Puteando con Mis Amigas de Perla Gizem

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Cristina, Verónica y Aurora son tres amigas que llevaban mucho tiempo sin conectar. Se reúnen y deciden revivir aventuras del pasado. Sin imaginar, que iban a conocer personas que las harían experimentar lo inimaginable.


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Una respuesta a «Puteando con Mis Amigas de Perla Gizem»

  1. Hoy es el mejor día para dar ese primer paso y lograr lo imaginable.
    1. EL REENCUENTRO
    Cristina camina un poco apurada, son las 4 de la tarde y ha quedado en verse con sus dos mejores amigas justo a las 4 en punto en un café en el centro de la ciudad. Cristina es una mujer joven, delgada, un tanto atlética, con cabello castaño ondulado y unos ojos grandes y saltones que llaman demasiado la atención y que generalmente inspiran ternura.
    Las amigas de Cristina son Verónica y Aurora, ambas ya están en el café y esperan por ella. Las tres se hacían llamar Las Strong Sisters durante su juventud cuando cursaron estudios juntas en la universidad.
    Hoy se cumplen exactamente 10 años desde la última vez que se reunieron las tres. En aquella oportunidad tuvieron una especie de fiesta de graduación privada, celebraban varias cosas además de haber culminado sus carreras universitarias. En ese entonces, Verónica se marchaba al exterior donde se casaría y viviría con el hombre de sus sueños, mientras que Aurora estaba por comenzar su carrera como profesora, había recibido una invitación para una entrevista de trabajo para un puesto en un colegio católico y aparentemente todo había salido muy bien.
    Para ese momento las tres eran mucho más jóvenes, rebeldes y alocadas… les gustaba salir y divertirse juntas, pero hasta el día de hoy no se habían visto de nuevo.
    Cristina apura su paso al bajarse del metro, no tiene automóvil, considera que es una pérdida de dinero además que contaminan el ambiente; prefiere andar a pie, usar bicicleta, o en ocasiones tomar el metro, como lo hizo esta tarde.
    — ¿A dónde va tan apurada la señorita? —Pregunta un mendigo al que Cristina le pasó por el frente al doblar la esquina justo en la salida de la estación del metro. Cristina solo sonrió de manera forzada y siguió su camino.
    Hoy, a sus 36 años, Cristina es una mujer que luce bastante joven, incluso hay quienes no creerían que tenga más de 25. Es activista en pro del feminismo y los derechos de la mujer, y aunque detesta los piropos de calle, no es la típica apasionada que discute con el primer imprudente que le dirige la palabra para halagarle su físico, y en este caso el mendigo no había sido tan grosero como suelen ser la mayoría de los hombres cuando una mujer bonita les pasa por el frente.
    Cristina cruza la calle y al llegar al otro lado casi resbala con un charco de aceite de motor que comenzaba en el asfalto y terminaba en la acera para los peatones.
    —No solo contaminan el ambiente con su humo, no les basta con eso, entonces también ensucian las calles por donde pasan y ahora también las aceras para quienes andamos a pie. ¡Qué fastidio con la gente y sus carros, no tienen conciencia!
    El hecho de que Cristina no sea alguien de ponerse a discutir con extraños en la calle, no significa que no se lance sus monólogos de vez en cuando, donde expresa sus frustraciones y sus molestias como quien piensa en voz alta.
    90 segundos después, ya un poco más calmada, aunque con la respiración un tanto agitada por la caminata apresurada, Cristina finalmente llega hasta la entrada principal del café donde la están esperando Verónica y Aurora.
    — ¡Amiga, años sin verte! ¡Estás bellísima! —Exclama Aurora cuando la ve cruzar la puerta de la entrada del café y dirigirse hacia la mesa donde ella y Verónica la estaban esperando.
    —Aunque me dé un poco de envidia, debo admitirlo, estás muy bella. —Agrega Verónica con la boca llena de torta de chocolate.
