***SOLO HOY Y ahora supera mi beso de Megan Maxwell
Regresa Megan Maxwell con una novela romántico-erótica tan ardiente que se derretirá en tus manos.
Sexo. Familia. Diversión. Locura. Vuelve a soñar con la nueva novela de la autora nacional más vendida...Nuestro amor de película de Olivia Kiss pdf
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Kamal Aydin es el actor más famoso de Turquía. Ha protagonizado los culebrones más populares y las portadas de cientos de revistas del corazón. Su vida es una sucesión de viajes, fiestas y una mujer diferente cada noche. Esa es la mejor manera de cumplir la promesa que se hizo una década atrás: no volver a enamorarse; no permitir que nadie vuelva a romperle el corazón.
Ayla Erdem acaba de regresar a Turquía, después de triunfar en Hollywood y estrellarse en todo lo demás. Es el fichaje sorpresa de la nueva telenovela de moda, «Enamorada de mi enemigo», donde compartirá protagonismo con alguien a quien conoce muy bien… aunque lleve una década sin verlo.
Kamal y Ayla tendrán que interpretar a dos personajes que se odian, pero coquetean; que un día estuvieron enamorados y no lo han olvidado. Ya sabemos que la realidad siempre supera a la ficción, pero ¿logrará el amor traspasar la barrera de las cámaras y hacerse real?
1
Un gemido profundo rasgó el cielo de Estambul en una noche de verano. En la azotea de un hotel de la zona de Besiktas, el actor más famoso del país, Kamal Aydin, celebraba su treinta y tres cumpleaños y el comienzo de sus vacaciones en una misma fiesta. Las botellas de champán se vaciaban a un ritmo vertiginoso, los canapés desaparecían de las bandejas de plata y una actriz morena se levantaba de entre las piernas de la estrella de la televisión, donde había pasado un rato arrodillada.
—Un placer conocerte, Kamal —le dijo, con coquetería, mientras se retocaba el pintalabios, que había quedado bastante perjudicado después del orgasmo del actor.
—El placer ha sido mío.
La despidió con un guiño de ojo y se aseguró de que nadie hubiera sacado un teléfono móvil indiscreto que podría llevar a Kamal a las portadas de las revistas de corazón de la semana siguiente. Se recolocó la entrepierna y se levantó de un salto. Rescató de encima de una mesa un emparedado de carne y pepino, y se lo comió en dos bocados. Había tomado un par de copas al llegar, después de soplar las treinta y tres velas de su tarta, pero se sentía despejado, así que pidió a un camarero un gin-tonic y dejó sus gafas de sol sobre una hamaca junto a la piscina. Ya hacía un rato que se había hecho de noche y era algo ridículo que se escudara detrás de las gafas como cuando los paparazzi lo perseguían por los aeropuertos. Miró a su alrededor y sonrió. Ninguno de los que estaban allí eran realmente sus amigos —nunca había tenido demasiado interés en hacer amigos en el mundo del espectáculo—, pero lo pasaba bien con ellos. Eran divertidos, relativamente leales y lo idolatraban. No necesitaba mucho más. Se llevó dos dedos a la boca y lanzó un silbido al aire.
—¡Tíos! ¡¿Un baño?! —Y mientras lanzaba la propuesta, se quedó desnudo al borde de la piscina y se tiró de cabeza al agua.
Dios… La vida era perfecta.
2
Los treinta y tres años de vida de Kamal Aydin habían estado llenos de giros imprevistos. Toda su existencia era un giro imprevisto, en realidad. Había nacido a mediados de los años ochenta en una aldea perdida de la Capadocia, en una cabaña sin luz ni agua corriente; casi podría parecer que había nacido en otro siglo. Su padre había abandonado a su madre poco después de que él naciera —no guardaba ni un solo recuerdo de su progenitor… ni ganas que tenía—. La madre de Kamal enfermó cuando él tenía once años y, aunque trató de ocultárselo durante meses, ella era muy consciente de que le quedaba poco tiempo de vida y se encargó de pedirle a su hermana que se hiciera cargo de Kamal. El mismo día del entierro de su madre, un Kamal desolado de doce años se trasladó a Ankara con sus escasas posesiones metidas en dos bolsas de lona. Su tía era una mujer cariñosa, pero estaba casada con un mal tipo. Kamal presenció palizas cuando era demasiado pequeño para saber cómo proteger a su tía, y las recibió cuando era demasiado mayor para soportarlo. A los quince años se fugó y no volvió a mirar atrás. Años después, cuando ya tenía a su alcance recursos para investigarlo, supo que su tío había acabado dando con sus huesos en prisión y se alegró por ello.
