Jolyne estaba acostumbrada a llevar sobre sus hombros la responsabilidad de la gran fortuna heredada de su abuelo. Desde pequeña sabía cuál sería su destino. Lo que no se imaginaba, es que una mirada a través del espejo retrovisor le haría desear a un hombre totalmente inapropiado para una Hightway, justo antes de tener un accidente de coche que por poco la mata. Eso le pasaba por mirar lo que no debía…
Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que tiene entre sus éxitos “Era el destino, jefe” o “Firma aquí”. Si quieres conocer todas sus obras publicadas en formato Kindle, solo tienes que escribir su nombre en el buscador de Amazon o ir a su página de autor. Allí encontrarás más de cien historias de distintas categorías dentro del género romántico. Desde época medieval o victoriana, hasta contemporáneas de distintas temáticas como la serie oficina o Texas entre otras.
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Capítulo 1
—No, voy camino a la casa de Cape Cod como te dije, y no pienso volver para esa gala —dijo por el manos libres apartándose un mechón de cabello pelirrojo de la frente. Decidió bajar la capota porque parecía que iba a llover y cuando le dio al botón hizo un ruido raro como si se atascara—. Vaya.
—¿Qué pasa? —preguntó su ayudante al otro lado de la línea.
—El chófer no ha arreglado el coche. ¡La capota no funciona!
La escuchó gemir al otro lado de la línea. —Igual no se ha dado cuenta de que…
—¡No le excuses! ¡Estoy harta de que haga lo que le dé la gana, May! —Puso el intermitente para adelantar a un camión. —¡Fui muy clara al decirle que tenía que revisar el coche por el viaje de hoy!
—Le queda poco para jubilarse. Se despista un pelín, pero…
—¡Eso me pasa por contratar a tu tío! ¡Me has metido a toda la familia en plantilla!
—En cuanto vuelvas le dará un repasito, ¿vale? Es un Mercedes clásico y sabes que te lo dejará como nuevo porque los conoce como nadie.
—Más le vale porque sino acabará en la calle. ¡Ya me he cansado de todas vuestras tonterías cuando os pago un sueldo más que decente y no hacéis más que tomarme el pelo! Igual a la primera que debería echar es a ti, que no haces más que enchufar a los tuyos en lugar de contratar a la persona más adecuada. ¡Si me has buscado de vigilante a un expresidiario!
—¡Robó una moto! ¡Fue una chiquillada!
—Si tenía veinticinco cuando le cazaron. ¡Me tenéis harta!
—Jolyne…
—No me llames hasta el lunes. No quiero ni pensar en vosotros, ¿me has entendido? —dijo entre dientes antes de pulsar el botón. Apretó los labios acelerando para adelantar otro camión y escuchó un silbido al pasar al lado de la cabina. Miró hacia allí por instinto y le dio un vuelco al corazón porque el conductor era un morenazo tan guapo que quitaba el aliento. Él sonrió mientras esos ojos verdes tan claros como el agua la miraban divertidos. Sin poder evitarlo se puso como un tomate volviendo la vista al frente y aceleró a tope para rebasarlo. En cuanto le adelantó este tocó la fuerte bocina y Jolyne miró por el espejo retrovisor. Dios, qué hombre. Por lo poco que había visto tenía unos brazos enormes y un tatuaje de una sirena que daba la espalda. Su largo cabello se movía con el viento y… ¿Pero por qué pensaba en el tatuaje? Esos ojos… Miró por el retrovisor de nuevo y al ver que sonreía su corazón se calentó. Escuchó su claxon y que perdía la sonrisa de golpe. Jolyne miró al frente confusa y gritó frenando en seco porque había un coche detenido en la carretera. El impacto la dejó sin aliento y su cabeza chocó contra el volante. Aturdida sintió que todo se quedaba en silencio y su vista se nubló, pero fue consciente de que la cogían en brazos. La dejaron en el duro suelo antes de escuchar un fuerte estruendo que le hizo abrir los ojos. El rostro de ese hombre gritando fue lo último que vio antes de perder el sentido.
Catorce meses después
Giró su sillón hacia la junta directiva y dejó su Birkin en el suelo a su lado. —¿Empezamos?
