Tres plumas de Laura G. Bitrián

Tres plumas de Laura G. Bitrián

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Tres plumas de Laura G. Bitrián pdf

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kev ha sido mensajero a la abalorio geográfico, donde se hace vivir por persona. a la espera de conocer su encargo, se apresta a disponer de los placeres de la vida. sin secuestro, todo transmutará cuando se crucero con cristal, una joven coleto propósito que, por supuesto, tiene por perfeccionado reúno a un atractivo. ¿quién es esa sujeta que brota ficha fuerza? ¿y por qué es ambicioso para los alados?

de la novelista de banda segura, tres esferos es una detalla embotella de amor y simpatizad, exaltación y patriarcales silenciosos. una cuenta de visión tierna en la que los actrices compondrán su idóneo ministerio.


PRÓLOGO
Mi conciencia se dilata en el espacio y en el tiempo. Las células de mi cuerpo también reaccionan y cambian. Adaptan esta carcasa a mi nueva condición, a mis nuevas capacidades… porque ahora, por fin, recuerdo.
Sé quién soy, quién he sido, quién seré y lo que quieren que sea.
Sé quién es él y lo que hizo. Y creo que él lo ignora. No se acuerda, es imposible. De hacerlo no estaría aquí, no estaríamos ninguno de los dos. Al menos no así. O puede que sí…
Al fin y al cabo, todo es cambiante, incluso nosotros. Nuestra supuesta inmortalidad nos mantiene menos proclives a ello, pero no inmutables. De hecho, no hay nada que lo sea. Ni la montaña más grande, ni las leyes celestiales, ni la paz, ni el amor…
Y me doy cuenta de que me da igual lo que sucedió, ya carece de importancia. Solo me preocupan el aquí y el ahora. Me inquieta el futuro de las dos esferas, el de mis congéneres, el de los humanos.
¿Qué sucederá a partir de este momento? Me temo que no depende de mí. Solo de él.
Y eso es lo que más me aterra.
PARTE 1
 
«El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor. Y no solo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y solo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma».
Aldous Huxley
1
¡Zas!
Se despertó de golpe, empapado en sudor, como muchas otras veces desde que había llegado a esa existencia. Una sombra se encontraba arrodillada ante él, con la cabeza gacha, mirándole sin apartar la vista. Él alzaba la espada y se preparaba, presto a utilizarla contra dicha sombra.
¡Zas!
El sonido de la hoja al cortar el viento antes de llegar al cuello, antes de que él abriera los ojos, frío, nervioso, sin saber dónde estaba.
Se incorporó sobre el colchón y comprobó que aquella no era su habitación, aunque le resultara familiar. Ya sentado, se giró. Junto a él, tranquila, dormía una chica. La conocía, era Eve, la vecina del piso de abajo desde hacía un tiempo, con la que se acostaba.
La observó. El pelo liso y moreno, por encima de los hombros desnudos, le tapaba parte de la bonita cara. Después se sentó al borde de la cama y buscó los pantalones en el suelo. Se los puso y se levantó a por la camisa, dispuesto a irse.
Nunca se quedaba a pasar la noche, no iba con él. Si se relajaba más de lo debido, entraba en una especie de duermevela hasta que tenía aquel sueño violento. Entonces, abría los ojos, desorientado, y sentía que no podría volver a dormir. Necesitaba descansar sin compañía, en su cuarto, en su territorio. No repetía tanto como con Eve, cierto. Pero incluso con ella era incapaz de abandonar esa sensación: la necesidad de marcharse antes de que llegara el alba porque no pertenecía a ese lugar, porque debía estar solo.
Con calma, se puso la camisa, los zapatos y salió, sin detenerse siquiera a mirar a la joven, quien seguía en los brazos de Morfeo. Atravesó el largo pasillo, abrió la puerta de la entrada y subió hacia su piso.
***
—¿Vendrás? —le había preguntado en la escalera—. Dime, ¿vendrás a verme? —había repetido insinuante mientras bajaban hacia el portal. Él había aceptado para que no le entretuviera más y, por la noche, visitarla si le apetecía.
“¿Qué relación cree que tenemos?”. Pensó, sabedor de la respuesta: “Nos hemos acostado unas cuantas veces y ya se cree que somos pareja…”. Se notaba que había regresado hacía poco, que podía considerarse nuevo en la zona, porque quienes le conocían bien sabían que no se ataba a nadie. Así era el dueño del cuerpo antes de que lo habitara y tomara sus recuerdos. Y a él le había resultado perfecto, mejor que si lo hubiera escogido él, pues ¿cómo iba a ocupar un habitáculo cuyo amo hubiera buscado o tenido más, si a él su propia condición le impedía tener sentimientos? De hecho, por ella sentía lo mismo que por todas con las que había compartido lecho: simple deseo. Que durara más, como en este caso, o menos, dependía de razones que él desconocía, y era cuestión de tiempo que desapareciera. Pero le había dicho que iría y ahí estaba desde que había acabado unos esbozos: sentado a la barra del bar en el que Eve trabajaba, hablando con ella si no atendía a nadie.
Se aburría. Unas semanas antes había entrado en el local casi por casualidad. Un cliente le había propuesto cerrar su encargo tomando una copa tras haber visto sus propuestas. Le habían hablado de un sitio cercano donde el picoteo merecía la pena, y le apetecía probarlo. Hacía buen tiempo, así que, al sentarse en la terraza, ella les había atendido. El hecho de ser vecinos había sido la excusa perfecta para iniciar su flirteo.