Las opciones de vivir en las calles de Ankara para un chico de quince años eran escasas, pero a Kamal lo salvó su pasión. Y su pasión, desde que había descubierto en plena pubertad la televisión en casa de sus tíos, era el cine. Después de sobrevivir un par de semanas robando fruta en puestos callejeros y durmiendo en un cajero automático, se plantó en los estudios de cine más conocidos de la capital turca y se ofreció a trabajar en cualquier puesto que le ofrecieran. Unos años después, el propio estudio le pediría que maquillara un poco en las entrevistas la historia de sus comienzos para que no pareciera que apoyaban la explotación infantil, pero el caso es que… le dieron un trabajo. Le pagaban una miseria, pero era suficiente para comer, dormir en un cuarto interior compartido y permanecer lejos de aquella casa en la que habían hecho cualquier cosa menos acogerlo. Cuando una tarde le encargaron guiar por los estudios a un actor bastante conocido que llegaba tarde a una reunión con sus productores, él le confesó que su sueño era llegar a actuar algún día. Aquel actor, que pasaba de los sesenta años y a Kamal le pareció casi un abuelo, le recomendó que se formara. Que tomara unas clases de actuación y se fijara en los rodajes que tenía el privilegio de presenciar. Y que aprendiera de los mejores.
Cuando cumplió diecisiete años, Kamal reunió los ahorros suficientes para cumplir su sueño. Se matriculó en la escuela de interpretación más conocida de Turquía y se trasladó a Estambul casi con una mano delante y otra detrás. Llevaba años haciendo trabajos físicos en el estudio de Ankara, así que aparentaba más edad de la que tenía. Y más músculos que el común de los mortales. Además, había heredado los ojos oscuros de su madre y llevaba el pelo muy largo, al principio porque no había tenido tiempo ni dinero para ir a una peluquería a cortárselo; con los años, como una opción personal, hasta que aquella melena castaña se convirtió en una seña de identidad.
Lo que llegó a partir de ese momento era una historia que toda Turquía —y medio mundo— conocía. Los primeros pequeños papeles en series y películas. El bombazo que supuso su primer papel protagonista, a los veintiséis años, que llevó a las series turcas a dar el salto internacional. Las ofertas millonarias. Los proyectos cinematográficos. Las portadas de revistas de moda. Los fotógrafos escondidos en cada esquina en busca de una exclusiva. La fama. El éxito. El prestigio. El dinero. Las mujeres.
Kamal tenía la vida que siempre había soñado. Quizá solo alguien que hubiera nacido en una cabaña sin luz ni agua corriente sabía valorar en su justa medida el absoluto privilegio de disponer de una mansión de trece habitaciones con vistas al Bósforo y, sin embargo, pasar la mitad de las noches en alguno de los hoteles de lujo de la ciudad. El mundo se había vuelto tan loco que, solo a cambio de que se hiciera un par de fotos en sus habitaciones y las subiera a las redes sociales, le dejaban usar gratis cualquiera de las suites.
Cuando la fiesta empezó a decaer, eso fue justo lo que hizo: retirarse a la lujosa habitación que habían puesto a su disposición y echarse a dormir. Cumplir treinta y tres años estaba muy bien, pero tener por delante seis semanas de vacaciones… eso era la hostia.
3
Kamal dedicó cuarenta de sus cuarenta y tres días de vacaciones a disfrutar de la vida hedonista. Aceptó la invitación de un resort de las islas Maldivas para un evento con influencers y se quedó allí, disfrutando del sol y la tranquilidad durante más de una semana. Viajó a París para una sesión de fotos —había visto a suficiente gente deslomarse trabajando como para no considerar que posar un par de veces en calzoncillos fuera una interrupción en sus vacaciones—, a Londres para actualizar su armario y a Buenos Aires para hacer turismo. Pasó la última semana sin salir de su mansión, aprovechando las buenas temperaturas para tostarse al sol, bañarse en el hidromasaje del jardín… y recibir a alguna amiga que hiciera menos solitarias sus noches.
