Un amor entre olas de Manu Ponce pdf
Un amor entre olas de Manu Ponce pdf descargar gratis leer online
oliver se conduele testimonio fervor por las marejada. esa es la razón que lo aconseja a trasladarse a australia, un sitio ameno para los surfistas en el que es risueño trasladando en su furgoneta.
zoe se sobrepone en su vida para revolver por completo sus combinaciones. Él no busca sobra, pero después de pasar una tórrida oscuridad en su convoy no puede sacársela de la intención.
el teorema es que la moza huye del acuerdo como un palanca del molesta. a oliver le maneja de individuo el no estar al tanto sobrepasa de ella y pasarse los días prorrogando a que aparezca.
sus amigos no cogen muy bien de qué va el obstinación y salvo sin embargo jessica, una surfista cuyo atractivo por el lozano no le uva seca desapercibido a ninguno.
establezca a que no le quedan utilidades para cargarlo bien, unidad tiene ojos para la subrepticia zoe. puede que ella defienda algún secreto sobre su vida, aunque se baña podría desecharle, luego él mismo silencia uno que alternó su rumbo años allá.
¿hacia dónde los merecerán las olas? oliver tiene líquido que agrada cabalgarlas con su embelesada, si bien en tal resulta no figura llevar la voz cantante.
no te disminuyas el animado producto de una emotiva relata mojada de risitas que prueba una vez crecidamente que la fundamento siempre manche a la luz.
Capítulo 1
Cada vez apreciaba más poder estar allí, al aire libre, en mi furgoneta. Caía la noche sobre Gold Coast, el paraíso australiano en el que vivía y con una cerveza en la mano notaba que solo me faltaba ella.
No sabía si Zoe aparecería aquella noche, porque lo nuestro era una montaña rusa en la que todo se reducía a sorpresas. Con mi chica, igual te tocaba rozar el cielo con las manos que bajar al infierno.
Suspiré porque no tenía mucha pinta de que fuese a aparecer. Jack me había advertido que no se me ocurriera quedarme solo esa noche, que organizaba una fiesta de esas memorables en su casa en las que no faltarían ni alcohol ni mujeres.
Para mí que desfasaban un poco, aunque supongo que era cuestión de gustos. Yo aspiraba a otra cosa; aspiraba a escuchar algo de buena música en la mejor compañía mientras nos tomábamos unas birras en la tranquilidad de aquel lugar.
El surf había sido el gran amor de mi vida y también la razón que me llevó de cabeza a la trena unos años antes. Cuando a uno lo han privado de su libertad ya nada vuelve a verlo con los mismos ojos. Os lo digo yo y sé lo que me digo, ya que me comí dos años de cárcel al volver a Londres desde Indonesia, donde fui de vacaciones.
Tuve mucha suerte de que no me juzgaran en ese país porque entonces sí que la habría cagado y bien cagado. La droga que llevaba en mi maleta, que por suerte era poca, me la colocó allí Samuel, el que se suponía que era mi amigo y compañero del alma, en el que cabalgaba conmigo las olas.
Nunca entendí lo que pasó. Sé que él, poco antes de nuestro viaje, estaba raro y comenzaron a decirme que frecuentaba malas compañías. Debí ponerme más en alerta, solo que mi naturaleza confiada me la jugó; ni siquiera sus dilatadas pupilas lograron que me pusiera en guardia.
Al llegar a Londres después de estar surfeando durante quince días en Indonesia, en Bali, me pillaron en el control del aeropuerto. Esa mierda no era mía, no sé en qué momento me la puso allí, pero sí para qué la quería.
Al contrario de lo que hice yo, que me machaqué trabajando para pagarme el viaje, Samuel se dedicó a vivir la vida. Se ve que él encontró otras fuentes de financiación y vender la droga que allí logró a bajo precio lo sacaría de apuros una vez de vuelta en Londres.
Eso sí, el control lo pasé yo con ella en mi maleta, sin tener ni puta idea. Estaba bien envuelta, se ve que había estudiado la cuestión, solo faltaría y, sin embargo, me tocó un control rutinario que me llevó de cabeza a la trena.
Como ya he dicho no era mucha y entre mi buen comportamiento y que allí eché un cable a muchos de mis compañeros porque soy profesor, pues en dos años estuve en la calle.
No voy de víctima por la vida, que conste. Más bien soy de esos tipos que piensan que incluso de lo más jodido puede salir algo bueno y recuerdo esos dos años como de gran aprendizaje para mi vida.