    Cristina sonríe, y cuando trata de sentarse, tanto Verónica como Aurora se levantan de sus sillas y se terminan fundiendo en un profundo abrazo grupal.
    —Parecemos Las Gemas de Cristal, basta de tanto empalagarnos, es hora de sentarnos y hablar de todo lo que nos hemos perdido en los últimos 10 años.
    Habiendo dicho esto, Verónica tomó a Cristina y Aurora de las manos y las colocó a ambas en sus sillas.
    —Querrás decir que basta de abrazarnos, porque si de dulces se trata, dudo mucho que te aburras. —Comenta Aurora en un tono un poco sarcástico.
    —No seas malvada. Después de todo, ¿a quién no le gusta el dulce? —Añade Cristina con un aire un poco reflexivo y conciliador.
    —A todos nos gusta, a unos más que a otros, pero a todos nos gusta, es cierto. Pero es que lo de Verónica ya es obsesivo.
    Verónica, con sus 90 kilos y su 1.60 de estatura solo pudo sonreír como quien se declara culpable de comerse tres trozos de torta en apenas 5 minutos.
    —Yo a esta gordita la adoro, y la verdad es que las he extrañado mucho durante todo este tiempo. Pero a ver, creo que ya es hora de ponernos al día, tenemos muchas cosas que contarnos.
    Cristina, con un brazo en el hombro de Verónica no paraba de sonreír por volver a ver a sus amigas después de tanto tiempo. En su juventud, hace ya una década, todas estudiaban en la misma universidad, en ese entonces Cristina lucía muy similar a como se ve hoy día, es de esas mujeres que pareciera tener el poder de no envejecer.
    Por su parte, Aurora siempre ha sido la mayor del grupo, hoy tiene 46 años, sin embargo, siempre ha sido la de mejor figura a pesar de que no es una mujer muy coqueta, por el contrario, es más bien reservada, incluso un tanto conservadora.
    —Yo no lo digo por criticar, mucho menos por ofender. Lo digo por su propia salud, y no es ni siquiera por las consecuencias a largo plazo, es que Verónica en serio es capaz de comerse kilos y kilos de dulces en un mismo día y después se queja de indigestiones y cosas así.
    Mientras Aurora lanzaba su comentario reflexivo, Cristina y Verónica le devolvieron una mirada en común que pretendía demostrarle que de verdad no era momento para hablar de esas cosas, y ella lo entendió perfectamente.
    —Está bien, sé que tenemos años sin vernos y que lo mejor es ponernos al día. Muy bien.  ¿Por dónde comenzamos? —Dice Aurora con una mirada de resignación que se fue transformando en nostalgia.
    —Aurora. —Dice Cristina mientras la toma de las manos— Me dolió mucho lo sucedido a Armando, ya han pasado años y todavía me cuesta creerlo.
    Aurora se recompone, muestra una sonrisa amable como si hubiera podido reiniciar sus emociones y llama a la mesera.
    —Para ser honesta, todos los días lo extraño, hay mañanas en las que de verdad siento que todo es un juego, una broma, o incluso alguna especie de sueño, pero la realidad es que debo aprender a vivir sin él, entender que se ha ido, y seguir adelante.
    Armando, el esposo de Aurora falleció hace un par de años, ninguna pudo ir a su funeral porque todas estaban muy lejos, y además cada quien ocupada en lo suyo.
    —Eso es, amiga. Brindemos por Armando, por los gratos recuerdos y por esas experiencias que jamás olvidaremos. —Exclama Verónica sosteniendo un trozo de torta, el tercero que comía desde que habían llegado al café.
    —Claro, como la vez que nos encontraron fumando en el baño y lo mejor que se te ocurrió para que no nos descubrieran según tú, fue tragarte el cigarrillo.
    Verónica se sonroja y luego se queda mirando de reojo a Cristina.
    — Bueno por lo menos fue mejor tragarme el cigarrillo que todas las cosas que tú y tus amiguitas liberales se tragaban antes de que nos conocieras a nosotras.
