Por un abrazo tuyo de Sophie Saint Rose

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Por un abrazo tuyo» es una historia de fantasía que os hará sentir que las señales existen y que los sueños se cumplen…

Sinopsis de “Por un abrazo tuyo”

Cassady tiene una misión en la vida y debe poner las cosas en orden porque su hermana merecía ser feliz lejos de esa casa de locos. Como primogénita debía casarse y formar su propia familia para continuar con la labor que le habían encasquetado sus antepasados. ¿Pero quién iba a querer casarse con ella cuando vigilaba la puerta del infierno? ¡Si su familia eran los raros del pueblo! Una señal, necesitaba una señal y que el de arriba le echara una mano, porque lo veía tan negro como la boca del infierno…

Sobre la autora de Por un abrazo tuyo Sophie Saint Rose

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que tiene entre sus éxitos “Insufrible amor” o “No me amas como quiero”. Si quieres conocer todas sus obras publicadas en formato Kindle, solo tienes que escribir su nombre en el buscador de Amazon o ir a su página de autor. Allí encontrarás más de cien historias de distintas categorías dentro del género romántico. Desde época medieval o victoriana, hasta contemporáneas de distintas temáticas como la serie oficina o Texas entre otras.


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3 respuestas a «Por un abrazo tuyo de Sophie Saint Rose»

  1. Capítulo 1
    Bajó las escaleras que daban al sótano para ver a su hermana haciendo yoga ante el televisor. Sonrió divertida porque era evidente que había tenido una noche movidita. Solo hacía yoga, que lo odiaba, cuando ya estaba de los nervios. —¿Una mala noche?
    Bedelia apoyada únicamente sobre sus manos y las puntas de los dedos de los pies, con el cuerpo tieso como un garrote, volvió la cabeza lentamente para fulminarla con la mirada.
    —Ha debido ser una noche pésima.
    —Han estado muy pesados. Pesadísimos, aunque no la han tocado. —Se sentó sobre la colchoneta y cruzó las piernas respirando hondo y cerrando sus ojos azules antes de alargar las manos sobre su cabeza. —Me tienen muy harta, no he podido pegar ojo.
    Cassady se sentó sobre la cama deshecha observándola. —Sí, últimamente nos dan mucha guerra.
    —Y cada vez más. —Bedelia se puso en pie ágilmente y fue hasta el antiguo escritorio de su bisabuelo. —Esto se nos va de las manos, hermana. —Cogió una goma del pelo y empezó a trenzar su largo cabello negro mirándola fijamente. —Sé que tú tomas las decisiones, pero…
    —Tomo las decisiones porque soy la mayor.
    —¡Por nueve meses! ¡Eso es injusto!
    Levantó una de sus cejas pelirrojas. —¿Acaso soy injusta contigo?
    Bedelia se pasó la mano por la frente. —No me hagas caso, estoy agotada.
    —Continúa con lo que estabas diciendo.
    —Sé que tú tomas las decisiones, pero…—Angustiada la miró a los ojos. —Necesitamos ayuda, no tenemos vida. ¿Hace cuánto que no salimos de aquí por miedo a no poder contenerlos?
    —La misión de la familia desde hace siglos…
    —¡No me cuentes rollos! ¡Me sé la historia de la familia tan bien como tú! ¡Pero ellos eran un montón y nosotras somos dos! ¡Por Dios, mamá tuvo catorce hermanos! ¡Ella tuvo ayuda de sobra mientras vivían en casa! ¡Y cuando faltaron los abuelos y sus hermanos se fueron de aquí tuvo a papá y a nosotras que la ayudábamos! Pero a quién tenemos nosotras, ¿eh? A nadie. ¡Estamos solas desde hace tres años que murió mamá y ya no lo aguanto más!
    —Shusss… —dijo muy seria levantándose—. Te van a oír.
    Bedelia apretó los labios. —Esta situación es insostenible. Necesitamos apoyo y fuerza para seguir conteniéndoles.
    —Tenemos a Ángel.
    —Muy graciosa.
    —¿Y qué sugieres? ¿Pongo un anuncio en el periódico que diga, necesitamos vigilantes para la puerta del infierno, cualquiera que esté interesado que llame a este número? ¿A quién voy a llamar, Bedelia? ¿Al tío Harry que es el único que no se largó del país para no tener que vernos más? Tiene Alzheimer y sus hijos no saben nada de esto. Sabes que tenemos las manos atadas. —Se le cortó el aliento al ver el temor en sus ojos. —No va a pasar nada, no tengas miedo.
    —¿Sabes? En este momento no temo que todos los demonios del infierno salgan de esa gruta y que me maten. ¡Qué nos maten a todos o que envenenen nuestra alma! Ya me da igual —siseó dando un paso hacia ella—. ¡Lo que sí temo es perder mi vida como en los últimos tres años!
    Se le cortó el aliento porque vio en sus ojos cómo sufría. —No es responsabilidad tuya, puedes irte si quieres.
    La miró asombrada. —¿Te digo que necesitamos ayuda y me despachas a mí? ¿Qué piensas hacer el resto de tu vida, sentarte ahí y no hacer nada más? Y cuando mueras, ¿eh? ¿Qué va a hacer el de ahí arriba cuando no haya nadie que vigile la puerta?
    Cassady frustrada gritó —¿Y yo qué sé? ¡No parece que nos ayude mucho en esto! ¡Pero si quieres seguir tu vida, vete! ¡No es responsabilidad tuya! ¡Soy la mayor, es mi destino!
    A su hermana se le cortó el aliento. —Estás aún más asustada que yo.