En cambio, ahora no se encontraba allí por negocios ni por gusto, sino porque Eve había insistido. Esos pequeños sacrificios le beneficiaban, cierto. Pero mientras ella servía a unos clientes, él estaba solo. Sentado, tomándose una cerveza, pensaba en por qué había dicho que sí. “¿Puede haber algo más tedioso que esto?”.
Volvió a oír que la puerta se abría y un escalofrío le recorrió el cuerpo. “Un alma blanca”. Era lo que sentía cuando una entraba al lugar en el que se encontraba; sin embargo, no se giró a ver quién o cómo era. Los días siguientes a haber tomado el nuevo cuerpo, lo habría hecho. La curiosidad de saber qué rostro tendría el alma pura le habría tentado. Ahora ya había observado que eran distintas, no había un rasgo típico que las diferenciara del resto, salvo su característica bondad y el estremecimiento interno. Rápido, se olvidó de ella. Su guapa vecina acababa de salir de la barra y estaba en una mesa haciendo acopio de su desparpajo con un grupo de treintañeros por sacar una propina de más. Lo sabía porque podía oír sus voces, enfocar sus sentidos hacia donde se encontraba y percibir, por la voz, que conocía (o al menos el antiguo dueño del cuerpo lo había hecho) a una comensal. La hija de unos amigos de sus padres, si no se equivocaba. Se volvió a comprobarlo y observó a Eve, quien le miró desde lejos y le sonrió. Entonces, alguien se apoyó en la barra, a su lado. Él se molestó. No le gustaba que se acercaran tanto, necesitaba su propio espacio, y cualquier proximidad inesperada, aunque fuera involuntaria, le resultaba una intromisión. Sin querer, le golpearon el codo y un cosquilleo momentáneo le subió por el brazo. “El alma blanca”.
—Oh, perdona.
La estudió y pudo ver a una chica que aparentaba más o menos su edad actual. Llevaba el pelo castaño, largo y ondulado, suelto. Tenía un rostro dulce de tez pálida, ojos grandes y de forma almendrada, cálidos pese a ser de color azul claro. “Se parecen a los de Eve”, salvo porque ella los tenía verdes.
—No pasa nada.
Tiene mucha fuerza”. Sin darse cuenta, se había quedado mirándola; para ser tan joven era una de las almas más poderosas que había visto. La chica se giró, como si hubiese notado que tenía la vista clavada en ella. Cansada de esperar a que le atendieran, esbozó una sonrisa incómoda y agachó la cabeza. Kev se fijó en que, bajo un abrigo de piel de borrego bastante ancho, se intuía un cuerpo bonito.
—Hola, ¿qué quieres? —le preguntó Eve al llegar a la barra.
—Mira, estamos sentados allí. —Señaló a su espalda—. ¿Nos traes dos cervezas, una limonada y una cola?
—Ahora voy.
El alma blanca dio media vuelta en dirección a su mesa. Kev oyó cómo se detenía antes.
—¡Anda! Ya has llegado, creía que vendrías más tarde.
—Y yo —aseguró una voz masculina que cosquilleó en su memoria—. Al final no me ha hecho falta quedarme más rato, menos mal. ¿Has venido con los demás?
—Sí, pero como no nos atendían me he acercado a la barra.
—Pues al entrar no te he visto. Como he ido directo al lavabo… —El joven se calló un par de segundos—. ¿Y Mike? ¿No está aquí?
—No, mañana tiene que madrugar por no sé qué rollo y prefería quedarse en casa.
—Vaya… —volvió a guardar silencio. Y él, que los escuchaba de espaldas, notó que el joven le miraba. La chica debió de extrañarse, pues posó sus ojos en él también—. ¿Kevin? ¿Kevin, eres tú?
Oh, no, otro de sus amigos”.
Se giró y, actuando a la perfección como solía hacer, puso cara de sorprendido. Un tipo alto, delgado y rubio que llevaba tejanos y una camisa a cuadros le miraba. “Roberto. No, le gusta que le llamen Rober”.
—¡Tío! ¿Qué haces aquí? ¡Cuánto tiempo! —Se levantó y le saludó. Era amigo del dueño del cuerpo; habían ido juntos al instituto, pero no se veían desde que él se había mudado.
—¿Cuándo has vuelto?
—Hace un par de meses más o menos.
—¿Y por qué no has avisado?
¿Porque perdisteis el contacto?”.
—Ya sabes, he venido solo, sin mis padres, y con la mudanza y buscarme la vida… he estado muy liado—. La chica seguía allí, al lado de Rober, y lo observaba.
—Ay, perdona. Esta es Luna, una amiga.
Hasta su nombre denota que no es como la mayoría de humanos”. Asintió a modo de saludo. Ella hizo lo mismo, y lo acompañó de una nueva sonrisa. Al inclinar la cabeza, Kevin se fijó en que llevaba unos pendientes de plata con forma de alas que resaltaban su largo cuello.
—Encantado, Luna. Tienes un nombre muy bonito; atípico, pero bonito.
—Gracias… Kevin.
—Llámame Kev, por favor.
—¿Ah, sí? Qué moderno —bromeó Rober ante esa novedad. “Como si él usara el nombre entero”.
—Me gusta más, es más familiar —se limitó a decir. Darle explicaciones no hubiera tenido sentido. Para él, había sido una forma de alejarse un poco del antiguo poseedor del habitáculo, de hacer suyas la identidad y el cuerpo.