—Jolyne, ¿por qué has convocado esta junta? —preguntó John Vicent, su vicepresidente, en un tono que demostraba que estaba de lo más confundido—. Nuestras acciones han subido tres puntos desde la última reunión.
—Cierto, pero teniendo en cuenta que nuestros competidores han subido cinco puntos me pregunto qué está pasando aquí. —Se levantó mostrando su vestido de seda rosa y empezó a rodear la mesa mirándoles uno por uno. —¡Porque hemos invertido cien millones de dólares en hacer la planta de distribución más avanzada del mundo! ¡Y no está dando resultados! ¡Industrias Hightway debe ser la primera! —Se acercó a la cabecera y apoyó una mano sobre la mesa y otra en el sillón de su vicepresidente que estaba muy tenso. —Me parece que alguien no está haciendo su trabajo. ¿Qué opinas, John?
—Pues… No sé qué ha ocurrido, pero tomaré cartas en el asunto.
—No, yo soy quien va a tomar medidas y cuanto antes. —Se enderezó mirándolos a todos fríamente. —Igual pensáis que porque he estado ausente tanto tiempo podéis hacer ya lo que os venga en gana. Igual pensáis que no voy a tomarme el trabajo tan en serio o que voy a disfrutar más de la vida. Al fin y al cabo por poco la casco, ¿no es cierto? —Se escuchó una risita y exasperada miró a su ayudante que tosió disimulando. —Pero no podéis estar más equivocados. ¡Esta empresa la fundó mi abuelo y no se conformaba con ser el segundo en nada! —Fulminó a su vicepresidente con la mirada. —Y como tú eres el responsable, puesto que has tomado las decisiones mientras yo no estaba… John, estás despedido.
Su vicepresidente la miró asombrado. —¡Me he dejado la piel por esta empresa! ¡Llevo veinticinco años en ella! ¡Me contrató tu padre, por el amor de Dios!
—Te has acomodado y ahora te va más golpear la pelotita de golf que hacer tu trabajo. No cuentes conmigo para mantenerte hasta la jubilación sin que muevas un dedo.
—¡Serás zorra! ¡Te he enseñado todo lo que sabes!
Le fulminó con la mirada. —Eso lo hizo mi abuelo, capullo prepotente.
—¡Te pienso demandar por despido improcedente!
Jolyne chasqueó los dedos y uno de sus abogados se levantó empujando unos papeles que se deslizaron sobre la pulida superficie de la mesa. Sonrió irónica. —Léete tu contrato.
—¡Maldita desagradecida! ¡Si la empresa es lo que es, es gracias a mí! ¡Tú no tienes ni idea de cómo manejarla!
Levantó una de sus cejas pelirrojas. —Pero es que no la voy a manejar yo. Si algo me enseñó mi abuelo es que debo contratar a la genta adecuada. —Escuchó una risita y con ganas de matarla fulminó a su ayudante con sus hermosos ojos azules.
Esta carraspeó apartándose un mechón rubio de la frente y dijo —Perdón. Me pica la garganta.
Suspiró poniendo los brazos en jarras dirigiéndose a su exvicepresidente. —¿Te vas o llamo a seguridad?
Se levantó furioso. —Quiero saber quién me sustituirá. Es lo menos que puedes hacer.
Sonrió y pasó tras él sin dejar de mirarle antes de volverse hacia al ayudante de aquel vago. El pobre parecía perplejo con lo que estaba sucediendo. —Harry levántate y ocupa tu sitio.
Dejó caer la mandíbula del asombro mientras todos murmuraban atónitos. —¿Cómo?
—Eres el nuevo vicepresidente de Hightway.
—¿Él? —preguntó John pasmado—. ¡Si es prácticamente un secretario!
—Licenciado en empresariales cum laude. Master en administración de empresas con honores. Sabe cuatro idiomas que son tres más que tú, por cierto. —John se sonrojó. —Y sé de muy buena tinta que prácticamente él ha llevado la empresa sin tu supervisión en el último año. De hecho, él fue el responsable de la reforma de la planta y de otras ideas que tú te empeñaste en no poner en práctica porque tenías otros intereses. Pues te aconsejo que sigas con ellos y que Harry se dedique a dejarse el pellejo por la empresa como ha hecho hasta ahora. Harry ocupa tu sitio.