    —No digas tonterías. —Se volvió disimulando su inquietud y fue hasta la escalera. —Tenemos el desayuno en la mesa. Ahora están muy tranquilos, desayunemos.
    Empezó a subir los escalones cuando escuchó —Tenemos que casarnos.
    Se detuvo en seco y se volvió lentamente. —¿Qué has dicho?
    —Tenemos que casarnos y traerles aquí. ¡Cuantos más miembros más fuerza, lo sabes de sobra! ¡Entre todos es más fácil retenerles! ¡Tenemos que casarnos y tener hijos cuanto antes! —Sonrió de medio lado. —Así saldremos de la rutina y habrá otras cosas en nuestras vidas que hagan que no quiera darme de cabezazos contra la dichosa piedra del infierno.
    Un bufido al otro lado las hizo mirar a la enorme piedra redondeada, que labrada con símbolos protectores tapaba el agujero que suponían que había detrás, pero como en los últimos siglos no se movió. —Igual no se mueve nunca y estamos aquí haciendo el canelo.
    —Oh, por Dios. ¡Tienes que casarte! ¡Es primordial que lo hagas, ya oíste a mamá!
    Entonces la casa tembló y asustadas gritaron corriendo hasta la piedra. Ambas posaron las manos en ella y en ese momento recibieron el impacto. Cassady gritó empleando toda su fuerza mientras un grito ensordecedor provocó que su corazón temblara de miedo. De repente todo se quedó en silencio y la risita de un niño hizo que se miraran.
    —Déjame salir, por favor —dijo el niño.
    Cassady bufó. —A mí no puedes engañarme, no hay niños ahí dentro. Los niños tienen el corazón puro y nunca van al infierno.
    —¡Déjame salir! —gritó una temible voz que hizo temblar la piedra.
    —¡Oye, habla con tu jefe y deja de darnos el coñazo! —gritó Bedelia exasperada—. ¡No te dejaremos salir! ¡Ni a ti ni a ninguno de tus amigos, así que vuelve por donde has venido!
    —Hay otras puertas —dijo poniéndoles los pelos de punta—. Los vigilantes no podrán retenernos siempre y cuando salgamos preparaos para saber lo que es sufrir.
    Se quedaron en silencio durante varios minutos y cuando no sintieron nada en la piedra apartaron sus manos lentamente antes de mirarse. —¿Crees que es cierto? —preguntó Bedelia—. ¿Hay más puertas?
    —En tres siglos no se ha oído nada igual. Nos están mintiendo como siempre. Ya les conoces, son mentirosos compulsivos. —Puso las manos en jarras mirando la piedra durante unos segundos. No parecía dañada, aunque no había sido un gran ataque. Pasó la mano por su pulida superficie. —No hay grietas.
    —Menos mal porque para sustituirla habría que derruir la casa —dijo su hermana irónica.
    Puso los ojos en blanco. —Vete a desayunar. Ya me quedo yo.
    —¿Te das cuenta de que ya casi ni tenemos tiempo de llegar hasta la piedra? Saben que somos débiles y cada vez lo intentan con más fuerza. ¿Y si un día tú estás fuera de la casa? ¿Y si un día yo estoy enferma como le ocurrió a mamá? Cassady no puedes eludir esto, tienes que casarte. Es primordial que nos echen una mano.
    —¿Y un marido iba a ayudarnos? —preguntó irónica.
    Su hermana la cogió del brazo. —Papá no nos abandonó.
    Apretó los puños de la rabia y dijo —Vete a desayunar.
    —¡Se murió en un accidente de coche, Cassady!
    —No quieres aceptarlo y no lo harás nunca.
    —¡Se hubiera arrepentido, lo sé! ¡Nos amaba más que a nada!
    —¡Se fue en plena noche! ¡Cuando el sheriff llegó a la casa ni siquiera nos habíamos levantado! —Dio un paso hacia ella. —Mamá tampoco lo aceptó nunca, pero yo no estoy tan ciega. ¡Se iba de casa y un camión le pasó por encima! ¿Y sabes qué? ¡Se lo merecía! —gritó furiosa—. ¡Era un cobarde!
    Los ojos de su hermana se llenaron de lágrimas. —No lo soportó más, no puedes culparle por ello. Y lo que acabas de decir es horrible. —Corrió escaleras arriba.
    Arrepentida fue hasta las escaleras escuchando su sollozo. —¡Bedelia!
    Escuchó como su hermana corría hasta su habitación y daba un portazo. Agotada cerró los ojos y una lágrima rodó por su mejilla. —Maldita sea. —Se volvió para mirar la piedra con odio. La losa que había sepultado sus vidas y las vidas de sus antepasados. Siglos vigilando la puerta del infierno, un secreto que cada vez era más difícil de ocultar. Fue hasta la cama y se sentó apoyando los codos en las rodillas pasándose las manos por sus rizos pelirrojos sin encontrar una solución. ¿Un marido? ¿Cuánto le duraría? Tres, puede que cinco, si había suerte quince años, pero al final se cansaría de esa vida y se largaría harto de esa desagradecida tarea. ¿Y luego qué quedaba? A su madre le quedó un corazón roto y esa pena la fue consumiendo durante los once años que le sobrevivió. Once años en los que nunca más volvió a salir de casa. Y desde que su madre faltaba, la que no salía de casa era ella. Suspiró pasándose las manos por la nuca sintiendo la tensión.
    —Déjame salir —susurró una voz—. Yo puedo ayudarte. Tendrás una vida como ni te imaginas. ¿Quieres riquezas? Yo te las daré. Te daré todo lo que quieras, cualquier cosa que desees. Yo te haré feliz.
