Scottish Coffee de Sarah Valentine

Scottish Coffee de Sarah Valentine

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Scottish Coffee de Sarah Valentine pdf

Scottish Coffee: Una emotiva historia de amor en Escocia (Serie Sweet Coffee 2) de Sarah Valentine pdf descargar gratis leer online

Una romántica historia de amor en las Highlands escocesas.
Nessa es una joven a la que la vida le ha dado el peor revés. Alex, su mellizo, decide sacarla del pozo de tristeza en el que está hundida llevándosela de viaje por las Highlands escocesas. Para Nessa este viaje a Escocia supondrá un antes y un después. El destino es muy caprichoso y la visita a Fort William pondrá en su camino a Jamie un joven higlander pelirrojo que le recuerda a uno de sus personajes favoritos de Outlander de Diana Gabaldon.
¿Podrá Nessa salir de su tristeza?
¿Es posible superar los reveses de la vida con una historia de amor intensa y pasional?
¿Quieres viajar a los lugares míticos en los que se rodó la serie Outlander?
Lee Scottish Coffee ¡Te vas a enamorar!

Scottish Coffe, una nueva entrega de la serie Sweet Coffee de Sarah Valentine llena de amor, pasión, ternura y emoción en las Highlands escocesas.

Si te gustan las historias 100% románticas, lee las novelas de Sarah Valentine.


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3 respuestas a «Scottish Coffee de Sarah Valentine»

  1. Capítulo 1
    El cielo estaba cubierto de nubes grises que amenazaban lluvia de un momento a otro. Por suerte, el turno de Joel y Willy estaba a punto de terminar, y eso permitiría que quizá se pudiesen librar del chaparrón. Habían tenido una noche tranquila, por lo que suponían que lo que les quedaba de servicio continuaría igual.
    Caminaban a un par de calles de Nou de la Rambla, donde estaba ubicada la comisaría de Mossos d’esquadra en la que trabajaban. Era una zona muy activa a nivel de delincuencia, en especial en los últimos años, por lo que solían tener servicios bastante movidos. El turismo de la ciudad atraía mucho a los carteristas y al final les tocaba intervenir cuando pillaban con las manos en la masa a los ladrones.
    Joel llevaba tres años destinado a la comisaría del Raval y su compañero alguno más, a pesar de que ninguno de los dos había cumplido los treinta. Ambos se conocieron en la academia de policía, donde conectaron desde el primer día en que compartieron pupitre poco menos de una década atrás.
    Así que cuando Willy supo que Joel estaba destinado a la misma comisaría en la que él trabajaba, cruzó los dedos para que coincidieran en los turnos en la Unidad de Seguridad Ciudadana a la que ambos estaban también destinados. Tenía claro que con Joel la diversión estaba asegurada, lo que haría que las horas de servicio pasaran de forma mucho más rápida y amena, pese a todos los follones en los que tuvieran que intervenir.
    —Estoy sin tabaco, ¿te parece que demos algo más de vuelta antes de llegar a comisaría y paso por el estanco? —preguntó Willy a su compañero.
    —No sé cuándo vas a dejar de fumar, tío —respondió Joel levantando una ceja y negando con la cabeza.
    —Algún vicio puedo tener, ¿no?
    —No entiendo de qué te sirve salir cada día a correr.
    —Pues para estar en forma —resopló Willy.
    —Ya te vale —rio Joel justo al llegar a la esquina de la calle Sant Pau.
    —Tío, mira aquel par que vienen por allí —susurró Willy para que su compañero mirase a unos chicos con aspecto algo extraño y que parecían nerviosos.
    —Vamos a pararlos —contestó Joel asintiendo con la cabeza.
    Los agentes caminaron con paso decidido hacia la pareja de aspecto singular.
    —Disculpen, ¿podrían mostrarnos su documentación? —se dirigió Joel de forma directa a los jóvenes.
    En ese momento los chicos de aspecto raro echaron a correr.
    —Ya decía yo que estábamos teniendo un turno demasiado tranquilo —gritó Willy al ver que huían.
    —Vamos, tío —le respondió Joel echando a correr tras los jóvenes.
    A pesar de que era una hora temprana de la mañana, había varios peatones por la zona, por lo que los policías tenían que esquivar a los viandantes en su persecución. Willy logró alcanzar a uno de ellos y en un intento de inmovilizarlo, mientras Joel se acercaba hasta donde estaban, resonó un estallido y Joel se desplomó sobre el asfalto. Una mancha de sangre empezó a teñir de forma cada vez más veloz el cuello de su camisa.
    Pese a que llevaba el chaleco antibalas reglamentario, el proyectil había acertado a la altura del cuello y un chorro de sangre, cada vez más potente, brotaba del lateral de la garganta de Joel.
    Willy impactado se arrodilló a su lado pidiendo a gritos una ambulancia. El delincuente aprovechó para salir corriendo calle arriba sin que nadie se molestase en atraparlo. Los viandantes de la calle Sant Pau empezaron a rodear en círculo a los dos policías. Varios de ellos se afanaban en llamar al servicio de emergencias, mientras veían cómo ante sus ojos la vida se escapaba a borbotones del cuerpo del joven policía.
    Dos ambulancias llegaron minutos después. Joel, entre los brazos de Willy, balbuceaba algo que el joven policía, invadido por las lágrimas y el miedo que le atenazaba de saber que quizá aquellos fueran los últimos instantes de vida de su compañero, no era demasiado capaz de entender. Willy solo acertaba a descifrar que Joel susurraba el nombre de Nessa, su esposa, la mujer de la que estaba tremendamente enamorado desde que eran adolescentes y con la que se había casado hacía apenas ocho meses.
    Empezó a llover cuando la sirena de la ambulancia sonaba de manera atronadora entre las estrechas calles de aquella zona del Raval.

