguntó Patri.
—Dásela a ella, yo no la quiero —la rechazó Raquel.
—No tengo agua —lamentó la cantante.
—No hace falta. Frótala contra las encías. Mira, así —le indicó Andri antes de hacerle la demostración.
—¿En serio necesitáis eso? —les reprochó Raquel.
—No es nada malo —aseguró el bajista—. Solo eleva la vitalidad. Es como un zumo de naranja recién exprimido y lleno de vitaminas.
Raquel negó con la cabeza y se apartó de ellos. Unos segundos después, todos volvían a reunirse para lanzar el grito de guerra y salir juntos al escenario. Las luces se apagaron, los gritos les ensordecieron y Raquel trató de obtener sus vitaminas de los silbidos y pancartas, de las lágrimas de las adolescentes y de los besos que las mayores le arrojaban con picardía, de las letras de Sandra y del recuerdo de Tina. Tres horas después, calmaría su ansiedad en el cuerpo de otra mujer.
***
Raquel pegó la cara al cristal como si fuera una niña ante el escaparate de una tienda de golosinas. La ilusión era similar, aunque los motivos muy distintos. Y mucho más distinta era la sensación interior, la nostalgia que le hizo derramar una lágrima distraída. En aquel momento, el autobús pasaba por las afueras de su pueblo, Albaceda, en dirección a la vecina Veliana, donde esa noche ofrecerían uno de sus últimos conciertos antes de volar a México.
Nunca había sido una sentimental. En cambio, sintió ganas de correr hacia su casa, hacia su familia, hacia sus amigas, hacia el parque donde había pasado horas, hacia el pub donde había bailado hasta quedarse sin fuerzas. Toda su vida, excepto Tina y Lucía, estaba allí, al alcance de sus ojos, después de seis meses de ausencia.
Patri apareció junto a ella, le regaló un sonoro beso en la mejilla y la rodeó con su brazo.
—Hogar, dulce hogar —dijo antes de mirar a sus compañeros y comprobar que los tres dormían—. ¿Podremos acercarnos un rato, Manu? Me gustaría pisar mi habitación, aunque solo sea un minuto.
—Después del concierto —se limitó a contestar el mánager del grupo.
—No seas rancio, hombre —insistió la vocalista—, llevamos meses fuera de casa.
—Lo sé y lo entiendo, pero tenemos un montón de entrevistas concertadas, no hay tiempo.
Raquel se unió a la mirada suplicatoria, abandonando por un momento la contemplación de la silueta de su ciudad.
—Venga, no seáis niñas. Vuestra gente vendrá a veros y, además, ya tendréis tiempo a partir de febrero de estar en casa. Y con un buen puñado de dinero, por cierto. No lo olvidéis —añadió apuntándolas con el dedo índice antes de ir a despertar a los chicos.
Raquel volvió a dirigir la vista fuera del autobús mientras pensaba en las últimas palabras de Manu. Realmente a ella el dinero era lo último que le importaba de aquella aventura. Le alegraba recibirlo por ayudar a su familia y por asegurarse un futuro, pero no tenía ínfulas de grandeza. Lo que de verdad le hacía disfrutar era la satisfacción de la creación, la adrenalina de los conciertos y, por supuesto, la pasión entregada de las mujeres. Pero habría preferido una gira más corta y no estar tanto tiempo sin el contacto de sus seres queridos. Sabía que a sus compañeros les pasaba algo parecido y que por eso habían ido cayendo en el consumo de sustancias que les aliviaban el cansancio y les borraban los pensamientos oscuros. Ella, en cambio, había permanecido íntegra. Exhausta, pero íntegra.