Entre barrotes no todos son villanos, eso habéis de saberlo. Tampoco digo que haya héroes, pero sí que muchos de los que allí están acaban por circunstancias de la vida completamente ajenas a su intención como me paso a mí o como el fruto de alguna imprudencia o de un mal paso.
Sea como fuere, no era algo de lo que me enorgullecía, simplemente ocurrió y ya. Eso sí, cuando salí dejé mi Inglaterra natal y me marché a Australia.
Atrás quedaron los tiempos en los que surfeé en Playa Avon, el lugar donde comencé a amar el mar y todo lo que ello conlleva.
Decidí que necesitaba un cambio de aires y no tenía que rendirle cuentas a nadie, puesto que durante el tiempo en el que estuve encerrado falleció mi padre mientras que mi madre lo hizo años atrás.
Con lo que sí me encontré fue con una herencia y, en contra de invertirla en un nuevo hogar en el otro lado del mundo, yo opté por un estilo de vida que me permitiera disfrutar de la libertad en estado puro.
Una vez en Australia, me compré la mejor furgoneta que me ofrecieron para vivir en ella y me dediqué simple y llanamente a exprimir la vida. No voy a decir que fuera un palacio, pero yo era de lo más feliz.
Si algo me gustaba de mi estilo de mi vida es que no me anclaba a ningún lugar, hasta llegar a Gold Coast me había recorrido toda Australia y quién sabía dónde estaría el mes próximo.
Sin duda, lo de llevar la casa a cuestas es una ventaja para todos aquellos que no buscamos una vida convencional y es que a mí hacía años que nada me ataba a ningún lugar en concreto.
A mis treinta y tres, la misma edad con la que murió Jesucristo, yo sentía que la vida comenzaba cada mañana y que cada día era una magnífica oportunidad para disfrutar. O así había sido hasta unos meses antes, porque la historia con Zoe comenzaba a traerme de cabeza.
Era de locos; ni siquiera sabía dónde vivía. La conocí una noche de casualidad, en la playa. Celebraban el cumple de una amiga y no pude evitar fijarme en su increíble cara ni en su escultural cuerpo.
Zoe era la viva imagen de la juventud y cuando ella sonreía… Cuando ella sonreía se paraba el mundo. O al menos lo hacía mi mundo.
Yo no había sido nunca de demasiadas relaciones, jamás fui especialmente enamoradizo, razón por la cual me sorprendí a mí mismo diciéndome que esa chica debía ser mía.
También celebraba una fiesta con mis amigos en la playa, si bien para mí la fiesta fue la que se dieron mis ojos al no poder parar de mirarla en toda la noche; era la perfecta mezcla entre la naturalidad y la elegancia, pero no me refiero a una de esas elegancias rancias ni adquiridas, sino a una de esas que la persona lleva de serie y que derrocha en cualquier movimiento.
Tuve la suerte de que también se fijó en mí, por lo que en un momento dado de la noche me acerqué a ella y la tomé de la cintura, invitándola a bailar directamente.
Pudo salirme el tiro por la culata, pero no fue así. Zoe y yo bailamos durante horas en la que fue una noche mágica que acabamos en mi furgoneta, bailando a otro son; al más sensual del planeta.
Desde entonces, moría porque ella apareciera, de día o de noche… Generalmente solía aparecer de noche y siempre sin previo aviso. No tenía ni su número de teléfono, ya os he dicho que era de locos.
El problema, o el quid de la cuestión, como lo queráis llamar, es que si yo era un alma libre no digamos ya ella. Tampoco estaba en las redes, era un caso aparte.
Mis amigos solían decirme que, si no fuera porque me vieron con ella esa primera noche, pensarían que solo existía en mi imaginación. No logré que acudiera a ninguna de nuestras fiestas ni siquiera que quedara conmigo un día concreto para hacer cualquier plan.
No, no logré nada de eso, lo único que estaba logrando era devanarme los sesos al pensar cuándo sería la próxima vez que viera a aquella preciosidad que me tenía hipnotizado.
A sus veintidós añitos, Zoe había logrado que no quisiera pensar en otra cosa que no fuera ella. Algunos ratos en el día yo los dedicaba a escribir. Era algo que me planteé cuando llegué a Australia; contaba con ingresos para una buena serie de años, pero, si me ayudaba trabajando en algún tipo de publicación online que me reportara un dinero, las cosas irían todavía mejor.