  2. Capítulo 2
    —A mí estas guardias eternas me matan —dijo Nessa mientras se ponía ambas manos sobre las cervicales y echaba la cabeza hacia atrás. Un bostezo, que le anegó los ojos, se apoderó de ella, mientras esperaba a que la cafetera automática acabase de llenar el vaso de cartón con el café. Acostumbraba a tomarse uno solo y sin azúcar un par de horas antes de que acabase su turno para aguantar el último tramo de la jornada con algo más de energía. Nessa era una adicta total al café y necesitaba su dosis de cafeína diaria para resistir la jornada.
    —Ni que lo digas, estoy que me caigo de sueño —le respondió María, una compañera de guardia que llevaba menos de un mes trabajando en el hospital.
    Nessa era enfermera del servicio de urgencias y trabajaba en el Hospital Mediterráneo, uno de los centros hospitalarios públicos más grandes de Barcelona. Llevaba varios años en aquel puesto, porque siempre le habían gustado la acción y la adrenalina que suponía trabajar atendiendo las ambulancias que llegaban constantemente con pacientes malheridos, enfermos o con cualquier patología que requiriese de atención eficaz e inmediata. Después de tantos años trabajando de enfermera en aquel lugar estaba acostumbrada y había visto de todo, aunque cada vez se le hacían más interminables y duros los turnos de doce horas.
    Lo único bueno de tener esos horarios era que después disponía de varios días libres de descanso. Además, a menudo, acababan coincidiendo con los que libraba Joel, por lo que les daba la sensación de que podían disfrutar de unos días de vacaciones cuando el resto del mundo trabajaba.
    Mientras acababa el par de sorbos del café que le quedaba al fondo del vaso, Nessa no podía evitar planear lo que haría durante los cuatro días libres que tendría justo al acabar las dos horas de trabajo que tenía por delante. Además, coincidía con Joel, por lo que tenían pensado hacer una escapada a Andorra. Habían caído las primeras nieves y podrían disfrutar de las pistas de esquí para ellos solos. No podía evitar sonreír al pensar en Joel. Era su mejor amigo, su confidente, su amante, su alma gemela, esa persona con la que sabía que podía contar siempre y a la que amaba por encima de todo.
    —Código 1 —le dijo María asomando la cabeza en la zona de la sala de descanso en la que Nessa apuraba su café. La joven resopló y tiró el último sorbo de líquido negro y aún humeante, que le quedaba en el vaso a la papelera.
    Cuando recibían un Código 1 significaba que estaba a punto de llegar al servicio de urgencias del hospital un caso de extrema gravedad y que el personal que estuviese disponible debía acudir a recibir la ambulancia para atender con la máxima rapidez del paciente. Normalmente, cuando se activaba un Código 1 era en los accidentes de tráfico o en otras situaciones en los que la vida del paciente estuviese en riesgo real de muerte. Así que, mientras Nessa caminaba tan rápido como podía hacia la zona de recepción, se ponía unos guantes de látex para estar preparada cuanto antes, para lo que le esperaba.
    Al instante la ambulancia llegó y los técnicos procedieron a bajar al paciente que traían. Desde lejos pudo comprobar que había bastante sangre tiñendo la parte superior de la sábana que tapaba el cuerpo del herido. Nessa arrugó el entrecejo. Estaba convencida de que el par de horas que le quedaban para acabar el turno no serían nada fáciles ni apacibles.
    —Herido de bala con constantes muy débiles durante el trayecto —informó uno de los técnicos de ambulancia, mientras le pasaba el registro del paciente, que Nessa tomó entre las manos y se centró en el registro de las constantes del hombre.
    La enfermera aún no había visto al paciente en cuestión. El par de médicos que habían llegado hasta él le tapaban la visión, por lo que prefirió concentrarse en el informe que tenía delante. Nessa avanzó hasta la camilla a la espera de que alguno de los doctores que atendían al paciente le dijera lo que debía hacer. El herido era un hombre moreno, del que solo alcanzaba a ver buena parte del pecho cubierto de sangre. Nessa entrecerró los ojos al ver un tatuaje sobre los pectorales descubiertos del chico. Pestañeó. Arrugó el entrecejo e intentó acercarse al paciente abriéndose paso entre los dos doctores, los técnicos de ambulancia y el par de enfermeras que se arremolinaban alrededor de la camilla. Volvió a mirar la parte del pecho que alcanzaba a ver. Sí, eran las carpas japonesas que ella misma había elegido, no tenía duda. No, no podía ser. Intentaba respirar, pero cada vez tenía más dificultad para coger aire.
    —Lo perdemos, joder, lo perdemos —gritaba uno de los doctores que atendían al paciente.
    Nessa apartó de un manotazo a uno de los técnicos de ambulancia que aún seguía junto a la camilla. Entonces, fue en aquel preciso momento cuando lo vio. Joel, el hombre al que amaba, estaba postrado sobre aquella camilla con el pecho descubierto y medio cuerpo cubierto de sangre.
    Instantes después, la poca vida que había logrado retener el cuerpo de Joel para llegar al hospital se escapó entre los borbotones de sangre que salían disparados por el orificio de bala a la altura de su yugular.
    El pitido del monitor que marcaba el ritmo cardiaco del marido de Nessa dejó de ser intermitente para mantener un sonido constante, que confirmaba que había muerto. En ese instante, ella cayó de rodillas al suelo. Sin fuerzas para nada más que intentar respirar a pesar de la gran presión que le oprimía el pecho.