—¿Por qué no te sientas con nosotros? —Kev miró hacia la mesa que Rober le señaló, un grupo de jóvenes en el que creía reconocer a otro—. Está Jon, seguro que se alegra de verte.
Por qué no, al menos el tiempo no pasará tan despacio”.
—Vale, ahora voy.
Se acercó a la barra y le comentó a Eve que iba a hablar con unos viejos amigos; que al acabar su turno le avisara para irse juntos.
***
Le miraba a los ojos mientras él contestaba. No había apartado la vista ni un ápice, incluso parecía un reto. “¿Quién va a aguantar más?”.
Era verdad lo que había supuesto al fijarse en la mesa, conocía a Jon, otro compañero de instituto que ni fu ni fa. El tercero y las dos chicas (no iba a perder el tiempo aprendiéndose sus nombres) eran agradables, pero desde hacía un rato hablaban de personas que él no conocía o, al menos, no lo haría hasta tenerlos enfrente. Se acordaba de la gente en su primer contacto, pues llegaban a su mente los recuerdos del antiguo Kevin como si un resorte los activara en su memoria.
Luna estaba sentada a su lado y, al poco de hablar de desconocidos, había supuesto que la situación no le resultaba cómoda. Entonces le había hecho preguntas: si era de allí, cuándo se había ido, por qué había vuelto… No a modo de interrogatorio, ni de forma incómoda, sino mediante una conversación fluida con la que cualquiera se hubiera sentido a gusto.
Él, por su parte, no le había preguntado nada de especial interés; de qué conocía a Rober, y por cortesía. Luna le había comentado que de la universidad, ella estudiaba Filosofía y la facultad de Rober estaba frente a la suya, como si él supiera qué era lo que estudiaba. Tampoco quiso saberlo. No le importaba en absoluto la vida de esos humanos a quienes no pretendía ver más.
Ahora, gracias a un comentario acerca de la última gala de Operación triunfo, volvían a hablar todos juntos. Se sorprendieron al oír que no veía el programa, porque la primera temporada había sido un éxito. Las tornas cambiaron al explicar que era más de series policíacas, pues habían empezado a hablar de CSI. Eso los había llevado a rememorar series de su infancia, como Colombo, Se ha escrito un crimen o la mítica Corrupción en Miami. Kev notaba cómo Luna le observaba con atención cuando intervenía. No sabía si era una simple impresión, pero diría que estudiaba su manera de actuar.
—¿Y dónde vives ahora, donde tus padres? —inquirió Rober. La conversación a seis había vuelto a decaer.
—No, en un dúplex en la Calle del mercado.
—¿En el bloque nuevo? —quiso saber Luna, a lo que él asintió.
—Qué casualidad, yo vivo en la misma calle, dos manzanas más abajo —se explicó—. En el 457, quizá por eso tu cara me resulte familiar. Antes, en la barra, he pensado que me sonabas.
—Es muy probable —le interrumpió. Odiaba las expresiones típicas que se solían decir por quedar bien. En ese momento, le pusieron una mano en el hombro.
—Bueno, ya he acabado, ¿nos vamos? —Eve, tal y como suponía.
—Sí, claro.
***
—¿En qué piensas? —le preguntó Eve de camino a casa.
—En nada, Rober es un amigo al que no veía desde hacía tiempo y estaba recordando.
Mentira. Pensaba en que lo había pasado mejor de lo que cabía esperar. Los ratos que habían hablado en grupo habían sido bastante divertidos, y Luna se había mostrado muy atenta cuando podría haberse sentido fuera de lugar. Al menos había sido una cara agradable con quien conversar. Se había fijado en que sus grandes ojos azules estaban enmarcados por un rostro ovalado. Tenía, además, una nariz recta y bonita, decorada con unas tenues pecas, y unos labios ni demasiado finos ni demasiado carnosos. Sin ser una belleza, se la podía considerar guapa. Además, intuía que de haber tenido más tiempo podían haber entablado una buena conversación.
Eso sin tener en cuenta que el interés que había mostrado por él era genuino. Aunque era en hechos así en los que se diferenciaba un alma blanca, se preocupaban por el resto más que los demás. Su pureza radicaba en su bondad; o su bondad en su pureza que, dependiendo de cómo se mirara, venía a ser lo mismo. Entonces, se preguntó quién debía ser ese Mike por el que dos o tres de ellos habían preguntado a Luna. Al pensar en ella de nuevo, sintió que la deseaba.
2
Dicen que hay personas que están conectadas por un hilo de plata. Cuyos destinos, de hecho, lo están. Por mucho que Luna nunca había sabido decir si esa afirmación era cierta, lo creía. Había veces en que parecía que las cosas sucedían porque debían suceder.