Ya he dicho que soy profesor y lo soy de Literatura, por lo que escribir una serie de sencillos textos que publicar en distintos tipos de medios no tenía secretos para mí. Pues bien, hasta eso me costaba últimamente, ya que me resultaba de lo más complicado concentrarme cuando solo la tenía a ella en la mente.
Donde sí lograba calmar esa ansia era en la cresta de las olas. El mar actuó como un bálsamo siempre para mí, incluso cuando era niño y apenas había complicaciones en mi vida.
Luego, cuando falleció mi madre, me refugié en él. Apenas era un adolescente y enseguida entendí que el mar me anestesiaba. Fue entonces cuando comenzó mi idilio con las olas, que habían sido mi verdadera amante hasta que Zoe entró en acción.
Me removí en mi asiento, estaba en el porche de mi furgoneta, a verlas venir, como suele decirse. Por mucho que agudizaba la vista, ella no llegaba.
Cuando eso ocurría me costaba hasta conciliar el sueño. Me había acostumbrado a dormir con ella algunas noches y cuando no estaba a mi lado la echaba demasiado en falta.
Cerré los ojos y pensé en su cuerpo desnudo. Conocía cada uno de los milímetros de su piel, cada uno de sus recovecos. Me encantaba pensar en ese lunar que tenía cerca de la boca y que tanto me gustaba degustar antes de ir directamente a devorar sus labios.
Eran ganas de eso, de devorarla, las que yo tenía. Llamarlo de otra manera habría sido poner paños calientes.
Iba ya por la tercera cerveza y la cosa no tenía visos de mejora. Hice ademán de meterme dentro de la furgo a tratar de dormir cuando escuché unos pasos detrás de mí.
Me volví, loco de la emoción, esperando encontrármela, si bien la sonrisa no tardó en desdibujarse de mis labios.
—Hola, Jessica, eres tú…
—Perdona si no noto demasiada emoción en tus palabras. Supongo que estabas esperando a tu muñequita rubia.
—Sí, esperaba a Zoe, ¿algún problema?
—Puede que sí, Jack está celebrando una de sus fiestas y te encuentro aquí, aburrido como una ostra, ¿crees que merece la pena?
—No estoy aburrido y en cuanto a lo de si merece la pena, ya sabes que sí.
Jessica me buscaba desde hacía tiempo, probablemente desde que llegué a aquel lugar. Ella presumía de que ningún tío al que deseara se le resistía y conmigo había dado en hueso duro.
No voy a negar que estuviera buena, lo estaba y muchísimo. Era un estilo muy distinto al de Zoe, pero cualquier hombre habría enloquecido con su pelo negro y sus amplias caderas, esas en las que podías perderte.
Era llamativa, así podría definir a Jessica y, por encima de todo, provocativa. A Jessica le gustaba eso de provocar más que a un tonto un lápiz y conmigo no lo había conseguido nunca.
Por esa razón, para mí que consideraba que tenía una asignatura pendiente; la de seducirme. A mí es que su estilo no me iba, aunque no puedo negar que era una mujer de esas que se metían por los ojos y que para una noche loca como que no habría estado nada mal.
—Eso de que no estás aburrido… Yo podría hacer tu noche tan divertida, no te lo imaginas.
—Sí me lo imagino, ya tengo mis propias noches divertidas, ¿crees que tienes la exclusividad de la diversión?
—Creo que eliges muy mal, te tenía por un tipo más inteligente.
—Piensa lo que quieras, me trae sin cuidado.
—¿Por qué te empeñas en estar con esa sosa pudiendo estar con una mujer de verdad?
—¿Perdona? Deberías irte, creo que has tomado alguna cerveza de más.
—Yo solo te digo que ella es una niña y yo una mujer, podría hacerte cosas que no adivinarías.
—Ya, como tocarme la moral, ¿me haces el favor y te vas? Quiero acostarme.
—¿Solo?
—No, me voy con mi birra, ¿algún problema?
—Yo no lo tengo, pero tú deberías de hacértelo mirar.
Capítulo 2
De nuevo se hizo de noche, tras un intenso día que pasé casi entero en el agua y entonces sí que la vi venir.
Me puse de pie y me acerqué a ella.
—Anoche me quedé esperándote, preciosa.
—Oliver, ya hemos hablado de esto, no puedo venir siempre, ¿vale?
—Pues no lo entiendo, lo cierto es que no lo entiendo…
—Ni falta que hace, con que lo respetes será suficiente, ¿me das una birra?
