Capítulo 1
Abrielle miró su reloj. Madre mía, iba a llegar tarde. Ya eran las cinco y su siguiente paciente la esperaba a y cuarto. Gimió porque estaba en el otro extremo de la ciudad. Corriendo hacia el metro cargando con la dichosa camilla portátil, escuchó que le sonaba el móvil y rezó porque fuera su siguiente cita para decir que él también llegaba tarde, pero no. Al mirar la pantalla vio a su hermana sacándole la lengua. Descolgó bajando los escalones. —Kaylin, ahora no puedo hablar.
—¡Es una emergencia!
Se detuvo en seco a mitad de la escalera. —¿Qué pasa? ¿Papá está bien?
—¡Se va de vacaciones! —gritó indignada—. ¡No se las coge nunca y se tiene que ir precisamente ahora!
Puso sus ojos verdes en blanco y siguió bajando escalones. —Kaylin llego tarde a una cita importantísima. ¡No me fastidies! ¿Qué pasa?
—¿Tú lo sabías?
Cogiendo su bolsa y la camilla con una sola mano, mientras agarraba el móvil con la cara pegándolo al hombro, empezó a buscar la tarjeta del metro. —Claro que lo sabía. Como has dicho nunca va a ningún sitio. Tiene que divertirse en lugar de estar todo el día en el taller.
—¡Me imaginaba que era cosa tuya! —dijo muy enfadada.
Casi chilla de la alegría al encontrar la tarjeta y la pasó por la ranura. —Mira, ¿qué tal si hablamos de esto por la noche porque…?
—¡Me y esta che! —gritó su hermana medio histérica.
Se detuvo en seco haciendo que la que iba detrás se chocara con ella. —A ver si miramos —dijo estresadísima. Se puso a un lado para dejar pasar—. Se va a cortar Kaylin, ¿qué has dicho?
—¡Me han dado la be en cia! ¿Me oyes?
—Mierda de cobertura. —Se acercó algo a la entrada dejando la bolsa y la camilla en el suelo. Se pasó la mano por la frente que estaba sudorosa, sin darse cuenta de que levantaba su flequillo rubio casi dejándoselo de punta. Suspirando preguntó —¿Que te han dado qué?
—¡La beca en Escocia!
Chilló de la alegría. —¿De verdad? ¡Felicidades!
—Ti que quedarte…
—Uff… te oigo fatal.
—¡Tienes que quedarte con Muffin!
Dejó caer la mandíbula. —Ah, no.
—Por favor… Papá se va quince días nada más. Luego se lo quedará él. ¡Son quince días! No puedo llevármelo a Escocia y estaré allí seis meses.
—¡Tu perro me odia! ¡Me gruñe cada vez que me ve!
—Es un chihuahua, no te va a devorar —dijo su hermana exasperada—. Por favor… Son quince días.
Gruñó porque su hermana realmente casi nunca le pedía favores. Y la muy insensata adoraba a ese chucho. Menuda responsabilidad, como le pasara algo le sacaba los ojos. —Está bien…
—Gracias, gracias. Cuando termines de trabajar pásate por mi apartamento. Tienes que llevarte muchas cosas.
Miró su camilla. Mejor pasaba por casa primero. —Vale.
—¡Te quiero!
Su hermana colgó antes de que se arrepintiera y gruñó por lo bajo metiendo el móvil en su enorme bolsa. —Estupendo, Abrielle… Van a ser los quince días más divertidos de tu vida. —Cogió la camilla y la bolsa cargándosela al hombro antes de salir corriendo de nuevo hacia el túnel que decía Downtown.
Cuando llegó ante Industrias Gillingham entró corriendo en el hall y casi con la lengua fuera se acercó a la recepción. —Tengo una cita con Niguel Curtis —dijo casi sin aliento.
—¿Señorita Lavery?
—Sí, esa soy yo. Si me dice por dónde ir…
—Lo siento. El señor Curtis ha tenido una reunión urgente y seguramente no podrá atenderla.
Jadeó asombrada mirando el reloj que había tras ella. Solo había tardado cinco minutos.
—¿Y esa reunión cuándo ha empezado?
—Hace dos horas.
—Pues me podía haber avisado —dijo indignada—. Mi tiempo también es valioso y me he recorrido toda la ciudad para llegar aquí, ¿sabe?