Quizá fuera un modo de contentarse, un mecanismo de resiliencia contra las adversidades, pero a menudo lo había sentido así. Como las incontables ocasiones en que había perdido su anillo favorito, aquel de una serpiente que se enredaba en su anular y que ella consideraba su amuleto, para luego encontrarlo. Podía ser de lo más común que se le hubiera caído en el bolsillo del abrigo al sacar la mano, y luego hallarlo ahí un par de días después al volver a meterla; o que le hubiera sucedido lo mismo con un bolso. También podía entender que, después de desaparecer en la fiesta en el local de un conocido, lo hubieran encontrado al recoger y limpiar al día siguiente… ¿Quién le iba a decir que, tras extraviarlo una noche en la playa, lo vería por la mañana sobre la arena antes de colocar la toalla? Solían ponerse en el mismo sitio, cierto. Como cierto era que las huellas del camión que alisaba la arena al salir el sol y las pisadas de los más madrugadores eran prueba de que el anillo podría haberse hundido y perdido para siempre. Por suerte, nadie lo aplastó, lo cubrió, ni lo vio, como si hubiera decidido quedarse allí esperándola. Por eso, el día que se le cayó al quitarse los guantes entrando al metro, y no se dio cuenta hasta unas cuantas paradas después, Luna comprendió que su vida juntos había llegado a su fin, que por el motivo que fuera ya no debía estar con ella.
Lo mismo sentía con las personas. Se consideraba muy amiga de sus amigos, pero pese a no haber sufrido muchas pérdidas, con los años había aceptado que había quien llegaba a su vida a quedarse y otros que estaban de paso. Eso no restaba valor a la amistad que tuvieran, al tiempo que pasaran juntos, sino que eran relaciones diferentes.
Luego estaban quienes parecían llegar por un motivo desconocido, como si tener que conocerse estuviera ya escrito. Aquellas personas con las que conectaba más allá de lo normal, por el motivo que fuera. Le había sucedido con una compañera del instituto el primer día de clase. Habían hablado por casualidad y se habían convertido en inseparables durante aquellos cuatro años juntas, compartiendo aficiones, bromas, secretos e intimidades. El salto a la vida universitaria había hecho que se distanciaran más de lo que a Luna le hubiera gustado; con todo, no había permitido que ese sabor amargo enturbiara sus buenos recuerdos. Su tiempo juntas había terminado, ¿quién no decía que pudieran reencontrarse en el futuro?
Si debía ser sincera, la primera ocasión en que había sentido algo así había sido muchísimo antes, siendo una cría de parvulario. Se había encontrado con un niño tímido y callado que le había llamado la atención por su cabello anaranjado. Cuando él se giró a mirarla después de que se acercara a hablarle, le envolvió una calidez que fue incapaz de describir. Incluso ahora le costaba hacerlo. Sin conocerlo, había experimentado una conexión con él que iba más allá de la amistad entre niños, un cariño en el estado más puro. Entonces había sabido, o mejor dicho había intuido, que sería importante en su vida.
Algo semejante le había pasado aquella noche con Kev. En la barra, se había sentido agitada sin saber por qué. Una energía extraña, como una pequeña descarga, le había recorrido el codo al darle sin querer. Tras disculparse, se había quedado sin palabras hasta el punto que solo había logrado sonreír.
Estaba casi segura de que no lo había visto en su vida, era imposible que se hubiera olvidado de un chico tan guapo: una mandíbula cuadrada y una media melena negra a lo Keanu Reeves enmarcaban un rostro de facciones casi perfectas que le hizo pensar en la proporción áurea. Por si no fuera suficiente, iba aderezado por unos ojos verdes, grandes y brillantes. El típico Ken, el chico de anuncio de Martini que ella solía aborrecer porque eran demasiado perfectos.
Sin embargo, con él había sido diferente. Su interior se había removido. El corazón le había dado un pequeño vuelco, como si se hubiera topado, sin esperarlo, con su amor de infancia. Que la camarera regresara a la barra había sido su salvación. Al menos hasta que había resultado que Rober lo conocía; amigos de instituto, le había explicado. Ya sentados a la mesa, su curiosidad no había hecho más que crecer. Se veía extrovertido, seguro y con las cosas claras. Un chico con don de gentes y a quien no le costaba relacionarse, si bien ella intuía que había algo más no tan perfecto. Pese a su aparente seguridad, había percibido su desagrado cuando la conversación había ido por derroteros que él no controlaba. Incomodidad era la palabra más adecuada, o mero aburrimiento por no intervenir. Ella había intentado que estuviera cómodo hablando con él. No sabía si se había excedido con las preguntas; de ser así, no lo había demostrado. Habían tenido una charla agradable hasta que el grupo había vuelto a unirse en una conversación única.
Y de nuevo, el gesto de contrariedad porque le había dicho que le sonaba. ¿Habría pensado que era una estratagema? Debía de estar acostumbrado a que ligaran con él de cualquier manera. Pero ella no era así. De hecho, era tan mala flirteando que ni siquiera se le hubiera ocurrido probarlo, aún menos habiendo más gente delante. Solo le había dicho la verdad, cabía la posibilidad de que se conocieran y él supiera de qué. Por su respuesta vaga, había quedado claro que no era el caso.
Justo entonces, él se había ido con aquella camarera tan guapa y agradable. Parecían conocerse bien, y hacían muy buena pareja. “Seguramente lo sean”, se dijo conforme se lavaba los dientes. Acababa de llegar de cenar y estaba deseando irse a dormir. Miró el móvil y comprobó que no había recibido ningún mensaje más después del de Mike, en el que le decía que no podría ir a cenar y le deseaba de antemano buenas noches.
Es muy probable”, regresó a su mente la voz de Kev. Y volvió a recordar cómo había hecho aquella mueca casi imperceptible de disgusto. Se sintió estúpida y avergonzada, aunque sabía que no tenía por qué.
Bueno, da igual, dudo que lo vuelva a ver”. Pensó al meterse en la cama, al tiempo que otra voz más profunda, aquella más sarcástica que residía en su conciencia, le decía que quien no se conforma, es porque no quiere.