    — Y aquí vamos de nuevo, Las Strong Sisters empiezan discutiendo, luego casi lloramos, después reímos y decimos que no debemos pelear, para que un par de segundos más tarde, volvamos a discutir.
    —Pues sí, así somos amiga. No hemos cambiado en nada. —Le responde Cristina a Aurora— y a ti Verónica, solo puedo decirte que todo lo que yo me haya metido a la boca seguramente jamás lo disfruté tanto como tu gozas devorar un trozo de torta.
    — ¿Hola, desean ordenar algo? —Pregunta una mesera muy joven y delgada, un poco tímida.
    —Ay, señorita. Si fuera por mí ordenaría un chico joven, guapo y musculoso. Pero parece que lo más parecido a algo sabroso que tienen es torta, y ya me he comido tres.
    Aurora ríe un poco y mira a Cristina como preguntando si ella desea pedir algo.
    —Si es muy amable me trae un vaso de té bien frío, por favor. —Responde Cristina a la mesera que enseguida anota su pedido y se marcha por su orden.
    —Aquí tratando de recordar tantas anécdotas alocadas, la verdad es que nunca me quedó muy claro aquello del cigarrillo. ¿Me refrescan la memoria? —Pregunta Aurora.
    — ¡Claro! Exclama Cristina. —Qué vas a estar recordando, si estabas siempre atenta de salir con Armando. Seguro mientras nosotras estábamos fumando en el baño en ese momento, tú y él estaban en algún salón desocupado haciendo cosas que mejor no digo.
    Armando fue el novio de Aurora de toda su vida, a su lado vivió muchas experiencias, especialmente sexuales, y tanto Cristina como Verónica eran sus confidentes, pues, aunque Aurora siempre fue la mayor, fue realmente la última de las 3 en explorar verdaderamente su sexualidad y encontrar plenitud en ella.
    Sin embargo, todas las personas siempre guardan para sí algún secreto, como el recuerdo que justo en ese instante pasaba por la mente de Aurora, que a través del vidrió del café, pudo ver en la calle a un joven que por alguna razón le recordó a Armando en sus tiempos universitarios.
    Por aquel entonces, Aurora y Armando vivían un romance que como toda relación tuvo altas y bajas, pero que mantuvo la llama del placer siempre encendida. Hacían el amor casi todos los días, y les encantaba practicar lo que ellos llamaban un “rapidito ilegal”, que no era más que tener relaciones sexuales en los lugares menos pensados, obviamente durante sesiones de amor muy breves.
    Hoy, Aurora reunida con sus amigas de toda la vida, comienza a recordar para sus adentros y con detalle cómo fue aquella vez que Armando la hizo suya en el mismo baño en el que ellas fueron encontradas fumando. Fue una mañana de abril, la universidad estaba generalmente repleta de alumnos excepto en el lapso preciso de 9 de la mañana hasta mediodía porque eran los juegos universitarios y la mayoría se iba al gimnasio o al estadio; y los pasillos, los salones, y casi todos los espacios de la universidad en general, quedaban desiertos.
    Aquella mañana de abril que Aurora recuerda hoy con mucho detalle, comenzó con Armando tapándole los ojos y diciéndole al oído: “Quiero hacer algo alocado”.
    Acto seguido al susurro convertido en invitación, la tomó de la mano y la llevó hasta el baño de mujeres. A Aurora le parecía tan arriesgado e indebido, como excitante. El solo hecho de imaginar para qué la estaba llevando hasta allí hacía que su vagina se humedeciera de manera tal que dado el momento del “rapidito ilegal”, la penetración y el coito fuesen tan cómodos como placenteros.
    La pegó contra la pared y la besó apasionadamente. Cuando el beso le comenzaba a resultar hipnotizador a Aurora, Armando la volteó, la colocó de espaldas a él, le subió la falda y le bajó las pantaletas, agachándose detrás de ella para darle también un suave mordisco en una de sus firmes y redondas nalgas.