Unos minutos después, llegaban a las puertas del estadio en el que actuarían. Como solía ocurrir, un buen número de seguidores se agolpaba en las inmediaciones. Algunos ya habían comenzado a hacer cola para asegurarse el mejor sitio en primera fila, a pesar de que quedaban más de diez horas para el comienzo del espectáculo. Otros se dejaban llevar por el orgullo patrio o, simplemente, por la curiosidad. Aquel concierto no iba a ser el más importante ni el más concurrido, pero para los componentes del grupo era el más especial. Lalo y Andri eran de Veliana y los otros tres de Albaceda, situada a apenas tres kilómetros. Por primera vez en meses se sentían realmente en casa y sabían que el público iba a estar entregado por completo. La muestra eran los entusiastas que habían acudido a recibirles entonando sus canciones. Era como si trataran de arropar a sus héroes.
Los cinco correspondieron con saludos y gestos al cariño de la gente hasta que el autobús se adentró en el recinto devolviéndoles la intimidad del artista. Fue entonces cuando Raquel vio, junto a la entrada de los vestuarios que servirían de camerino, a cuatro personas que le hicieron saltar el corazón. A pesar de que habían acordado que les llamaría cuando llegara, no habían podido soportar la impaciencia y ya hacía rato que la esperaban. Allí estaban sus padres y su hermana, con la que siempre había tenido una estrecha relación. Y junto a ellos se encontraba su amiga Sandra Blanco, a la que había tardado en coger cariño, pero que en ese momento le provocaba unas ganas enormes de abrazarla tanto como a su familia.
Aún no se habían terminado de abrir las puertas del autobús cuando Raquel descendió y fue corriendo al encuentro de los suyos. Recibió el achuchón tierno de su madre y el intenso de su hermana. Se secó las lágrimas antes de caer en los brazos de su padre, con el que siempre había mantenido una relación algo distante, pero llena de respeto. No era ese tipo de padre con el que juegas y al que le cuentas tus cosas, pero nunca se había rebelado contra él y habían trabajado codo con codo en la empresa familiar. Él nunca estuvo de acuerdo con que lo abandonara todo por la música, pero, aun así, llevaba seis meses siendo incapaz de borrar la expresión de orgullo de su rostro.
—¿Y tú? ¿No me piensas dar un beso? —Raquel se había dirigido a Sandra, quien, tan tímida como siempre, se limitaba a esperar su turno sin atreverse a intervenir.
Su pequeña amiga se acercó a ella y se abrazaron emocionadas. A pesar de que años atrás la había odiado, se había convertido en una persona importante en su vida y la adoraba.
—No sabía que ibas a venir con mi familia.
—No he venido con ellos.
Raquel la miró sin entender.
—Dentro de un momento tenéis una entrevista con el periódico donde trabaja mi hermana. Es ella quien la va a hacer.
—¿Elena? Qué casualidad.
—Le he sugerido algunas preguntas para ti.
—¡Oye! A ver si te tengo que pegar una patada en el culo —la amenazó provocando su risa.
Durante unos minutos, Raquel disfrutó de la compañía de su familia, al igual que hicieron sus compañeros de Verso libre. Pero pronto comenzó la ronda de entrevistas, la mayoría en grupo, aunque también individuales. Después tendrían pruebas de sonido, visitas a radios, reportajes gráficos, encuentros con autoridades… Lo de casi todos los días, pero con el componente emocional añadido. La familia de Raquel regresó por unas horas a Albaceda mientras ella se entregaba a su rutina de trabajo, pero Sandra permaneció a su lado todo el tiempo.
—Me comentó Tina que andabas tristona —le dijo Raquel en un momento en que se quedaron a solas durante la comida.
—No tiene importancia, es lo de siempre.
—Tus hermanas.
—Sí, pero no vale la pena hablar de ello.
—Te he visto bien con Elena.
—Intento no echarla de menos. ¿Sabes que se ha quedado embarazada?
—¡No me digas! Sandrita, vas a ser tía.
—Sí —contestó con cierta desgana.
—¿No te hace ilusión?
—No me gustan los niños.
—Ya, pero eso no será un niño, será tu sobrino. Le podrás escribir cuentos y nanas.
Sandra trató sin éxito de esconder su sonrisa.
—¿Y qué tal con María?
—Raro.
—¿Raro?
—Desde que sabe que estoy enamorada de ella, se comporta de un modo extraño.
—Pero ya hace más de un año de eso. ¿Por qué no te lanzas de una vez?