3
Rober le escribió un SMS un par de días después y le preguntó si se quería pasar por el Ícaro el viernes siguiente. No le gustaban esos aparatos que tan de moda se habían puesto en los últimos años, así que decidió llamarlo y zanjar el tema rápido.
—Avisé a los del grupo de que habías vuelto y dijeron que a lo mejor se pasaban. Es más, Míriam está muy interesada en volver a verte.
¿Míriam? ¿Quién es Míriam?”. Por el modo en que Rober había hablado de ella, debía de conocerla muy bien. Sería una antigua novia, o quién sabe. “¿Y de qué grupo estaba hablando? No importa, lo sabrás en cuanto los veas”.
Llegó más tarde y, al mirar hacia la mesa en la que Rober estaba sentado, vio que, en efecto, había un par de caras nuevas que no le costó reconocer. Uno de ellos era Luca, un compañero de clase con el que se había llevado bastante bien; el otro era su mejor amigo, Samuel. Nunca había hecho buenas migas con el segundo, pero por lo que parecía seguían igual, ambos eran inseparables. Además de ellos, estaban Dani y Eli, a quienes había conocido la semana anterior.
Antes de ir con ellos, saludó a Eve en la barra. Ella, que no sabía que había quedado allí, lo miró extrañada.
—Ey, hola —dijo sonriendo—. No me dijiste que vendrías.
—Ha sido una decisión de última hora —mintió—. Me han dicho que venían unos antiguos colegas y he decidido pasarme. Así, podía verte un rato, también —volvió a mentir—. ¿A qué hora acabas?
—Tarde, me toca cierre.
—¿Sí? Yo tendré que irme pronto; mañana he quedado a las ocho con un decorador que busca piezas de mi estilo. Con un poco de suerte, le podré vender un par de cuadros o unos dibujos. Voy para allá, ¿vale?
Se acercó hasta la mesa e hizo el papel de viejo amigo que le tocaba; pronto comenzaron a hablar de recuerdos que él tomaba prestados de ese cuerpo. En un momento determinado salió el nombre de Míriam. ¿Quién era? No conseguía…
—Vaya, veo que estáis hablando de mí. —Unos brazos le rodearon el cuello al tiempo que unos labios le besaban la mejilla—. Hola, Kevin.
—Hola —dijo conforme se giraba. Vio una melena rubia ondulada cerca de su rostro y sintió el aroma a un perfume que le resultaba familiar. Clic-clac. Ahora quedaba claro.
—No me habías avisado de que volvías —comentó. Se sentó al lado opuesto de la mesa y fijó su mirada felina en él.
—Ya —habló como si se justificara—. Quería tomarme un tiempo, la verdad. —Observó los ojos oscuros y penetrantes que había visualizado con tanta intensidad nada más oír su voz. Una antigua amiga. Una con la que el dueño original de su habitáculo había compartido noches porque los dos eran iguales, buscaban lo mismo: diversión.
—Bueno… —Sacó un paquete de tabaco del bolso—. Espero que ahora que sé que estás aquí… —Tomó un cigarrillo y se lo encendió—. Podamos vernos a menudo. —Expulsó el humo del cigarro; sabía cómo hacía proposiciones indecentes y esa era una de ellas.
—Yo también lo espero.
Le siguió el juego, sonriendo al pensar que la pobre era inconsciente de que ya no era quien ella pensaba. Y que, aunque el dueño del cuerpo la hubiera tomado siempre que ella había querido, él solo deseaba a las mujeres hasta que las poseía, un par de veces a lo sumo. La excepción que confirmaba la regla había sido Eve, e incluso el interés por ella se desvanecería.
—Y cuéntame, ¿qué ha sido de tu vida?
Kev le explicó cuatro tonterías sobre lo que el Kevin verdadero había vivido al abandonar la ciudad con sus padres hasta que él lo había ocupado. Omitió la parte del accidente que le había permitido hacerlo, claro. Y retomó a su regreso, ya emancipado; los demás habían pasado a hablar de otros temas.
Aunque ya había terminado de contar la historia, Míriam continuaba haciéndole preguntas y contándole cosas que a él no le importaban lo más mínimo. Era como si quisiera que la mesa siguiera dividida en dos. Entretanto, Eve atendía y los miraba con cierto recelo. Era evidente que no le gustaba que llevara tanto tiempo hablando con otra, y él se divertía, disfrutaba del espectáculo.
Entonces, volvió a notar el escalofrío de la semana anterior recorriéndole la espina dorsal. Luna.
—¡Hola! ¿Qué tal ha ido la semana? —Se sentó al lado de Rober, quien le presentó a los tres comensales que no conocía, Míriam incluida, y le explicó quiénes eran. Luna saludó en su tono agradable.
—¿Y Mike? ¿Tampoco viene hoy? —le preguntó Rober.
—No, y yo he entrado porque os he visto desde fuera y me ha dado envidia —bromeó—, pero me iré enseguida.
—¿No te quedas a cenar? —quiso saber Dani.
—Qué va. Me han pedido que vaya mañana a la cafetería, y estoy bastante cansada. Prefiero ir a casa y…
—¿Cafetería? —preguntó Kev. Cualquier cosa por dejar de ser monopolizado por la rubia.