    Aurora no podía calmar su respiración acelerada, y cuando sintió la embestida abrió sus ojos como quien entra a un cuarto oscuro, y posteriormente se mordió los labios a medida que Armando la iba penetrando con su grueso pene.
    Durante aquellas sesiones intensas, las erecciones de Armando parecían de roca. No tenía el pene demasiado pequeño, tampoco muy grande, era un tamaño más bien regular en cuanto a longitud, pero lo grueso, venoso y bien firme que se presentaba durante el acto sexual, hacían del pene de Armando todo un deleite para Aurora.
    Armando la siguió penetrando con fuerza aquella mañana al mismo tiempo que desde atrás apretaba sus senos y le mordía el cuello, era como una violación donde la víctima disfrutaba ser abusada. Armando no paró de meter y sacar su pene hasta que sintió que no aguantaba más, tomó a Aurora del cabello, la hizo arrodillarse con la boca bien abierta, y derramó todo su semen en su lengua y en sus labios, para luego ver cómo una parte de su carga se derramaba desde el mentón hasta los pechos de Aurora, mientras la otra ya había sido tragada por su muy sumisa y complaciente amante.
    Hoy, Aurora se sonríe y sonroja recordando en silencio aquella experiencia sexual con Armando, mientras Verónica interrumpe a Cristina:
    —A ver, no seas necia. Déjame contar mi anécdota y deja de robarte el show. —Agrega Verónica mientras Cristina solo ríe y se encoge de hombros. —La cosa fue así: nos gustaba fumar en el baño a escondidas, eso ya tú lo sabes, pero en esa oportunidad, por alguna razón a la profesora Moncada le dio por entrar al baño. Era obvio que todo el lugar apestaba a cigarrillo, no habría manera de ocultarlo, y entonces lo que se me ocurrió fue que podríamos culpar a alguien más, decir que no fuimos nosotras, que cuando llegamos el baño ya estaba lleno de humo, pero mientras se me ocurría tan brillante idea, vi que tenía el cigarrillo en la mano, así que decidí tragármelo.
    — ¿Qué? ¡Estás loca, Verónica! —Exclama Aurora mostrando una ligera indignación que se fue extinguiendo entre carcajadas.
    —Esa no es la peor parte. —Agrega Cristina— Lo peor del caso es que Verónica seguramente creía que me iba a poder contar su plan telepáticamente. Es decir, ella en su mente se armó toda esa coartada de que no éramos nosotras, que alguien más ya estaba fumando cuando nosotras habíamos llegado al baño, pero jamás me la comentó.
    — ¿Y cuál es el problema con eso?  —Pregunta Aurora.
    —Pues que nuestra querida amiga no podía hablar por haberse tragado el cigarrillo y hoy me sigue culpando por no haberle dicho a la profesora Moncada todo ese plan loco y muy poco creíble que ella se había armado en su mente.
    — ¿De verdad era tan difícil entender que ese era un plan perfecto? ¿Por qué la profesora Moncada no me hubiera creído? Si todos en esa universidad fumaban. —Pregunta Verónica en tono de reclamo.
    —Sabes muy bien que no se trata de si la gente fumaba o no, sino que sencillamente estaba prohibido. Además, ¿cómo te iban a creer si olvidaste apagar el cigarrillo antes de intentar tragártelo? No sé qué fue más obvio, si todo el humo que salió de tu boca mientras intentabas aguantar la quemadura en tu lengua, o que cuando finalmente no pudieras aguantar más, terminaras escupiendo la colilla casi a los pies de la profesora.
    Verónica estalla en carcajadas, Aurora solo la mira con gesto de desaprobación, pero luego sonríe también, y la mesera, al traer el té de Cristina, termina por regalarles una sonrisa, como jugando a ser cómplice de un momento gracioso que ignora.
    —Bueno, no podemos negar que fueron tiempos gloriosos.  —Agrega Aurora— creo que nadie se divirtió más que nosotras en esa universidad.
