CAPÍTULO UNO
Luna Aguado, siempre había sido desde niña una chica independiente. Hija única. Sus padres, Javier Aguado, era celador del hospital de Sevilla Virgen Macarena, y su madre Rocío Hernández, era limpiadora en el mismo hospital. Allí se conocieron de jóvenes, se enamoraron y se compraron un piso cerca del hospital en unas de las bocacalles cercanas, un piso humilde de tres dormitorios. Pero al menos tenían dos sueldos no demasiado grandes para pagarlo.
Cuando Luna entró a la universidad de Sevilla, ya lo habían pagado. No les faltaba, pero tampoco les sobraba. Y lo que tenían, querían utilizarlo en los estudios de su hija.
Luna quiso ser odontóloga, y le llevó cinco años terminar la carrera.
Con tanta suerte, que una clínica americana, se implantó en el centro de Sevilla, justo al acabar la carrera y la contrataron, primero como ayudante, y el segundo año pasó a tener su propia sala con su ayudante para ejercer de odontóloga con todas las consecuencias.
Era la chica más feliz del mundo.
La clínica NY Dental & Medical Management, era un mundo. Y tenía sucursales en Nueva York, Manhattan, en Francia, Inglaterra, Canadá y repartidas por Estados Unidos, era un holding, de un gran empresario americano.
Pero ella era feliz. Se había comprado un coche de segunda mano y aún vivía con sus padres, aunque pensaba que en cuanto pasara ese segundo año, después de vacaciones, se independizaría.
Ganaba lo suficiente como para estar en un piso pequeño en el centro, cerca de la clínica o en Triana, ya que la clínica estaba en la Avenida de la Constitución.
Al volver de las vacaciones vería.
Iba a cogerlas en agosto, y quería ir a los Alpes suizos. Y lo mejor era ir con un grupo, luego ella haría las excursiones que decidiera. Iban en avión hasta Berna y en tren hasta subir al hotel donde se quedaría el grupo.
Cuando fue a sacar los billetes, le informaron que saldrían de Sevilla un grupo de 10 personas.
Estaba deseando de que llegara agosto, ya quedaba apenas un mes. Y el calor era sofocante.
Una tarde se fue a las rebajas y se compró alguna ropa de abrigo porque se lo habían aconsejado por el clima.
-Hija ¿tan lejos te vas?
-Mamá voy con un grupo de gente.
-Es que eres tan joven…
-Mamá por favor tengo 25 años y cuando venga voy a buscar un piso. Así que te vas a preocupar más aún.
-¡Ay, Dios mío! mira Javier, la niña quiere irse de casa.
-Ya es hora, deja a la niña.
-Claro, tú le das todos los caprichos…
-No es un capricho, tiene que aprender a valerse por sí misma, de todas formas, aquí tiene su casa.
Iba en el avión con el grupo de personas que iban a los Alpes, se conocieron en el aeropuerto, la mayoría eran parejas jóvenes y un matrimonio mayor, la única soltera era ella, pero no le importaba. Iba a descansar y a ver esos paisajes suizos preciosos que había visto en Google.
Por fin, llegaron a Berna y tomaron el tren que los dejaría en la estación de esquí y en el hotel donde había rutas y excursiones y aquello era un hervidero de gente y era agosto. No había mucha nieve en ese mes.
Tiró de su maleta y su bolso. Y entró en el hotel.
-¿Cómo?- le dijo a la recepcionista.
-Que no hay habitaciones.
-Tengo mi habitación aquí.
– No figura.
-Tome.- Dijo enfadada Luna que se veía en la calle.
-Ya a todo el mundo lo estaba ubicando y ella estaba enojada.
¿Cómo no encontraban su habitación?
-Señorita, lo siento, debe haber un error.
-¿Qué error? He pagado una habitación durante una semana entera. Tengo la factura.
Y en ese momento un chico alto, se puso a su lado con un jersey de lana, rubio de ojos azules, le sonrió, pero ella estaba muy cabreada.
-Señor Mars- le dijo la recepcionista.
-Dígame, -le contestó en inglés.
Y ella se enteraba de la conversación porque sabía inglés. Para eso trabajaba en una clínica americana, y cuando entró en ella, debía saber inglés perfectamente y ella lo hablaba con total normalidad.
-Hay un error.
-¿Qué error?
-La señorita tiene la misma habitación que usted.
Y la miró de nuevo.
-A ver…
Y le dieron la factura.
-Nunca nos había pasado esto.
-Llevo ya tres días aquí, es imposible.
-Debe ser un error informático.
-Quiero mi habitación, he pagado por ella.-seguía Luna erre que erre.
-Bueno, dijo Brayan, es una suite, tiene dos dormitorios independientes. Cuando la reservé no quedaba otra.
-Si no le importa y quiere compartirla…
Y ella seguía irritada.
-Pero yo he pedido una sola para mí.
-Pero no hay y los demás hoteles están al completo.
-No la molestaré y puede salir por la otra puerta. Y cerrar la que da a la mía. Son independientes.- le ofreció Brayan.
-Sí.- dijo la recepcionista para quitársela de en medio y solucionar el problema.
-Bueno, si no me queda otro remedio…
-Venga, la acompaño, voy a la habitación.
-Le dieron otra llave, y él le cogió la maleta y el bolso.
-No hace falta que…
Pero él siguió hacia adelante. Cuando entraron en el ascensor…
-Te va a gustar, es el ático, digamos, bueno, tiene el tejado, pero las vistas son maravillosas, las mejores.