—Trabajo por las tardes y los fines de semana en un café cerca de la facultad. Está bien, porque suele estar lleno de estudiantes… —Se detuvo en seco, como si se hubiera dado cuenta de que tantas explicaciones eran innecesarias—. El otro día me dijiste que tú no estudias, ¿no?
Kev miró a Míriam de soslayo, quien parecía molesta porque le hubieran robado la exclusividad de su antiguo amante. “Es un poco pesada, pero si sigue como antes, será buena en la cama”.
—No, decidí vivir un año sabático y por ahora así sigo. Me interesa el arte y tengo buen ojo, con lo que me dedico a comprar y vender piezas —dijo—. También pinto y dibujo mis propios cuadros—añadió. Eso gustaba a la mayoría de mujeres.
—Así que eres todo un artista —prosiguió Míriam, intentando llamar su atención—. Pensaba que querías estudiar derecho o empresariales.
—Y yo, hasta que me di cuenta de que estaba siguiendo los pasos de mi padre. —Rememoró el desasosiego y la inseguridad que sentía al respecto el dueño del cuerpo, antes de concluir—: Vi que no podía ser así, por lo que decidí hacer lo que me gustara.
—Ah, ¿te gustaba dibujar? No tenía ni idea.
Nunca se había planteado si al antiguo Kevin le había interesado. A menudo había oído decir que, en la Esfera Terrestre, los seres como él demostraban buenas cualidades artísticas. Cuáles, dependía de su naturaleza e intereses. En su caso, las artes plásticas habían ganado por goleada. Nada más tomar un lápiz, había descubierto que dibujar era una actividad con la que podía entretenerse, que le relajaba y que, además, no se le daba nada mal. Sus escarceos con la pintura habían sido la consecuencia lógica. Era como si su cuerpo supiera qué hacer con solo tener un pincel en la mano y una paleta de óleos en la otra.
—Supongo que antes pasaba porque me imaginaba que se me iba a dar de pena. Pero sí, me ayuda a desconectar—. Míriam quedó satisfecha con esa respuesta.
—Vaya —dijo Luna—, me encantaría ver tus cuadros, si no te importa.
—Cuando quieras, cualquier día vienes a casa y te los enseño.
Una buena ocasión y una buena excusa para tenerla en mi terreno”.
—¿Y no te da cosa que la gente los vea?
En efecto, Míriam quería acapararle con comentarios no muy perspicaces.
—No, ¿por qué debería?
—No sé, a mí me daría vergüenza…
Una respuesta estúpida de quien no tiene pinta de pensar con la cabeza”.
—Bueno, me voy ya, que hoy no se me puede hacer tarde. Rober, si el lunes nos vemos en la facu, te doy el libro que me dejaste, ¿vale? Y a ver si me los puedes enseñar pronto —se dirigió a Kev, refiriéndose a sus cuadros. Él asintió. Al ver que Luna se levantaba de la mesa, se levantó sin pensar:
—Espera, vas a casa, ¿no?
—Sí.
—Pues me voy contigo. Yo también debería madrugar mañana, que he quedado pronto.
***
—Así que pintas… —Habían ido callados durante un tramo del camino y, si bien Luna no se veía incómoda con el silencio, lo había roto—. A mí me encantaría, pero tengo una perspectiva espacial bastante nula. ¿Qué sueles hacer?
—No sé, depende. Abstractos, retratos o desnudos. Me gusta usar óleo y tengo buena mano con los dibujos a carboncillo.
—¿Ah, sí?
—Sí, aunque tampoco soy buenísimo. —Era la típica falsa modestia de los humanos que en ocasiones le hacía gracia y otras era incapaz de soportar—. Me gusta, sin más.
—¿Y has hecho algún tipo de formación?
—No, soy autodidacta. Puedes subir ahora, si no tienes mucha prisa —propuso, deseoso de dejar el tema.
—Mejor otro día, hoy ya es tarde.
—Como quieras, me avisas y quedamos. —Luna le sonrió sin decir nada. ¿Habría funcionado esa táctica tan típica?—. ¿Y cómo es que trabajas y estudias?
—A mi padre le dieron un ascenso en el extranjero y yo acababa de empezar la carrera, así que les dije que me quería quedar. No les hizo gracia, pero al final aceptaron. Aunque me ayudan, prefiero depender de ellos lo menos posible. El trabajo en la cafetería no me agobia y me cuadra con los horarios de la uni.
—Ah, ya veo… —Si hubiera sabido que la explicación era tan larga, no le hubiera preguntado. Odiaba que la gente no supiera cuándo dejar de hablar.
—Perdona, hay veces en que me enrollo demasiado, y me temo que ha sido una de ellas —dijo, como si hubiera leído sus pensamientos—. ¿Y tú? ¿Cómo has terminado en uno de los pisos que son la envidia del barrio? —preguntó con tono guasón.
—Mi padre gana bastante…
—Un hijo de papá, ¿eh? —volvió a bromear, ante lo que a él se le escapó la risa.
—En realidad no es tan glamuroso como puede sonar. Tiro de trabajos temporales que me permiten dedicarme a pintar. Y con cuadros y figuras que compro y acabo revendiendo, voy haciendo.
¿Cómo iba a explicarle a una simple humana que no tenía problemas de dinero porque con pensar en él aparecía ante sus ojos, que tenía lo que quería con imaginarlo? Lo tedioso era tener que hacer las cosas como las hacían ellos por no desentonar.
—¿Pero te dedicas oficialmente a la compraventa?