Sin poder creérselo todavía se levantó y ella le hizo un gesto con la cabeza para que levantara la barbilla. Este tragando saliva lo hizo y tomó aire antes de ir hacia la cabecera de la mesa. —Muy bien, señores. Pongámonos a trabajar.
John salió de allí pegando un portazo y Jolyne sonrió antes de ir hacia su sitio al otro lado de la mesa para coger su bolso. —Quiero resultados, Harry.
—Por supuesto, señorita Hightway. Los tendrá.
—Envíame vuestras propuestas. Las estudiaré para la próxima junta.
—Así lo haré y gracias por la oportunidad.
Se detuvo en la puerta y miró sus ojos castaños antes de asentir saliendo de la junta con May detrás. —Vaya cara que se le ha quedado. —Se le escapó la risa de nuevo. —No se lo esperaba en absoluto, esa vieja momia.
—Creía que tenía el puesto asegurado porque fue amigo de mi padre, pero ya estoy harta. Cinco puntos —siseó pulsando el botón del ascensor—. Cinco malditos puntos.
—Harry se dejará la piel.
—Ese maldito accidente. —Furiosa entró en el ascensor y May la siguió a toda prisa mirándola de reojo con sus ojos azules.
—Estás viva y prácticamente recuperada. Debemos dar gracias a Dios por eso.
Al mirarse en el espejo del ascensor sus ojos fueron a parar a la cicatriz que tenía en la frente casi al borde del cabello. Apenas se le notaba y era la única evidencia visible de aquel maldito accidente. Lo que no se veía era la pérdida del bazo, tres costillas rotas, una fractura en el hombro y otra en la pierna por la que aún hacía rehabilitación. Y todo por una maldita sonrisa. Y por esa sonrisa prácticamente no había podido trabajar en un año. La culpa era suya, claro, por mirar lo que no debía. Aunque si era sincera consigo misma si estaba viva era gracias a él que la había sacado a tiempo del coche.
—Antes de que te des cuenta la empresa volverá a ser lo que era. —Llegaron al hall y como no contestó su ayudante la miró preocupada. —¿Te duele la cabeza?
Como casi siempre desde el accidente. Su neurólogo decía que todo aparentemente estaba bien, pero casi no había día en que no le doliera. —No es nada.
—¿Quieres un analgésico?
—No. Se me quitará en cuanto me relaje.
Al llegar a la calle May le hizo un gesto a su tío, pero estaba distraído leyendo el periódico apoyado en la puerta que debía abrir. Su ayudante gimió por dentro. —¡Tío! ¡La puerta!
Este se enderezó de golpe y divertida vio como arrugaba el periódico del susto. —Oh… —Se apartó y abrió la puerta.
—¿Algo interesante en el periódico de hoy, Bob?
—Un hombre ha sido acusado de asesinar a un tipo en el aparcamiento de un bar de carretera. Intentó robarle la carga y él salió justo en ese momento sorprendiéndole. Ese sinvergüenza le amenazó con una navaja y el otro que había sido marine le pegó una patada que le desnucó. Le acusan de asesinato —dijo indignado—. ¡A un marine! ¡Y había intentado robarle! ¡Además, le amenazaba, el muy chorizo! ¿Se lo puede creer? Es que no hay justicia, de verdad.
—Tío, tenemos prisa —dijo May impaciente.
—Oh sí. Pero ella me ha preguntado, niña.
—Es cierto —dijo Jolyne entrando en el coche.
May se sentó a su lado con el periódico en la mano que seguramente le había quitado a su tío y lo tiró con su bolso en el asiento de enfrente. Jolyne distraída vio como caía al suelo mostrando una fotografía y se quedó helada sin poder despegar la vista de la imagen. —Vaya —dijo May agachándose para recogerlo.
Jolyne se lo arrebató y frenética buscó la fotografía de nuevo.
—¿Qué pasa?