    —¡Cállate! —Una risa al otro lado hizo que se llevara las manos a las sienes. —¡Cállate, cállate!
    —Eres más débil que tu madre. Antes de darte cuenta rajarás tu cuello como hizo tu abuelo. —Sus ojos verdes llenos de lágrimas miraron la piedra. —Y entonces saldré y esa hermana tuya…Uhmm. La huelo desde aquí, seguro que es deliciosa.
    —Hijo de puta —siseó levantándose—. ¡Vuelve a hablar de mi hermana y te arranco la cabeza! —Sopló con fuerza sobre la piedra y esta absorbió por los laterales el aire helador que expulsaba. Escuchó el grito de dolor al otro lado al ser arrastrado hasta las profundidades del infierno.
    —No le creas, no eres más débil que mamá. —Se le cortó el aliento volviéndose para encontrarse a su hermana tras ella. —Eres más fuerte, mucho más fuerte. Lo decía el abuelo, ¿recuerdas? Eres más fuerte que ninguno. Pero estamos solas y estamos en problemas. Estás agotada, ambas lo estamos y si no queremos que la tortura a la que nos someten continuamente vaya más allá, debemos hacer algo. En cuanto un hijo germine en tu vientre los ataques cederán porque serás el doble de fuerte y con un marido a tu lado mucho más. Ya no hay más tiempo hermana, debemos actuar antes de que sea demasiado tarde.
    —Todavía tenemos otra opción.
    —¿Hablar con el Vaticano? —preguntó su hermana con burla—. El abuelo pidió ayuda para que la carga dejara de recaer en nuestros hombros y cuando vinieron nos estudiaron como si fuéramos bichos raros y hasta quisieron mover la piedra para mirar al otro lado porque no se oía nada.
    —El abuelo dijo que los demonios se habían alejado para que no les escucharan. —Hizo una mueca. —Y perdimos nuestra oportunidad, nos tomaron por locos, pero ahora todo puede ser distinto.
    —No volverán por aquí. Llamarles no servirá de nada.
    Cassady asintió volviéndose para mirar la puerta de nuevo y su hermana se puso a su lado abrazándola por los hombros. —Si podemos con unos demonios podremos buscar marido, no puede ser tan difícil —dijo Bedelia divertida haciéndola gruñir—. ¿Hace cuánto que no hablas con un hombre?
    —Hablo con un hombre casi todos los días. El cartero pasa por aquí.
    —Muy graciosa. Hablo de una conversación con un hombre.
    —Con el carnicero, el sheriff y algún vecino. —Por la cara que puso su hermana supo que no se refería a ese tipo de conversación e hizo una mueca. —Desde el instituto.
    —Ay, qué tiempos en los que casi éramos normales —dijo su hermana con nostalgia—. Recuerdo la fiesta de graduación. —Cassady levantó una ceja. —Vale, mi pareja no era para tanto, pero bailé toda la noche.
    —Si ni te besó.
    —¡Y a ti tampoco!
    —Porque no le dejé, qué pesado.
    Bedelia apretó los labios. —Por aquí va a ser difícil encontrar marido. En el pueblo piensan que somos algo raritas.
    —¿No me digas?
    —Y el cura, que sería el más fácil de convencer está descartado, tiene sesenta años.
    Sin poder disimular el miedo que sentía miró los ojos azules de su hermana. —¿Cómo voy a enamorar a un hombre con la carga que tengo sobre los hombros?
    Su hermana sonrió. —No te asusta eso. Te asusta enamorarte tú y que él te rechace por la carga que tienes sobre los hombros.
    —Pues eso.
    Bedelia se echó a reír. —La cara que has puesto.
    —Muy graciosa.
    —No puede ser muy difícil. Lo llevamos haciendo durante generaciones. El amor lo puede todo.
    Gruñó yendo hacia las escaleras.
    —¿A dónde vas?
    —Pienso mejor con el estómago lleno.
    —¿Crees que podemos subir las dos?
    Cassady silbó y Ángel, un shih tzu de tres años, bajó las escaleras a toda prisa parándose ante la piedra para gruñir. Divertida se detuvo en la escalera. —¿Hay alguien, cielo?
    El perro ladró una vez y movió el rabo lo que significaba que no. —Vía libre.
    —No me gusta dejarle aquí solito. —Acarició su lomo moviendo su pelito blanco y negro y él rápidamente se puso panza arriba para que le acariciara ahí. Bedelia rio. —Eres un mimoso.
    —Si se acerca alguien a la piedra ladrará, no te preocupes. —Salió del sótano entrando en la cocina y suspiró porque seguramente los huevos ya estarían fríos. Cogió los platos para calentarlos en el microondas y su hermana se sentó en una silla de la cocina suspirando de puro agotamiento. —¿Te pongo un café o prefieres un zumo?
    —Un café. Tengo que estudiar, los finales son dentro de poco. —Suspiró. —Aunque tengo sed, será mejor que me tome el zumo.
    Abrió el frigorífico para coger el envase que ya estaba a la mitad. —Tiene que ser de esto, no quedan naranjas. Tengo que ir a hacer la compra a Pearsall.
    —Da igual.
    Le sirvió un buen vaso a su hermana y Cassady sonrió al verla beber sedienta. —No has subido a la cocina ni para beber, ¿no?
    —Me han puesto algo nerviosa y no quería perder la piedra de vista. Y al final tenía razón con el empujón que le han metido hace unos minutos. No sé si hubiera podido retenerle yo sola.