En el día número cuarenta y uno, sus vacaciones se estropearon. Se estropearon por todo lo alto. Por todo lo bajo. Una visita de Murat, su representante desde hacía ocho años, lanzó por los aires esa tranquilidad de la que disfrutaba desde hacía mes y medio.
—Sírveme un whisky, Kamal, y si me permites un consejo… sírvete uno para ti también, anda.
—Joder… —Kamal obedeció y abrió una de las mejores botellas de su mueble-bar—. Me estás asustando.
—¿Empiezo por la buena noticia o por la mala?
—Por la buena. Que haya un momento de paz, al menos.
—La buena noticia es que me acaban de llamar de la productora. El rodaje sigue según lo previsto, empieza este sábado y…
—¿Y… qué?
—Y te han duplicado el sueldo pactado.
—¿Perdona? —Kamal abrió los ojos como platos. El contrato que había firmado con la productora año y medio atrás incluía un salario astronómico pero fijo; ni siquiera sabía que hubiera alguna posibilidad de negociarlo—. ¿Qué es lo que quieren? ¿Un desnudo frontal? Porque, si es así, no tenías que alarmarme tanto. ¡Yo encantado!
—¿Estarías dispuesto a vender tu rabo por dinero?
—¿Venderlo? ¡En todo caso, alquilarlo! Seguiré necesitándolo para pasar las noches con las chicas de mi agenda. —Kamal hizo un gesto obsceno con la mano en la entrepierna de sus pantalones y a Murat le dio la risa sin que pudiera evitarlo.
—Vale, me queda claro, pero… no es eso. La productora ha querido atarte porque tienen miedo a que salgas corriendo cuando conozcas el nombre de tu nueva compañera de reparto.
—¿Nueva compañera? —Kamal frunció el ceño; estaba confirmada como protagonista desde hacía meses Melek Bozkurt, una actriz rubia de aspecto exótico con la que Kamal se llevaba muy bien… y con la que había compartido más de una sesión de fitness en posición horizontal—. ¿Qué ha ocurrido con Melek?
—¿Tú no lees la prensa o qué?
—Me he pasado más de un mes fuera de Turquía y llevo una semana ahora descansando antes de que me exprimáis la sangre en el rodaje. ¿Qué ha ocurrido?
—Tuvo un accidente de esquí acuático hace tres semanas y se ha roto la tibia y el peroné. Tiene para más de seis meses y el rodaje no se puede retrasar tanto.
—¡Vaya putada! Luego le mandaré un mensaje de ánimo. —Kamal reconectó con el tema principal de la conversación y una alarma interna empezó a parpadear—. ¿Quién es su sustituta?
—Deja el vaso sobre la mesa, anda.
—No se me va a caer, puedes estar tranquilo.
—No es eso. Es miedo a que me lo lances a la cabeza, porque ya le he asegurado a la productora que no habrá ningún problema. —Murat suspiró y tuvo que recordarse a sí mismo que el veinte por ciento del contrato de Kamal era motivación suficiente para echarle valor—. Es Ayla. Ayla ha vuelto, Kamal.
Alguien tendría que limpiar la mancha de whisky que se impregnó en la alfombra blanca después de que el vaso de Kamal se hiciera añicos contra el suelo.
4
Ayla Erdem fue la mejor amiga de Kamal cuando ambos llegaron a Estambul soñando con ser actores antes incluso de cumplir la mayoría de edad. Fue su primer amor cuando descubrieron que aquello que sentían ya no se podía llamar solo amistad. Fue la única mujer a la que un día soñó ponerle un anillo en el dedo. Y fue la responsable de que se le rompiera el corazón en mil pedazos y que llevara una década sin plantearse recomponerlo porque… ¿para qué? ¿Para arriesgarse a que volvieran a destrozárselo?