    —Definitivamente. —Comenta Cristina mientras asiente con la cabeza para luego tomar un sorbo de té.
    Y así fueron transcurriendo las horas, lo que comenzó como una tarde entre amigas que tenían años sin verse se terminó transformando en toda una tertulia de mujeres con una cantidad increíbles de anécdotas.
    Comenzaron tratando de ponerse al día unas con otras, de contarse lo que se supone no sabían, pero terminaron realmente recordando cosas que vivieron juntas las 3. Conforme fueron pasando las horas, el sol comenzó a bajar, y cuando eran ya las 6 de la tarde con un ocaso hermoso que se podía apreciar desde la mesa donde estaban sentadas, Verónica lanzó una propuesta que nadie pudo rechazar.
    —A ver, amigas. Teníamos años sin vernos, yo creo que va siendo muy justo y necesario ir por un trago, o hasta dos, para terminar de amenizar esta reunión, ¿no creen?
    Cristina se encoge de hombros mientras Aurora la ve buscando alguna respuesta en ella, ya fuese aprobación o desaprobación, alguna señal para no ser ella quien respondiera la sugerencia de Verónica.
    —Vamos, no sean aburridas. —insistió Verónica.
    —Está bien, pero que sea solo un trago. Nada de estar armando una parranda hasta la media noche ni nada por el estilo. —Agregó Aurora, quien siendo la mayor de Las Strong Sisters, siempre había fungido como esa figura autoritaria, algo así como la capitana del equipo cuando de tener la última palabra se trataba.
    Llamaron a la mesera, le dejaron buena propina, y tal como en sus mejores años, en su época de juventud rebelde y alocada, se fueron todas en el auto de Aurora hasta un bar que estaba a apenas un par de cuadras del café donde se hallaban.
    Ya casi eran las 7 de la noche, Verónica de nuevo comenzaba a tener hambre, pero eran mínimas comparadas con sus ganas de embriagarse y divertirse. Verónica acababa de divorciarse de su supuesto adorado esposo al cual descubrió con otra mujer en su propia cama matrimonial, y hoy, tal vez por reencontrarse con sus amigas o por tener aún muy reciente el dolor de la ruptura, no podía sacarse de la mente la imagen que la llevó a separarse de su hombre ideal.
    — ¡Hoy vamos a beber hasta que el cuerpo aguante! —Exclama Verónica desde el asiento trasero del KIA de Aurora mientras pensaba en la cara de placer que la amante de su esposo mostraba cuando los descubrió. Ella estaba en posición de perrito mientras Adolfo la penetraba con mucha fuerza, haciéndola gemir muy fuerte, y por alguna razón, por muy desagradable que resultaba la sensación de ser engañada, Verónica no podría negarse a sí misma que la escena fue muy excitante.
    —Nada de inventos, Verónica. Recuerda que por lo menos yo debo levantarme bastante temprano mañana. Si ustedes desean parrandear hasta tarde, ya eso es cosa de ustedes, puedo llevarlas hasta donde quieran ir y luego irme a casa, pero la verdad yo no pienso acostarme tarde hoy y mucho menos embriagarme, así como dices.
    —Pero qué aburrida te has vuelto, Aurora. Tú no eras así. —Responde Verónica en tono jocoso sin parar de recordar cómo se movían los pechos de aquella rubia a la que su esposo, un hombre joven y atlético de pectorales grandes y bien definidos, penetraba tan fuerte que podía oírse en todos los rincones de la casa.
    Verónica sacude la cabeza, piensa en comida para ocupar su mente en otra cosa y luego todas ríen recordando que en sus tiempos de estudiantes universitarias no les preocupaba la hora de llegada, las salidas eran hasta el amanecer casi siempre y jamás representó un problema, pues Las Strong Sisters podían ser muy alocadas y fiesteras, pero jamás faltaban a un compromiso y nunca evadían una responsabilidad. Siempre cumplían con sus deberes así tuviesen que ir a ver clases con resaca o incluso exponer proyectos amanecidas y tomadas.