—Va, pero si antes me das un beso, y luego otro, y luego…
Nos fundimos en el primero y comenzamos a devorarnos los labios. Cuando eso ocurría, la locura se apoderaba de mí. La tenía cogida por la cintura y ya miraba sus senos, sus caderas, sus ojos, sus muslos…
Zoe venía con uno de esos vestidos cortitos tan típicos de ella y con sus Vans en los pies. No le hacía falta vestir de ninguna otra manera para provocarme más que ninguna mujer en el mundo.
El lugar en el que tenía mi furgoneta estaba totalmente apartado, por lo que no dudamos en despojarnos de nuestra ropa allí mismo. No era la primera vez que lo hacíamos en la playa, pues estábamos a pie de esta.
Aquella fue una de esas noches porque me daba la sensación de que los dos necesitábamos sentirnos libres. Aún no había terminado de despojarla de toda su ropa cuando hundí mis dedos en su mojado sexo logrando que de su boca saliera uno de esos gemidos que, por intensos, cortan la respiración del otro.
Era tanto lo que la deseaba que sí, que notaba que se me cortaba hasta la respiración cuando ella recorría mi torso con sus dedos y, llevándolos luego a mi boca, me pedía más y más.
Su silueta lucía bajo la luna como ninguna otra. Era la sensualidad hecha mujer y a ese espectáculo visual había que sumarle otro; el del festival de sus gemidos.
Los gemidos de Zoe eran capaces de seguir resonando en mi mente muchas horas después de que ella se hubiese marchado; era una habilidad que tenía, lo mismo que la de sacar esa parte tan salvaje de mí que moría por hacerla llegar al clímax una y otra vez.
Yo la miraba y me resultaba sorprendente que, pese a su aspecto frágil, pudiera aguantar mis envites como lo hacía. Es más, si en algún momento yo bajaba el ritmo por miedo a hacerle daño, ella me tomaba por el mentón.
—No soy una muñeca, dame fuerte, muy fuerte…
Me ponía tanto y tanto cuando me decía esas cosas… Me gustaba tanto poseerla, lamerla, acariciarla, embestirla… Todo lo que tuviera que ver con ella suponía para mí una verdadera locura.
Tocar su piel tersa, penetrar su elástica y húmeda vagina, notar cómo me aprisionaba en su interior mientras el brillo de sus ojos no dejaba de subir y subir…
Todo era provocación, lujuria, juego… Hasta ahí la parte divertida. El problema era que también comenzaba a parecerse demasiado a eso que llaman amor, al menos por mi parte, ya que nunca podía saber a qué estaba jugando Zoe.
Yo solo podía tener la certeza de que se derretía en mis brazos y de que siempre volvía a mí, una y otra vez, pasara lo que pasara… Lo que ocurriera luego en su vida, cuando traspasaba la frontera de mi cama, era mí un auténtico misterio.
Ardiendo, yo recibía sus besos y mi mente atesoraba esas sonrisas que me regalaba en la cama, igual que ese otro gesto, el de su rostro absolutamente excitado, con la boca medio abierta y recitando ese tipo de versos compuestos por gemidos que solo aquellos que alcanzan lo más alto en la cama son capaces de recitar.
Siempre, cuando terminaba, la abrazaba fuerte, tan fuerte que me hacía la ilusión que por ello nunca se marcharía. Como digo, era únicamente una ilusión, ya que por la mañana Zoe cogía el pescante y se marchaba.
Sin embargo, y para mi disgusto, esa noche hizo ademán de marcharse al poco de que termináramos, cuando yo la abrazaba pensando que sería nuevamente el comienzo de una de esas madrugadas en las que sí podía conciliar el sueño porque ella estaba a mi lado.
—¿Te vas? —le pregunté.
—Sí, lo siento, tengo que irme…
—Pero Zoe, llevas varias noches sin venir. Sin ir más lejos, anoche me quedé esperándote.
—No intentes establecer normas ni me digas cuándo tengo que venir o la cagarás, Oliver.
—Es que esto no es una relación, joder, ¿no lo comprendes? Me tienes loco y sufro, sufro cuando no sé nada de ti.
—¿Te tengo loco? Pues no es lo que pretendía, lo siento.
—No intentes actuar conmigo así, te lo pido por favor.
—Actuar, ¿cómo? Yo no soy actriz, solo te digo las cosas tal cual me salen, ¿no lo entiendes? Esto es lo que es, no es más…
—Pero podría serlo, ¿por qué no puede ser?
—Ya lo hemos hablado, no estoy dispuesta a tener que repetirlo todos los días, lo siento mucho.
—Es que solo hacemos lo que quieres tú, a mí me gustaría que pudiéramos hacer otras cosas, ¿tan difícil es de comprender?