—Porque es mi amiga y no quiero perderla.
—No vas a ninguna parte con esa actitud —le recriminó.
—Todas no somos como tú.
—¿Y cómo soy yo?
—Una profesional de la conquista —contestó ruborizándose.
—Qué tonta eres —sonrió—. Solo se trata de tener un poco de seguridad.
—Claro, esa que yo no tengo.
—Cuando vuelva a casa, me voy a poner muy seriamente contigo —la amenazó—. No puede ser que con diecinueve años aún no te hayas comido un rosco.
—No puedo estar con otra si quiero a María.
—Ya —musitó—. En cierto modo, te admiro por ello. Pero hay que hacer algo, atacaremos a María.
Sandra negó con la cabeza sin abandonar la sonrisa.
—¿Qué?
—Te recuerdo que es hetero.
—Todas las hetero lo son hasta que dejan de serlo.
Manu apareció junto a ellas para meter prisas a Raquel. En unos minutos tenían que realizar el ensayo antes de afrontar los últimos compromisos previos al concierto. A esas horas todo tendía a acelerarse y eso se reflejaba en el estómago y la piel de los chicos de la banda.
Sandra intentó no estorbar mientras la acompañaba. No podía evitar sentirse orgullosa de su amiga y sonreír al verla desenvolverse como pez en el agua. Manu toleraba su presencia, aunque había despachado a otros amigos y familiares de los chicos, por el simple hecho de que ella había colaborado con el grupo. Era la letrista de varias de sus canciones y los chavales le tenían un cariño especial. También Manu, aunque se esforzara por mostrarse estricto y gruñón.
Quedaban un par de horas para comenzar el concierto cuando María apareció. Sandra llevaba años enamorada de ella en secreto, pero al cumplir los dieciocho había decidido declararse. Afortunadamente, su amistad no se había resentido, pero el comportamiento de María se había vuelto errático. Se insinuaba, retrocedía y dejaba a su amiga en un estado en el que no era capaz de poner etiqueta a aquella inquietante relación. Sandra se había sentido feliz al saber que acudiría al concierto con ella y allí estaba. Había salido unos minutos antes de su trabajo para poder disfrutar de la experiencia con su amiga más especial y, de paso, hacerle compañía cuando Verso libre saltara al escenario.
Pero no fue la única persona que hizo acto de presencia justo en aquel momento. Raquel la estaba saludando cuando vio llegar a Silvia Arnedo. Tras la sorpresa, le dedicó una sonrisa lo suficientemente amplia para que la viera pese a la distancia, y después se hizo la interesante ignorándola y centrándose en Sandra y María. Aun así, Silvia continuó caminando hacia ellas con paso firme y sin apartar los ojos de Raquel. Al llegar, las dos cruzaron una mirada intensa mientras se saludaban y Raquel la presentaba a sus amigas. Al escuchar su nombre, Sandra supo que era la conocida redactora de la revista musical FANtásticos, esa con la que, según le había contado Tina, había tenido un escarceo Raquel. En ese momento, supo que estaba de más.
—Bueno, nosotras nos vamos a coger el mejor sitio antes de que abran las puertas —anunció haciéndole un gesto a María para que la siguiera.
—Más os vale —convino Silvia—, ahí afuera hay una marabunta nerviosa e impaciente por entrar.
—Un placer haberte conocido —la saludó María, que también era periodista.
Silvia las despidió con una sonrisa que se volvió seductora al girarse hacia Raquel.
—¿Entrevista o noticia? —trató de averiguar esta cuando se quedaron solas.
—Ni una cosa ni la otra —contestó Silvia—. Estoy pasando unos días libres por esta zona y no me quería perder vuestro concierto más especial. Supongo que tu familia andará por ahí.
—Sí, han estado conmigo y volverán de un momento a otro. Tenía muchas ganas de verlos. Y a ti también —añadió susurrando a su oído.
—Eso sí que me sorprende.
—¿Por qué?
—Ya pasé por tu piedra, eso hace que se esfume todo interés por tu parte.