    Antes de irse al bar que ya habían decidido visitar, fueron por unos tragos a un local donde podían comprar licor de manera exprés sin tener que bajarse del vehículo, algo parecido a un McDonald’s que en vez de comida vendía cocteles.
    El KIA de Aurora es gris, como casi todos los autos últimamente. Cristina es ecologista y sabe de la contaminación que los autos producen, pero nunca será el tipo de persona que desprecie un aventón y mucho menos si el viaje significa compartir con sus amigas de toda la vida.
    Por otra parte, Verónica es dueña de un Audi que no puede utilizar hasta tanto no se hayan solventado sus papeles del divorcio. Hace meses que inició el proceso, pero resulta que todo es muy lento y burocrático y debe esperar para poder circular en su adorado bebé.
    —Si no fuera por el estúpido de Adolfo, esto no pasaría.
    —Tranquila amiga. Confío en que pronto podrás solventar ese detalle de los papeles y antes de que te des cuenta ya estarás de nuevo disfrutando de tu hermoso vehículo. —Responde Aurora a las quejas de Verónica.
    — ¡Es que no se trata de comodidades o lujos, se trata de que ese auto es mío! —Exclama Verónica algo molesta.
    —Tú sabes que así son esas cosas, toman más tiempo del que realmente deberían. —Afirma una Cristina que jamás ha sido muy amiga de los procesos administrativos.
    Entran en la cola del establecimiento, el KIA de Aurora luce brillante, lujoso. Es un auto común, no tiene casi nada de especial excepto que es casi nuevo y es el auto que Armando siempre quiso que ambos tuvieran. La relación de Aurora con Armando siempre fue muy especial, se conocieron de adolescentes, ambos perdieron su virginidad el uno con el otro, y jamás estuvieron con otras personas sexualmente sin el consentimiento del otro. Una relación sin igual donde de vez en cuando permitían la presencia de uno que otro invitado para tríos y orgías.
    Cuando ya es el turno de Las Strong Sisters, Verónica se altera al notar que quien va a atender el pedido de Aurora es un chico joven y apuesto.
    —Buenas noches, señora. ¿En qué podemos servirle? —Pregunta el joven de manera muy amable con una sonrisa radiante que hizo suspirar a las tres en el automóvil.
    —Mira mi amor, tú puedes serme útil de muchas maneras. La pregunta sería en cuáles estás dispuesto a serlo, y en caso de que deba pagar algo por ello, ¿Cuánto sería? Porque la verdad es que estás muy bello y yo sería cap…
    Verónica no había terminado cuando Cristina se volteó desde el asiento del copiloto para taparle la boca y dejar que fuese Aurora quien ordenara. Con las dos manos sobre los labios de Verónica, Cristina logró callarla por unos segundos, evitando así lo que ella catalogaría como una vergüenza.
    —Nos da tres mojitos, por favor. —Dijo Aurora al rubio caballero que dejaba ver unos portentosos antebrazos.
    — ¿Todo eso es tuyo? —Alcanzó a preguntar Verónica luego de llenarle de saliva los dedos a Cristina para lograr que, por causa del asco, ésta la soltara.
    — ¡Pero hay que ver que eres bien asquerosa, Verónica! —Exclamo Cristina mientras se limpiaba los dedos con mucho asco.
    Verónica solo reía, para ella todo era tan solo un juego. El joven muy amablemente sirvió los tres tragos y cobró el servicio a Aurora, quien apenada no subía la mirada mientras Cristina estaba que estallaba.
    —No sé ni para qué acepté venir, olvidé por un segundo que, aunque ya estamos mayorcitas, existen personas que en vez de madurar parece que tienen una especie de regresión.
    Cristina estaba totalmente indignada, encolerizada, mientras Aurora quería ser tragada por la tierra y Verónica por el joven empelado del establecimiento del que ya se alejaban de prisa.