—Es él. —Llegó a la fotografía y separó los labios de la impresión al ver a su camionero esposado y escoltado por dos policías. No llevaba una camiseta de tirantes como aquel día en que le había salvado la vida sacándola del coche justo antes de que explotara, sino que llevaba un traje barato marrón sobre una camisa blanca que parecía nueva. Sintió un nudo en la garganta al ver su rostro. Estaba furioso y esos ojos verdes parecían desesperados.
—¿Él?
—Es el hombre que me salvó la vida —dijo sin aliento leyendo la noticia a toda prisa. —Llama a Morton. Que busque a los mejores para sacarle de la cárcel.
—¿Seguro que quieres meterte en esto? Es un delincuente. No puedes relacionar tu nombre con él.
Señaló la fotografía. —Si estoy viva es gracias a él. Y como ha dicho tu tío no merece ir a prisión. Que busque a los mejores.
May asintió apretando los labios como si aquello no le gustara un pelo. —Está bien.
Mirando la foto se mordió el labio inferior. —May, que no sepa que soy yo quien le ayuda. Que le digan que es alguien que cree en él.
—Entendido.
Cruzó sus preciosas piernas mirando al mejor abogado penalista del país. —¿No hay nada que yo pueda hacer?
—Dos años, uno de ellos de libertad condicional. Es todo lo que he podido conseguir. La víctima tenía veinte años, iba drogado hasta las cejas, mientras que él es un exmarine condecorado muy bien entrenado. No midió su fuerza y la fiscalía no hará un trato mejor.
—Iremos a juicio. No habrá jurado que le condene. Le amenazó con un machete, no era una navaja como dijo la prensa.
—Mi cliente no quiere ir a juicio. Su madre al enterarse de que su hijo estaba detenido sufrió un infarto y no quiere que pase por más presión. En un año estará fuera con la condicional.
No era justo. Se negaba a que se diera por vencido.
Por la expresión de su rostro su abogado suspiró. —Entiendo cómo se siente, señorita Hightway. He intentado que entrara en razón con el mismo argumento que acaba de dar usted. En el estrado hundiría a la supuesta víctima —dijo poniendo ante ella un expediente bien gordo—. Nadie sentiría la más mínima pena por él porque era un pieza de cuidado. Condenado por agresión seis veces, tráfico de drogas, robos, incluso hay un intento de violación cuando tenía dieciséis años a una prima suya, pero mi cliente no quiere. Se niega en redondo. Dice que su madre no soportaría la presión de un juicio. Desde que usted le pagó la fianza, varios periodistas buscan una entrevista y le acosan en la casa de su madre que es donde reside. La pobre mujer no se atreve a salir de su casa desde entonces.
—Entiendo.
—Reece quiere acabar con esto cuanto antes, así que por eso la he llamado para comunicarle que se cierra el caso.
Quería gritar de la frustración. —¿Cuándo entrará en prisión?
—En unos días. Quiere empezar la condena cuanto antes.
—¿Aquí en Nueva York?
—Sí.
Asintió levantándose porque al parecer ya no podía hacer más por él. —Gracias por su ayuda —dijo alargando la mano.
El hombre sonrió estrechándosela. —Ha sido un placer. Siento no haber podido convencerle para que luchara hasta el final.
—Cree que hace lo correcto, lo que demuestra que es un hombre de verdad.
—De eso no tenga duda, señorita Hightway. Solo tuvo mala suerte en un mal momento.
Forzó una sonrisa. —A veces la vida nos sorprende. Gracias de nuevo.
—Ha sido un placer.
Salió de su oficina y May se puso de pie de inmediato apartándose el flequillo rubio de los ojos. —¿Qué ha pasado?
—Un año y otro de libertad condicional —dijo molesta.
—¿De veras? La vida es muy injusta.
—No quiere ir a juicio.
—¿Por lo de su madre?
Se detuvo para mirarla sorprendida. —¿Y tú cómo lo sabes si no salió en la prensa?
—Son de mi barrio. Yo no les conozco, pero la tía de mi tía conoce a la señora Princeton.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—Me lo comentó mi tío esta mañana de la que veníamos al trabajo.