—Si habla con recursos humanos seguro que le compensarán por las molestias.
—¡Pues claro que voy a hablar con ellos! ¡He cancelado dos citas esta tarde para venir hasta aquí porque la señora Curtis me dijo que en esta empresa podía tener mucho trabajo!
La chica sonrojada le puso una tarjeta colgada de la camiseta rosa que llevaba. —Segunda planta, pregunte por la señora Lion.
Indignada porque ya estaba calentita con todo lo que le había pasado aquel día, levantó la barbilla muy digna antes de agacharse para coger la puñetera camilla. Fue hasta el ascensor gruñendo por lo bajo que la gente no tenía ninguna consideración. Y ella corriendo como una descosida para llegar a tiempo. Y retrasando las citas con Esther y Jonathan para hacerle un hueco a ese tipo. No pensaba darle una cita nunca más. Que se fastidiara.
Cabreada pulsó el dos y se alejó para que pasaran dos trajeados. Dio otro paso atrás cuando entraron otros dos y los que tenía delante casi la incrustaron en el espejo. Les fulminó con la mirada y carraspeó, pero parecían concentrados en lo que decía el tipo que estaba delante. —Hay que impedir esa compra. Arreglaos como queráis, pero quiero resultados.
Su voz ronca le llamó la atención y sin darse cuenta estiró el cuello para mirar por encima del hombro del tipo que tenía delante, que era bastante alto. —Es inconcebible e intolerable que esa fusión llegue a algún sitio, ¿me habéis entendido? —preguntó con autoridad.
—Sí, Jack —dijeron los tres a la vez.
Abrielle estiró más el cuello y se le cortó el aliento al ver un espeso cabello negro. Cuando él miró al hombre que tenía al lado ella descubrió su perfil y separó los labios de la impresión. Sus labios eran finos y en ese momento los apretaba como si estuviera muy disgustado. Su nariz era recta, pero tenía un pequeño bultito en el tabique, lo que indicaba que se la había roto alguna vez y no se la habían curado bien. Pero lo que realmente le llamaron la atención fueron sus ojos. Eran verdes, pero no como los suyos. Eran de un color claro que impresionaban, seguramente porque estaban rodeados por largas pestañas negras. Abrielle separó aún más sus labios suspirando porque era un placer mirarle. Las puertas se abrieron, pero ella de puntillas para seguir observándole ni se dio cuenta. Entonces sus ojos coincidieron y él entrecerró los suyos como si estuviera molesto. —¿Se baja aquí?
Se sonrojó asintiendo. —¿Es la segunda planta?
Él asintió y Abrielle roja de la vergüenza porque la había pillado mirándole se agachó. —¡Oh, entonces sí! ¿Puede retener la puerta? —Giró la camilla golpeando las piernas del que tenía al lado. —¡Uy, perdón! —Giró de nuevo para pasar entre ellos pisando al otro. —Uy, lo siento. —Rio sin ganas. —Estos ascensores cada vez los hacen más pequeños.
—Los hacemos nosotros —dijo el moreno irónico.
—Uy, muy bonito. —Estirando el brazo para pasar entre ellos soltó una risita tonta. —Es que sois todos muy grandes, seguro que es por eso.
Él gruñó como si su opinión le importara un pito, lo que hizo que quisiera salir más rápido golpeándole con la bolsa. —Uy, lo siento.
Gimió saliendo del ascensor y alejándose a toda prisa. —¿Señorita Lavery?
Sorprendida miró hacia atrás para ver que uno de los hombres del ascensor retenía las puertas. —¿Es usted la señorita Lavery?
—Sí —respondió—. ¿Señor Curtis?
Él sonrió agradablemente. —Sí, soy yo. Siento no haber estado a tiempo.
—Niguel, ¿qué pasa? —preguntó el moreno mirando su carísimo reloj de platino como si estuviera impaciente.
—Es la fisio que me ha buscado Karen. ¿Hemos terminado?
El que debía ser su jefe gruñó antes de asentir. Pensando que igual todavía podía aprovechar la cita dio un paso hacia él. —¿Está libre ahora? A las seis tengo otra cita y no puedo esperar mucho.