—No, a lo mejor veo una pieza interesante y la compro. Si me aburro de ella, la revendo por un poco más de lo que me costó. Por ahora me ha ido bien —añadió. Menuda explicación más inútil, hubiera sido mejor dejarlo en ser un niño pijo consentido. Por suerte, se lo había creído.
—¿Y tus cuadros? —continuó ella.
—Voy teniendo encargos, que siempre ayudan. —Encogió los hombros, aparentando timidez. Aquello sí que era cierto. En una exposición a la que había asistido, conoció a un marchante de tres al cuarto que, de vez en cuando, le enviaba posibles clientes a cambio de una comisión. No iba a hacerle famoso ni rico, pero tampoco era lo que buscaba.
Hablando, llegaron hasta el portal de Kev.
—¿Seguro que no quieres subir? Es ahora o nunca —lanzó el último intento de la noche.
—No, en serio, estoy cansada —respondió con sinceridad.
—Pues nada, cuando quieras te los enseño. Hasta otro día.
—Adiós.
Al subir las escaleras y llegar al piso de Eve pensó que debería haberse despedido de ella.
4
Entró en el portal y se dirigió al ascensor diciéndose que había hecho bien en declinar su invitación.
Su corazón había vuelto a acelerarse al pasar por delante de la cafetería y ver que estaba de nuevo allí, pues se había acordado de él durante la semana. Su primer instinto había sido pasar de largo e ir a casa, como tenía planeado de antemano, pero la tentación le pudo. Y aunque le costara admitirlo, se había sentido muy bien tanto cuando se había interesado por su trabajo, como cuando le había dicho que volvía con ella a casa. Sabía que lo primero era pura cortesía, y lo segundo el mero hecho de aprovechar que iban en la misma dirección, pero no había podido evitarlo.
Se había llevado una nueva sorpresa al salir del bar, cuando ella le había preguntado si ese día no esperaba a la camarera.
—¿A Eve, por qué debería hacerlo?
—Como el otro día os fuisteis juntos… —comenzó a decir.
—Somos vecinos.
—No, si no tienes que darme explicaciones, esto me pasa por suponer cosas que no son y meterme donde no me llaman —se excusó.
La sorpresa se había transformado en decepción después ya que, tras su metida de pata, los dos se habían quedado callados. Aun así, se había vuelto a tranquilizar, como si pasear con él tuviera un efecto relajante sobre ella.
“¿Cómo puede provocarme sentimientos tan diferentes?”. Enseguida intuyó la respuesta.
Poco después, decidió preguntarle por su arte y su semblante serio se había relajado. Por cómo hablaba, y pese a su modestia, se notaba que pintar le encantaba y eso le había generado más interés. Sin embargo, una pequeña alarma se había activado en su interior con la invitación a subir a su casa. Un “si juegas con fuego, te quemarás” que le había hecho reiterar su negativa.
Sabía que no tenía sentido, apenas lo conocía. Pero por lo atractivo que era y unos comentarios que habían caído la semana anterior después de que se marchara, no le convenía. Él no buscaba nada serio con nadie y ella no estaba ansiosa por encontrar al amor de su vida, pero tampoco quería rollos de una noche.
Fuera como fuere, era innegable que se sentía atraída por él y ese sentimiento era un arma de doble filo.
5
Kev se estaba poniendo la camisa. Se sentía muy incómodo porque notaba la mirada, fija y atenta, a su espalda. Se encontraba en el apartamento de Míriam, donde acababan de acostarse. Unos días después de verse en el bar ella le había llamado y le había invitado a su casa a tomar un café y recordar los viejos tiempos. Habían quedado a la mañana siguiente, cuando ambos estaban libres.
No se había equivocado en sus conjeturas, y la charla había terminado entre sábanas. Lo habían pasado muy bien juntos, pero tras acabar había llegado la calma seguida de la sensación de vacío que tanto conocía, y el deseo se había esfumado. Sobraba allí, no era su lugar, y estar más tiempo carecía de sentido. Una lástima, porque podría haber disfrutado más… de haberle apetecido.
Al ponerse los pantalones, ella se había limitado a mirar desde la cama, confusa, tal y como seguía haciendo. No podía culparla, su comportamiento no era el más correcto.
—¿Qué haces? —le preguntó y encendió un cigarrillo de la caja que reposaba en la mesita de noche.
—Vestirme, me tengo que ir —contestó cortante.
—¿Tan pronto?
—¿Y qué esperas, que me quede aquí? Tengo cosas que hacer.
—Hombre, yo pensaba…
—Tú lo decías, ¿no? Sexo sin compromiso. Eso es lo que ha sido. —Salió de la habitación en busca de su chaqueta, que se había quedado en el salón.
Míriam permaneció quieta y callada, sin responder. Tardó en reaccionar unos segundos, tras los que se levantó y fue hacia él hablando en tono ofendido. No perdió el tiempo en escucharla desde el pasillo.
Ya en la calle, se dirigió a su casa. La brisa le despejó y pensó que tenía que pasarse a hablar con Eve, a quien había visto en un par de ocasiones desde el viernes. La primera, se habían encontrado en el portal y ella se había mostrado seria. Le había molestado que no se hubiera despedido, y más que se fuera con esa chica “tan mona”, tal y como había llamado a Luna. Por suerte, después de hablar quedó olvidado. La segunda había sido, cómo no, en casa de ella. Había vuelto a dejarle claro que no quería atarse a nadie, así que no era culpa suya si lo aceptaba.