    —Claro que sí. Lo has hecho antes. —Preocupada por su hermana se volvió para sacar su plato del microondas antes de meter el suyo. Se lo llevó a la mesa y Bedelia se puso a comer como si se lo fueran a quitar de la boca. Se la quedó mirando unos segundos. Estaba siendo muy injusta con ella. Bedelia tenía derecho a vivir su vida. A terminar su carrera de psicología y a tener novios como cualquier chica normal. Pero se sentía atada a aquella maldita casa y la quería tanto que no la dejaría a no ser que estuviera segura de que podía arreglárselas. Y debía reconocer que en ese momento su ayuda era esencial. No era justo, no lo era. Debía hacer algo ya.
    —¿Y citas por internet? —preguntó su hermana sacándola de sus pensamientos.
    —¿Qué?
    —Citas por internet.
    —Estarás de coña —dijo espantada.
    Se echó a reír. —¿Y qué quieres hacer? En Helltertong no es que haya mucho soltero. Los de nuestra edad se han ido a San Antonio o a Austin a la universidad o a buscarse la vida. Quedamos cuatro pelagatos. Las citas por internet son la mejor opción.
    —¿Tú crees que el amor de mi vida, la persona que va a acompañarme a vigilar la puerta del infierno, la voy a conocer por internet?
    —Cosas más raras se han visto —respondió con la boca llena.
    —Pues como el de ahí arriba no nos eche una mano estoy apañada. —En ese momento algo golpeó el marco de la ventana, entrando de rebote en la cocina y dándole a Cassady en toda la cara.
    Bedelia jadeó levantándose a toda prisa. —¿Estás bien? —Al ver el periódico en el suelo se acercó a la ventana y gritó —¡Mark Spencer, cuando te pille te voy a poner el trasero como un tomate! ¡Le has dado a Cassady!
    —¡Lo siento! —gritó el chaval pedaleando a toda pastilla.
    Bufó volviéndose para ver a su hermana con el periódico en la mano. —¿Te ha hecho daño?
    Impresionada dio la vuelta al periódico para mostrar la primera página. Bedelia se acercó frunciendo el ceño. —¿Qué? —Cogió el periódico entre sus manos y leyó el titular —Matthew Bampton vuelve a casa. —Impresionada levantó la vista hasta sus ojos. —¿Vuelve a casa? —Miró el periódico de nuevo leyendo el artículo que estaba bajo una foto suya de cuando se graduó en Stanford seis años antes. —Ha inventado un prototipo de motor que le ha hecho rico. ¡Quiere poner una fábrica en la zona!
    Aún sentía que le temblaban las piernas y tuvo que sentarse. Matt Bampton…
    Bedelia chilló de la alegría. —¡Vuelve a casa! —Se sentó a su lado y agarró su brazo. —¡Vuelve a casa! Esto sí que es una señal como un templo de grande.
    —¿Eso crees? —preguntó insegura.
    —¡Claro! ¡Si estabas loca por él cuándo eras una cría! —Abrió los ojos como platos. —Es el destino.
    —¡No estaba loca por él!
    —Sí, claro.
    Entrecerró los ojos. —Con ocho años no se tiene mucho criterio.
    —¿Y con dieciséis qué criterio se tiene? Es lógico que te gustara, que te guste. Es guapo, rico y el chico de oro del contorno. —Frunció el ceño. —¿Cuándo llegará? Tenemos que enterarnos.
    Cogió la taza de café y bebió un buen trago. La dejó sobre la mesa mientras su hermana la observaba. —¿Qué piensas?
    —No puede ser para mí. Tiene una vida perfecta, ¿qué puedo ofrecerle yo? ¿Esto? No me hagas reír.
    Bedelia separó los labios de la impresión. —Pero…
    Se levantó y reprimiendo las lágrimas corrió por el pasillo para meterse en su habitación dando un portazo.
    —¡Cassady no te des por vencida! ¡Recuerda la señal! —Al no recibir respuesta suspiró mirando la foto del periódico antes de alargar la mano y coger el teléfono de la pared. Pues ella no se iba a quedar con la duda.

  2. Capítulo 2
    Tumbada en su cama abrazada a la almohada se limpió una lágrima que recorría su nariz. Es que era tonta, de verdad. Ver su foto en el periódico la había impresionado tanto que durante un minuto se olvidó de su destino para soñar con que iba a volver a verle y puede que tuviera una oportunidad con el hombre con el que había fantaseado desde que era una niña. Qué estupidez. Su padre había sido un seminarista que había ido a visitar durante unos días al padre Murdock y que se había enamorado de su madre en cuanto la vio. Fue tal el flechazo que se habían casado en apenas dos meses y según le habían contado la primera vez que bajó al sótano la miró a los ojos y le dijo —Sabía que el señor me había unido a ti. —Y hala, felices hasta que le arrasó un camión. ¿Felices? Siempre habían creído que sus padres eran muy felices y que se amaban por encima de todo, hasta que llegó aquella maldita noche y el sheriff les dio la noticia, siendo evidente para todos que su padre se piraba dejándolas tiradas. Así que no, no eran tan felices.
    Suspiró sentándose en la cama. Matt Bampton… Es que casi ni se lo podía creer. No recordaba muy bien la primera vez que al verle su corazón empezó a latir como loco, pero sí que recordaba perfectamente la última vez que le vio. Sabía que había ido a visitar a su madre en las Navidades. Al parecer acababa de empezar a trabajar en una gran empresa y su madre muy orgullosa no dejaba de decirlo por el pueblo. Como si tal cosa pasó por su calle con la esperanza de verle. Y le vio saliendo de la casa de la mano de una chica rubia, pero ella casi ni se fijó comiéndoselo con los ojos. Estaba guapísimo y cuando miró hacia su ranchera ella avergonzada miró la casa de enfrente como si estuviera esperando a alguien. De reojo vio como reía con la chica subiéndose a un cochazo nuevo. Sintió el mismo vacío en la boca del estómago que había sentido en aquel momento, porque fue ahí cuando perdió toda esperanza de que él la conociera realmente algún día. El año siguiente su madre se mudó a Nueva York con él y ya no había visitado más el pueblo. Y ahora cuando ya casi le había olvidado regresaba a casa. A casa.
