Un amigo de la familia de Matt Winter

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Un amigo de la familia de Matt Winter pdf

Un amigo de la familia: Ficción Gay para Adultos de Matt Winter pdf descargar gratis leer online

Un castigo: trabajar un mes en el campo entre rudos vaqueros, que al final se convierte en toda una revelación.

«—¿Me la puedo comer? —pregunté antes de hacerlo».

El verano que Daniel suspende otro curso universitario su padre le da un ultimátum: «O me ayudas en la Iglesia o pasas las vacaciones trabajando en la granja de mi amigo Sam».

Pero… ¿Quién es el viejo amigo Sam? Se trata de un rudo vaquero al que Daniel solo vio una vez, de pequeño, y le causó una grata impresión.

De esta forma, Daniel se prepara para pasar el verano más excitante de su vida, porque Sam y sus trabajadores tienen mucho que enseñarle, y bajo las sábanas de todos ellos aprenderá a ser un hombre.

Un amigo de la familia es una nueva y excitante novela de alto voltaje del escritor Matt Winter, donde rudos heteros descubren con curiosidad lo bien que se puede pasar en la cama con otro hombre.


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2 respuestas a «Un amigo de la familia de Matt Winter»

  1. CAPÍTULO 1
    —No pienso ir —le digo a mi padre después de escuchar su absurda propuesta.
    Mamá odia que discutamos durante el desayuno, la única comida donde estamos juntos los cuatro, así que me lanza su mirada «no lo contradigas». Sé que mi hermana está disfrutando, como cada vez que yo soy el centro de todos los conflictos y ella sale de foco.
    —Irás —repite mi padre, con esa calma con que lo dice todo, sin dejar de ojear la hoja oficial de la parroquia.
    —No puedes obligarme —argumento—. Ya tengo veintidós años. Puedo hacer lo que quiera.
    Él dobla el boletín por la mitad y lo deja cuidadosamente a un lado. Da un ligero sorbo de café y felicita a mi madre por el excelente revuelto. Somos la familia perfecta. Solo entonces se vuelve hacia mí.
    —Se acabaron las niñerías, Daniel. —Lo dice con esa calma que impide que puedas discutirlo.
    —Te prometo que estudiaré todas las tardes —intento pactar.
    —Ya hemos pasado por ahí.
    —Esta vez será verdad.
    Mi madre nos pone a cada uno en el plato un trozo de tarta recién horneada. A mí me entran nauseas, pero no lo digo. Él toma un bocado y hace una fiesta, como si fuera el manjar más exquisito que nunca hubiera existido. Después se vuelve hacia mí, como si de repente recordara que tenía algo que decirme.
    —Tu madre ha accedido a prepararte la maleta. No me ha parecido una buena idea, pero no quiero disgustarla.
    Al parecer es cierto. Me manda a un lugar remoto, en medio de la nada, durante todas mis vacaciones. Al carajo los planes de viajar sin rumbo con los chicos. Al carajo la promesa de Susan de bañarnos desnudos en el lago y, quizá, de dar el paso definitivo.
    Cruzo los brazos sobre el pecho, enfadado y también aterrado.
    —Pero… —exclamo—, ¿qué mierda voy a hacer todo el verano en la granja de tu amigo Sam, si ni siquiera lo recuerdo?
    —¡Daniel! —me riñe mamá, escandalizada.
    Mi padre no se inmuta. No recuerdo haberlo visto nunca fuera de sus casillas.
    —Para empezar, darle las gracias por haber accedido a rescatarte. Después, lo que te ordene. En mi ausencia, él es la autoridad y quiero que le obedezcas en todo, sin rechistar.
    Noto cómo se me crispa la frente y se arruga mi entrecejo.
    —Me niego.
    Mi padre se encoge de hombros.
    —Puedes hacerlo. Como dices, eres mayor de edad. Pero eso tendrá una repercusión que es posible que sea incómoda para ti.
    Es una amenaza, aunque no puedo dar mi brazo a torcer.
    —Me da igual —le reto.
    Él no contesta, sino que le dice a mamá si puede tomar otro trozo de tarta para, después, preguntarle a Carry si ya ha preparado su discurso para la graduación.
    Antes de que mi hermana empiece a soltar sus mentiras, intervengo de nuevo.
    —¿Qué repercusión?
    Mi padre me mira como si me hubiera descubierto de repente. Se limpia cuidadosamente con la servilleta y solo me responde cuando la coloca, perfectamente doblada, justo donde estaba.
    —Tu asignación, por supuesto. —Lo dice como si no tuviera más remedio—. No puedo financiar que te diviertas mientras no apruebas tus asignaturas. Y el coche…
    ¡Eso sí que no!
    —¡Me prometiste que me lo comprarías! —le reclamo.
    Él sigue sin inmutarse, lo que hace que la sangre aún me corra a más velocidad.
    —Si aprobabas al menos tres asignaturas. —Sonrisa de autosuficiencia—. Pero las has suspendido todas.
    Mi cabeza trabaja a marchas forzadas para buscar una solución, un argumento de peso que disipe de la cabeza de mi padre esa idea absurda de mandarme al otro lado del país, a un lugar donde solo hay hierba seca, ovejas y vacas. Pero no encuentro argumento alguno. Cambio la estrategia, para intentar hacerle ver que sus amenazas no me afectan.
    —Puedo trabajar y pagármelo yo —respondo, no exento de satisfacción—, no necesito tu dinero.
    Él vuelve a sonreír de esa manera muy ligera, como si sus labios no pudieran arquease. Asiente, dando a entender que aprueba mi determinación.
    —Dudo que tengas tiempo —me responde—. Porque si quieres dormir en una cama limpia, comer todos los días y disfrutar de las comodidades de un hogar decente, me ayudarás en la iglesia. A diario.
    —¡Eso es injusto! —exclamo, porque no hay destino peor que soportar a esos feligreses apocados y meticulosos.
    Mi padre hace un gesto con los hombros, como si no le quedara otro remedio.
    —A menos que me obedezcas y me acompañes mañana a ver a Sam.
    Vuelvo a enfurruñarme.
    —¡No pienso pisar esa mierda de granja!
    —¡Daniel! —me regaña mi madre una vez más.
    —Bien, entonces está decidido —su serenidad es desconcertante—. Desayuna rápido porque empezamos en quince minutos con el grupo de oración.
    Mi padre lanza una mirada de complicidad a mamá, y le pide que no se altere. Después continúa con el desayuno y el discurso de Carry, como si a mí no me estuvieran llevando los demonios.
    Llevarle la contraria no sirve de nada. Tengo veintidós años de experiencia en eso y pocas veces me salgo con la mía. Decido utilizar las evidencias.
    —Pero, papá —me quejo—, ¿qué voy a hacer dos meses en la granja? Allí no hay nada.
    —Ayudar a mi viejo amigo y a sus hombres.
    Lo miro, perplejo. No solo pretende que permanezca encerrado en medio de un páramo, sin oportunidad alguna de divertirme, sino que además quiere que trabaje durante mis vacaciones de verano limpiando mierda de vaca.
    —No sé nada de granjas —esta vez apenas me salen las palabras.
    Mi padre sonríe. Un poco más ampliamente, y se da por satisfecho.
    —Este verano te vas a convertir en un hombre y, si quieres volver a tu vida de ahora, no tienes más remedio que obedecer al viejo Sam.