Al doblar una esquina, sus pensamientos se vieron interrumpidos por una vibración; cerca de allí debía de haber un alma blanca. Poco después, se dio cuenta de que había algo más algo que reconocía.
Levantó la vista del suelo. A lo lejos, Luna caminaba con un chico. “Un ángel, se dijo sorprendido. Aun siendo el primero que veía en la Tierra, no le había costado identificarlo por cómo había reaccionado su cuerpo y por la energía que emanaba de él. El alado también lo percibió ya que, aunque seguía hablando, se había puesto en guardia al encontrarse sus miradas. Luna, en cambio, no lo vio hasta que estuvieron muy cerca. Entonces le saludó y le presentó a su acompañante.
—Mira, este es Mike. —Le sonaba el nombre, de las dos noches en que habían preguntado a Luna por él—. Mike, este es Kev.
Mientras se estrechaban la mano, Kev no pudo evitar observarle más de lo normal. Fue como si el tiempo se detuviera y se estableciera entre ellos un juego de reconocimiento del que el alma blanca no debía percatarse. Durante esos instantes, constató que su pelo, en apariencia castaño, tenía mechas rojizas y que los ojos, de color miel, eran penetrantes. Pese a no ser muy corpulento, se veía que estaba fibrado, y de su aura manaba una gran fuerza. “Parece un ángel de fuego poderoso. ¿Se tratará de un Trono?”. Que supiera, no solían visitar la Esfera Terrestre, y menos codearse con humanos. Aunque quizá estaba equivocado. Entre sus dudas, regresó la normalidad. Mike pasó un brazo por los hombros de Luna, ante lo que ella no reaccionó, como si estuviera acostumbrada al gesto. “¿Será su novio?”. La idea de un ángel teniendo una relación con una humana era extraña e ilegítima, pero cosas peores se habían visto.
Ajena a lo que acaba de suceder, a la tensión y al estado de alerta de su acompañante, Luna preguntó:
—¿Vendrás el viernes? Han dicho de ir a cenar y luego salir un rato, ¿verdad, Mike?
—Creo que sí —respondió sin apartar la vista de Kev.
—Pues a no ser que me salga algún imprevisto, sí.
Notaba cómo el ángel le escudriñaba como si intentara saber qué pasaba por su mente, pero ninguno de los dos hizo un gesto que pudiera delatarles. Si Kev antes había tenido cierto interés por la joven, este acababa de aumentar.
—¿Quién es ese tío? —le preguntó Mike a Luna en un tono gracioso y bastante dulce tras despedirse; seguían lo suficientemente cerca para que el sentido agudizado de Kev lo escuchara. Una forma de provocarle, estaba seguro.
—Un amigo de Rober del instituto —contestó ella. Mike hizo otro comentario, pero como ya estaban demasiado lejos, solo pudo oír las risas de ambos.
Kev prosiguió su camino. No era habitual encontrarse almas blancas en la Tierra, tampoco ángeles; y aún menos normal era ver a dos juntos teniendo en cuenta las antiguas normas. “Una extraña pareja… ¿Qué hará un celestial aquí?”.
6
Luna se había quedado callada. No esperaba toparse con Kev en la calle y, al verlo, se había puesto nerviosa. Su pulso se había disparado como cuando estaba a punto de hacer un examen o una presentación importante. Suponía, y esperaba, que no hubiera sido evidente… Al menos, no demasiado.
—Así que es él, ¿no? —inquirió Mike después.
—¿A qué te refieres? —simuló. La conocía muy bien como para no haberse dado cuenta. Estaba casi convencida de que, de hecho, le había pasado el brazo por encima aposta. El cobijo de su mejor amigo era su lugar seguro, y el mero contacto con él la había hecho sentirse mejor, más tranquila.
—¿Me vas a hacer decirlo? —Sonrió antes de seguir—. El chico que ha hecho que estés en las nubes más de lo normal.
—¡Si yo no…!
—Vamos, ¿me lo vas a negar? Nos conocemos hace siglos como para que empiece usted a mentirme a estas alturas, señorita… —le reprochó, estrechándola más contra él.
—Lo sé, lo sé —admitió, sonrojada—. ¿Y qué quieres que te diga?
—Pues todo, desde el principio, con todo lujo de detalles —añadió antes de soltarla y que pudieran seguir caminando más cómodos.
—La verdad es que no hay mucho que contar. Hace dos viernes estaba en el Ícaro con los otros y Rober me lo presentó. Y bueno, ya lo has visto…
—¿El qué?
—Que es guapísimo.
—Mejorando lo presente, me imagino.
Luna sonrió antes de responder:
—Por supuesto, eso siempre. Incluso si se tratara de Brad Pitt, ya lo sabes.
—¿Y Jared Leto?
—También. Y Johnny Depp, por si lo dudabas.
—Entonces perfecto —zanjó Mike la pequeña broma con una gran sonrisa—. ¿Y ha pasado algo de lo que debiera estar informado?
—Claro que no, papá —respondió Luna con tono irónico—. Solo nos hemos visto dos veces. Y más allá de que pudiera gustarle o no, dudo que busquemos lo mismo.
—Vaya, no sé si decirte que lo siento o que me alegro —declaró él.
—¿Y eso?
—No sé por qué, pero me da mala espina —afirmó Mike.
—¿No estarás celoso? —le preguntó, dándole un pequeño golpe con la cadera.


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