Kamal y Ayla coincidieron el primer día de las clases de interpretación. Fue un disparo directo al corazón, porque la escena que el profesor les pidió que representaran fue un beso que para cualquiera de los dos era el primero, aunque fuera fingido. Ayla solo tenía dieciséis años y una familia muy tradicional, que a regañadientes había aceptado pagarle el curso de interpretación; Kamal había estado demasiado distraído buscándose la vida en los años anteriores como para pensar en mujeres. Acabaron aquella escena entre risas y enseguida se hicieron amigos. Compartían un té en los descansos entre clases, charlaban de sus orígenes familiares tan diferentes y recorrían las calles de Estambul, maravillados por su belleza y soñando muy alto.
Cuando uno de los compañeros de piso de Kamal se marchó a vivir a otra ciudad, Ayla ocupó el puesto libre. Tuvo que mentirles a sus padres, que pensaban que compartía apartamento con otras cuatro chicas, pero Kamal se había convertido ya en una pieza tan imprescindible en su vida que no podía plantearse vivir en otro lugar. Una noche de invierno, en medio de una tormenta de nieve que azotó a la ciudad, ellos se quedaron atrapados al otro lado del Bósforo. Habían ido a la parte asiática a comprar unas telas que a Ayla le apetecían para decorar su dormitorio y la tormenta los había sorprendido. Para cuando quisieron regresar, los puentes estaban cortados y el tráfico de ferries, interrumpido. Tuvieron que buscar una habitación en un hostal que pudieran permitirse con las pocas liras que llevaban encima y allí, sentados sobre un camastro cutre que no parecía el mejor escenario para el comienzo de una historia de amor, sellaron algo que sí iba a serlo.
Se amaron con inconsciencia, con imprudencia, con la entrega de quien aún no sabe que un corazón roto puede doler demasiado. No se guardaron nada antes de entregarse uno al otro.
Los meses pasaron, uno tras otro, hasta convertirse en años. Empezaron a ser conocidos en la escuela de interpretación. Por su talento, que era indudable; no había ejercicio teórico o práctico que se les hiciera demasiado difícil. También por su belleza; por separado eran dos personas que parecían diseñadas por un arquitecto de la perfección estética. Y juntos… juntos simplemente eran la bomba.
Trabajaron como extras en más películas y series de las que podrían mencionar. Cada pequeño papel que iban consiguiendo mientras terminaban sus estudios lo celebraban con champán barato y una catarata de besos. En cuanto se lo pudieron permitir, buscaron un piso al que irse a vivir juntos; sacrificaron metros cuadrados por la belleza de la zona de Sultanahmet y se trasladaron a una pequeña buhardilla que era demasiado fría en invierno y demasiado calurosa en verano, pero incluso tener que atravesar marabuntas de turistas cada mañana al salir del portal compensaba a cambio de quedarse dormidos observando la belleza de los seis minaretes de la Mezquita Azul.
Dos mil siete fue el año que los subió a lo más alto. Kamal consiguió un papel secundario pero con bastantes intervenciones en una serie de bajo presupuesto que acabó convertida en el boom de la temporada. Su personaje era un conquistador rebelde y déspota que enamoró al público. El primer día que Kamal degustaba un zumo de granada que acababa de comprar en un puesto callejero y dos adolescentes se acercaron a él para pedirle un autógrafo sintió vértigo. Vértigo… y también un vuelco en el estómago de la pura emoción.
Ayla tardó un poco más en triunfar, pero, cuando lo hizo, fue arrollador. Un director de casting se enamoró de ella con solo una prueba para la que sería la película turca del año: la de mayor presupuesto, proyección internacional y prestigio. El rodaje acabó siendo largo y pesado, pero el resultado fue arrollador. Kamal lloró en la proyección privada al comprobar el talento natural, aderezado con mucho trabajo, que Ayla desprendía en cada escena. En las primeras semanas tras el estreno, su fama subió como la espuma; poco después, era su reputación la que se disparaba.
Kamal y Ayla, al contrario de lo que cualquiera podría pensar, seguían llevando una vida sencilla. Continuaron viviendo durante más de un año en la buhardilla de Sultanahmet y se les encogió el corazón el día que tuvieron que abandonarla; con la fama que ambos habían adquirido, salir a la calle se había convertido en tal asedio por parte de los fans que prefirieron buscar la privacidad y la calma de una pequeña urbanización de las afueras.