    La puerta se abrió de golpe. —¡Va a quedarse en casa de su madre hasta que haga la suya! ¡Piensa hacer un laboratorio o algo así en su propia casa porque tiene no sé qué proyectos! —gritó su hermana excitadísima.
    —¿Cómo sabes eso?
    —He llamado a Bill al periódico.
    —¿Estás loca? ¿Se lo has preguntado al mayor cotilla del pueblo, que precisamente lleva el periódico?
    Parpadeó sorprendida. —Claro, es quien tiene más información.
    —¡Bedelia!
    —Si le ha llamado medio pueblo —dijo excitadísima—. Una señal. —La cogió por los brazos. —¡Hemos tenido una señal!
    La miró como si estuviera mal de la cabeza. —Llamas una señal a una casualidad. ¡Y Matt no es para mí! ¡Así que deja de decirlo!
    —¿Por qué te das por vencida antes de intentarlo? ¡Si la señal te ha abofeteado en todo el careto, abre los ojos! —Se cruzó de brazos frunciendo el ceño. —Tenemos que trazar un plan.
    —Bedelia, no.
    —No te cierres.
    —Y lo dice cuando tengo que estar encerrada en casa de por vida —siseó saliendo de su habitación. Bedelia la siguió—. ¿No tenías que estudiar?
    —Bah, aprobaré igual —dijo excitadísima—. Una señal, Dios existe.
    Cassady la miró sobre su hombro. —¿Cómo has dicho?
    —Empezaba a dudar si nos había abandonado, la verdad.
    —¡Qué no es una señal! —Estiró el cuello para escuchar, pero al no oír nada preguntó —Ángel, ¿todo bien?
    El perrito ladró y suspiró tranquila yendo hasta la pila para lavar los platos. Su hermana se sentó en la encimera a su lado. —Pero está ahí observando y sé que quiere que él sea tu compañero.
    Siguió fregando en silencio y su hermana apretó los labios. —Si es tu destino no podrás cambiarlo.
    —¿Ahora es el destino?
    —El destino que traza el de arriba.
    —Déjalo ya. No quiero hablar más de esto.
    —Llega la semana que viene.
    Se le cortó el aliento, pero intentó disimular fregando la sartén. —Creo que voy a probar con las citas por internet.
    —¡Venga ya! Eres la mujer más valiente y fuerte que conozco, ¿te da miedo un tío?
    —¿Te crees que tengo cinco años para que me provoques con eso? —Cerró el grifo volviéndose hacia ella. —¡Pues sí, me da miedo un tío! —gritó exasperada—. ¿Y sabes por qué? Porque es el hombre de mis sueños y sé que no estoy a su altura. Es rico, guapo como has dicho, muy inteligente y todo el mundo está muy orgulloso de su chico de oro, ¿y quién soy yo? La rara del pueblo, que apenas sale ni habla con nadie. ¡La que tiene la casa encantada que los niños temen porque durante generaciones varios miembros de mi familia se han suicidado! ¡Da igual que me conozcan, que te conozcan a ti, por mucho que nos sonrían y nos llevemos bien, todos tienen esa opinión de nosotras y los sabes!
    —En el instituto tuviste amigos, citas.
    —No me hagas reír. ¿Amigos? No se tienen amigos cuando no se puede ser sincero sobre la vida que tienes, Bedelia. Y tú tampoco los tenías.
    Su hermana hizo una mueca. —Bueno, no amigos íntimos, pero… —Cassady levantó una ceja. —¿Es por eso? ¿Porque no podrás ser sincera con él desde el principio?
    Sonrió con cinismo. —Ni llegaría a dirigirme más de dos palabras. ¿Con todas las mujeres que debe tener tras él, eso si no tiene novia, crees que voy a interesarle?
    —¡Eres la más guapa del pueblo!
    —Te aseguro que la mujer que le acompañaba la última vez que le vi era mucho más guapa y sofisticada que yo, que no me pongo tacones desde la fiesta de graduación. —Se volvió para ir hacia las escaleras. —Duerme un poco, ¿quieres? Creo que lo necesitas porque te cuesta captar la realidad.
    Detuvo la ranchera en el aparcamiento del supermercado y se bajó dando un portazo. El espejo retrovisor cayó al suelo y exasperada puso los ojos en blanco cogiéndolo de malos modos. Intentó colocarlo, pero aquello ya no tenía arreglo. Lo tiró por la ventanilla y fue hasta los carritos preocupada porque no podría llevarlo al taller hasta el mes que viene porque estaban cortas de pasta. Si no recibía más pedidos de internet tendría que ir por las tiendas de los contornos a ver si alguien le compraba alguno de sus jarrones. Además, tenían una gotera. El tejado necesitaba cambiarse, pero tendría que hacerle un apaño de nuevo. No sabía cómo podría salir adelante si tuviera un problema de veras, porque ya no sabía de donde sacar el dinero y no podía vender sus tierras. No podían permitirse tener vecinos y encontrar un trabajo estaba descartado totalmente. Entró en el supermercado agradeciendo el aire acondicionado y se dirigió a la zona de verduras.
    —¿Cassady? ¿Cassady Perkins?
    Se volvió para ver a una de sus antiguas compañeras de instituto con un bebé de unos seis meses en brazos. —Hola Jessica.