Bufó yendo hasta el ascensor. —Me da una rabia…
—Te veo muy interesada en ese hombre, ¿no? —preguntó maliciosa—. Has conseguido un año cuando hace un mes pedían veinte. Creo que ha llegado a un buen trato, pero en este momento por la cara que tienes quemarías el edificio. Sí, te veo muy interesada por él.
Carraspeó. —No sé de qué me hablas. Solo le devuelvo el favor.
—Ya, claro… Y que sea guapo para morirse no tiene nada que ver.
—¡Pues claro que no! ¡Me salvó la vida!
—Le has quitado muchos años de condena.
—¡No debería tener ninguno, no hizo nada malo! Y hace cinco minutos tú pensabas lo mismo.
—Y lo sigo pensando, pero yo no me he gastado una pasta en defenderle. Tú sí.
—A ti no te salvó la vida.
Hizo una mueca. —También es cierto.
Salió del ascensor siseando —Deja de inventarte…
En ese momento entraba Reece vestido con vaqueros y un jersey negro por la puerta y fue un auténtico shock porque su corazón no esperaba sufrir ese impacto al verle. Fue hasta ella y sus ojos coincidieron durante unos segundos provocando que su sangre fluyera por sus venas, pero al darse cuenta de que estaba allí parada agachó la mirada caminando hacia la salida. —Perdona… —Jolyne se detuvo en seco por esa voz grave y se volvió para ver que se dirigía a ella. —¿Nos conocemos?
—Jefa, tenemos que irnos —dijo su ayudante a toda prisa.
Él la miró y apretó los labios. —Perdón, me he confundido.
—No pasa nada —dijo sin aliento antes de volverse sintiendo su mirada en su espalda.
—Casi la fastidias, jefa. ¿Acaso no querías anonimato?
Respiró hondo pasando por la puerta que abrió el portero para ella. Bob abrió la puerta listo para recogerla y sin poder evitarlo miró hacia el interior del edificio a través de las enormes cristaleras. Él la miraba fijamente lo que la sonrojó y a toda prisa se metió en el coche. —A casa, Bob.
—Por supuesto, jefa.
Detrás del cristal tintado se sintió segura para mirar de nuevo, pero estaba ante el ascensor dándole la espalda. Respiró hondo y vio como su ayudante sentada ante ella levantaba una de sus cejas rubias. —¿Qué? —preguntó exasperada.
—¿Le hubieras ayudado si no te hubiera salvado la vida?
Intentando ser fría volvió la vista hacia la ventanilla. —¿Por qué iba a hacerlo si no le conocía de nada?
May se acercó a ella frunciendo el ceño. —¿Me estás mintiendo?
—No, claro que no —dijo sorprendida.
—¡Sí, me estás mintiendo! —exclamó señalándole la cara.
—¿Qué dices?
—Te conozco muy bien y sé que me mientes. —Jadeó asombrada. —Estás coladita por él.
Escucharon una risita en la parte de delante de la limusina y eso la sonrojó aún más. —May, guapa…
—¿Si? —preguntó su ayudante sonriendo de oreja a oreja.
—¿Quieres acabar en la cola del paro?
Perdió la sonrisa de golpe. —No, claro que no.
—¡Pues si digo que no miento, no miento!
—Entendido jefa, pero esa trola que me has metido no cuela. —Puso los ojos en blanco haciéndola reír. —La verdad es que es un cañón de hombre. —Sonrió sin poder evitarlo. —Si no tuviera a mi Orlando, me pensaría en tener algo con él. Ya verás cuando llegue a la cárcel, menudo caramelito.
Jadeó llevándose la mano al pecho. —¿Crees que…?
—Menos mal que este sabe defenderse porque si no sería carne de presidio y no en el buen sentido.
Entrecerró los ojos. —Necesita a alguien que le proteja. La cárcel puede ser muy peligrosa. ¿Y si se meten con él y mata a alguien más?
—Sería una tragedia porque es evidente que quieres que salga cuanto antes.
—¡Que no siento nada por ese hombre!
—Ya, claro. Y yo me chupo el dedo.
—Eres imposible.
—Sí, pero adorable.
—Llama a… —Frunció el ceño. —¿A quién podemos llamar para contratar a alguien en prisión? ¿Conocemos a alguien?