—Sí, por supuesto. Venga.
Muerta de la alegría se metió en el ascensor de nuevo y al volverse golpeó al moreno y a otro con la camilla. Sonrió tímidamente. —Lo siento.
Niguel sonrió mostrando una dentadura perfecta. —Cómo me alegro de haberla encontrado. Tengo el cuello que no puedo ni dormir.
—Enseguida se lo arreglo.
—Dicen que tiene unas manos mágicas. Así que espero que haga uno de esos milagros.
—Llámeme Abrielle, por favor.
Él extendió la mano. —Niguel. —Al ver que tenía las manos ocupadas se echó a reír. —¿Siempre cargas con eso?
—Servicio a domicilio. —Miró de reojo a su moreno que parecía pensar en sus cosas. —¿A usted también le duele el cuello?
Pareció que le sorprendía la pregunta. —¿A mí?
—Inclina su cuello algo hacia adelante. Puede ser mala postura al leer o al estar ante el ordenador y eso provoca dolores.
Él entrecerró los ojos. —Me duele en el centro de la espalda.
—Oh, claro. Sobrecarga más abajo. Debería tener un pequeño cojín en la silla de trabajo. Eso hará que arquee su espalda hacia atrás ligeramente. Se encontrará mucho mejor.
—Gracias.
—Si quiere le echo un vistazo —dijo a toda prisa porque se moría por ponerle las manos encima.
—No será necesario, tengo mi propio masajista.
—Fisioterapeuta. No soy masajista. —Sonrió radiante. —Es distinto.
Él levantó una ceja. —Niguel, cuando tu fisioterapeuta termine contigo, ven a verme. Tenemos que ultimar esos números de la fábrica de Canadá.
—Allí estaré. Y seguro que mucho mejor.
—Por supuesto, yo me ocupo de eso.
El que obviamente era su jefe salió del ascensor y Niguel le indicó con la mano que pasara. —Por aquí. Mi despacho está al final del pasillo a la izquierda.
Salió del ascensor y sin poder evitarlo miró hacia atrás para ver que el moreno pasaba ante dos secretarias casi sin mirarlas y entraba en un despacho que tenía unas puertas dobles lacadas en negro.
—Es Jack Gillingham —dijo Niguel trayéndola al presente.
Se sonrojó porque la había sorprendido mirándole. —¿El jefe?
—El jefazo, sí. ¿Te ayudo con eso?
—Oh, no. Estoy acostumbrada. Además, no quiero que te lesiones más.
Llegaron al final del pasillo y él abrió la puerta. —Tampoco estoy tan mal.
Abrielle sonrió a la secretaria que debía tener la edad de su tía y lucía un hermoso recogido francés. —Milly, ella es la que me va a salvar de ese collarín que querías comprarme. Abrielle Lavery.
—Encantada —dijo soltando la bolsa para darle la mano.
—Mucho gusto.
—Y lo del collarín puede ser una mala idea.
—¿De verdad?
—Dependiendo de la lesión eso puede empeorarlo. Solo hay que ponérselo si lo aconseja un doctor.
—Oh, no lo sabía.
—Mi doctor me ha dicho que es una contractura. Me ha recetado masajes y un analgésico.
—Pues vamos a ello. —Iba a agacharse de nuevo por la bolsa, pero él lo hizo primero. Todos escucharon el crack y Niguel se llevó la mano a los riñones gimiendo. —¡No te muevas!
—Ay… Señor, ¿está bien? —preguntó la secretaria saliendo de detrás de la mesa.
—Sí. —Forzó una sonrisa. —Vaya, esa bolsa pesa. —Se volvió y en esa posición caminó hacia el despacho mientras Abrielle intentando reprimir la risa se mordía el labio inferior. —Milly, he encontrado la lentilla que perdiste el otro día.
—Tranquilo jefe, son desechables —dijo preocupada—. ¿Llamo a su mujer?
—No, Abrielle me va a dejar como nuevo.
—Claro que sí. Yo te reparo.
Los gritos de dolor de su paciente se escucharon en toda la planta. Abrielle se empleó a fondo calcando el codo sobre la espalda e ignoró otro gemido de dolor. —¡Tengo que deshacer estos nudos! ¡No seas quejica!