    —¿Eres tú? Madre mía, no te veía desde…
    —El instituto.
    —Sí.
    Ella miró al bebé. —¿Es tuyo? Me enteré en el pueblo de que te habías casado.
    —Sí. —Hizo una mueca. —Y ya me he divorciado, el niño no tenía ni dos meses cuando firmamos. Le conocí en Austin, ¿sabes? Y ahora he vuelto a casa de mis padres. Están encantados con el niño, claro.
    —Es que es precioso. —Le guiñó un ojo y el niño rio. —¿Cómo te llamas, guapo?
    —Todavía no habla. —Su madre acarició el pelito rubio de su cabeza. —Se llama Stevie. Saluda Stevie.
    El niño rio. —Es para comérselo.
    —¿Verdad que sí? Es porque es igualito a mí.
    Sonrió porque Jessica no había perdido la chispa que la hacía tan popular en el instituto. —Sí, es clavadito.
    —Oye, un día de estos tenemos que quedar para ponernos al día. Dejaré al niño con mi madre.
    —Es que últimamente salgo poco.
    —Pues más razón para salir, mujer. —Su antigua amiga perdió la sonrisa poco a poco. —¿No quieres que retomemos nuestra amistad? —Se sonrojó con fuerza. —Estás enfadada porque no te llamé más cuando me fui del pueblo, ¿no?
    —No, no es eso… Es que mi madre murió, ¿sabes?
    Jessica perdió la sonrisa del todo para mirarla con pena. —Sí, me lo dijo mi madre, pero no pude venir para el entierro.
    —No pasa nada. El hecho es que ahora soy yo la que me encargo del horno y no se puede apagar. Solo puedo salir si está mi hermana, ¿recuerdas a Bedelia?
    —Sí, claro. —De repente sonrió. —Pues voy a cenar a tu casa. ¿Cuándo voy? ¿Mañana? —Cassady se quedó de piedra. —¿Mañana? He de confesar que estoy desesperada por salir de casa. —Se echó a reír. —Se nota, ¿no? Después de cinco años fuera de casa mis padres me ponen de los nervios. ¿Entonces mañana? —Se acercó y le dio un beso en la mejilla. —Llevaré una botella de vino. —Se giró guiñándole uno de sus ojos azules y pasmada vio cómo se alejaba moviendo de un lado a otro su trenza rubia.
    Se volvió y se quedó mirando las cebollas como si fueran a decirle en cualquier momento cómo librarse de esa cena. —Mierda.
    —¿Y le has dicho que sí?
    —¿Qué querías que hiciera? ¡Fue imposible detenerla, se invitó sola! Es tan encantadora que es muy difícil decirle que no. —Sacó las manzanas de la bolsa y su hermana hizo una mueca porque eran las de oferta. —Ya sé que te gustan menos, pero de donde no hay no se puede sacar.
    —Pues esto te va a encantar, se ha estropeado la lavadora. —Dejó caer la bolsa de las manzanas de la impresión. —Sí, es una faena.
    —¡Mierda, mierda!
    —Igual por eso el de arriba quiere que te cases con un rico, para mejorar las cosas.
    —Nada, que no deja el tema.
    —¡Y no lo voy a dejar! —Cogió el libro y bajó las escaleras. —¡Callaos de una vez, pesados! ¡No voy a dejar que salgáis por mucho que me comais la cabeza!
    Cassady se acercó a toda prisa a la escalera y bajó los escalones como una exhalación. Las voces al otro lado de la piedra la hicieron gruñir y se acercó hasta ponerse delante. —Os lo advierto… —siseó—. ¡Callaos!
    Escucharon unas risitas maliciosas. —Déjalos hermana, son débiles. Estos no pueden mover la piedra solo tocar las narices —dijo antes de ponerse los cascos sentándose en el escritorio que tenía allí para estudiar—. Tranquila, si siento temblar el suelo me levanto —dijo distraída mirando el libro.
    Furiosa miró la piedra y puso la mano encima. —Os lo pasáis bien, ¿no?
    —La chica quiere novio… La chica quiere novio —canturreó—. No conseguirás novio porque no te quiere nadie. —Bedelia se quitó los cascos al ver como se tensaba. —Pero si me dejas salir, conseguirás al hombre que quieras. No habrá límites.
    Separó los labios de la impresión.
    —Le quieres a él, lo siento desde aquí. Le amas, no era una tontería infantil como creíamos —dijo la voz sorprendida de una mujer—. Siempre le has querido, ¿no? Puede ser tuyo Cassady, solo tuyo. Vamos… De otra manera no tendrás una sola oportunidad. Pero podemos ayudarte, quita la piedra y será tuyo.
    —¿Hermana? —Bedelia preocupada por su expresión se levantó.
    La miró a los ojos y negó con la cabeza para que no se preocupara antes de soplar sobre la piedra haciendo que los del otro lado gritaran alejándose. Cuando terminó los bordes de la piedra estaban llenos de hielo y su hermana la observó ir hacia la escalera. —Llámame si vuelven a molestarte.
    —Tranquila —susurró mientras subía las escaleras a toda prisa.
    En la cena ninguna de las dos hablaba y Bedelia movía su puré de patata de un lado a otro mirándola hasta que no pudo más. —Le amas.
    —No es cierto —dijo impotente.
    —Te han tentado y lo saben.
    —No es cierto.
    —¡A mí no me mientas, te han tentado! ¡Y solo pueden hacerlo con algo que se desea de corazón! ¡Nunca lo habían hecho, eso demuestra todo lo que le deseas!
    Apretó los labios antes de beber de su vaso de agua. —¿Has terminado de cenar?