  2. CAPÍTULO 2
    No sé cuánto tiempo hace que abandonamos la carretera comarcal para meternos por este camino de tierra compactada.
    Durante todo el trayecto mi padre y yo apenas hemos hablado. Yo, porque sigo igual de enfadado. Él, porque retransmiten el sermón de no sé qué pastor que parece estar durando horas.
    Al fin, mi padre me señala un grupo de edificios de madera asentados en la parte alta de un valle. Es la granja, pero lo único que me pasa por la cabeza es que es la primera construcción que vemos desde hace una hora.
    A pesar de que mi estado de ánimo no es el mejor, debo reconocer que es un sitio bonito, un tanto árido, sí, pero rodeado de algunos árboles y amurallado por un estrecho riachuelo donde al menos podré bañarme.
    Sam es un viejo amigo de mi padre. Para ser correctos, uno de esos amigos desconocidos de los que habla a menudo pero que yo solo he visto una vez. Además, tienen una notable diferencia de edad. Mientras que papá acaba de cumplir los cincuenta, su colega apenas llega a los treinta. Supongo que será algún alma rescatada cuando era pastor de otra comunidad.
    Creo que lo vi una única vez cuando yo tendría diez años y él poco más de veinte.
    Me pareció un tipo distante, callado y de mirada penetrante.
    El coche se detiene junto a la puerta del edificio principal, una casona que parece tan antigua como falta de comodidades. El que viene a recibirnos es Sam.
    Debo reconocer que, cuando lo veo, me recorre la espalda una picazón extraña. Debe de ser porque mi padre le tiene un respeto casi reverencial. Desde lejos tiene clavada la mirada azul en mí, una mirada taladrante.
    Susan diría que es un tipo guapo, mucho, y los muchachos estarían de acuerdo en que está muy en forma.
    Lleva una camisa vaquera medio desabrochada, por donde asoman unos buenos pectorales, ligeramente poblados de vello. Pantalones muy ajustados del mismo material, sujetos por un cinturón de hebilla ancha. Botas de campo, por supuesto. Y, ¿cómo no? Un sombrero vaquero calado que le da un aire rústico. También viril.
    —¿Cómo ha ido el viaje? —su voz es grave y ligeramente gutural, profunda, tanto que casi resuena contra mi piel.
    —Hemos escuchado la palabra de dios.
    Se abrazan muy ligeramente e intercambian algunas frases de cortesía un tanto manidas mientras yo bajo mi equipaje del maletero, mirando al amigo de mi padre de vez en cuando, lleno de curiosidad. En algún momento parece reparara de nuevo en mí.

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