May sonrió. —Tranquila, que seguro que encuentro a alguien que esté dentro.
—Perfecto, pues encárgate. Que no le toquen un pelo.
—Así se hará.
Satisfecha tomó aire por la nariz. —Bien. Y que sean discretos.
—Por supuesto. Quieres anonimato.
—Esto no debe salir de aquí.
—No te preocupes, jefa. No se enterará de nada.
Capítulo 2
Dejó la taza de café sobre su platillo antes de dar la vuelta a la hoja del dosier que Harry le había enviado. Lizz, su ama de llaves de toda la vida, entró en la terraza con su zumo de naranja en una bandeja. Distraída la miró antes de coger el zumo. —Gracias.
—Hace una maravillosa mañana, ¿verdad?
—¿Qué quieres, Lizz?
Jadeó indignada. —¿Cómo sabes que quiero algo?
—Porque me has traído tú el zumo en lugar de enviar a Carla.
—Esa chica no sabe lo que hace —dijo molesta.
—Es prima de May y se queda. Aprenderá. Necesita el trabajo, tiene dos hijos. Y tú necesitas ayuda con la casa. —La mujer gruñó. —¿Eso es lo que querías?
—No —contestó molesta—. Tengo que irme un par de días.
Eso centró toda su atención porque era interna y no tenía familia aparte de ella. —¿Irte? ¿A dónde?
Apretó los labios. —Me tienen que operar. —Jolyne perdió todo el color de la cara. —No te preocupes, ¿vale? No es nada.
Se levantó de inmediato mostrando su bata de seda beige. —¿Cómo que te tienen que operar? ¿Qué tienes?
—Me van a poner un bypass.
Se llevó una mano al pecho de la impresión. —¿Qué has dicho?
—Pero no es nada.
—¿Cómo no va a ser nada? Y no me lo has dicho hasta ahora —dijo indignada antes de cogerla por el brazo—. Siéntate.
—Niña, estoy bien.
—¿Quién te trata? ¿Es bueno? Voy a llamar al doctor Curly y…
Lizz sonrió con cariño. —Cielo, estoy bien.
—¿Cómo vas a estar bien si van a operarte? —chilló de los nervios.
—¿Ves? Por eso no te dije nada.
—¡May! —gritó—. ¿Dónde estará? —Fue hasta la puerta del salón y gritó —¡May!
—Estoy bien. Si estoy estupendamente.
—No me cuentes historias. ¡May! —Se apretó las manos acercándose a ella y se agachó a su lado. —¿Seguro que estás bien?
Lizz sonrió con cariño y acarició su mejilla. —Te digo que todo va a ir bien.
Sus preciosos ojos azules se llenaron de lágrimas. —Claro que sí, porque te operarán los mejores.
—No, me operará mi médico que me conoce bien.
—Lizz…
—Se hará como digo. Ahora termina de desayunar que tienes rehabilitación. Oh… —Sacó del mandil una carta. —Ha llegado esto para ti.
Tiró la carta sobre la mesa importándole un pito su contenido y en ese momento llegó May corriendo. —¿Qué pasa?
—A Lizz tienen que operarla. —No pareció sorprendida y entrecerró los ojos. —¿Lo sabías?
—Claro, pero antes de que te cabrees, mi trabajo se basa en quitarte preocupaciones de encima, básicamente. Así que cerré el pico. —La señaló con el dedo. —No puedes despedirme por eso. Y para tu información es un médico estupendo y la atenderán muy bien porque me he encargado de darle un repaso.
Suspiró del alivio y sonrió a Lizz. —No vuelvas a ocultarme algo así.
—Cielo, que tú ya has pasado por mucho para que encima te preocupes por mí.
—¿Y de quién iba a preocuparme sino? —preguntó asombrada. May se sentó a la mesa y empezó a comer su desayuno como si tal cosa. —¿Qué haces?
—Ah, ¿pero te lo ibas a comer? Pensaba que se te habían quitado las ganas con el disgusto. —Cogió la carta metiéndose una uva en la boca. —¿Qué es esto?
Exasperada se acuclilló ante Lizz. —Iré contigo y no quiero que me vuelvas a ocultar nada, ¿me oyes? May contrata a otra doncella o dos. —Cogió su mano. —A partir de ahora no quiero que hagas nada en la casa.