Se sentó sobre su trasero levantándose y pasó los pies sobre su espalda. —¿Ves? Ya gritas menos. Eso es genial.
—¿Se ha desmayado alguien haciéndole esto? —preguntó casi llorando.
—Bah, dos o tres. Pero esto solo es en la primera sesión. Luego el dolor desaparece por completo.
Calcó los talones y él gimió de nuevo justo cuando se abrió la puerta y allí estaba el jefe en mangas de camisa y con cara de cabreo. —¿Qué está pasando aquí? —Asombrado miró hacia ella de pie sobre la espalda de su hombre. —¿Qué clase de masaje es este? —gritó a los cuatro vientos.
—Hindú. —Cuando se acercó al principio de sus nalgas su paciente gimió de gusto y ella sonrió. —¿Ves? Ya empiezas a disfrutarlo.
—¿Cómo va a disfrutarlo si grita como si le estuvieras matando? —Entró en el despacho y cerró la puerta de golpe sobresaltando a Niguel.
—¡Oiga, no estrese a mi paciente! ¡Lo que le hago no servirá para nada!
—Jack tienes que probar esto. —Levantó la cabeza de la camilla para mirarle asombrado. —Hostia ya no me duele.
Su jefe se acercó entrecerrando los ojos. —¿De veras?
—Duele un poco al principio.
—Eso fue porque te empeñaste en coger mi bolsa. Ya te dije que no era necesario. —Sonrió a Jack. —Pero es que es un caballero y le dio un tirón. —Saltó ágilmente desde su espalda al suelo y ambos vieron cómo se ponía las zapatillas de deporte antes de darle un azote en el trasero sobre la toalla. —¡Listo!
—¿Ya? —preguntaron los dos asombrados—. Si llevas aquí media hora —dijo Jack como si fuera una timadora.
—Por hoy ya está bien. No quiero presionarle demasiado. Niguel puede que hoy te sientas algo mareado por trabajar las cervicales. Tómate las cosas con calma, ¿quieres? Eso desaparecerá.
—Estupendo, ahora mi vicepresidente no me servirá de nada.
Niguel se sentó en la camilla y alucinado movió la cabeza de un lado a otro. —Increíble.
—¿Te duele? Venga, que te llevo a urgencias.
—No, no me duele nada. Nada de nada. —Movió el cuello de nuevo antes de mirar sobre su hombro a Abrielle. —Menudas manos tienes.
—Gracias —dijo radiante metiendo sus cremas en la bolsa—. Venga vago, que necesito mi camilla.
Niguel riendo por lo bajo descendió ante su jefe y Jack vio como iba hacia el baño. Abrielle tumbó la camilla ante sus pies y dobló las patas echándole vistacitos de cuando en cuando.
—¿Tienes la tarde libre?
Así que le dolía… Mierda, y ella con la agenda completa. —Lo siento, pero hoy imposible.
—¡Yo tuve suerte! —gritó Niguel desde el baño—. Al parecer Karen debió darle pena. Tiene la agenda llena todo el mes.
—Sí, y por verte a ti tengo que trabajar el sábado. —Se incorporó doblando la camilla por la mitad.
—Te compensaré.
Rio cogiendo la funda de la camilla y con agilidad la metió dentro a toda prisa. —Pero si quieres puedo verte el sábado ya que tengo que trabajar. —Le miró de reojo mientras cerraba la cremallera.
—El sábado estaré en Múnich. —Se llevó la mano al cuello confirmando lo que ya suponía.
Suspiró y se acercó a él. —Túmbate en el suelo.
—¿Perdón?
—Voy a hacerte un apaño.
Él levantó una de sus cejas negras. —¿Un apaño?
En respuesta levantó las suyas. —Ya no abro la camilla. O eso o nada.
Gruñó tumbándose en el suelo. —Boca arriba. —Escuchó como suspiraba y se volvía poniéndose boca arriba. Sintiendo que los nervios subían por su estómago porque iba a tocarle, se acercó y pasó la pierna al otro lado de su cuerpo antes de arrodillarse a horcajadas. Tomando aire cogió sus muñecas cruzándole los brazos sobre su pecho. Niguel salió en ese momento abrochándose la camisa. —Bien, ahora gira de costado. —Él lo hizo con agilidad, pero llegó a un punto que se dio cuenta de que le dolía. —¿Al otro lado? —Lo hizo y vio que tenía mayor movilidad. Sintió como su cadera rozaba el interior de su muslo subiéndole la temperatura. —Repite al otro lado —dijo con voz ronca. Él se puso de espaldas de nuevo y la miró a los ojos antes de empezar a girar el torso. Abrielle metió la mano tras su espalda y notó enseguida el problema. Cerró la mano en un puño y susurró en su oído —¿Lo notas?