—¿Qué cosas? Nos vemos cuando viene al caso, lo pasamos muy bien en la cama, solemos dormir juntos…
—Ya, pero hoy no es el caso.
—Pues no, no lo es—insistió en la idea de irse.
—¿Y se puede saber por qué?
—Pues no, no puede saberse…
—Es de locos, Zoe, ¿no te das cuenta de que es de locos?
—No, solo es de gente distinta, ¿por qué te empeñas en parecer convencional? Tú tampoco lo eres.
—Ni siquiera tengo tu número de teléfono, ¿por qué tiene que ser así?
—Porque es mejor, ya te lo he dicho muchas veces.
—¿Y si un día te ocurre algo? No podrás ni llamarme.
—No te preocupes, me tengo que ir, ¿vale? —Me dio un beso en los labios y me dejó con la palabra en la boca.
Capítulo 3
—Eres un rajado tío, ¿por qué no viniste la otra noche a mi fiesta? —me preguntó Jack.
—Sabes que no me van demasiado, yo soy más de ir por libre.
—Tú eres más de quedarte como un viejo amargado esperando a Zoe, birra en mano, ¿qué plan es ese?
—¿Ya te ha ido Jessica con el cuento?
—Ya sabes que tiene la lengua muy larga. O no, quizás todavía no lo sepas, porque no quieres saberlo—Me dio un golpecito en el hombro.
—Sabes que no tengo ningún interés.
—Pues tú te lo pierdes, es una leona en la cama, te lo digo por experiencia.
—Me parece fantástico, pues entera para ti.
—No, ya sabes que yo no me ato a ninguna ni de coña, soy un alma libre…
—Ya, es la marca de la casa, no me lo repitas. Yo también lo era, pero cada vez le estoy cogiendo más tirria al asunto…
—¿Tu chica tampoco quiere nada formal? En ellas no es normal, también te lo digo.
—No seas machista ni vengas a tocarme las narices, ¿ok?
—Nada de machismo, es que ellas están hechas de otra pasta.
—Y no, no eres machista, me lo estoy inventando yo. Siempre haciendo esas diferenciaciones…
—Va, en serio, ellas quieren estabilidad y la que no la quiere… deberías pensar el porqué.
—¿Qué estás queriendo decir, Jack?
—Pues muy sencillo; que esa tía tiene a otro.
Sentí unas incontenibles ganas de cogerlo por la pechera y darle de puñetazos, algo que él notó.
—Tío, eres lo peor…
—Tranquilo que solo lo he dicho por si acaso, ¿tú piensas que no? Pues de puta madre, no nos vamos a pelear por una tía, ¿vale?
—No es una tía, es mi chica…
—Ok, lo que tú digas, vamos a coger olas, el día está increíble…
El día estaba increíble, pero él me lo había jodido. No, tenía que ser honesto conmigo mismo, lo que de veras me jodía de su comentario era que esa idea me rondaba por la cabeza. Y el hecho de que Jack incidiera en ella me hizo pupa, las cosas como son.
No me lo pensé demasiado, me fui directo al agua. Necesitaba más que nunca cabalgar, notar el frescor de las olas en mi rostro, olvidarme de lo que me estaba sucediendo.
Jessica estaba allí preparando también su tabla.
—Ey, tío, cada vez estás más bueno, en esos bíceps tuyos se podría…
—Jessica, no estoy para gaitas, te lo pido por favor.
—Joder, Oliver, tienes una envoltura que está de vicio, pero el interior comienza a dar asco, no se te puede hablar…
—¿Algún problema con eso? Yo no te he pedido que me hables…
—¿Y qué hay del buen rollo? Entre los surfistas siempre lo hay, venga vamos a poner música…
La puso mientras yo avanzaba hacia el agua. Miraba las olas y me decía que solo tenía ganas de perderme en ellas, no estaba para aguantar las tonterías de nadie. Y mucho menos las de Jessica, que siempre se hacía la graciosa con tal de tratar de llamar mi atención.
Jack estaba en el agua. Ese tío hacía verdaderas virguerías sobre la tabla, todos éramos bastante buenos, pero él era el mejor. Había ganado todos los campeonatos de la zona y tenía fama de ser imbatible.
Él había sido uno de los motivos por los que decidí quedarme una buena temporada en Gold Coast, con él aprendí muchísimo y, aunque pagaba el precio de aguantar muchas de sus majaderías, también disfrutaba cantidad en el agua teniéndolo como compañero.