—No es del todo cierto. Me caes bien —le sonrió con cierta ironía.
A Silvia le puso nerviosa la seguridad de la chica. Ella se acercaba a los treinta y suponía que sería capaz de llevar las riendas de aquel encuentro, pero lo cierto era que se derretía con la mirada felina y magnética de la artista.
—¿Has venido sola? —continuó preguntando Raquel.
—Sí.
—¿Y tu novio?
La periodista tardó unos segundos en responder, como si antes hubiera estado saboreando las palabras.
—Ya no tengo.
—¿Desde cuándo? Apenas hace tres meses que nos vimos por última vez —se recreó Raquel.
—Desde hace dos meses y tres semanas —admitió mirando para otro lado.
—¿Puedo saber el motivo?
—Descubrí que me gustan más otras cosas —afirmó provocando la risa orgullosa de la joven.
—Pero ¿lo has comprobado? Espero que no te dejaras llevar por la primera impresión…
—Oye, eres la mejor, pero no la única, ¿sabes?
—Por supuesto —concedió abriéndose de brazos—. Además, eso de «la mejor» lo dices tú, no yo.
—Vamos, Raquel, te lo tienes muy creído, admítelo.
—¿Ya estamos con esas?
Ambas se concedieron una tregua y la firmaron con una sonrisa cómplice. Conversaron durante unos minutos, hasta que el regreso de la familia de Raquel las interrumpió. Manu los acompañó al espacio reservado para ellos después de reclamar la presencia de los chicos en el camerino. Era momento de prepararse para la actuación.
—¿Cómo llevan tus padres todo esto? —preguntó Silvia caminando junto a ella.
—Están sorprendidos, ha sido todo muy repentino. Pero también los veo contentos.
—Supongo que están al tanto de lo mucho que ligas y de con quién.
—¿Hay alguien en España que no lo sepa? —dejó caer con resignación.
—¿Te extraña que se hable tanto de ello?
—Yo solo soy una chica que compone y toca música. No debería mirarse más allá.
—Pues, lo siento, pero tu libertad y descaro te han convertido en un icono y has de aprender a vivir con ello.
—Bueno, tú sabes lo que pasa con las modas… que pasan y se olvidan.
—Tienes razón y me alegra verte preparada.
—Lo estoy, créeme. Ya sé que soy de esas personas que están encantadas de conocerse, pero tengo claro que este éxito y fama tienen fecha de caducidad. Y, en cierto modo, estoy deseando que pase. Necesito respirar.
—¿Tus padres sabían que te gustaban las chicas? En la entrevista no te lo pregunté.
—Creo que lo imaginaban, pero jamás hemos hablado de ello. Con mi padre siempre tuve un pacto de no hacer ciertas cosas antes de los dieciocho. Como fumar, por ejemplo, aunque no lo seguí haciendo. Dentro de ese pacto, yo me propuse no llevar chicas a casa hasta ser mayor de edad. Lo cumplí. Y sí, quizá se lo figuraban, pero nunca tuvieron la certeza antes de mis dieciocho.
—¿Y después sí?
Raquel le dirigió una sonrisa traviesa.
—Vamos, ¿no me lo piensas contar? —insistió la periodista.
—Verás… un día fui con una chica a mi habitación. No había nadie en casa ni imaginaba que pudieran volver. La chica era muy fogosa, creo que debieron escucharnos los vecinos. Mi sorpresa fue que, cuando terminamos y salimos al pasillo, mis padres estaban allí plantados. Él me miraba con los ojos muy abiertos y mi madre se debatía entre decirme algo o marcharse.
—¿Y qué pasó?
—Bueno, yo, en el fondo, adivinaba en ellos cierta intención de tratar de aceptar la situación, así que decidí actuar con naturalidad, sonreí y dije: «no te preocupes, papá, no la he dejado embarazada».
—¿En serio? ¡Estás loca, Raquel! —rio Silvia.
—No me dijeron nunca nada sobre aquello, pero tampoco me han puesto problemas. Me siento libre y es lo mejor de mi vida.
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