—Sí.
—Déjate caer sobre él muy lentamente.
Él lo hizo y de repente se escuchó un crujido. La miró sorprendido y ella sonrió. —Vertebra ligeramente desplazada. Cuidado con los pesos hasta que vuelva a verte. —Se levantó sintiendo unos calores que no eran normales y fue hasta su bolsa colocándosela al hombro. —Doscientos pavos, por favor.
Él aún estaba tumbado en el suelo mirando el techo y Niguel sonrió. —Por supuesto. Te los has ganado. —Fue hasta su chaqueta sobre la mesa y cogió la cartera sacando trescientos. —Por las molestias.
—Gracias. —Se sonrojó porque ya le había cobrado de más, pero al parecer no le importaba. Metió el dinero en la bolsa y cogió el asa de su camilla. —Bueno, ha sido un placer. Llamadme con tiempo para pedir cita.
Jack se sentó en el suelo. —¿Quieres trabajar para mi empresa?
Casi chilla de la alegría, pero no movió un gesto. —Me gano muy bien la vida y tengo clientes fijos. Me estoy haciendo un nombre y trabajar para otro…
—Las mañanas, seguro que tienes menos trabajo por la mañana.
—Yo tengo trabajo siempre.
—Seis mil al mes. —Se quedó de piedra. Jack sonrió irónico. —Y te habilitaremos un sitio para los masajes, así no tendrás que cargar con eso de arriba para abajo.
—¿Solo las mañanas?
—Solo las mañanas.
Dios, aquello era una fortuna. Por las mañanas solía hacer dos masajes como mucho y eso eran unos ciento cincuenta. Por treinta, eran cuatro mil quinientos. Y eso cuando le pagaban porque muchos los hacía gratis a personas sin recursos. ¡Bah, podía pasar esas citas por la tarde y sería rica! —Siete mil. Ya ves lo que cobro por sesión. —Entrecerró los ojos. —Puede que hasta pierda dinero.
—Ocho.
¡Ese hombre estaba loco! —Hecho.
—Empiezas mañana. Resérvame cita a las diez. —Se levantó y salió del despacho dejándola con la palabra en la boca.
Miró a Niguel que reía por lo bajo. —Cuando quiere algo lo quiere ya. ¿No te dijo mi mujer que aquí tendrías muchos clientes? Pues ya lo ves.
—¡Y es genial, pero mañana tengo citas!
—Tendrás que arreglarte. Bienvenida a la empresa. Por cierto… Yo quiero cita a las once.
Gruñó saliendo del despacho. Tenía la sensación de que la iban a hacer trabajar muchísimo. Le guiñó un ojo a Milly y contenta como nunca se dio prisa por ir hacia el ascensor. Sin poder evitarlo miró hacia la puerta del despacho de Jack. No había dicho si le había ayudado, pero su oferta indicaba que se sentía mucho mejor. Encantada entró en el ascensor. ¡Le vería a menudo! El día estaba mejorando.
Capítulo 2
El chihuahua blanco de su hermana le gruñó en cuanto abrió la puerta. —Sí, yo también te quiero. —Pasó de él porque no dejaba ni que le tocara. Ese pequeño monstruo la mordería en cuanto acercara la mano. Metió la llave en el bolso. —¿Kaylin? ¡Ya estoy aquí!
Su hermana salió de su habitación en ropa interior y con un chándal en la mano. De lo parecidas que eran era como mirarse a sí misma con un color de ojos distinto. —Ya estoy aquí.
—Te has tomado tu tiempo —dijo molesta.
—Mira guapa, acabo de terminar en el trabajo y estoy molida.
—Pues tienes que sacar a Muffin.
—¡No fastidies!