-¿Eres inglesa?
-No, española.
-¡Ah bien!, Luna, encantada.
-Brayan, americano encantado.- le sonrió con una sonrisa blanca y perfecta, como la suya.
-¿Has venido desde américa?
-Sí, desde Manhattan. ¿Has estado en Nueva York?
-No, pero trabajo en Sevilla para una clínica odontológica de allí.
-¡En serio?, dental NY.
-Sí, ¿cómo lo sabes?
-Trabajo en ella, de hecho, soy el subdirector en la gran manzana.
-¡No me puedo creer! Yo soy odontóloga en la de Sevilla.
-¿Qué tal es la clínica en España?
-Grande y bonita, y tenemos mucha carga de trabajo.
-¿Cuánto llevas allí Luna?…
-Aguado, Luna Aguado. Dos años, cuando acabé la carrera. La verdad, tuve mucha suerte.
-Tienes entonces…
-25 años ¿y tú?
-28.
-¿Tan joven eres subdirector?
-Es que el director es mi padre.
-¿Enchufado?
-Exacto, pero soy bueno.
-No lo dudo.
-Ya llegamos, es aquí.
-Mira, puedes entrar por aquí, yo por esta, tengo mis cosas en ella.
-¿Y los baños?
-Hay dos, no te preocupes.
-¡Ah vale!
Y entraron por la puerta de Brayan.
-Esta es la mía.
-¡Qué bonita!, ¡y qué grande! Se asomó a la ventana y lo miró encantada.
-¡Qué vistas!
-¿La mía tiene las mismas?
-Las mismas.
-Ven.
Y pasaron con la maleta a la otra, te dejo las maletas. Aquí cierras el pestillo y ya está.
-Yo no necesito sino esta.
-Espera, me llevo estas cosas mías.
-Brayan gracias.
-De nada, te dejo que te instales.
-La comida es a las dos, voy a descansar, ¿te llamo y bajamos juntos?
-Bueno, te doy un toque en la puerta.
-Vale, gracias.
Cerró con el pestillo.
¡Ay, Dios! ¡qué tío más bueno!, y trabajaba en su empresa, por Dios ¡qué alto!, había sido un flechazo, estaba enamorada. ¡Joder…qué pedazo de tío bueno! Ya podía ser español y ella más guapa y alta.
Tenía Brayan los ojos azules y el pelo rubio y una barbita preciosa, la nariz recta no muy grande y un entusiasmo que ya quisiera ella. Era enérgico y sonriente, educado.
Y ella no pasaba el metro sesenta, la melena larga y castaña clara, los ojos verdes y una nariz pequeña y respingona.
Bueno, era lo que había, no era muy guapa ni fea tampoco. Tenía su encanto y era irónica por naturaleza.
Ese tipazo seguro tenía más mujeres que moscas en la miel.
Y ella solo había tenido dos hombres, instituto y universidad.
No era un Currículum largo. Ni la experiencia necesaria para satisfacer a un tipo como ese.
Tenía que olvidarse de él, había ido a pasarlo bien. Si había algún chico, no pensaba perder la oportunidad, eso seguro, pero venía a ver los paisajes.
Deshizo las maletas y le dio con la plancha que había en el armario a lo que necesitaba un repaso. Luego se dio una ducha y miró por la ventana, la abrió y sintió el aire fresco. ¡Qué maravilla! ¡Que belleza!
A Brayan le gustó esa muñeca desde que la vio cabreada en la recepción. Le gustaban las mujeres pequeñas, no sabía porque le llamaban más la atención. De hecho, no tenía una relación al uso con Loren, salía a veces con ella y se acostaban, como amigos, sin compromiso ninguno. Pero Luna, era distinta. Le gustó su enfado con la habitación y a él no le importaba compartir la suite. Al contrario, le hizo gracia, a pesar de lo pequeña, su fuerza, ese pelo y los ojos grandes y verdes, esa naricilla respingona.
La oyó bañarse y e imaginó su cuerpo bajo el agua, sus pechos, ¡joder! Se iba a poner duro y todo solo con pensarlo.
Él, que controlaba, le había gustado mucho Luna. Era su prototipo de chica y trabajaba en su empresa, Lástima que no estuviera en Nueva York, porque de lo contrario iba a tener un problema. Un problema satisfactorio claro.
La oía por la habitación de un lado a otro y abrir la ventana. Estaba haciendo un trabajo en el ordenador, pero iba a enterarse en el almuerzo qué planes tenía, para poder cambiar los suyos o los de ella, quería pasar esas vacaciones con ella, así de simple.
Cuando acabó el trabajo, la llamó a la puerta por la que se comunicaban. Luna cerró la ventana y abrió la puerta.
-¿Qué hora es?
-La del almuerzo, si no nos lo queremos perder vamos, si quieres.
-Vale, cojo el bolso.
-Te espero en la puerta de fuera.
-Vale, cierro por allí.
-Tomó el ascensor…
-¿Qué tienes pensado hacer esta tarde?
-Pues iba a montar en el teleférico y ver el pasaje desde arriba ¿y tú?
-Pues lo mismo, pero me llevo los esquís y me tiro, bajo esquiando, ¿te atreves?
-¿A qué? ¿A matarme? Y Brayan se reía.
-¿Mujer no sabes esquiar?
-No, no sé.
-Tendré que darte una clase mañana.
-Si te atreves…
-Ya verás.
-Sí, pareceré un pato.
-Mujer… anda allí está el comedor, vamos a ver que tiene de bueno…
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