    —Que cabezota eres. —Cassady suspiró e iba a levantarse cuando Bedelia agarró su mano. —Saben quién es. Nos han oído hablar y lo que ha ocurrido esta tarde les ha puesto sobre aviso. —Se le cortó el aliento. —Mamá decía que nunca debíamos mostrar debilidades por nadie, que lo utilizarían. Que lo había visto antes, que volvieron loca a su mejor amiga porque sabían que le importaba y que no pararon hasta que intentó matarla en el colegio. Saben que es importante para ti e intentarán influir en él.
    Se le heló la sangre. —No es importante para mí.
    —¡Le has expuesto antes de darle tu fuerza, Cassady! ¡Tienes que hacer algo!
    Pálida negó con la cabeza y Bedelia se levantó. —Ahora no tienes otra opción. Si te importa, tienes que salvarle antes de que envenenen sus pensamientos y destrocen su vida porque dudo que Matt tenga el corazón puro como para escapar de su influencia, hermana.
    —¡No es importante para mí! —gritó levantándose asustada por lo que podía pasarle.
    —¡Por mucho que lo grites no vas a convencerles a ellos ni a mí! ¡Te he visto! ¡He visto tu anhelo, tu necesidad y ellos lo han sentido! ¡Has transgredido las reglas!
    Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Eso es mentira.
    —Dios mío, Cassady… Sé que es culpa mía, que no tenía que haber hablado de él pero no imaginaba que le amaras. Reacciona antes de que sea demasiado tarde. O superas esos miedos, esas inseguridades que de repente están dominando tu vida o te pasarás el resto de tu vida sola. Dudo que en el futuro ames a otro hombre como hoy he visto que le amas a él y si te diera la locura casándote con otro al que no ames realmente, si metes en esta casa a un hombre simplemente por no estar sola, tu vida sí que será un infierno. ¡Reacciona antes de que destroces la vida de los dos!
    Muerta de miedo ni se dio cuenta de que lloraba. —¿Y si no lo consigo? ¿Y si nunca consigo su amor?
    —Al menos lo habrás intentado, pero tienes que ponerte en acción cuanto antes porque sus sueños seguro que cambian esta misma noche. Prepárate para sufrir hermana, porque no va a ser un camino de rosas. Ellos tienen ventaja porque empezarán a envenenar su mente hoy mismo y tú no podrás verle hasta que llegue al pueblo.
    El miedo atenazó su garganta. —Ya no habrá nada que hacer.
    —Mamá decía que el amor puede cambiarlo todo. No te rindas, aún estás a tiempo.

  3. Capítulo 3
    Escucharon como el coche se detenía ante la casa y las hermanas se miraron. —A ver cómo salimos de esta —dijo Cassady fastidiada.
    —¡Hola! —gritó Jessica cerrando la puerta del coche.
    Las hermanas salieron al porche sonriendo. —Ya estás aquí —dijo Bedelia.
    —Dios mío, estás guapísima. —Mirándola de arriba abajo se echó a reír. —Por vosotras no pasan los años. —Subió los escalones y levantó una bolsa que llevaba en la mano. —He traído vino, a ver si nos pillamos un pedo hablando de los viejos tiempos.
    —Yo no puedo beber —dijo Bedelia a toda prisa—. Estoy con los finales.
    —¿Con los finales de qué?
    —Con los exámenes finales —explicó Cassady—. Está en el último curso de psicología por la universidad a distancia.
    —Ah… que estás estudiando. Eso está muy bien. Yo he tenido un hijo, ¿sabes? —dijo como si eso fuera más importante.
    —Enhorabuena —dijo Bedelia con una agradable sonrisa en el rostro.
    —Y hoy se queda con los abuelos —dijo emocionadísima haciendo que las hermanas parpadearan—. ¿Qué pasa? Si llevarais sin juerga casi dos años estaríais como yo. —Entró en la casa sin esperarlas. —Uy, que mono tenéis esto. Me encantan las casas de una planta, mucho más práctico que subir y bajar escaleras continuamente.
    —¿Cuánto llevamos sin juerga? —susurró Bedelia.
    —Tú dos, en aquella fiesta de primavera a la que fuiste con aquel vaquero y yo…. —Hizo una mueca. —Y yo cinco.
    —Así tienes esa cara de amargada.
    Jadeó mientras su hermana entraba en la casa tras Jessica. —¡No toques eso!
    Cassady entró a toda prisa para verla con la vasija de su bisabuela en la mano. —Uy, perdona… —Jessica la posó sobre el aparador. —Es que es preciosa. —Se agachó para mirarla bien. —¿De qué está hecha? Ese barro brilla. Parece de oro.
    —Es secreto familiar. —Cassady la colocó bien sobre la pulida superficie.
    —Anda si tenéis más. —Parpadeó porque había distintas vasijas en estanterías en las paredes y cuando Jessica entró en el salón soltó una risita. —Tenéis un montón. —Se acercó a la que estaba en el centro de la repisa de la chimenea. —Esta parece superantigua.
    —Lo es. Tiene trescientos años.
    —Debe ser valiosísima. Nunca había visto algo tan viejo.
    —Solo es valiosa para la familia. La artesanía es el negocio familiar, ya sabes. Cada una de estás la ha hecho un miembro de nuestra familia.
    —Guau. Un legado familiar.
    Las hermanas sonrieron. —Exacto —dijo Bedelia.
    —Nosotros lo más antiguo que tenemos es un broche que está roto y no vale nada. Era de mi abuela, ¿sabéis? Lo llevó en el día de su boda.
    —Qué bonito. ¿Pasamos a cenar? Hay que probar ese vino. —Cassady le indicó con la mano la cocina.