—Tengo que terminar el equipaje. —Le puso morritos mirándole con pena con sus preciosos ojos azules. —Por favor…
Miró al perro que se acercó a su dueña moviendo el rabito. Los ojos de Kaylin se llenaron de lágrimas tirando el chándal al suelo para coger al chucho. —Mi chiquitín… Pobrecito. Vas a estar alejado de mamá seis meses. —Su hermana se puso a llorar y el perrito le lamió la cara gimiendo.
Abrielle puso cara de asco. —Por Dios, si se lame el pito. Puaj.
Kaylin la fulminó con la mirada. —Ya me lo dirás en un mes. Hasta dormirá en tu cama. No le dejes, que luego se acostumbra y no puedes llevarte ligues a casa.
Se quedó de piedra. —¿Cómo que un mes? ¡Eran quince días!
Su hermana gimió acercándose. —Ya, pero papá dice que después de las vacaciones en ese crucero que tú le has buscado, va a ir a ver a tía Adelaida en Florida.
—¡No!
—Lo siento, pero me lo acaba de decir. Que como el barco atraca allí, de paso aprovecha el viaje.
—¿Un mes? Le mato.
Su hermana se acercó preocupada. —Me lo cuidarás, ¿verdad?
Gruñendo interiormente sonrió para tranquilizarla. —Claro que sí. Le trataré como a un príncipe.
Besó su cabecita antes de extender los brazos. —Intenta no dejarle solo todo el día. Sé que es difícil, pero sino se va a deprimir.
Extendió más los brazos y Muffin gruñó. Abrielle le miró exasperada. —Solo me tienes a mí, deja de fastidiar.
Movió su cabecita a un lado como si se lo estuviera pensando y Kaylin sonrió. —Entiende más de lo que piensas. Es muy listo.
—Eso ya lo veo. Ven aquí, cabrito. —Cogió el perro y aunque gruñó no intentó hincarle el diente. Sorprendida le miró. —Así me gusta, aquí mando yo.
—Mañana estarás comiendo de su mano. —Su hermana se volvió hacia su habitación. —Dale una vuelta, ¿vale? Tengo que terminar el equipaje. Después te digo cuáles son sus cosas y me llevas al aeropuerto. Salgo a las dos de la mañana.
Asombrada vio que desaparecía en su dormitorio. —¿Cómo que te llevo al aeropuerto? Kaylin, me tengo que levantar a las seis. ¡Tengo la primera sesión a las siete!
—¿Y cómo tienes que levantarte tan temprano?
Se acercó a su habitación para ver que parecía que había pasado un huracán por allí. Toda su ropa estaba colocada por toda la estancia. —¡No puedes llevarte todo esto!
—Ya…Solo son cuatro maletas. Por cierto, te he cogido dos.
Total, ella nunca iba a ningún sitio. —¿Me has oído? Llama a papá. No puedo llevarte.
—Tú nunca empiezas a trabajar hasta las nueve.
—¡Eso era antes! He conseguido un puesto en Gillingham para ser su masajista por las mañanas.
Su hermana levantó la vista de golpe. —¿Industrias Gillingham?
—¡Sí!
—Es muy buena empresa. Como economista…
—¡No me cuentes rollos! Que te lleve papá.
—Por favor, sé buena… —Puso su cara de pena de nuevo. —Y en un mes tienes que llevarle mi coche a papá para que lo encienda a menudo. —La miró maliciosa. —¿O quieres hacerlo tú? —Abrió los ojos como platos. —¡Mejor! ¡Quédate aquí! Así Muffin no extrañará su casa.
—¡No, la que extrañaría su casa sería yo! —Pensó lo del coche. Ni de broma recorrería Manhattan cada poco para encender el coche. Aunque había que revisar que en la casa no pasara nada… Estaba claro que todos los marrones se los iba a comer ella. Al menos un mes. Gruñó de nuevo y Muffin levantó su cabecita. —Sí, ya te saco…
—¡Ten cuidado con los perros grandes! —gritó su hermana antes de que saliera—. ¡Y llévalo atado para que no se escape! —Miró a su alrededor y vio la correa al lado de la puerta. La cogió. —¡Recoge las caquitas!
—¡Pide una pizza! ¡Y bien grande!