Las revistas les dedicaban páginas y páginas de papel cuché. Eran la pareja de moda, la viva imagen del amor, el sueño aspiracional de adolescentes y adultos. Cuando la Academia de Hollywood confirmó que Réquiem por una época, la película de Ayla, estaba nominada a mejor cinta en habla no inglesa, lo celebraron bañándose desnudos en la piscina de su nueva casa y bebiendo champán uno sobre el cuerpo del otro.
Viajaron a Hollywood sin poder imaginar siquiera que allí empezaría a agrietarse una relación que llevaba más de cinco años siendo perfecta. En una suite del hotel Bel-Air, vestidos con los trajes de firma que les habían prestado las marcas y aconsejados por un equipo de estilismo, tuvieron que parpadear varias veces para creerse a dónde habían llegado.
La película de Ayla no ganó el Óscar, pero tuvo una acogida unánime por parte de la crítica: el guion era espectacular; la realización, perfecta; pero lo que todo el mundo destacó fue la interpretación de Ayla. Concedió decenas de entrevistas, le hicieron cientos de fotos y el teléfono de su representante echaba humo. Kamal y ella empezaron a agobiarse y decidieron que lo que necesitaban eran unas vacaciones. Él tenía unas semanas libres antes de volver a empezar el rodaje de la siguiente temporada de su serie, que iba ya por los doscientos y pico capítulos y no decaía ni en audiencia ni en fanatismo. Ayla consiguió que su agente le permitiera tomarse diez días de respiro. Se hicieron con un par de gorras y gafas de sol para pasar desapercibidos, alquilaron un Mustang descapotable y recorrieron durante más de una semana los magníficos paisajes de la costa oeste. Tomaron el sol en el Big Sur, se perdieron en los muelles de Santa Mónica, hicieron senderismo entre secuoyas más al norte del estado y reservaron tres noches en un hotelito con encanto en San Francisco. Fue tal su emoción, la de dos chicos que eran aún poco más que unos niños que apenas habían salido de Turquía, cuando se encontraron atravesando el Golden Gate que lo hicieron cantando a gritos San Francisco, de Scott McKenzie.
Y en su último día allí, antes de regresar a la vorágine de trabajo que les esperaba, Kamal hizo algo que llevaba años anhelando: hincó la rodilla en tierra, en la cubierta casi vacía de un barco en el que estaban recorriendo la bahía, y le pidió a Ayla que le hiciera el enorme honor de pasar el resto de su vida con él. Ella lloró, lo abrazó y luego le susurró en el oído.
—Sí, sí… ¡Por supuesto que sí!
Kamal deslizó en su dedo anular un anillo de platino y brillantes que había comprado unos días antes en la mejor joyería de Los Ángeles y sintió, en ese instante, que todos sus sueños se habían hecho realidad.
Pero la alegría duró poco. Cuando regresaron a Los Ángeles, el agente de Ayla prácticamente la secuestró: quería discutir con ella las diferentes ofertas que no dejaban de llegarle. Kamal no quiso sentirse ofendido al verse excluido de aquellas reuniones, pero lo cierto era que, por primera vez, no era él quien estaba al lado de Ayla decidiendo juntos el que sería su futuro. El de ambos.
Pasaron un par de días, en que Kamal notó a Ayla tan fría que le costaba reconocerla; o quizá, más que fría, lo que estaba era nerviosa. Ellos siempre habían hablado de cualquier cosa, no se habían guardado secretos y no recordaban más de dos o tres discusiones —siempre tontas, siempre merecedoras de una magnífica reconciliación—. Así que fue Kamal quien decidió hablar, en uno de los poquísimos momentos en que lograron quedarse a solas en aquella suite de Los Ángeles a la que había empezado a cogerle manía.
—Ayla, ¿vas a contarme ya qué es lo que ocurre o sigo poniéndome en lo peor?
—Kamal, yo… —Que Ayla se echara a llorar al instante no ayudó a que él se relajara—. Me han ofrecido un papel aquí.
—Te han ofrecido doscientos papeles aquí, al parecer.