—¿No tenías rehabilitación? Mira que vas a llegar tarde y esa clínica cobra una fortuna.
May se metió otra uva en la boca sacando un papel del sobre y lo abrió mientras ellas seguían discutiendo. Leyendo las primeras líneas dejó de masticar. —Jolyne…
Miró hacia ella y su ayudante siguió leyendo la carta. —Es suya.
—¿Qué? No me distraigas que esto es importante.
Siguió discutiendo con Lizz, pero May la cogió por la manga. —¡Es suya! ¡Del camionero!
Se le cortó el aliento volviendo la vista hacia ella. —¿Qué dices? —Se incorporó arrebatándole la carta de sus manos. Sintiendo que su corazón se aceleraba empezó a leer y para su sorpresa tenía una letra bonita.
De un hombre agradecido a una persona de gran corazón:
He pensado muchas veces en escribir esta carta, pero en realidad no sabía qué decirle a una persona que nunca he llegado a conocer. Aunque es muy simple, ¿no? Tan simple como decir que no sé cómo agradecer su ayuda cuando había perdido la esperanza. Mi abogado me comunicó antes de entrar aquí todo su esfuerzo en librarme de esta situación y su interés por mantener su anonimato, lo que hace de usted una persona absolutamente desinteresada. Jamás me habían tratado así y le he pedido a mi abogado que le haga llegar esta carta. Llevo un mes en prisión y solo me quedan once meses. Y es gracias a usted que no pasaré la mitad de mi vida aquí encerrado por una mala decisión, por un mal golpe. —Jolyne apretó los labios. —Sí, sé que usted quería que fuera a juicio, pero debía pensar en mi madre que siempre lo ha dado todo por mí. Está muy delicada y no quería tener sobre mi conciencia que sufriera un juicio y que por esa tensión le ocurriera algo. Por eso quería escribirle esta carta para que supiera que aquí no me va mal, que no debe preocuparse y que siempre estaré en deuda con usted. Si algún día me necesita no dude que estaré ahí.
Reece Princeton
—¿Cómo le va a ir mal si has pagado a media prisión para que no le quiten ojo? —preguntó May divertida.
—Sabría defenderse solo.
—Sí, eso ya nos ha quedado claro —dijo mirando el sobre—. ¿No dijo que la ha enviado el abogado? No trae remitente.
Se le cortó el aliento cogiendo el sobre de su mano y viendo que estaba absolutamente en blanco. —Baja a hablar con el portero. Pregunta quién lo ha traído.
May tan intrigada como ella salió prácticamente corriendo y Lizz se acercó. —¿Qué ocurre, niña?
Recordó sus palabras en el hall aquella tarde. ¿Nos conocemos? —Sabe que he sido yo. —Su corazón dio un vuelco. —Se acordaba de mí. Me reconoció. —Sin saber por qué sintió una enorme felicidad. La recordaba.
—Te salvó la vida. Se quedó contigo hasta que llegó la ambulancia.
Sonrió irónica. —Pero con todo el caos del accidente nadie tomó sus datos. —Levantó la carta. —Esta carta debía habérsela escrito yo a él.
—Le has devuelto el favor.
Sonrió mirando su letra. —¿Eso crees?
—¿Qué más quieres hacer, niña? —Lizz sonrió. —¿Te gustaría conocerle?
Se sonrojó ligeramente. —No, claro que no. ¿Para qué?
—A mí no me engañas, te gusta.
—Claro que le gusta —dijo May entrando en la terraza.
—¿Ya has subido?
—Hay teléfonos, ¿sabes?
Gruñó esperando una respuesta.
—La ha traído una mujer rubia de cabello corto. De la edad de Lizz más o menos.
—¿Su madre? —preguntó Lizz cada vez más interesada en el tema.
—May busca una foto de su madre. Seguro que alguien de la prensa la ha sacado en algún momento.
—Estoy en ello —dijo su ayudante mirando su móvil. Jolyne se sentó ante su desayuno y miró la carta de nuevo—. ¿Qué se propone?