Jessica entró enseguida y, cómo no, quiso llamar mi atención una y otra vez. Ya estaba acostumbrado a ello, de modo que ni siquiera me asusté cuando tardó más de la cuenta en salir del agua después de que una ola la tumbase.
No obstante, vi el gesto de preocupación en la cara de Jack y también me puse en alerta. Enseguida noté que algo malo estaba pasando y sí… Cuando miré hacia donde estaba me la encontré bocabajo y en una postura que no hacía presagiar nada bueno.
Llegué a toda velocidad hacia ella y la saqué del agua. En contra de lo que pensé en un primer momento había sufrido un buen golpe y tragado demasiada agua.
No dudé en comenzar a hacerle el boca a boca mientras el resto de los chicos iban saliendo también uno a uno del agua para ver cómo estaba.
Me costó hacerla reaccionar y comenzaba a desesperarme cuando por fin lo logré y empezó a echar agua hasta por los ojos…
—Joder, para una puta vez que me besas y no me entero, ¿será posible? —bromeó en cuanto volvió en sí.
—Capaz eres de haberme dado este susto para lograrlo, capaz eres—Negaba yo con la cabeza con el miedo todavía en el cuerpo.
—No, no, yo quiero darme el lote contigo, pero a conciencia. A mí no me van las medias tintas, yo no soy como…
—No hables de lo que no sabes, que te veo venir. Y espera, que hemos llamado a la ambulancia.
—¿A la ambulancia? Sois todos unos lerdos, yo solo quiero seguir surfeando…
Es lo que tenía el ser adicto a las olas, que mientras no sea que salgas con la cabeza debajo del brazo te niegas a abandonar.
—Pues sí, somos unos lerdos, pero tienes que irte con ellos. Te harán unas pruebas.
—Solo si te estás quietecito—Me había cogido por el cuello y me agarraba fuerte.
—Me vas a asfixiar, hazme el favor.
—No sé qué te ve la muñeca, eres más arisco… Aunque supongo que con ella todo será romanticismo, qué desperdicio.
—Mira que eres pesada, ¿qué más te da a ti?
—No te va a dejar tranquilo hasta que no le eches un buen polvo, tenemos hecha una porra—soltó Anne, otra de las chicas del grupo.
—¿Una porra? Por favor, eso me parece una majadería…
Me estaba asfixiando, pero cualquiera le decía que me soltara. Lo mismo liaba una que le tenía que hacer el boca a boca de nuevo.
Miré hacia la carretera y me quedé sin respiración, al final la RCP me la tendrían que hacer a mí. Allí estaba Zoe, mirándome…
No me lo pensé me fui hacia ella corriendo, zafándome con rapidez.
—Zoe, ¿qué haces tú aquí?
—He venido a verte surfear, solo que te he encontrado, cómo decirlo… muy acaramelado con esa chica, ¿tienes algo con ella?
—¿Cómo dices? No, solo me estaba abrazando porque acabo de salvarle la vida. Oye, que igual suena un poco presuntuoso, pero que es así, se estaba ahogando y yo llegué, ¿por qué crees si no que se ha formado tanto revuelo?
—No sé, no sabía si os estaban haciendo los coros o algo…
—No seas malilla, ¿vale? ¿Qué haces aquí? Estoy alucinando, creí que tú no podías salir de día—bromeé.
—Ya, rollo vampiresa…
—No, tú tienes más rollo surfero, tienes que dejarme que te enseñe.
—Me gustaría, pero no puedo…
—¿No puedes? ¿Más excusas? Yo te veo un cuerpo completo perfecto para subir a la tabla. Y qué cuerpo—La besé, la cogí en brazos y terminamos haciendo la croqueta por la playa.
—No son excusas…
—Dime la verdad, a qué has venido.
—No es la primera vez que lo hago, a veces vengo a ver cómo coges olas.
—Eso es una trola, ¿yo comiéndome siempre el coco sobre dónde estarás y tú me espías? No te he visto nunca.
—Porque yo no quiero que me veas, hoy es que me he acercado demasiado al ver que…
—Me estabas espiando más de la cuenta porque tenías la mosca detrás de la oreja con Jessica. Pues no te preocupes, por ella habría pasado algo hace tiempo, pero yo jamás me he prestado.
—Ya, ahora vas a ir de casto varón, ¿a quién quieres engañar? —Me besaba y cada vez que lo hacía yo pensaba que el sol brillaba con más fuerza todavía.
—Va en serio, no es mi estilo, princesa.

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