    — ¡Vámonos directo al bar antes de que me arrepienta y cambie de opinión y las deje a las dos aquí botadas! —Sentenció Aurora unos segundos antes de que Cristina y Verónica estallaran en una sonora carcajada.
    — ¿Se puede saber qué es lo que les resulta tan gracioso? —Preguntó la mayor de Las Strong Sisters.
    — Nada amiga, extrañábamos ese carácter tan tuyo. — Dice Verónica mientras Cristina sonríe y le da una palmada en el hombro.
    — Claro, siempre he sido la seria del grupo después de todo.
    Verónica estalla en carcajada y Cristina se sonroja poco a poco hasta hacer lo propio.
    — ¿Qué? ¿Acaso es falso? —Pregunta Aurora en tono de reclamo.
    —No, en lo absoluto. Eres la más seria, la más anciana, la más vieja, la más antigua, la que debería estar en un museo…
    Todas estallan en carcajadas y de un momento a otro recuperan la armonía. Así son Las Strong Sisters, un segundo están peleando entre ellas, al rato están discutiendo todas con alguien más, después se abrazan y lloran para luego terminar el día riéndose mucho de la vida y de ellas mismas.
    Entre risas, canciones raras colocadas en la radio del auto y el recuerdo de las anécdotas sexuales de Verónica durante sus años en la universidad, Las Strong Sisters finalmente llegaron al bar al que querían ir a tomarse un par de tragos.
    Aurora estacionó su auto justo en la entrada. Por ser jueves el local no estaba tan lleno como lo estaría un fin de semana, y al ser también un poco temprano, podría decirse que había suficiente espacio para aparcar donde se quisiera.
    Al entrar, el sitio se veía inmenso precisamente por lo poco concurrido del día y la hora en la que decidieron ir. Apenas entraron, Verónica se dirigió a la barra y pidió tres shots de tequila y luego ordenó una ronda de mojitos para continuar con la bebida con la que ya habían comenzado.
    —Verónica, yo sé que yo amenazo mucho y nunca cumplo, pero esta vez en serio necesito irme temprano a casa. Como ya saben. Puedo llevarlas a otro lugar si desean, pero la verdad yo solo tomaré otro trago y me iré. Hay muchas cosas pendientes, mañana hay trabajo.
    —No te preocupes. —Respondió Verónica con un tono comprensivo y hasta un poco tierno— Para serles honesta, yo también debo hacer una confesión: Yo sé que soy necia, pero hoy no tengo ganas de arruinarles sus planes y mucho menos sus vidas, bastante he hecho con tener la mía convertida en todo un desastre, quiero demostrarles que he madurado, que no he perdido mi sentido del humor pero que las experiencias me han llevado a ser una persona diferente, mucho más madura, mucho más centrada, mucho más… ¡CACHONDA! ¡Mi amor! ¡Aquí estoy!
    Aurora y Cristina por un segundo casi le creen a Verónica mientras les hablaba de que había cambiado, hasta que entró al bar un muchacho joven y atractivo y ella se descompuso en imprudencias.
    — ¡Verónica, por favor, compórtate! —Fueron las palabras de Aurora mientras Cristina se cubría el rostro, muy apenada.
    El joven que entró al bar era alto, como de 1.90 metros de estatura, cabello negro oscuro, liso, de piel blanca y barba tenue. Parecía un atleta vestido en ropa casual (jeans y franela) tratando de relajarse un rato en una barra cualquiera, y Verónica solo pensaba en cómo sería estar arrodillada frente a él, atragantándose con su pene, metido en su boca hasta la garganta y sintiendo sus testículos en su barbilla, chocando con fuerza mientras él le penetra los labios como si fuese una vagina.
    —Pero mírenlo, ¿acaso no parece un dios griego? —Preguntaba Verónica sin dejar de mirarlo como un cazador mira a su presa, con ojos entreabiertos, como afinando la visión para detallarlo mejor.

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