—Es… algo más que una película.
—¿Una serie? —le preguntó él, algo extrañado, pues en aquellos tiempos protagonizar series para la televisión aún no tenía el prestigio que acabaría por adquirir en años posteriores.
—Una saga de películas. La adaptación cinematográfica de Renacida para la venganza. ¿Sabes? Basada en esa serie de libros que todos los adolescentes llevan años leyendo.
—¿Cuántas películas son?
—En principio…, tres. Pero, si funcionan en taquilla, y todo apunta a que lo harán, puede hacerse una secuela y tal vez también una precuela.
—¿Has firmado?
—No quería hacerlo sin hablar antes contigo, pero…
—Pero quieres hacerlo.
—Sí.
—¿Cómo no vas a querer? —Kamal sonrió, aunque sabía que no era del todo una buena noticia para él; pero la quería tanto que cualquier éxito de Ayla no podía hacer otra cosa que alegrarlo—. ¿Cuánto…? ¿Cuánto tiempo sería?
—Al menos cuatro años aquí. Entre preproducción, rodajes, promociones, giras… La idea de Benjamin, el agente que va a llevar mi carrera en Estados Unidos, es que…
—Que no regreses ya a Turquía.
Ella solo fue capaz de asentir, porque el nudo que tenía en la garganta había adquirido tal tamaño que le impediría hablar sin derrumbarse.
—¿Y en qué lugar me deja eso a mí? —se atrevió a preguntar Kamal.
—Yo… querría que te quedaras conmigo. Pero no tengo derecho a pedírtelo, Kam. He hablado con Benjamin y, con tu inglés…, es casi imposible que consigas algo más allá de papeles muy secundarios y, por supuesto, siempre encasillado como terrorista o algo similar. —Ayla puso los ojos en blanco—. No puedo pedirte que renuncies a la serie que te ha lanzado al estrellato en Turquía.
—¿Pero sí puedes pedirme que renuncie a ti?
—Tal vez… —Ayla se llevó las manos al anillo que no se había quitado de su anular izquierdo en días y Kamal entró en pánico—. Tal vez lo mejor sea aplazar la boda por un tiempo. Quizá…
—Si hablas de aplazarla y no de cancelarla, ¿por qué cojones te estás quitando el anillo?
—No lo sé.
Lo que siguió a aquella conversación fueron días de reproches por el día y mucha pena por las noches. De cuerpos desnudos que se entrelazaron con la esperanza de memorizarse para el día en que no se tuvieran. De lágrimas, besos y rencores. Fue el adiós a lo más bonito que les había pasado jamás.
El avión que Kamal tomaría solo, en el que viajaría durante trece horas con un asiento vacío al lado que sería un recordatorio permanente de que Ayla había preferido no regresar, salía a última hora de la tarde del aeropuerto de LAX. Pero él no quiso esperar a la despedida; no tuvo valor para enfrentarse a un momento en que sabía que suplicaría, que se humillaría ante una mujer que, en realidad, no le había ofrecido la menor posibilidad de seguir adelante con un compromiso que para él sería de por vida: ni volver a Turquía; ni permitir que él se quedara en los Estados Unidos; ni apostar, aunque solo fuera por un tiempo más o menos largo, por una relación a distancia. Así que se marchó mientras ella aún dormía. Dejó la mitad de sus pertenencias en el armario de aquella suite y su corazón entero entre las sábanas.
Cuando, después de unas horas infernales recorriendo arriba y abajo la terminal de salida del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, escuchó la llamada al embarque de su vuelo, Kamal había tomado dos decisiones a las que no dejó de ser fiel ni un solo día en más de una década: jamás perdonaría a Ayla y jamás volvería a enamorarse.
5
Kamal jamás lo reconocería en voz alta —preferiría arrancarse las muelas sin anestesia que hacerlo—, pero estaba nervioso el primer día de rodaje de Enamorada de mi enemigo. Hasta el jodido título de la serie, que le había parecido comercial y con gancho cuando firmó el contrato, parecía una broma de mal gusto ahora que estaba a punto de reencontrarse con su más célebre enemiga, que era a su vez la única mujer de la que había estado enamorado jamás.