—¿Que le contestes? Si tienes el suficiente interés, claro —dijo May maliciosa—. Aquí está. —Volvió el teléfono y les mostró una foto de la mujer al lado de su salvador. Y efectivamente era rubia y de cabello corto. —Misterio resuelto.
—Es evidente que sabe quién soy y donde vivo.
—Eso no debió ser difícil de averiguar. Se te conoce en toda la ciudad de Nueva York. Eres de la alta sociedad. Además, tu accidente salió en la prensa.
Hizo una mueca porque tenía razón. Apretó los labios indecisa porque se moría por saber más de él, ¿pero a dónde la llevaría todo aquello? Él no se había puesto en contacto con ella salvo en esa ocasión, lo que indicaba que no le interesaba lo suficiente. ¿Y si se estaba haciendo ilusiones para nada y solo quería ser agradecido? Sí, seguramente era eso. Se levantó. —Voy a vestirme, no quiero llegar tarde a la rehabilitación.
May la miró asombrada. —¿No vas a hacer nada?
—Será mejor que no. Las cosas están bien como están.
Vieron como entraba en el salón y Lizz apretó los labios disgustada. —Teme que la rechace.
Su ayudante bufó sentándose ante el desayuno y siguió comiendo. Con la boca llena de tostada dijo —Le gusta, lo sé.
—Parece un buen chico. Que piense en su madre lo demuestra.
—¿Y si contestamos nosotras?
Lizz abrió los ojos como platos. —¿Estás loca?
—¿No?
—Igual si se entera nos echa a la calle. —Suspiró. —Pero es que es tan guapo que la deja temblando solo con verle. Te lo digo yo que lo he visto.
—¿De veras? —Intrigada se sentó a su lado. —¿Tanto la afecta?
—Si la hubiera cogido y se la hubiera llevado, no hubiera protestado, te lo aseguro. —Asombrada parpadeó. —Además algo de pinta de hombre de cromañón tiene, ¿sabes? Está como un queso, es fuerte, alto y tiene unos ojos… Mmm, si no tuviera a mi novio me tiraba sobre él y le pedía un hijo.
Lizz rio por lo bajo. —Nos pillarían.
La miró maliciosa. —¿Y si escribimos la primera y luego se lo cuentas? Eres su ojito derecho. Contigo no se cabreará, y si se lo dices después de que te operen con lo histérica que estará porque te pongas bien, aún menos.
Pensativa asintió. —Qué lista eres, busca papel. Rápido antes de que baje.
Reece entró en la celda y gruñó cuando encontró a su compañero sentado en su cama. Ya le jodía tener que dormir abajo porque con lo alto que era se sentía encerrado. Más aún. Pero era lo que había porque había llegado después que ese deshecho humano. Se puso a su lado y carraspeó.
Él levantó la vista distraído de la carta que estaba leyendo y Reece preguntó —¿Buenas noticias?
—Es tuya.
Le arrancó la carta de las manos y Jim se echó a reír levantándose a toda prisa elevando las manos por la cara de cabreo que tenía. —Eh, si no lees ninguna.
—Mira canijo, vuelve a tocar algo mío y van a tener que escayolarte los brazos.
Rio subiéndose a su cama y se tumbó mirando el techo. —Deberías controlar tu carácter —dijo con mala leche.
—Cállate. —Se sentó en su cama y miró la carta distraído. Solo con leer las primeras líneas supo que era una admiradora. Desde que había empezado toda aquella locura recibía cartas así todos los días.
—Esa dice que cuando salgas quiere un hijo tuyo —dijo a punto de reírse—. Es una desequilibrada de primera.
—De eso sabes lo tuyo.
—Pues sí. Mis años de carrera me ha costado. —Suspiró acariciándose el pecho. —Qué pena que no pueda seguir ejerciendo.
—Igual si no hubieras drogado a tus pacientes para pasarte de la raya seguirías ejerciendo. —Hizo una bola con el papel y la tiró a la papelera.
—Sí, se me fue la pinza. —Reece chasqueó la lengua porque tipos como esos no cambiaban. Esperaba que no saliera de allí en la vida. —Hoy has recibido muchas. No sé por qué te pones así si ni siquiera las lees.
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