    —Oh, ¿no me vais a enseñar la casa? —preguntó como si estuviera decepcionada—. Vamos, todo el mundo habla de ella y soy una privilegiada. Nadie que conozca ha estado aquí y me muero de curiosidad.
    —Pero si es una casa muy normal.
    —¿Y ese horno que nunca podéis apagar? —preguntó con sus ojos chispeantes de curiosidad—. ¿Dónde está?
    —En el antiguo granero.
    Cassady escuchó como Ángel gruñía en el piso de abajo. —Bedelia, ¿por qué no se lo enseñas y lo atizas de paso mientras yo pongo la cena?
    Su hermana entendió. —Sí, claro. ¿Vamos?
    Cassady cogió la bolsa con el vino y fue rápidamente hacia la cocina. —¡Y enséñale mi trabajo! ¡Qué elija un jarrón de regalo!
    —Oh, que emoción.
    Mientras las escuchaba salir bajó a toda prisa las escaleras y se acercó a la piedra para sisear —Tocarme las narices y no solo soplaré, ya sabéis a lo que me refiero.
    —¿Interrumpimos tu cena? Déjanos salir y unirnos a la fiesta. Ya verás que divertido.
    Puso los ojos en blanco y miró el arpa. La ponía de los nervios, pero iba a ser la única manera de que pudieran cenar tranquilas. Se acercó a radiocasete y lo encendió. El sonido del arpa hizo que chillaran al otro lado corriendo para alejarse. Sonrió irónica. El sonido de los ángeles les retorcía de dolor. A ellos les retorcía de dolor y a ella la desquiciaba. El perrito gimió. —Sí cielo, pero es la única opción para los débiles. Vigila por si viene algún demonio de verdad.
    Ángel se tumbó en el suelo mirando la piedra fijamente. Subió las escaleras a toda prisa y sacó el asado del horno. Hizo una mueca porque la carne le había costado lo que ella cobraba por un jarrón, pero había que guardar las apariencias, es lo que diría su madre. Lo estaba poniendo sobre la mesa cuando escuchó —Pues me imaginaba algo más grande, la verdad. Que por ese horno tan chiquitito estéis tan atadas a la casa…
    —No lo sabes bien. —Bedelia entró en la cocina y sonrió. —Asado.
    —Sorpresa.
    Jessica sonrió. —No tenías que haberte molestado tanto.
    —Bah, tonterías. Sentaos que os sirvo. ¿Has escogido un jarrón?
    —Madre mía, son preciosos. Pero me ha encantado uno verde con forma retorcida. —Gimió porque ese era para un encargo, pero claro su hermana no lo sabía. —Es precioso.
    —Me alegro de que te guste.
    —Jessica, ¿puré de patatas?
    —¿Qué es eso? —preguntó su invitada.
    Cassady frunció el ceño. —¿El qué? ¿Los guisantes?
    Jessica negó mirando hacia arriba y ellas miraron hacia el techo antes de mirar hacia abajo como su invitada. —Esa música.
    —Oh… —Bedelia levantó sus cejas negras. —Es que Ángel, nuestro perrito, se calma cuando la escucha.
    —¿Eso es un arpa? —preguntó Jessica encantada de la vida.
    —Sí, ¿te gusta?
    —Pues sí, mucho. De pequeñita quería aprender, pero mi madre se negó a comprarme ese armatoste como ella lo llamaba.
    Las hermanas se miraron sorprendidas. —¿No me digas? —Cassady le sirvió la carne. —Pues yo lo pongo por Ángel, a mí me desquicia un poco.
    —Es el sonido de los ángeles —dijo empezando a comer con ganas.
    —¿Eres religiosa? No lo sabía. —Se sentó ante ella mientras su hermana abría la botella del vino sin perder detalle de la conversación.
    Jessica se encogió de hombros. —Como todos, supongo. Los domingos tengo que ir a la iglesia porque mis padres me obligan para que me vean los del pueblo. Es que quieren casarme cuanto antes, ¿sabéis? Dicen que el niño no puede crecer sin padre.
    —Pero crees que hay algo. —Bedelia le sirvió vino.
    —Claro que sí hay algo. Alguien tuvo que ponernos aquí y a mí me ha dado muchas señales para guiar mi camino.
    Las hermanas se adelantaron. —¿No me digas? —preguntaron a la vez—. ¿Cuáles?
    Jessica dejó el tenedor sobre el plato. —Pues veréis, cuando tuve al niño yo era muy feliz. Tenía un marido con un buen trabajo y un niño precioso. —Ambas asintieron. —Pero un día me llegó una carta.
    —¿Del de arriba? —preguntó Bedelia asombrada.
    —No, era del banco, pero en el extracto venían los cargos del motel donde me la pegaba con una compañera del trabajo.
    —¿Y dónde está la señal?
    —Las cartas siempre las leía mi marido, pero ese día la leí yo. —Abrió los ojos exageradamente. —Fue su designio que me divorciara y mi madre dice lo mismo.
    —Oh… —Cassady carraspeó. —¿Alguna señal más?
    —Bueno, que desapareciera de la noche a la mañana en cuanto firmamos el divorcio también tiene que indicar algo.
    —¿Aparte de que no quiere pasarte la pensión? —preguntó Cassady con ironía. Cuando sintió la patada de su hermana en el tobillo gimió—. Leche. —No controlaba su fuerza, la muy puñetera.
    —¿Por qué crees que eso es una señal? —preguntó Bedelia muy interesada.
    Cassady puso los ojos en blanco antes de cortar la carne de su plato. Esta ya pensaba que era un ángel, como si lo viera.

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