La risa de su hermana la hizo sonreír y salió cerrando la puerta. —Bueno, muchacho… Esto está chupado. —Sorprendida sintió su lengua en su mano y miró hacia abajo. —A mí no me hagas la rosca, chaval. A ella la tienes comiendo de tu mano, pero yo no soy tan blanda. Esos ojitos no van a hacer que duermas en mi cama.
El sonido del despertador la hizo gemir volviéndose y Muffin caminó sobre el colchón colocándose a su lado para tumbarse con la cabecita sobre su vientre. —Sí, es temprano, pero no nos queda otra. —Le cogió y salió de la cama dejándole en el suelo. —Hora de una ducha.
Se duchó con agua fría para espabilarse, pero no lo consiguió eso ni el café que se metió entre pecho y espalda. Se vistió con las mallas que solía ponerse para trabajar y con una camiseta haciendo juego. Muffin tampoco estaba para muchas fiestas porque se había acostado como ella a las tres de la mañana y eran las seis y cinco cuando salieron de casa.
Muerta de frío esperó a que hiciera sus cositas en el parque cerca de su casa y cuando un perro enorme se acercó de golpe, su corazón casi salta en su pecho pensando que se lo iba a comer. Consiguió coger a su chucho por los pelos y el perrazo se le tiró encima. Una anciana se acercó corriendo mientras ella muerta de miedo veía la cara del perro ante ella ladrando a Muffin que temblaba en sus manos. —No hace nada, tranquila.
—¡Cómo que tranquila! —gritó histérica espabilándose de golpe—. ¡Coja a su perro!
La anciana tiró de su collar y le costó que bajara. Abrazó a Muffin. —¿Está loca? ¡Tiene que llevarlo atado!
—Si es muy bueno. ¡Hay que ser borde!
Como si nada se largó y ella jadeó indignada. Asustada miró a Muffin. —¿Estás bien, cielo?
Él gimoteó en sus brazos y ella le acarició. —No pasa nada. Ya se van. —Pero ni ella se fiaba porque esa lista no había atado al perraco. Sería bruja. Caminó hacia casa con cuatro ojos y cuando entraron vio las marcas de las patas del perro sobre su camiseta. —Estupendo. —Miró a Muffin. —¿Habrá un parque para perros chiquititos? Tengo que investigar porque sino antes de que termine el mes me da un infarto. Y tu corazón tampoco debe estar para muchos trotes.
Fue hasta la habitación y se cambió la camiseta a toda prisa por una negra que eso combinaba con todo. Se aseguró de que Muffin tuviera agua y comida antes de coger su bolsa y la camilla. —Te veo luego, cielo. Sé bueno. —Él gruñó como si no le gustara nada que le dejara solo. —Sí, yo también te quiero.
Se sintió fatal por dejarle allí solo. Cerró la puerta con llave y se dijo —Es un perro, no va a pasarle nada. Y más te vale porque sino tu hermana no vuelve a hablarte en la vida.
La madre que parió al señor Benedict. Tenía sus huellas dactilares por todo el trasero. Y eso que era temprano, pero al parecer el hombre debía ser de mañanas. Como todo fuera bien dejaba de aceptar sus citas. Tendría dinero suficiente para lo que quisiera. Entró en la empresa y fue hasta la recepción. —Soy…
—¿Tiene cita para las doce?
Parpadeó y apoyó el codo sobre la recepción. —¿Cuántos trabajan en esta empresa?
—¿En total o solo este edificio?
—Solo aquí. Acotemos un poco.
—Seiscientas veintitrés. Creo, eso siempre varía un poco.
Le mostró su tarjeta que ponía que era la seiscientos veintitrés. Al parecer iba a tener trabajo, pero de sobra. Sonrió cogiendo la tarjeta. —¿A las doce?
—Sí, por favor. Tengo un dolor de pies…
Estiró el cuello viendo los taconazos que llevaba. —¿Estás así todo el día?
—Sí, hay que estar mona.
—Cuando tengas juanetes vas a estar monísima.
La chica jadeó del susto. —¿Juanetes? ¿Como mi abuela?
—Y eso solo se arregla operando. Pásate a las doce y te miro. ¿Mi consulta está…?
—Cuarta planta. Ya está tu nombre en la puerta del despacho veintitrés.
Deja una respuesta