  3. Capítulo 3
    Todos los días le parecían iguales desde entonces. La noche y el día pasaban sin que fuese capaz de moverse del sofá. Le daba igual, nada le importaba ya. Todo había dejado de ser relevante en su vida. No le importaban las horas que marcase el reloj. No recordaba la última vez que se había duchado, ni la que se había preparado algo de comer. Pero no le importaba, nada le importaba ya. Se miró al espejo y no se veía, no se reconocía, pero qué más daba. Él ya no estaba para mirarla, el resto daba igual.
    No había vuelto al hospital. No había sido capaz. Su jefe le recomendó que pidiera una excedencia en lugar de renunciar a su plaza de enfermera. Nessa había aceptado, aunque no tenía ninguna intención de regresar a aquel lugar. ¿Cómo iba a volver al mismo sitio donde se había apagado la vida de Joel? ¿Cómo iba a regresar al lugar en el que había ayudado a salvar la vida a otras personas si no había sido capaz de salvar la de su marido? Prefería mantenerse alejada de ese sitio y de todo lo que tuviese que ver con él. Lo mejor que se le había ocurrido que podía hacer era estar en casa, sin pisar la calle.
    ¿Cómo iba a seguir con su vida como si nada hubiese sucedido?
    Joel no estaba y sabía que no regresaría. Por mucho que lo esperase no volvería para contarle cómo le había ido en el turno, ni las aventuras que le habían tocado vivir al lado de Willy en las últimas horas. Ay, Willy, pobre Willy, también seguía en casa, incapaz de empuñar un arma ni de hacer nada que no le recordase a aquel fatídico final de turno.

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